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Descubriendo la literatura guatemalteca (1)

Gabriel Arana Fuentes
27 de agosto, 2017

Fredy Portillo es columnista de literatura, y República lo publicará los domingos.

Técnica y originalidad. La historia de la narrativa guatemalteca durante la primera mitad del Siglo XX puede reconocerse fácilmente a partir de su clasificación en las Generaciones de 1910, 1920, 1930 y 1940, de acuerdo a la consideración de Francisco Albizures Palma (Grandes momentos de la literatura guatemalteca, 1983). Cada una de estas, con rasgos muy distintos entre sí, pero con una característica común en todas ellas: calidad en la forma de la escritura, pero falta de originalidad en los contenidos e imitación de movimientos tardíos y superados en otros ámbitos continentales.

Y es que desde los primeros años de la independencia política, la narrativa guatemalteca siguió buscando modelos en las corrientes externas que llegaban con retraso desde ultramar, aunque los hechos y los ámbitos narrados fuesen domésticos.

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Es por ello que aunque existen referentes de la narrativa guatemalteca que merecen el reconocimiento del dominio de la escritura, solamente unos pocos contaron con una técnica original para alcanzar una trascendencia con relación a su propio entorno lingüístico y discursivo.

Durante la primera y segunda década del Siglo XX, en Europa y Estados Unidos el realismo y el naturalismo maduraron hacia varias dimensiones, que de una u otra forma reflejaron la crudeza y la desolación que producían los conflictos bélicos, principalmente la guerra civil española, la revolución rusa y la primera guerra mundial. Mientras que en distintos países de Latinoamérica se registraban luchas civiles y fuertes batallas por el poder. En tanto que en Guatemala la falta de originalidad se gestaba en medio de un gobierno dictatorial que bajo una fuerte represión obstaculizaba el desarrollo de las letras.

Es por ello que mientras en México se luchaba por la revolución y nacían novelas realistas y naturalistas como Los de Abajo de 1916 de Mariano Azuela; en Guatemala aún se publicaban novelas preciosistas como Una Vida y Manuel Aldano de 1914 de Rafael Arévalo Martínez o Farándula Sentimental de 1915 de Adolfo Drago Braco (Menton, 2008), las cuales aún denotaban la admiración por la moda impuesta por Rubén Darío, 50 años atrás.

En los años 20, se desarrolló en Sudamérica el Criollismo como una continuidad del naturalismo, en la cual escritores como el colombiano José Eustasio Rivera autor de la célebre La vorágine (1924); y Rómulo Gallegos, nacido en Venezuela, quien publicó Doña Bárbara en 1929, abordaron al individuo desde su relación con la naturaleza, en una lucha contra la crueldad y rudeza del trópico que devuelve al hombre a su origen. Confrontó al ser humano contra sus propios temores y debilidades, en medio de la selva en donde se encuentra al margen de su lado civilizado y se reencuentra con su elemento primitivo.

El ámbito de las acciones, por lo tanto, es la finca, la ranchería, la hacienda; regiones dominadas por hombres o mujeres de carácter duro, hechos en el campo. La influencia de estos autores tuvo resonancia en todas las regiones del continente. Aunque en algunos países como Ecuador y Brasil, tomaría cauces ideológicos y políticos, de protesta y hasta indigenistas, en Guatemala, principalmente de la mano de Flavio Herrera, caminaría por un rumbo diferente. (Continuará)

Descubriendo la literatura guatemalteca (1)

Gabriel Arana Fuentes
27 de agosto, 2017

Fredy Portillo es columnista de literatura, y República lo publicará los domingos.

Técnica y originalidad. La historia de la narrativa guatemalteca durante la primera mitad del Siglo XX puede reconocerse fácilmente a partir de su clasificación en las Generaciones de 1910, 1920, 1930 y 1940, de acuerdo a la consideración de Francisco Albizures Palma (Grandes momentos de la literatura guatemalteca, 1983). Cada una de estas, con rasgos muy distintos entre sí, pero con una característica común en todas ellas: calidad en la forma de la escritura, pero falta de originalidad en los contenidos e imitación de movimientos tardíos y superados en otros ámbitos continentales.

Y es que desde los primeros años de la independencia política, la narrativa guatemalteca siguió buscando modelos en las corrientes externas que llegaban con retraso desde ultramar, aunque los hechos y los ámbitos narrados fuesen domésticos.

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Es por ello que aunque existen referentes de la narrativa guatemalteca que merecen el reconocimiento del dominio de la escritura, solamente unos pocos contaron con una técnica original para alcanzar una trascendencia con relación a su propio entorno lingüístico y discursivo.

Durante la primera y segunda década del Siglo XX, en Europa y Estados Unidos el realismo y el naturalismo maduraron hacia varias dimensiones, que de una u otra forma reflejaron la crudeza y la desolación que producían los conflictos bélicos, principalmente la guerra civil española, la revolución rusa y la primera guerra mundial. Mientras que en distintos países de Latinoamérica se registraban luchas civiles y fuertes batallas por el poder. En tanto que en Guatemala la falta de originalidad se gestaba en medio de un gobierno dictatorial que bajo una fuerte represión obstaculizaba el desarrollo de las letras.

Es por ello que mientras en México se luchaba por la revolución y nacían novelas realistas y naturalistas como Los de Abajo de 1916 de Mariano Azuela; en Guatemala aún se publicaban novelas preciosistas como Una Vida y Manuel Aldano de 1914 de Rafael Arévalo Martínez o Farándula Sentimental de 1915 de Adolfo Drago Braco (Menton, 2008), las cuales aún denotaban la admiración por la moda impuesta por Rubén Darío, 50 años atrás.

En los años 20, se desarrolló en Sudamérica el Criollismo como una continuidad del naturalismo, en la cual escritores como el colombiano José Eustasio Rivera autor de la célebre La vorágine (1924); y Rómulo Gallegos, nacido en Venezuela, quien publicó Doña Bárbara en 1929, abordaron al individuo desde su relación con la naturaleza, en una lucha contra la crueldad y rudeza del trópico que devuelve al hombre a su origen. Confrontó al ser humano contra sus propios temores y debilidades, en medio de la selva en donde se encuentra al margen de su lado civilizado y se reencuentra con su elemento primitivo.

El ámbito de las acciones, por lo tanto, es la finca, la ranchería, la hacienda; regiones dominadas por hombres o mujeres de carácter duro, hechos en el campo. La influencia de estos autores tuvo resonancia en todas las regiones del continente. Aunque en algunos países como Ecuador y Brasil, tomaría cauces ideológicos y políticos, de protesta y hasta indigenistas, en Guatemala, principalmente de la mano de Flavio Herrera, caminaría por un rumbo diferente. (Continuará)