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Pedazos de ti (lectura juvenil)

Gabriel Arana Fuentes
22 de julio, 2017

Capítulo 1: El trato*

La densa oscuridad de la noche cubría Valencia.

El viejo edificio parecía rebelarse contra esa oscuridad con su imponente presencia. Se podía observar en su interior, a través de unos grandes ventanales, que unos cuantos estudiantes caminaban de un lugar a otro con libros en la mano. Entre todas las personas, destacaba una chica que estaba medio recostada en una mesa, hojeando un par de libros al mismo tiempo. Se trataba de Abbie, la chica más inteligente de la universidad. Todo el mundo la conocía porque solía salir siempre de la biblioteca a altas horas de la madrugada.

Aquel día había algo diferente que no le gustó en el ambiente. Lo notó desde que dio los primeros pasos en la calle. Hacía mucho frío para ser mediados de octubre. Demasiado. Se encontraba en una de las zonas más antiguas de la ciudad y en el aire flotaba algo tenebroso.

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Cuando se dirigía a la estación del metro, se dio cuenta de que un hombre la seguía. Abbie lo miró inquieta y asustada.

—¡Dame todo lo que tengas, niña!

—No tengo nada —respondió ella, con un hilo de voz.

El extraño personaje se movió con torpeza, dejando en claro que se había metido algo de cualquier porquería hacía poco.

Ella miró alrededor buscando ayuda, pero no había nadie que pudiera socorrerla. El lugar estaba especialmente solitario aquella noche, como si alguien se hubiera tomado la molestia de preparar el escenario perfecto para lo que estaba a punto de ocurrir.

Volvió a mirar las marcadas facciones del hombre mientras, nerviosa, se acomodaba los lentes con su dedo tembloroso. Él aprovechó para sujetarla del brazo y farfulló unas cuantas palabras ininteligibles.

—Déjeme en paz… —le pidió la chica.

El hombre hizo caso omiso a sus ruegos y siguió intimidándola; tomó sus hombros y comenzó a zarandearla, al tiempo que le exigía algo de dinero. A la nerd se le cayeron los lentes al suelo y, cabizbaja y muerta de miedo, comenzó a llorar.

—¡Anda, viejo, deja a la chica tranquila! —se escuchó en medio de la oscuridad.

El hombre se dio la vuelta y se quedó observando la silueta de un chico. Abbie lo imitó, pero apenas pudo distinguir la cara del muchacho. Lo único claro a sus ojos fue la forma de una guitarra colgada a sus espaldas. Aunque lo que más le llamó la atención fue que aquella voz le era conocida, muy conocida.

—¿A quién le llamas viejo? Esto no es asunto tuyo, garrapata —respondió el drogadicto, mientras se tambaleaba y se agarraba con más fuerza a Abbie para no caer.

El chico se acercó con arrogancia, mientras se carcajeaba, y de un solo puñetazo derribó al hombre, que quedó inconsciente en el suelo. Una vez hecho esto se puso frente a la chica y, sin un ápice de nerviosismo, agregó:

—Dame todo lo que tengas…

—No tengo nada —insistió ella con sequedad. Por algún motivo que desconocía, no le daba miedo enfrentarse a su nuevo atacante, pero le pareció increíble que el joven hubiera reducido a su otro atacante para después poder asaltarla sin complicaciones.

—Pues de alguna manera tendrás que recompensarme por haberte salvado…

Abbie reaccionó enseguida y cubrió su cuerpo, escandalizada y temiendo lo peor.

El chico se quedó perplejo y un momento después estalló en risotadas:

—¿Hablas en serio? ¿Crees que eso sería una recompensa o, más bien, una tortura? —preguntó, divertido, observando el aspecto de la chica.

La miró detalladamente, con intensidad. Ella tenía el cabello castaño, recogido en dos tontas trenzas; el rostro ovalado, con un gran flequillo recto; los pequeños ojos entreabiertos, que, sin lentes, todavía la hacían más fea; los labios fruncidos, que se debatían entre la curiosidad y la inquietud. Un físico nada especial, con una vestimenta que no dejaba al descubierto ni un centímetro más de piel de lo que está permitido.

—No te pases —contestó Abbie, con un tono extrañamente confiado.

—Al menos eres graciosa —dijo el chico, antes de hacer una mueca que ella interpretó como una sonrisa.

—Oye, no tienes derecho a esto, tú me ayudaste porque quisiste…

—¿Sí? —preguntó él, con burla—. Pues despertemos a mi amiguito —la amenazó, haciendo el amago de acercarse al hombre, quien balbuceaba algunas palabras con la cara pegada a la acera.

—¡No! —exclamó Abbie.

—Todavía mejor. Mira lo que tenemos aquí… —canturreó él, mientras se agachaba y le enseñaba algo a lo lejos.

—No veo nada.

El chico acercó exageradamente la mano a su rostro, mostrándole el objeto que sostenía.

—Son tus lentes —le aclaró—. No pienso dártelos, hasta que aceptes devolverme el favor.

—¡Esto es una extorsión!

—Me debes una, trencitas. Recuérdalo bien… —dijo él, burlándose del aspecto de aquella chica, mientras pasaba a su lado, casi rozándola.

Abbie se dio la vuelta. Le habría gritado que se los devolviera, pero algo la frenaba. Se sintió horrorizada, quizá más que con el maleante que había querido atracarla. En aquel momento lo supo; sabía exactamente de quién se trataba. Cuando lo vio alejarse con su chamarra de piel, no tuvo ninguna duda de que se trataba del chico al que se había jurado a sí misma no acercarse jamás. ¡Y ahora estaba en deuda con él!

 

Fue una larga noche en la que apenas pudo pegar los ojos.

Se dirigió a la universidad refunfuñando. No podía creer lo que había pasado, sin mencionar, además, el pequeño detalle de que tuvo que improvisar unos lentes a su medida con los que solía usar cuando era pequeña. Estaban rotos por el centro, así que había tenido que pegarlos con tela adhesiva ancha.

Se reunió con sus amigos, el grupo de nerds, en la entrada del campus. Al pasar por aquellas extensas parcelas verdes, Abbie pudo ver que los roqueros estaban sentados en el césped. Los observó con miedo y se sintió inmensamente aliviada porque no lo vio ahí. Aun así, ella y sus amigos agilizaron la marcha.

En cuanto los roqueros vieron a los nerds, aprovecharon para soltarles alguno que otro comentario ofensivo que los hizo detenerse ipso facto. En ese momento, Devil apareció en la entrada del campus y uno de los roqueros que permanecían sentados en el césped se le acercó.

—Oye, Devil, ¿dónde demonios te habías metido? Aquí estamos organizando algo. Se la estamos armando a los nerds.

Devil volteó hacia donde estaba señalando su amigo y, al mirar con detenimiento, se dio cuenta de que Abbie se encontraba entre ellos.

—¡Ya decía yo que su fea cara me sonaba! —se dijo, observando a la chica. Abbie llevaba una camiseta rosa y unos jeans nada favorecedores, dos trencitas y unos lentes realmente horribles.

—No es tu estilo —aseguró Tino—. ¿La conoces? —preguntó, curioso, al ver la actitud de su amigo.

—No más que tú o, bueno, de ahora en adelante quizá sí.

—¿Qué? —soltó su colega, antes de empezar a reír.

Devil se dirigió hacia ella, decidido, mientras ideaba una nueva manera de sacarla de quicio. Un poco antes de llegar a su lado, alguien se cruzó en su camino. Era una chica rubia, de pelo algo esponjado y aspecto despampanante. Maggie lo hizo frenar de golpe, dándole un largo e inesperado beso. Devil reaccionó al poco tiempo y sonrió sin separar sus labios de ella.

Devil se dirigió hacia ella, decidido, mientras ideaba una nueva manera de sacarla de quicio. Un poco antes de llegar a su lado, alguien se cruzó en su camino. Era una chica rubia, de pelo algo esponjado y aspecto despampanante. Maggie lo hizo frenar de golpe, dándole un largo e inesperado beso. Devil reaccionó al poco tiempo y sonrió sin separar sus labios de ella.

El grupo de roqueros comenzó a vitorearlos como loco, lo que provocó que prácticamente toda la universidad volteara para contemplar la escena. Abbie, quien se encontraba justo enfrente de ellos, se quedó petrificada y los observó con horror. De pronto, sintió como si solo ellos tres, nadie más, se encontraran en aquel lugar.

La chica rubia se separó de Devil y volteó en dirección a Abbie. Se detuvo, la miró escasos segundos y pasó indiferente por su lado.

Devil miró a la nerd por primera vez y dejó de sonreír al ver el odio que reflejaban los ojos de la muchacha. Ella, llena de ira, se acercó a él y le pegó una bofetada ante la indescriptible sorpresa de todos, que, tras presenciar la escena, apenas pudieron tragar saliva. Abbie se arrepintió en ese mismo momento. Levantó la cabeza, temerosa, observando los ojos de Devil con verdadero terror. Sabía a ciencia cierta que, ahora sí, había provocado, literalmente, la ira del demonio.

Capítulo 2: El caballo de Troya

Abbie aguantó la respiración, esperando que toda la furia de Devil cayera sobre ella como una tormenta de fuego; pero él, en cambio, solo la miró en silencio. La chica, por alguna razón, pudo ver en sus ojos algo de decepción. Devil hizo una mueca extraña y se alejó sin decir nada. El resto de su grupo lo siguió completamente en silencio, aunque había alguno que otro decepcionado por el hecho de que no se hubiera armado ninguna pelea.

—Vámonos, Abbie —dijo Max, uno de los nerds y el mejor amigo de la chica.

Tras ver que no reaccionaba, la tomó del brazo y la arrastró hasta una de las aulas de la universidad.

—¿Estás bien? —le preguntó una vez dentro.

—Sí. Vamos a centrarnos en la clase.

Era fácil decirlo, pero la verdad es que no estaba del todo bien. Hacía tiempo que no la había visto, y eso aún le resultaba raro. Quizá por eso Abbie había reaccionado de aquella manera tan inesperada.

Un rato más tarde, iba camino a la cafetería mientras discutía con sus compañeros el resultado algebraico del último problema que había planteado el profesor.

—¿Qué vas a comer? —inquirió su amigo.

—No sé. Lo más barato, supongo.

—¿Quieres que te invite? —dijo él, como muchas otras veces.

—No, está bien. —Le sonrió.

Abbie abrió la cartera y se detuvo unos instantes para observar aquella foto que durante meses la había torturado. La cerró.

—No tengo hambre. Iré a la biblioteca. Díselo a los demás.

—¿Segura de que no quieres comer nada?

—No, hasta luego. —Se despidió con la mano.

Fue directo a la biblioteca de la universidad y, después de recorrer largos pasillos, llegó al fondo. La sección de Metafísica era la más solitaria y tranquila de todas. Parecía que ni siquiera los empleados de limpieza se paraban en ella. El lugar estaba polvoriento. Nadie se acercaba allí. Nadie, excepto Abbie, quien lo utilizaba como su escondite particular.

Se sentó, puso los brazos sobre las rodillas e, inesperadamente, comenzó a llorar. Quizá era su manera de descargar la furia que sentía contra Devil o quizá solo una forma de desahogarse en la intimidad.

Fue entonces cuando escuchó una voz.

—¿Ya terminaste?

Lo observó de arriba abajo; era él, completamente indiferente al hecho de que hubiera una chica llorando delante suyo.

—Ahora sí —dijo, enfadada, mientras se secaba las lágrimas con la manga.

—Bueno, entonces, deberíamos empezar a tratar el tema de cómo vas a recompensarme por lo de anoche.

—No pienso hacerlo. ¿Acaso aún no te ha quedado claro?

—Hicimos un trato.

—No, lo hiciste tú solo.

—Pues eso. —Sonrió.

—¡No! —le contestó con ira, mientras lo veía con todo el odio que había ido acumulado hacia él desde meses atrás.

—¡Caray, qué molesta puedes ser! —exclamó, echando medio cuerpo hacia atrás, aparentando temor—. Pero aun así, me da igual lo que digas, tengo tus lentes.

—Quédatelos: yo ya tengo otros.

—¡Pfff! ¿A eso que llevas puesto le llamas «lentes»?

—Más vale esto que nada —dijo, levantándose y pasando por su lado.

—¡Vas a hacerme caso! —contestó el chico, con un rugido. Parecía que estaba perdiendo la paciencia.

—No. —La chica nerd se mantuvo firme.

—Aquí nadie se atreve a contradecirme. ¿Vas a hacerlo tú?

—Sé que soy callada y que no tengo una gran personalidad, pero seré la primera que te dé un «no» de entre todas esas personas que hay en tu cómoda y patética vida.

