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Las redes sociales, los nuevos tribunales

Redacción
09 de julio, 2017

Uno de los grandes desafíos del ejercicio periodístico ha sido siempre la precisión. La credibilidad es el principal activo de los medios y de los periodistas, por lo que ser exigentes con la búsqueda de la verdad no es una sugerencia, es un mandamiento.

La era de las redes sociales debió obligar a comunicadores y a empresas a redoblar los esfuerzos en ese afán, pero no siempre ocurre de esa manera. La viralización se antepone muchas veces al rigor periodístico y se deja de lado ese mandato que, a mi criterio, sí está escrito en piedra.

Si en algunas ocasiones los medios de comunicación no resisten a los encantos de compartir información no verificada, poco podemos esperar del resto de usuarios que, en teoría, no están sujetos a estas normas. Digo “en teoría”, porque esas acciones deberían responder en todo momento al sentido común y a la moral.

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Los comentarios anteriores surgen porque recientemente se ha elevado la temperatura en las redes sociales por juicios apresurados contra personas e instituciones. Ahora se litiga en las redes, se anticipa criterio, se condena a muerte automáticamente.

Un docente universitario dijo una vez que las redes sociales son el reflejo de lo que somos en sociedad y que cada comentario responde a la catarsis ante las injusticias sociales. El problema es que esa catarsis muchas veces pasa la delgada línea de la opinión a la acusación. Es común ver la fotografía de una persona a la que alguien acusa de haber cometido un ilícito, y que en menos de media hora ya ha alcanzado los 500 mil shares. ¿Y si el que hizo la publicación original buscaba molestar al sujeto de la fotografía? ¿Y si se trata de una venganza?

Lo mismo ocurre con personas que enfrentan procesos legales. Las emociones o creencias nos ganan en muchas ocasiones y las declaramos culpables, pese a que no han enfrentado un juicio.

Los videos de suicidios o muertes accidentales en vivo son otro ejemplo. Lejos de prevalecer el buen criterio, estos contenidos se difunden rápidamente como si fuera un espectáculo; se nos olvida que son seres humanos que merecen respeto, al igual que sus familias. Recuerdo que hace algunos años las salas de redacción siempre estaban en debate sobre la difusión o no de notas de suicidio; sin embargo, ahora el debate no es si se hace público o no, sino qué tan rápido debe colgarse la información en las redes.

Sin duda alguna, no se trata de pelearse con estas nuevas plataformas, sino aprender a utilizarlas. La responsabilidad debe conducirnos por cada una de ellas para aprovechar sus bondades y no convertirlas en un nuevo campo de conflictividad y desunión. Hoy vemos a las redes convertidas en nuevos campos de batalla donde no hay reglas ni modales porque lo importante es imponer criterio, aunque no sea el más acertado.

Lo más preocupante de ello es que el activismo irresponsable se ha aprovechado de esas herramientas de impunidad que brindan las redes sociales. Los net centers y perfiles falsos están a la orden del día con el mandato de desinformar, descalificar, generalizar y dividir al país. ¿Cuántas veces no hemos compartido información de origen dudoso o de un perfil que desconocemos? Es una pena que las redes sociales no tengan como regla de uso la plena identificación para evitar cobardes ataques e injurias.

La sociedad guatemalteca está en un momento convulso. Si como dijo el docente, las redes sociales son el reflejo de lo que somos, es necesario empezar a cambiar desde la realidad hacia esas comunidades virtuales. Vale la pena hacer del Facebook o el Twitter, por mencionar solamente dos, espacios de debate constructivo y de diálogo para la búsqueda de soluciones a los problemas sociales. Lamentablemente, hemos perdido de vista los espacios de encuentro ciudadano en el que todos nos escuchamos, respetamos y después actuamos. Si cara a cara no podemos llegar a acuerdos, difícilmente lo haremos en las redes sociales donde pocas veces sabemos con quién hablamos realmente.

Mientras se alcanza esta madurez, podríamos empezar por no descalificar a quienes piensan distinto y por aprender a respetar con nuestros posteos o comentarios. Esta reflexión debe ser para todos, pero los medios periodísticos, las agencias de comunicación y los comunicadores o periodistas de forma personal, estamos obligados a un mayor compromiso porque esta profesión no debe basarse en la popularidad, sino en la responsabilidad.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Las redes sociales, los nuevos tribunales

Redacción
09 de julio, 2017

Uno de los grandes desafíos del ejercicio periodístico ha sido siempre la precisión. La credibilidad es el principal activo de los medios y de los periodistas, por lo que ser exigentes con la búsqueda de la verdad no es una sugerencia, es un mandamiento.

La era de las redes sociales debió obligar a comunicadores y a empresas a redoblar los esfuerzos en ese afán, pero no siempre ocurre de esa manera. La viralización se antepone muchas veces al rigor periodístico y se deja de lado ese mandato que, a mi criterio, sí está escrito en piedra.

Si en algunas ocasiones los medios de comunicación no resisten a los encantos de compartir información no verificada, poco podemos esperar del resto de usuarios que, en teoría, no están sujetos a estas normas. Digo “en teoría”, porque esas acciones deberían responder en todo momento al sentido común y a la moral.

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Los comentarios anteriores surgen porque recientemente se ha elevado la temperatura en las redes sociales por juicios apresurados contra personas e instituciones. Ahora se litiga en las redes, se anticipa criterio, se condena a muerte automáticamente.

Un docente universitario dijo una vez que las redes sociales son el reflejo de lo que somos en sociedad y que cada comentario responde a la catarsis ante las injusticias sociales. El problema es que esa catarsis muchas veces pasa la delgada línea de la opinión a la acusación. Es común ver la fotografía de una persona a la que alguien acusa de haber cometido un ilícito, y que en menos de media hora ya ha alcanzado los 500 mil shares. ¿Y si el que hizo la publicación original buscaba molestar al sujeto de la fotografía? ¿Y si se trata de una venganza?

Lo mismo ocurre con personas que enfrentan procesos legales. Las emociones o creencias nos ganan en muchas ocasiones y las declaramos culpables, pese a que no han enfrentado un juicio.

Los videos de suicidios o muertes accidentales en vivo son otro ejemplo. Lejos de prevalecer el buen criterio, estos contenidos se difunden rápidamente como si fuera un espectáculo; se nos olvida que son seres humanos que merecen respeto, al igual que sus familias. Recuerdo que hace algunos años las salas de redacción siempre estaban en debate sobre la difusión o no de notas de suicidio; sin embargo, ahora el debate no es si se hace público o no, sino qué tan rápido debe colgarse la información en las redes.

Sin duda alguna, no se trata de pelearse con estas nuevas plataformas, sino aprender a utilizarlas. La responsabilidad debe conducirnos por cada una de ellas para aprovechar sus bondades y no convertirlas en un nuevo campo de conflictividad y desunión. Hoy vemos a las redes convertidas en nuevos campos de batalla donde no hay reglas ni modales porque lo importante es imponer criterio, aunque no sea el más acertado.

Lo más preocupante de ello es que el activismo irresponsable se ha aprovechado de esas herramientas de impunidad que brindan las redes sociales. Los net centers y perfiles falsos están a la orden del día con el mandato de desinformar, descalificar, generalizar y dividir al país. ¿Cuántas veces no hemos compartido información de origen dudoso o de un perfil que desconocemos? Es una pena que las redes sociales no tengan como regla de uso la plena identificación para evitar cobardes ataques e injurias.

La sociedad guatemalteca está en un momento convulso. Si como dijo el docente, las redes sociales son el reflejo de lo que somos, es necesario empezar a cambiar desde la realidad hacia esas comunidades virtuales. Vale la pena hacer del Facebook o el Twitter, por mencionar solamente dos, espacios de debate constructivo y de diálogo para la búsqueda de soluciones a los problemas sociales. Lamentablemente, hemos perdido de vista los espacios de encuentro ciudadano en el que todos nos escuchamos, respetamos y después actuamos. Si cara a cara no podemos llegar a acuerdos, difícilmente lo haremos en las redes sociales donde pocas veces sabemos con quién hablamos realmente.

Mientras se alcanza esta madurez, podríamos empezar por no descalificar a quienes piensan distinto y por aprender a respetar con nuestros posteos o comentarios. Esta reflexión debe ser para todos, pero los medios periodísticos, las agencias de comunicación y los comunicadores o periodistas de forma personal, estamos obligados a un mayor compromiso porque esta profesión no debe basarse en la popularidad, sino en la responsabilidad.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo