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Descubriendo la literatura guatemalteca (2)

Gabriel Arana Fuentes
03 de septiembre, 2017

Fredy Portillo es columnista de literatura, y República lo publicará los domingos.

Manifestaciones tardías y la renovación. El criollismo llegó a Guatemala de una forma un poco tardía, y sus primeros seguidores fueron Clemente Marroquín Rojas (1897-1978), quien publicó En el corazón de la montaña en 1930; Carlos Wyld Ospina (1891-1956) La tierra de las nabuyacas (1933), y principalmente Flavio Herrera (1895-1968) con El Tigre (1932); La Tempestad (1935); El Poniente de las Sirenas (1937) y Caos (1939). A pesar de ello, hasta muy entrados los años 30, Arévalo Martínez y Máximo Soto Hall, aún escribieron novelas de corte preciosista.

Flavio Herrera es uno de los autores más prodigiosos del criollismo guatemalteco y por lo tanto uno de los más celebrados y estudiados dentro de la comunidad académica del país. Su obra tiene calidad narrativa y un discurso poético bien logrado, aunque su obra no es tan estudiada y reconocida a nivel continental dado que fue escrita durante la década de los 30, es decir, diez años después de que en Sudamérica el criollismo alcanzara su mayor auge, y en un momento en que esas naciones buscaban nuevas perspectivas artísticas y narrativas.

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El criollismo de Herrera tiene la particularidad de no ponerse al servicio de las ideas indigenistas y de protesta social como ocurrió en otros países. Por el contrario, aborda la realidad desde la perspectiva del hombre blanco, descendiente directo del europeo, y deja de lado al mestizo y más aún al indígena. Este elemento es también común en la novela guatemalteca desde sus inicios con José Milla, y perdurará hasta el criollismo bastante tardío de Virigilio Rodríguez Macal, ya en los años 50.

Sin embargo, en la década de los 40, se producen las principales publicaciones de dos autores guatemaltecos que por superaron esa tendencia y presentaron nuevas posibilidades narrativas que trascendieron en la tradición de la literatura nacional iniciando un ciclo de originalidad y universalidad nunca visto en el ámbito local.

Dado que la naturaleza y la ruralidad guatemalteca son parte esencial en la obra de Miguel Ángel Asturias y Mario Monteforte Toledo, usualmente se ha caído en el error de considerarlos al menos en parte, como seguidores de la tradición criollista dejada por Herrera. En realidad, representan una transición en las letras guatemaltecas hacia una narrativa compuesta por varios elementos diferenciadores tanto en la técnica como en el manejo de los ambientes y los personajes que alcanzan las tendencias vanguardistas bajo lo nacional en todas sus perspectivas.

En 1944, Miguel Ángel Asturias publica El Señor Presidente y cuatro años más tarde, Mario Monteforte Toledo, Entre la Piedra y la Cruz, las dos novelas guatemaltecas más importantes de la primera mitad del siglo XX; y tal vez de la narrativa nacional, dado el momento de transición que representaron en la coyuntura histórica en la que fueron creadas.

Estos dos autores nacieron con 15 años de diferencia (Asturias 1898 y Monteforte 1911), pero ambos fueron testigos del desarrollo de la literatura guatemalteca y europea, de la primera mitad del siglo XX y son herederos directos del Criollismo; sin embargo, cada uno desarrolló con su propio estilo, elementos diferenciadores de aquél. (continuará)

Descubriendo la literatura guatemalteca (2)

Gabriel Arana Fuentes
03 de septiembre, 2017

Fredy Portillo es columnista de literatura, y República lo publicará los domingos.

Manifestaciones tardías y la renovación. El criollismo llegó a Guatemala de una forma un poco tardía, y sus primeros seguidores fueron Clemente Marroquín Rojas (1897-1978), quien publicó En el corazón de la montaña en 1930; Carlos Wyld Ospina (1891-1956) La tierra de las nabuyacas (1933), y principalmente Flavio Herrera (1895-1968) con El Tigre (1932); La Tempestad (1935); El Poniente de las Sirenas (1937) y Caos (1939). A pesar de ello, hasta muy entrados los años 30, Arévalo Martínez y Máximo Soto Hall, aún escribieron novelas de corte preciosista.

Flavio Herrera es uno de los autores más prodigiosos del criollismo guatemalteco y por lo tanto uno de los más celebrados y estudiados dentro de la comunidad académica del país. Su obra tiene calidad narrativa y un discurso poético bien logrado, aunque su obra no es tan estudiada y reconocida a nivel continental dado que fue escrita durante la década de los 30, es decir, diez años después de que en Sudamérica el criollismo alcanzara su mayor auge, y en un momento en que esas naciones buscaban nuevas perspectivas artísticas y narrativas.

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El criollismo de Herrera tiene la particularidad de no ponerse al servicio de las ideas indigenistas y de protesta social como ocurrió en otros países. Por el contrario, aborda la realidad desde la perspectiva del hombre blanco, descendiente directo del europeo, y deja de lado al mestizo y más aún al indígena. Este elemento es también común en la novela guatemalteca desde sus inicios con José Milla, y perdurará hasta el criollismo bastante tardío de Virigilio Rodríguez Macal, ya en los años 50.

Sin embargo, en la década de los 40, se producen las principales publicaciones de dos autores guatemaltecos que por superaron esa tendencia y presentaron nuevas posibilidades narrativas que trascendieron en la tradición de la literatura nacional iniciando un ciclo de originalidad y universalidad nunca visto en el ámbito local.

Dado que la naturaleza y la ruralidad guatemalteca son parte esencial en la obra de Miguel Ángel Asturias y Mario Monteforte Toledo, usualmente se ha caído en el error de considerarlos al menos en parte, como seguidores de la tradición criollista dejada por Herrera. En realidad, representan una transición en las letras guatemaltecas hacia una narrativa compuesta por varios elementos diferenciadores tanto en la técnica como en el manejo de los ambientes y los personajes que alcanzan las tendencias vanguardistas bajo lo nacional en todas sus perspectivas.

En 1944, Miguel Ángel Asturias publica El Señor Presidente y cuatro años más tarde, Mario Monteforte Toledo, Entre la Piedra y la Cruz, las dos novelas guatemaltecas más importantes de la primera mitad del siglo XX; y tal vez de la narrativa nacional, dado el momento de transición que representaron en la coyuntura histórica en la que fueron creadas.

Estos dos autores nacieron con 15 años de diferencia (Asturias 1898 y Monteforte 1911), pero ambos fueron testigos del desarrollo de la literatura guatemalteca y europea, de la primera mitad del siglo XX y son herederos directos del Criollismo; sin embargo, cada uno desarrolló con su propio estilo, elementos diferenciadores de aquél. (continuará)