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¿Qué es buen gobierno?

Redacción República
18 de agosto, 2017

En memoria de Manuel Jorge Cutillas

¿Qué es buen gobierno? ¿Qué criterios debemos utilizar para evaluar la gestión de nuestros líderes electos?

El Dr. Mohamed Ibrahim, un acaudalado empresario y filántropo sudanés-británico, creó en 2006 el Premio por Logros en Liderazgo Africano para entregar cada año a un Jefe de Estado africano democráticamente electo que gobernara adecuadamente, elevara los estándares de vida, y dejara voluntariamente el cargo al final de su mandato.

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El premio en efectivo de la Fundación Mo Ibrahim incluye un pago inicial de cinco millones de dólares, más $200,000 anuales vitalicios. El premio fue creado para apoyar el buen gobierno y el liderazgo prestigioso en África.

Lamentablemente, el premio no ha sido concedido la mayoría de los a años, porque la Fundación no ha podido identificar a un líder que cumpliera sus criterios de buen gobierno.

El criterio de buen gobierno de la Fundación evalúa la capacidad del líder para ofrecer confianza y seguridad a la ciudadanía, libertades políticas y participación, Estado de derecho, transparencia, derechos humanos, y oportunidades económicas sustentables.

Desafortunadamente, en todas partes la valoración de la gestión política parece enfocarse en la capacidad del líder de proporcionar no bienes públicos, sino golosinas políticas. Por consiguiente, los estados democráticos se hacen proclives a desembolsos sociales excesivos, una patología político-fiscal análoga a lo que los economistas llaman “fracaso del mercado”.

Resulta que los procesos electorales hacen más políticamente gratificante legislar políticas que canalizan grandes beneficios a pequeños grupos de intereses que promulgar políticas que confieren beneficios menores a grandes grupos políticamente amorfos. Así, el apoyo público se crea no a través de un excepcional servicio público, sino a través del patrocinio clientelista.

En este contexto, la calidad de un Estado se mide a menudo por el monto de “gastos sociales” que incurra. Se presume que mientras más gaste el Estado en subsidios sociales y clientelismo más compasivo sea.

El razonamiento es que tareas sociales deben ser asignadas al gobierno para corregir la ineficacia del mercado. Sin embargo, el análisis de políticas públicas muestra que los programas del gobierno son siempre más propensos a la incompetencia que los mercados. El suministro de “bienes públicos” por el gobierno no es inmune a consideraciones de cantidad y calidad. Así, la provisión pública de bienes y servicios es tan susceptible a los fracasos como los mercados privados. Este fracaso se ilustro espectacularmente con la inauguración del sitio digital de la Ley de Cuidados Médicos Asequibles (Affordable Care Act).

Además, cuando un grupo de intereses especiales tiene éxito patrocinando un bien público a través del Estado, es el  Estado quien carga con los costos financieros. Es decir, los grupos de intereses especiales que hacen campaña por bienes públicos dotados por el Estado no cargan con los costos de esos bienes. Los costos, a través de impuestos y otros mecanismos coercitivos, pasan a la sociedad en general.

Esta  propuesta de los bienes sociales se aferra a que mientras más gaste el Estado en subsidios sociales más compasivo será. Es  una lógica de perversa acrobacia expositiva que invierte las premisas a mitad del pronunciamiento.

El buen gobierno debe promover sistemas socioeconómicos donde la mayoría de los ciudadanos sean capaces de satisfacer adecuadamente sus propias necesidades, de manera que enormes gastos sociales sean innecesarios. En consecuencia, la calidad de un Estado debe medirse en proporción inversa a los desembolsos sociales que se requieran para asistir a la ciudadanía.

Los gastos sociales dependen de las contribuciones de otros sectores de la sociedad, vía impuestos y otros mecanismos. Al final, riqueza no es creada, sino redistribuida. Margaret Thatcher lo definió sucintamente: “El problema con el socialismo es que eventualmente se agota el dinero de los demás”. Y el irlandés Bono, estrella de rock, cantante principal del grupo U2 y extraordinario defensor del buen gobierno en África, reconoció: “La ayuda es un parche temporal. El capitalismo saca más personas de la pobreza que la ayuda”.

Buen gobierno es lo que mejorará las vidas de los ciudadanos. El Índice Mo Ibrahim es un ejemplo de una manera más comprensiva de evaluar la calidad del gobierno. Para proteger nuestra forma de vida democrática y nuestra búsqueda de la felicidad necesitamos analizar más responsablemente la gestión de nuestros líderes.

Alternativamente, podríamos emular al Presidente de Venezuela Nicolás Maduro, quien, para enfrentar la agudísima crisis fiscal del país, dictaminó la creación de una nueva institución gubernamental, encabezada por un Viceministro de la Suprema Felicidad Social.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

¿Qué es buen gobierno?

