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El cinismo nos domina

Redacción República
19 de agosto, 2017

Guatemala es un país de complejidades, en donde vivimos permanentemente en estado de precariedad. Carecemos de los servicios más básicos y eso provoca que en cualquier sentido nuestro proyecto de vida parezca frustrado. El ingenio de algunas personas ha permitido que aún en tremenda condición, puedan vivir dignamente; pero esto, como el resto de cosas que suceden en la vida, es un beneficio limitado para un grupo. El resto de la población aún depende de los servicios públicos para conservar su vida (literalmente) y tal es el caso de los millones de personas que hacen uso de los servicios de salud pública.

Me desconcierta la indiferencia con la que estamos aprendiendo a vivir. Recuerdo que cuando era pequeña, sentía una avalancha de emociones cuando una ambulancia encendía su sirena y comenzaba a abrirse un camino entre los carros. Me encantaba notar que aunque dos minutos atrás los conductores se peleaban por ser quien pasara primero, ahora estaban detenidos o moviéndose a un lado, privilegiando el paso a una ambulancia que albergaba en su interior a una persona que necesitaba ser atendida.

Ahora las cosas han cambiado un poco, o tal vez ya no tengo la inocencia de antes y entonces puedo notar cómo los conductores revisan a través de sus retrovisores mientras la ambulancia grita a través de sus sirenas, como queriendo comprobar si quién va dentro vale la pena. Y nos movemos ¡claro que lo hacemos! Pero ya no me parece que lo hagamos con la misma espontaneidad de antes. Y para colmo de males, ésta semana fue un hospital publico, el lugar al se acude para encontrar respuestas, soluciones y bienestar, el que se convirtió en un centro de ataques más en donde “mantener la calma” es lo que menos se puede lograr. Nuestra humanidad está en decadencia. Estamos rebasando los límites de la cordura y nuestra sociedad ya se atreve irrumpir en las situaciones que ya están mal, para empeorarlas.

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Muchas teorías han surgido con respecto al ataque armado que tomó lugar esta semana en el hospital Roosevelt. Hay quienes piensan que fue un ataque premeditado, como diseñado cuál caja china para evadir la atención mediática a las audiencias que se estaban realizando. A otros les parece que fue una buena oportunidad para generar opinión sobre la pena de muerte. Se vale también creer que el acto demuestra la ineficiencia del gobierno en turno. Y como repito, hay muchas teorías más. Lo cierto es que no importa cuál de ellas sea verdadera. A mi no me termina de caber en la cabeza cómo nos hemos convertido en personas tan sangrientas, tan despegadas del valor de la humanidad y tan frías. Nuestra práctica del cinismo nos ha superado y hoy ya no parecemos capaces de detenernos ante el sufrimiento de otros. Qué pusilánime manera de vivir, como todas las otra veces nuestros gobernantes y mayores grupos de poder prefieren el sacrificio del propio pueblo a cambio de su bienestar.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

El cinismo nos domina

Redacción República
19 de agosto, 2017

Guatemala es un país de complejidades, en donde vivimos permanentemente en estado de precariedad. Carecemos de los servicios más básicos y eso provoca que en cualquier sentido nuestro proyecto de vida parezca frustrado. El ingenio de algunas personas ha permitido que aún en tremenda condición, puedan vivir dignamente; pero esto, como el resto de cosas que suceden en la vida, es un beneficio limitado para un grupo. El resto de la población aún depende de los servicios públicos para conservar su vida (literalmente) y tal es el caso de los millones de personas que hacen uso de los servicios de salud pública.

Me desconcierta la indiferencia con la que estamos aprendiendo a vivir. Recuerdo que cuando era pequeña, sentía una avalancha de emociones cuando una ambulancia encendía su sirena y comenzaba a abrirse un camino entre los carros. Me encantaba notar que aunque dos minutos atrás los conductores se peleaban por ser quien pasara primero, ahora estaban detenidos o moviéndose a un lado, privilegiando el paso a una ambulancia que albergaba en su interior a una persona que necesitaba ser atendida.

Ahora las cosas han cambiado un poco, o tal vez ya no tengo la inocencia de antes y entonces puedo notar cómo los conductores revisan a través de sus retrovisores mientras la ambulancia grita a través de sus sirenas, como queriendo comprobar si quién va dentro vale la pena. Y nos movemos ¡claro que lo hacemos! Pero ya no me parece que lo hagamos con la misma espontaneidad de antes. Y para colmo de males, ésta semana fue un hospital publico, el lugar al se acude para encontrar respuestas, soluciones y bienestar, el que se convirtió en un centro de ataques más en donde “mantener la calma” es lo que menos se puede lograr. Nuestra humanidad está en decadencia. Estamos rebasando los límites de la cordura y nuestra sociedad ya se atreve irrumpir en las situaciones que ya están mal, para empeorarlas.

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Muchas teorías han surgido con respecto al ataque armado que tomó lugar esta semana en el hospital Roosevelt. Hay quienes piensan que fue un ataque premeditado, como diseñado cuál caja china para evadir la atención mediática a las audiencias que se estaban realizando. A otros les parece que fue una buena oportunidad para generar opinión sobre la pena de muerte. Se vale también creer que el acto demuestra la ineficiencia del gobierno en turno. Y como repito, hay muchas teorías más. Lo cierto es que no importa cuál de ellas sea verdadera. A mi no me termina de caber en la cabeza cómo nos hemos convertido en personas tan sangrientas, tan despegadas del valor de la humanidad y tan frías. Nuestra práctica del cinismo nos ha superado y hoy ya no parecemos capaces de detenernos ante el sufrimiento de otros. Qué pusilánime manera de vivir, como todas las otra veces nuestros gobernantes y mayores grupos de poder prefieren el sacrificio del propio pueblo a cambio de su bienestar.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo