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Nunca vi tanto sufrimiento como en Venezuela

Gabriel Arana Fuentes
11 de julio, 2017

La violencia que estalló este miércoles durante la conmemoración del Día de la Independencia en Venezuela se sentía muy familiar. De hecho, la semana pasada había visto por mí misma algo del caos que ha envuelto al país cuando visité Caracas.

Estuve allí para reunirme con socios locales que han estado pidiendo ayuda en una crisis humanitaria que es pasada por alto con demasiada frecuencia. Y mientras me movía por la ciudad, vi sufrimiento y violencia (a simple vista) a diferencia de lo que había visto en todos mis años de trabajo en zonas activas de guerra y desastre.

Vi a una joven madre decirle adiós a su hija de 7 años mientras un “fijador” (un coyote, un contrabandista pagado, uno de los pocos empleos en Venezuela que crece en demanda), se disponía a llevarse a la niña a Colombia. Las lágrimas de la madre le nublaron la imagen de su hija y el hombre que caminaba hacia uno de los cinco puestos fronterizos en el país vecino y hacia un futuro incierto. Yo estaba esperando junto a su hija mayor, una niña de 12 años asustada que lloraba de forma desconsolada porque su hermana acababa de ser entregada a un extraño”.

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Lea la nota completa de Mina Chang en este enlace.

Nunca vi tanto sufrimiento como en Venezuela

Gabriel Arana Fuentes
11 de julio, 2017

La violencia que estalló este miércoles durante la conmemoración del Día de la Independencia en Venezuela se sentía muy familiar. De hecho, la semana pasada había visto por mí misma algo del caos que ha envuelto al país cuando visité Caracas.

Estuve allí para reunirme con socios locales que han estado pidiendo ayuda en una crisis humanitaria que es pasada por alto con demasiada frecuencia. Y mientras me movía por la ciudad, vi sufrimiento y violencia (a simple vista) a diferencia de lo que había visto en todos mis años de trabajo en zonas activas de guerra y desastre.

Vi a una joven madre decirle adiós a su hija de 7 años mientras un “fijador” (un coyote, un contrabandista pagado, uno de los pocos empleos en Venezuela que crece en demanda), se disponía a llevarse a la niña a Colombia. Las lágrimas de la madre le nublaron la imagen de su hija y el hombre que caminaba hacia uno de los cinco puestos fronterizos en el país vecino y hacia un futuro incierto. Yo estaba esperando junto a su hija mayor, una niña de 12 años asustada que lloraba de forma desconsolada porque su hermana acababa de ser entregada a un extraño”.

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