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Correr para morir antes

Carmen Camey
20 de septiembre, 2017

-Corre, espabila -chilló la anciana.
Él, un anciano de bastón y boina, mirando a los lados para hacerse el despistado dijo:
-¿Hacia dónde, mujer?

Sonreía con malicia, como quién ha aprendido a disfrutar con los defectos del otro tras años de convivencia y, ahora, son su más fiel compañero. Parecía la choya en persona, pero sus razones tendría. No obtuvo respuesta. La abuela se limitó a bufar enfadada y a aumentar la violencia de sus gestos de prisa. A algún lado irían, la señora no querría hacer esperar a otra abuela, estarían a punto de cerrar el súper o quizá estaría esperando un nieto impaciente en la calle. En cualquier caso, no había tiempo para tomárselo con calma.

Apresurarse es una palabra odiosa, se suda solo con pronunciarla. ¿Quién dice que llegar a cierta hora es llegar tarde? No se llega tarde ni temprano, se llega a la hora que se llega. Cinco minutos no hacen la diferencia la mayor parte de las veces, y, aunque a algunos les parezca escandaloso, a veces podemos darnos el lujo de perderlos. Pero perderlos de verdad. Parar el ritmo y experimentar la pausa. Correr por correr no trae nunca nada bueno y, sin embargo, no parece que tengamos otra elección.

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Llevamos un horario apretado, con cada minuto contabilizado y sin tiempo para imprevistos, fines de semana incluidos. Con prisa pero sin causa. Es la tiranía de economizar el tiempo: ahorrar segundos, negociar esperas y canjear citas, pero cuando tengamos ahorrados un buen montón de horas, ¿en qué las gastaremos? Nos movemos como los créditos bancarios que se anuncian en Internet: más rápido, sin esperas y sin razones. Aprovechar cada minuto, para en el momento de la muerte, darse cuenta de que no se ha hecho nada en la vida.

Hoy he hecho la prueba. En medio del trajín del día, entre hacer la comida, el trabajo y responder mails mientras me lavaba los dientes, me he detenido. Respiré hondo y me miré las uñas. Descubrí que las tengo de una forma muy extraña. Pensé. Escuché el silencio y después volví a la carga, a las prisas y las carreras. Me di cuenta de que, en realidad, perder el tiempo era muy provechoso. No me refiero a perder el tiempo viendo horas interminables de gatitos en Youtube, sino perder el tiempo de verdad. En silencio y con uno mismo. Así, perderemos el tiempo para ganarlo en vida.
República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Correr para morir antes

Carmen Camey
20 de septiembre, 2017

-Corre, espabila -chilló la anciana.
Él, un anciano de bastón y boina, mirando a los lados para hacerse el despistado dijo:
-¿Hacia dónde, mujer?

Sonreía con malicia, como quién ha aprendido a disfrutar con los defectos del otro tras años de convivencia y, ahora, son su más fiel compañero. Parecía la choya en persona, pero sus razones tendría. No obtuvo respuesta. La abuela se limitó a bufar enfadada y a aumentar la violencia de sus gestos de prisa. A algún lado irían, la señora no querría hacer esperar a otra abuela, estarían a punto de cerrar el súper o quizá estaría esperando un nieto impaciente en la calle. En cualquier caso, no había tiempo para tomárselo con calma.

Apresurarse es una palabra odiosa, se suda solo con pronunciarla. ¿Quién dice que llegar a cierta hora es llegar tarde? No se llega tarde ni temprano, se llega a la hora que se llega. Cinco minutos no hacen la diferencia la mayor parte de las veces, y, aunque a algunos les parezca escandaloso, a veces podemos darnos el lujo de perderlos. Pero perderlos de verdad. Parar el ritmo y experimentar la pausa. Correr por correr no trae nunca nada bueno y, sin embargo, no parece que tengamos otra elección.

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Hoy he hecho la prueba. En medio del trajín del día, entre hacer la comida, el trabajo y responder mails mientras me lavaba los dientes, me he detenido. Respiré hondo y me miré las uñas. Descubrí que las tengo de una forma muy extraña. Pensé. Escuché el silencio y después volví a la carga, a las prisas y las carreras. Me di cuenta de que, en realidad, perder el tiempo era muy provechoso. No me refiero a perder el tiempo viendo horas interminables de gatitos en Youtube, sino perder el tiempo de verdad. En silencio y con uno mismo. Así, perderemos el tiempo para ganarlo en vida.
República es ajena a la opinión expresada en este artículo