San Francisco fue sitiada y, a partir de ahí, Estados Unidos fue cayendo poco a poco hasta no ser más que lo que era en sus orígenes: una tierra de todos de la que nadie es dueño. Esto no aparece en los libros de historia, pero se proyectó en cientos de salas IMAX alrededor del mundo. El Planeta de los Simios nació, evolucionó y entró en guerra.
Para que EE.UU. (supongo que también el resto del mundo, pero como buena producción de Hollywood, poco se ve más allá de las barras y las estrellas) fuera “de todos” tuvo que ocurrir un conflicto, y cuando las Rocosas de occidente y las planicies del centro se vaciaron, los hombres intentaron recuperarlas a través de otro conflicto.
La tercera entrega de la saga la vi un fin de semana; uno bastante extraño, porque el luto aún inundaba las redes sociales. El jueves previo, 14 flores de Las Ramblas perdieron todos sus pétalos por el acto inhumano de un terrorista. Una batalla que podría no ser la de apertura (Rise) sino la de cierre (War).
La guerra de Siria (junto a otros problemas de zonas subdesarrolladas) fue ese conflicto que abrió Europa al mundo; de repente (muy al pesar de grupos de ultra derecha) “era de todos”.
Gente en el Califato se dispuso a recuperar ese orden en el que dominaban buena parte del mundo a base de fuerza bélica y la imposición de una religión. Para lograrlo, decidieron comenzar otro conflicto, ese que llamamos terrorismo, o yihadismo, o idiotez humana.
Jamás me atrevería a asignarle el rol de los simios del filme de Matt Reeves a una u otra cara de una de las historias más tristes de la humanidad, precisamente por esa última palabra, porque este es un planeta de humanos.
En realidad, en la película también lo era, y si pasó a ser un planeta de simios fue por una única razón: los humanos se atacaron y aniquilaron entre ellos.
Tan solo espero que la productora “Estudios Realidad” haya decidido recortar el presupuesto y no permitir el rodaje del último capítulo de la serie que a veces se llama Siria, a veces Nueva York, o Iraq, o Madrid, otras Londres, París, Niza o Berlín; recientemente, Barcelona.
República es ajena a la opinión expresada en este artículo
San Francisco fue sitiada y, a partir de ahí, Estados Unidos fue cayendo poco a poco hasta no ser más que lo que era en sus orígenes: una tierra de todos de la que nadie es dueño. Esto no aparece en los libros de historia, pero se proyectó en cientos de salas IMAX alrededor del mundo. El Planeta de los Simios nació, evolucionó y entró en guerra.
Para que EE.UU. (supongo que también el resto del mundo, pero como buena producción de Hollywood, poco se ve más allá de las barras y las estrellas) fuera “de todos” tuvo que ocurrir un conflicto, y cuando las Rocosas de occidente y las planicies del centro se vaciaron, los hombres intentaron recuperarlas a través de otro conflicto.
La tercera entrega de la saga la vi un fin de semana; uno bastante extraño, porque el luto aún inundaba las redes sociales. El jueves previo, 14 flores de Las Ramblas perdieron todos sus pétalos por el acto inhumano de un terrorista. Una batalla que podría no ser la de apertura (Rise) sino la de cierre (War).
La guerra de Siria (junto a otros problemas de zonas subdesarrolladas) fue ese conflicto que abrió Europa al mundo; de repente (muy al pesar de grupos de ultra derecha) “era de todos”.
Gente en el Califato se dispuso a recuperar ese orden en el que dominaban buena parte del mundo a base de fuerza bélica y la imposición de una religión. Para lograrlo, decidieron comenzar otro conflicto, ese que llamamos terrorismo, o yihadismo, o idiotez humana.
Jamás me atrevería a asignarle el rol de los simios del filme de Matt Reeves a una u otra cara de una de las historias más tristes de la humanidad, precisamente por esa última palabra, porque este es un planeta de humanos.
En realidad, en la película también lo era, y si pasó a ser un planeta de simios fue por una única razón: los humanos se atacaron y aniquilaron entre ellos.
Tan solo espero que la productora “Estudios Realidad” haya decidido recortar el presupuesto y no permitir el rodaje del último capítulo de la serie que a veces se llama Siria, a veces Nueva York, o Iraq, o Madrid, otras Londres, París, Niza o Berlín; recientemente, Barcelona.
República es ajena a la opinión expresada en este artículo