Devil la miró algo asombrado, pero enseguida recuperó su típica pose arrogante

—Por cierto, ¿por qué llorabas? ¿Qué problema puede tener una cerebrito como tú? —se burló.

—¿Mi problema? —Se detuvo unos segundos, escéptica—. ¿Que cuál es mi problema? —bufó Abbie, antes de esbozar una sonrisa incrédula.

Devil asintió, esperando cualquier respuesta predecible. Pero no fue así.

—¡Mi problema eres tú, maldito imbécil! —le gritó de manera infantil.

Abbie salió de la biblioteca, enfurecida, dejando a Devil muy confundido. Se había quedado completamente pasmado, con la mandíbula fuertemente apretada y la mirada clavada en el suelo. No tenía idea de por qué aquella nerd parecía creerse mejor que él ni del motivo de su actitud, pero empezaba a molestarle. Tampoco entendía por qué le afectaba tanto lo que esa chica pudiera decir. Quizá era el hecho de que no le temía, pues Abbie demostraba que él no era nada para ella, cosa que no sucedía con el resto de la universidad. Quizá le parecía que ese desdén y ese asco con los que la nerd  lo trataba semejaban la manera en que sus padres solían hacerlo. Sin embargo, algo en su interior le decía que se ganaría el respeto de aquella chica a la fuerza o quizá algo mejor: se haría dueño y estaría presente en la vida de Abbie para utilizarla a su total voluntad.

Mientras tanto, la nerd, después de salir hecha una furia de la biblioteca, caminaba por el campus entre desconsolada y segura. No iba a permitir que él la utilizara. Se sentó enfadada en el césped que se encontraba junto a la entrada del edificio de la universidad y al poco tiempo pudo ver a Max, que se acercaba. Mientras se le aproximaba, lo observó con detenimiento: tenía una cara aniñada que resaltaba por unos lentes peculiares. Su manera de vestir era demasiado formal para su edad, pero, al parecer de Abbie, le daba un toque elegante. Su amistad significaba mucho para ambos; era una amistad real desde los cuatro años. Solían sentirse cómplices completamente el uno del otro, y se entendían a la perfección. Por ello, y aunque Max quisiera disimularlo, Abbie sabía que él llevaba mucho tiempo enamorado de ella, pero nunca le había dicho que lo sabía, pues pensaba que así sería más fácil para los dos.

—¿Qué te ocurre? Pareces enfadada —preguntó, mientras se sentaba—. Sé de sobra que tienes mucho carácter, pero no sueles mostrarlo aquí.

—No me dejará en paz.

—¿Quién? ¿Devil?

—Sí.

—¿Qué ocurrió exactamente? ¿Fue por la bofetada que le diste?

Abbie miró confundida hacia el frente. Ni siquiera se acordaba de aquella escena.

—No, hay algo más.

La chica miró de reojo a su amigo, sabiendo que no iba a poder creer y que no le iba a gustar nada lo que le contaría. Comenzó explicándole detalladamente lo que había sucedido la noche anterior con Devil, para concluir con la conversación que acababan de tener en la biblioteca.

Max empezó a mirar nervioso hacia ambos lados.

—No creo que lo deje pasar —concluyó, firmemente.

Abbie pateó sobre el césped, como una niña.

—Lo sé —dijo ella, con pesar—. No va a dejar pasar ni lo de hoy ni lo de anoche, y, además, cada vez que me cruzo con él lo empeoro.

Max se acomodó a su lado y se rascó la barbilla. Estaba planeando algo. De pronto, miró a Abbie con una sonrisa resplandeciente, como cuando daba con la solución de un problema de la revista semanal de matemáticas, que solía comprarse cada domingo.

—¿Has escuchado alguna vez la historia del caballo de Troya?

A Abbie no le extrañaba que Max la conociera. Era un fan de la sección de Mitología de la biblioteca.

—Sí —contestó ella; primero pareció confundida, pero después sonrió ampliamente al comprender a dónde quería llegar su amigo.

—Pues, querido caballo, aquí tienes tu venganza. —La miró con intensidad y aquella sonrisa cómplice.

Había entendido exactamente lo que debía hacer a partir de entonces. La venganza que durante meses había esperado. Sus ojos brillaron totalmente complacidos.

—Eres mío, Devil —dijo Abbie, sintiéndose triunfante.

*Fragmento del libro Pedazos de ti (Planeta), © 2017, Paula Amor Sanchis. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Pedazos de ti (lectura juvenil)

Gabriel Arana Fuentes
22 de julio, 2017

Capítulo 1: El trato*

La densa oscuridad de la noche cubría Valencia.

El viejo edificio parecía rebelarse contra esa oscuridad con su imponente presencia. Se podía observar en su interior, a través de unos grandes ventanales, que unos cuantos estudiantes caminaban de un lugar a otro con libros en la mano. Entre todas las personas, destacaba una chica que estaba medio recostada en una mesa, hojeando un par de libros al mismo tiempo. Se trataba de Abbie, la chica más inteligente de la universidad. Todo el mundo la conocía porque solía salir siempre de la biblioteca a altas horas de la madrugada.

Aquel día había algo diferente que no le gustó en el ambiente. Lo notó desde que dio los primeros pasos en la calle. Hacía mucho frío para ser mediados de octubre. Demasiado. Se encontraba en una de las zonas más antiguas de la ciudad y en el aire flotaba algo tenebroso.

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Cuando se dirigía a la estación del metro, se dio cuenta de que un hombre la seguía. Abbie lo miró inquieta y asustada.

—¡Dame todo lo que tengas, niña!

—No tengo nada —respondió ella, con un hilo de voz.

El extraño personaje se movió con torpeza, dejando en claro que se había metido algo de cualquier porquería hacía poco.

Ella miró alrededor buscando ayuda, pero no había nadie que pudiera socorrerla. El lugar estaba especialmente solitario aquella noche, como si alguien se hubiera tomado la molestia de preparar el escenario perfecto para lo que estaba a punto de ocurrir.

Volvió a mirar las marcadas facciones del hombre mientras, nerviosa, se acomodaba los lentes con su dedo tembloroso. Él aprovechó para sujetarla del brazo y farfulló unas cuantas palabras ininteligibles.

—Déjeme en paz… —le pidió la chica.

El hombre hizo caso omiso a sus ruegos y siguió intimidándola; tomó sus hombros y comenzó a zarandearla, al tiempo que le exigía algo de dinero. A la nerd se le cayeron los lentes al suelo y, cabizbaja y muerta de miedo, comenzó a llorar.

—¡Anda, viejo, deja a la chica tranquila! —se escuchó en medio de la oscuridad.

El hombre se dio la vuelta y se quedó observando la silueta de un chico. Abbie lo imitó, pero apenas pudo distinguir la cara del muchacho. Lo único claro a sus ojos fue la forma de una guitarra colgada a sus espaldas. Aunque lo que más le llamó la atención fue que aquella voz le era conocida, muy conocida.

—¿A quién le llamas viejo? Esto no es asunto tuyo, garrapata —respondió el drogadicto, mientras se tambaleaba y se agarraba con más fuerza a Abbie para no caer.

El chico se acercó con arrogancia, mientras se carcajeaba, y de un solo puñetazo derribó al hombre, que quedó inconsciente en el suelo. Una vez hecho esto se puso frente a la chica y, sin un ápice de nerviosismo, agregó:

—Dame todo lo que tengas…

—No tengo nada —insistió ella con sequedad. Por algún motivo que desconocía, no le daba miedo enfrentarse a su nuevo atacante, pero le pareció increíble que el joven hubiera reducido a su otro atacante para después poder asaltarla sin complicaciones.

—Pues de alguna manera tendrás que recompensarme por haberte salvado…

Abbie reaccionó enseguida y cubrió su cuerpo, escandalizada y temiendo lo peor.

El chico se quedó perplejo y un momento después estalló en risotadas:

—¿Hablas en serio? ¿Crees que eso sería una recompensa o, más bien, una tortura? —preguntó, divertido, observando el aspecto de la chica.

La miró detalladamente, con intensidad. Ella tenía el cabello castaño, recogido en dos tontas trenzas; el rostro ovalado, con un gran flequillo recto; los pequeños ojos entreabiertos, que, sin lentes, todavía la hacían más fea; los labios fruncidos, que se debatían entre la curiosidad y la inquietud. Un físico nada especial, con una vestimenta que no dejaba al descubierto ni un centímetro más de piel de lo que está permitido.

—No te pases —contestó Abbie, con un tono extrañamente confiado.

—Al menos eres graciosa —dijo el chico, antes de hacer una mueca que ella interpretó como una sonrisa.

—Oye, no tienes derecho a esto, tú me ayudaste porque quisiste…

—¿Sí? —preguntó él, con burla—. Pues despertemos a mi amiguito —la amenazó, haciendo el amago de acercarse al hombre, quien balbuceaba algunas palabras con la cara pegada a la acera.

—¡No! —exclamó Abbie.

—Todavía mejor. Mira lo que tenemos aquí… —canturreó él, mientras se agachaba y le enseñaba algo a lo lejos.

—No veo nada.

El chico acercó exageradamente la mano a su rostro, mostrándole el objeto que sostenía.

—Son tus lentes —le aclaró—. No pienso dártelos, hasta que aceptes devolverme el favor.

—¡Esto es una extorsión!

—Me debes una, trencitas. Recuérdalo bien… —dijo él, burlándose del aspecto de aquella chica, mientras pasaba a su lado, casi rozándola.

Abbie se dio la vuelta. Le habría gritado que se los devolviera, pero algo la frenaba. Se sintió horrorizada, quizá más que con el maleante que había querido atracarla. En aquel momento lo supo; sabía exactamente de quién se trataba. Cuando lo vio alejarse con su chamarra de piel, no tuvo ninguna duda de que se trataba del chico al que se había jurado a sí misma no acercarse jamás. ¡Y ahora estaba en deuda con él!

 

Fue una larga noche en la que apenas pudo pegar los ojos.

Se dirigió a la universidad refunfuñando. No podía creer lo que había pasado, sin mencionar, además, el pequeño detalle de que tuvo que improvisar unos lentes a su medida con los que solía usar cuando era pequeña. Estaban rotos por el centro, así que había tenido que pegarlos con tela adhesiva ancha.

Se reunió con sus amigos, el grupo de nerds, en la entrada del campus. Al pasar por aquellas extensas parcelas verdes, Abbie pudo ver que los roqueros estaban sentados en el césped. Los observó con miedo y se sintió inmensamente aliviada porque no lo vio ahí. Aun así, ella y sus amigos agilizaron la marcha.

En cuanto los roqueros vieron a los nerds, aprovecharon para soltarles alguno que otro comentario ofensivo que los hizo detenerse ipso facto. En ese momento, Devil apareció en la entrada del campus y uno de los roqueros que permanecían sentados en el césped se le acercó.

—Oye, Devil, ¿dónde demonios te habías metido? Aquí estamos organizando algo. Se la estamos armando a los nerds.

Devil volteó hacia donde estaba señalando su amigo y, al mirar con detenimiento, se dio cuenta de que Abbie se encontraba entre ellos.

—¡Ya decía yo que su fea cara me sonaba! —se dijo, observando a la chica. Abbie llevaba una camiseta rosa y unos jeans nada favorecedores, dos trencitas y unos lentes realmente horribles.

—No es tu estilo —aseguró Tino—. ¿La conoces? —preguntó, curioso, al ver la actitud de su amigo.

—No más que tú o, bueno, de ahora en adelante quizá sí.

—¿Qué? —soltó su colega, antes de empezar a reír.

Devil se dirigió hacia ella, decidido, mientras ideaba una nueva manera de sacarla de quicio. Un poco antes de llegar a su lado, alguien se cruzó en su camino. Era una chica rubia, de pelo algo esponjado y aspecto despampanante. Maggie lo hizo frenar de golpe, dándole un largo e inesperado beso. Devil reaccionó al poco tiempo y sonrió sin separar sus labios de ella.

Devil se dirigió hacia ella, decidido, mientras ideaba una nueva manera de sacarla de quicio. Un poco antes de llegar a su lado, alguien se cruzó en su camino. Era una chica rubia, de pelo algo esponjado y aspecto despampanante. Maggie lo hizo frenar de golpe, dándole un largo e inesperado beso. Devil reaccionó al poco tiempo y sonrió sin separar sus labios de ella.

El grupo de roqueros comenzó a vitorearlos como loco, lo que provocó que prácticamente toda la universidad volteara para contemplar la escena. Abbie, quien se encontraba justo enfrente de ellos, se quedó petrificada y los observó con horror. De pronto, sintió como si solo ellos tres, nadie más, se encontraran en aquel lugar.

La chica rubia se separó de Devil y volteó en dirección a Abbie. Se detuvo, la miró escasos segundos y pasó indiferente por su lado.

Devil miró a la nerd por primera vez y dejó de sonreír al ver el odio que reflejaban los ojos de la muchacha. Ella, llena de ira, se acercó a él y le pegó una bofetada ante la indescriptible sorpresa de todos, que, tras presenciar la escena, apenas pudieron tragar saliva. Abbie se arrepintió en ese mismo momento. Levantó la cabeza, temerosa, observando los ojos de Devil con verdadero terror. Sabía a ciencia cierta que, ahora sí, había provocado, literalmente, la ira del demonio.

Capítulo 2: El caballo de Troya

Abbie aguantó la respiración, esperando que toda la furia de Devil cayera sobre ella como una tormenta de fuego; pero él, en cambio, solo la miró en silencio. La chica, por alguna razón, pudo ver en sus ojos algo de decepción. Devil hizo una mueca extraña y se alejó sin decir nada. El resto de su grupo lo siguió completamente en silencio, aunque había alguno que otro decepcionado por el hecho de que no se hubiera armado ninguna pelea.

—Vámonos, Abbie —dijo Max, uno de los nerds y el mejor amigo de la chica.

Tras ver que no reaccionaba, la tomó del brazo y la arrastró hasta una de las aulas de la universidad.

—¿Estás bien? —le preguntó una vez dentro.

—Sí. Vamos a centrarnos en la clase.

Era fácil decirlo, pero la verdad es que no estaba del todo bien. Hacía tiempo que no la había visto, y eso aún le resultaba raro. Quizá por eso Abbie había reaccionado de aquella manera tan inesperada.

Un rato más tarde, iba camino a la cafetería mientras discutía con sus compañeros el resultado algebraico del último problema que había planteado el profesor.

—¿Qué vas a comer? —inquirió su amigo.

—No sé. Lo más barato, supongo.

—¿Quieres que te invite? —dijo él, como muchas otras veces.

—No, está bien. —Le sonrió.

Abbie abrió la cartera y se detuvo unos instantes para observar aquella foto que durante meses la había torturado. La cerró.

—No tengo hambre. Iré a la biblioteca. Díselo a los demás.

—¿Segura de que no quieres comer nada?

—No, hasta luego. —Se despidió con la mano.

Fue directo a la biblioteca de la universidad y, después de recorrer largos pasillos, llegó al fondo. La sección de Metafísica era la más solitaria y tranquila de todas. Parecía que ni siquiera los empleados de limpieza se paraban en ella. El lugar estaba polvoriento. Nadie se acercaba allí. Nadie, excepto Abbie, quien lo utilizaba como su escondite particular.

Se sentó, puso los brazos sobre las rodillas e, inesperadamente, comenzó a llorar. Quizá era su manera de descargar la furia que sentía contra Devil o quizá solo una forma de desahogarse en la intimidad.

Fue entonces cuando escuchó una voz.

—¿Ya terminaste?

Lo observó de arriba abajo; era él, completamente indiferente al hecho de que hubiera una chica llorando delante suyo.

—Ahora sí —dijo, enfadada, mientras se secaba las lágrimas con la manga.

—Bueno, entonces, deberíamos empezar a tratar el tema de cómo vas a recompensarme por lo de anoche.

—No pienso hacerlo. ¿Acaso aún no te ha quedado claro?

—Hicimos un trato.

—No, lo hiciste tú solo.

—Pues eso. —Sonrió.

—¡No! —le contestó con ira, mientras lo veía con todo el odio que había ido acumulado hacia él desde meses atrás.

—¡Caray, qué molesta puedes ser! —exclamó, echando medio cuerpo hacia atrás, aparentando temor—. Pero aun así, me da igual lo que digas, tengo tus lentes.

—Quédatelos: yo ya tengo otros.

—¡Pfff! ¿A eso que llevas puesto le llamas «lentes»?

—Más vale esto que nada —dijo, levantándose y pasando por su lado.

—¡Vas a hacerme caso! —contestó el chico, con un rugido. Parecía que estaba perdiendo la paciencia.

—No. —La chica nerd se mantuvo firme.

—Aquí nadie se atreve a contradecirme. ¿Vas a hacerlo tú?

—Sé que soy callada y que no tengo una gran personalidad, pero seré la primera que te dé un «no» de entre todas esas personas que hay en tu cómoda y patética vida.

Devil la miró algo asombrado, pero enseguida recuperó su típica pose arrogante

—Por cierto, ¿por qué llorabas? ¿Qué problema puede tener una cerebrito como tú? —se burló.

—¿Mi problema? —Se detuvo unos segundos, escéptica—. ¿Que cuál es mi problema? —bufó Abbie, antes de esbozar una sonrisa incrédula.

Devil asintió, esperando cualquier respuesta predecible. Pero no fue así.

—¡Mi problema eres tú, maldito imbécil! —le gritó de manera infantil.

Abbie salió de la biblioteca, enfurecida, dejando a Devil muy confundido. Se había quedado completamente pasmado, con la mandíbula fuertemente apretada y la mirada clavada en el suelo. No tenía idea de por qué aquella nerd parecía creerse mejor que él ni del motivo de su actitud, pero empezaba a molestarle. Tampoco entendía por qué le afectaba tanto lo que esa chica pudiera decir. Quizá era el hecho de que no le temía, pues Abbie demostraba que él no era nada para ella, cosa que no sucedía con el resto de la universidad. Quizá le parecía que ese desdén y ese asco con los que la nerd  lo trataba semejaban la manera en que sus padres solían hacerlo. Sin embargo, algo en su interior le decía que se ganaría el respeto de aquella chica a la fuerza o quizá algo mejor: se haría dueño y estaría presente en la vida de Abbie para utilizarla a su total voluntad.

Mientras tanto, la nerd, después de salir hecha una furia de la biblioteca, caminaba por el campus entre desconsolada y segura. No iba a permitir que él la utilizara. Se sentó enfadada en el césped que se encontraba junto a la entrada del edificio de la universidad y al poco tiempo pudo ver a Max, que se acercaba. Mientras se le aproximaba, lo observó con detenimiento: tenía una cara aniñada que resaltaba por unos lentes peculiares. Su manera de vestir era demasiado formal para su edad, pero, al parecer de Abbie, le daba un toque elegante. Su amistad significaba mucho para ambos; era una amistad real desde los cuatro años. Solían sentirse cómplices completamente el uno del otro, y se entendían a la perfección. Por ello, y aunque Max quisiera disimularlo, Abbie sabía que él llevaba mucho tiempo enamorado de ella, pero nunca le había dicho que lo sabía, pues pensaba que así sería más fácil para los dos.

—¿Qué te ocurre? Pareces enfadada —preguntó, mientras se sentaba—. Sé de sobra que tienes mucho carácter, pero no sueles mostrarlo aquí.

—No me dejará en paz.

—¿Quién? ¿Devil?

—Sí.

—¿Qué ocurrió exactamente? ¿Fue por la bofetada que le diste?

Abbie miró confundida hacia el frente. Ni siquiera se acordaba de aquella escena.

—No, hay algo más.

La chica miró de reojo a su amigo, sabiendo que no iba a poder creer y que no le iba a gustar nada lo que le contaría. Comenzó explicándole detalladamente lo que había sucedido la noche anterior con Devil, para concluir con la conversación que acababan de tener en la biblioteca.

Max empezó a mirar nervioso hacia ambos lados.

—No creo que lo deje pasar —concluyó, firmemente.

Abbie pateó sobre el césped, como una niña.

—Lo sé —dijo ella, con pesar—. No va a dejar pasar ni lo de hoy ni lo de anoche, y, además, cada vez que me cruzo con él lo empeoro.

Max se acomodó a su lado y se rascó la barbilla. Estaba planeando algo. De pronto, miró a Abbie con una sonrisa resplandeciente, como cuando daba con la solución de un problema de la revista semanal de matemáticas, que solía comprarse cada domingo.

—¿Has escuchado alguna vez la historia del caballo de Troya?

A Abbie no le extrañaba que Max la conociera. Era un fan de la sección de Mitología de la biblioteca.

—Sí —contestó ella; primero pareció confundida, pero después sonrió ampliamente al comprender a dónde quería llegar su amigo.

—Pues, querido caballo, aquí tienes tu venganza. —La miró con intensidad y aquella sonrisa cómplice.

Había entendido exactamente lo que debía hacer a partir de entonces. La venganza que durante meses había esperado. Sus ojos brillaron totalmente complacidos.

—Eres mío, Devil —dijo Abbie, sintiéndose triunfante.

*Fragmento del libro Pedazos de ti (Planeta), © 2017, Paula Amor Sanchis. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.