Redacción República
18 de agosto, 2017

En memoria de Manuel Jorge Cutillas

¿Qué es buen gobierno? ¿Qué criterios debemos utilizar para evaluar la gestión de nuestros líderes electos?

El Dr. Mohamed Ibrahim, un acaudalado empresario y filántropo sudanés-británico, creó en 2006 el Premio por Logros en Liderazgo Africano para entregar cada año a un Jefe de Estado africano democráticamente electo que gobernara adecuadamente, elevara los estándares de vida, y dejara voluntariamente el cargo al final de su mandato.

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El premio en efectivo de la Fundación Mo Ibrahim incluye un pago inicial de cinco millones de dólares, más $200,000 anuales vitalicios. El premio fue creado para apoyar el buen gobierno y el liderazgo prestigioso en África.

Lamentablemente, el premio no ha sido concedido la mayoría de los a años, porque la Fundación no ha podido identificar a un líder que cumpliera sus criterios de buen gobierno.

El criterio de buen gobierno de la Fundación evalúa la capacidad del líder para ofrecer confianza y seguridad a la ciudadanía, libertades políticas y participación, Estado de derecho, transparencia, derechos humanos, y oportunidades económicas sustentables.

Desafortunadamente, en todas partes la valoración de la gestión política parece enfocarse en la capacidad del líder de proporcionar no bienes públicos, sino golosinas políticas. Por consiguiente, los estados democráticos se hacen proclives a desembolsos sociales excesivos, una patología político-fiscal análoga a lo que los economistas llaman “fracaso del mercado”.

Resulta que los procesos electorales hacen más políticamente gratificante legislar políticas que canalizan grandes beneficios a pequeños grupos de intereses que promulgar políticas que confieren beneficios menores a grandes grupos políticamente amorfos. Así, el apoyo público se crea no a través de un excepcional servicio público, sino a través del patrocinio clientelista.

En este contexto, la calidad de un Estado se mide a menudo por el monto de “gastos sociales” que incurra. Se presume que mientras más gaste el Estado en subsidios sociales y clientelismo más compasivo sea.

El razonamiento es que tareas sociales deben ser asignadas al gobierno para corregir la ineficacia del mercado. Sin embargo, el análisis de políticas públicas muestra que los programas del gobierno son siempre más propensos a la incompetencia que los mercados. El suministro de “bienes públicos” por el gobierno no es inmune a consideraciones de cantidad y calidad. Así, la provisión pública de bienes y servicios es tan susceptible a los fracasos como los mercados privados. Este fracaso se ilustro espectacularmente con la inauguración del sitio digital de la Ley de Cuidados Médicos Asequibles (Affordable Care Act).

Además, cuando un grupo de intereses especiales tiene éxito patrocinando un bien público a través del Estado, es el  Estado quien carga con los costos financieros. Es decir, los grupos de intereses especiales que hacen campaña por bienes públicos dotados por el Estado no cargan con los costos de esos bienes. Los costos, a través de impuestos y otros mecanismos coercitivos, pasan a la sociedad en general.

Esta  propuesta de los bienes sociales se aferra a que mientras más gaste el Estado en subsidios sociales más compasivo será. Es  una lógica de perversa acrobacia expositiva que invierte las premisas a mitad del pronunciamiento.

El buen gobierno debe promover sistemas socioeconómicos donde la mayoría de los ciudadanos sean capaces de satisfacer adecuadamente sus propias necesidades, de manera que enormes gastos sociales sean innecesarios. En consecuencia, la calidad de un Estado debe medirse en proporción inversa a los desembolsos sociales que se requieran para asistir a la ciudadanía.

Los gastos sociales dependen de las contribuciones de otros sectores de la sociedad, vía impuestos y otros mecanismos. Al final, riqueza no es creada, sino redistribuida. Margaret Thatcher lo definió sucintamente: “El problema con el socialismo es que eventualmente se agota el dinero de los demás”. Y el irlandés Bono, estrella de rock, cantante principal del grupo U2 y extraordinario defensor del buen gobierno en África, reconoció: “La ayuda es un parche temporal. El capitalismo saca más personas de la pobreza que la ayuda”.

Buen gobierno es lo que mejorará las vidas de los ciudadanos. El Índice Mo Ibrahim es un ejemplo de una manera más comprensiva de evaluar la calidad del gobierno. Para proteger nuestra forma de vida democrática y nuestra búsqueda de la felicidad necesitamos analizar más responsablemente la gestión de nuestros líderes.

Alternativamente, podríamos emular al Presidente de Venezuela Nicolás Maduro, quien, para enfrentar la agudísima crisis fiscal del país, dictaminó la creación de una nueva institución gubernamental, encabezada por un Viceministro de la Suprema Felicidad Social.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo