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¿Del por qué no te sientes representado en el Parlamento?

Redacción
20 de septiembre, 2017

Rara vez escribo sobre coyunturas sino es porque encuentro algo que verdaderamente valga la pena comentar. Este es el caso.

El más reciente sismo político ha despertado mucha discusión entorno a lo que los diputados guatemaltecos intentaron aprobar, pero realmente poca, muy poca, sobre el sistema de organización del Parlamento (no “congreso” ni “organismo legislativo”). Al respecto y más allá, de tal o cual reforma, cabe hacernos algunas preguntas de fondo: ¿por qué no me siento representado en el Parlamento? ¿es acaso el voto por listados parte del problema? ¿por qué los partidos políticos parecen no representarnos?

En el afán de profundizar en esta curiosidad intelectual, me di a la tarea de leer el ensayo En  de la representación política”, de Giovanni Sartori, un italiano investigador de la ciencia política y profesor emérito de la Universidad de Columbia. De liberal muy poco, por cierto, pero acertado en temas de democracia liberal, paradojas que le dicen. Veamos.

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Sartori objeta en dicho ensayo la idea popular del reemplazo del voto por listados (indirecto o representativo), por el voto uninominal (directo). Sostiene él que los directistas, o quienes promueven esta solución, asumen que la Teoría del mandato prevalece en el sistema de representación política (derecho público), como lo hace en la representación jurídica (derecho privado). En esta última, tú delegas en un representante (legal) la instrucción o mandato de ejercer un dominio, un derecho. No obstante, en la representación política desaparecen dos elementos clave de su equivalente jurídico: las instrucciones vinculantes y la revocabilidad inmediata.

Basado sobre el brillante “Discurso a los electores de Bristol” de Edmund Burke (1774), Sartori alega que la Teoría del mandato quedó desacreditada desde aquel tiempo para la representación política y que, en tal sentido, ni la tradición inglesa ni la francesa “hacia el sistema de gobierno representativo se construyeron sobre la premisa de que los representantes no eran y no debían ser delegados vinculados por instrucciones imperativas. ¿Por qué? La respuesta directa es que el Estado representativo no puede construirse ni ciertamente operar sobre la base de la teoría medieval de la representación: es decir, concibiendo la representación en términos de ‘mandato’ de derecho privado”. Según mi entender, los diputados no actúan ni hablan en respuesta a un mandato vinculante, como quisiesen quienes proponen eliminar la elección por listados, sino hablan y actúan en representación de un colectivo de ciudadanos, incluyéndose. En palabras de Sartori: “representan al pueblo, pero deben también gobernar sobre el pueblo”.

La elección directa o uninominal reaviva el mandato, sometiéndose los diputados o representantes cada vez más a las exigencias de sus electores, más afectadas estas por intereses localistas. En tal virtud, apunta nuestro elegido hoy para aprender, “la prohibición del mandato es una condición necesaria y ciertamente inherente a la democracia representativa”.

Más aún parece interesante, a la luz de los últimos acontecimientos, discurrir sobre otros cambios que sí es meritorio hacer para una mejor representación de los ciudadanos en el Parlamento. Pero antes convienen dos acotaciones importantes: 1) la representación, en cuanto concepto, implica dos características importantes, a) una sustitución en la que una persona habla y actúa en nombre de otra; b) bajo la condición de hacerlo en interés del representado. La segunda (2) consiste en develar el origen del parlamento como poder de Estado: remontándose éste a la época medieval, en la cual el Rey, con el fin de recaudar dinero para sus ejércitos, invocaba la ayuda de los organismos de los “estamentos” (estratos de la sociedad) y en Parlamento aprobaban así el cobro de impuestos. Lentamente, estos últimos identificaron que podían negociar la concesión de estos a cambio de concesiones políticas; fue finalmente en Inglaterra que se consagró el principio del “Rey en Parlamento”, ante lo cual finalmente derivara, por un lado, las prerrogativas del poder ejecutivo, por el otro, las de un emergente Parlamento, mal llamado hoy en día poder legislativo. Al respecto del nombre, enseña Burke, el Parlamento es “la asamblea deliberante de una nación con un interés, el del conjunto, que no ha de guiarse por intereses o prejuicios locales sino por el bien común resultante de la razón general del conjunto” y en tal sentido, llamarle poder legislativo genera una noción incompleta y hasta errada, pues nos conduce a pensarlo como una entidad que debe permanecer haciendo leyes, cuando eventualmente debiese hacer todo lo contrario: deslegislar.

¿Qué es lo que falla [entonces] en la representación actual? se pregunta Sartori. Dos factores que él hace ver nos alumbran el camino: a) la cifra demográfica y, b) la sobrecarga de materias. Ante lo primero, el elector, el ciudadano percibe alejamiento, impermeabilidad, como sordera, de parte de sus representantes o diputados. A ello no hay otra solución que “acercarse a la gente”. Ante lo segundo, bueno muy claro esta: devolver a los ciudadanos sus atribuciones, poderes y recursos de tal manera que sean ellos los que administren la esfera privada de acción (empresas, iglesias, escuelas, hospitales, ahorros, banca, dinero, etc.). Ello descargaría de materias y centraría a los diputados en los asuntos meramente de interés público (la seguridad, la justicia y la contratación de obras de infraestructura física).

Falla también la calidad de las personas dedicadas a la política, nos enseña el politólogo italiano. ¿Y cómo resolver sendo problema? Pues privatizando los partidos políticos, desestatizándolos. Suprimir de tajo y desde el nombre, lo de “partidos políticos” en las Ley electoral. Ello significa dejar en manos de simpatizantes y adherentes, la organización interna y número de afiliados, la selección de sus candidatos, los procesos de formación, la presentación de sus programas de gobierno y la financiación; este último elemento, requiere disección: actualmente se señala que los partidos políticos son financiados por el crimen organizado y el narcotráfico. ¡Claro…hay que despenalizar la producción, tráfico y consumo de drogas y listo! Hay que rehabilitar moral y jurídicamente el capitalismo para arrebatar el aura de ilegal a tantas actividades productivas y económicas legítimas. Ello terminaría con el problema y permitiría que nosotros, los empresarios, financiemos sin vergüenza ni temor el partido político que mejor represente nuestros intereses.

En otras palabras, debemos poner a los partidos políticos a competir, para que la ley de la oferta y la demanda juzgue, anónimamente y en paz, qué partidos deben estar y permanecer en la palestra política. Ello implica exigir transparencia ideológica, así como permitir sanos mecanismos de democracia representativa como la reelección, ¿por qué no? ¿Acaso tú no vas al restaurant tantas veces como quieras si te sirven bien, con calidad? ¿Si un diputado es bueno por qué no reelegirlo tantas veces sea necesario? El problema, dicen los detractores de este mecanismo de la democracia representativa y liberal, es que ‘algunos allí ya llevan mucho tiempo’ (3-4 períodos), claro, pero el problema no es ese precisamente, el problema es que son incompetentes, corruptos y todos socialistas. Bien dice el profesor Olavo de Carvalho: vivimos en una democracia patológica, donde debemos escoger entre partidos de izquierda dura, izquierda blanda y más izquierda.

Disculpen hoy lo extenso de mi artículo, pero advertí oportuno dar a conocer estas ideas, quizás hoy impopulares y poco factibles de llevarse a la práctica. Y por eso cabe invitarlos a no rehuir de la acción Política y alejarse de la politiquería que hoy en día abunda en Guatemala y América Latina. Aprendan y busquen adherir a los movimientos que, sin vender panaceas, ofrecen sencillamente limitar el gobierno a sus funciones propias, desregular los mercados y garantizar el irrestricto respeto a la propiedad privada.

___________

Jorge David Chapas es guatemalteco, empresario, académico y político liberal clásico. Miembro del Centro de Liberalismo Clásico y vicepresidente por Guatemala ante el Foro Liberal de América Latina.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

¿Del por qué no te sientes representado en el Parlamento?

Redacción
20 de septiembre, 2017

Rara vez escribo sobre coyunturas sino es porque encuentro algo que verdaderamente valga la pena comentar. Este es el caso.

El más reciente sismo político ha despertado mucha discusión entorno a lo que los diputados guatemaltecos intentaron aprobar, pero realmente poca, muy poca, sobre el sistema de organización del Parlamento (no “congreso” ni “organismo legislativo”). Al respecto y más allá, de tal o cual reforma, cabe hacernos algunas preguntas de fondo: ¿por qué no me siento representado en el Parlamento? ¿es acaso el voto por listados parte del problema? ¿por qué los partidos políticos parecen no representarnos?

En el afán de profundizar en esta curiosidad intelectual, me di a la tarea de leer el ensayo En  de la representación política”, de Giovanni Sartori, un italiano investigador de la ciencia política y profesor emérito de la Universidad de Columbia. De liberal muy poco, por cierto, pero acertado en temas de democracia liberal, paradojas que le dicen. Veamos.

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Sartori objeta en dicho ensayo la idea popular del reemplazo del voto por listados (indirecto o representativo), por el voto uninominal (directo). Sostiene él que los directistas, o quienes promueven esta solución, asumen que la Teoría del mandato prevalece en el sistema de representación política (derecho público), como lo hace en la representación jurídica (derecho privado). En esta última, tú delegas en un representante (legal) la instrucción o mandato de ejercer un dominio, un derecho. No obstante, en la representación política desaparecen dos elementos clave de su equivalente jurídico: las instrucciones vinculantes y la revocabilidad inmediata.

Basado sobre el brillante “Discurso a los electores de Bristol” de Edmund Burke (1774), Sartori alega que la Teoría del mandato quedó desacreditada desde aquel tiempo para la representación política y que, en tal sentido, ni la tradición inglesa ni la francesa “hacia el sistema de gobierno representativo se construyeron sobre la premisa de que los representantes no eran y no debían ser delegados vinculados por instrucciones imperativas. ¿Por qué? La respuesta directa es que el Estado representativo no puede construirse ni ciertamente operar sobre la base de la teoría medieval de la representación: es decir, concibiendo la representación en términos de ‘mandato’ de derecho privado”. Según mi entender, los diputados no actúan ni hablan en respuesta a un mandato vinculante, como quisiesen quienes proponen eliminar la elección por listados, sino hablan y actúan en representación de un colectivo de ciudadanos, incluyéndose. En palabras de Sartori: “representan al pueblo, pero deben también gobernar sobre el pueblo”.

La elección directa o uninominal reaviva el mandato, sometiéndose los diputados o representantes cada vez más a las exigencias de sus electores, más afectadas estas por intereses localistas. En tal virtud, apunta nuestro elegido hoy para aprender, “la prohibición del mandato es una condición necesaria y ciertamente inherente a la democracia representativa”.

Más aún parece interesante, a la luz de los últimos acontecimientos, discurrir sobre otros cambios que sí es meritorio hacer para una mejor representación de los ciudadanos en el Parlamento. Pero antes convienen dos acotaciones importantes: 1) la representación, en cuanto concepto, implica dos características importantes, a) una sustitución en la que una persona habla y actúa en nombre de otra; b) bajo la condición de hacerlo en interés del representado. La segunda (2) consiste en develar el origen del parlamento como poder de Estado: remontándose éste a la época medieval, en la cual el Rey, con el fin de recaudar dinero para sus ejércitos, invocaba la ayuda de los organismos de los “estamentos” (estratos de la sociedad) y en Parlamento aprobaban así el cobro de impuestos. Lentamente, estos últimos identificaron que podían negociar la concesión de estos a cambio de concesiones políticas; fue finalmente en Inglaterra que se consagró el principio del “Rey en Parlamento”, ante lo cual finalmente derivara, por un lado, las prerrogativas del poder ejecutivo, por el otro, las de un emergente Parlamento, mal llamado hoy en día poder legislativo. Al respecto del nombre, enseña Burke, el Parlamento es “la asamblea deliberante de una nación con un interés, el del conjunto, que no ha de guiarse por intereses o prejuicios locales sino por el bien común resultante de la razón general del conjunto” y en tal sentido, llamarle poder legislativo genera una noción incompleta y hasta errada, pues nos conduce a pensarlo como una entidad que debe permanecer haciendo leyes, cuando eventualmente debiese hacer todo lo contrario: deslegislar.

¿Qué es lo que falla [entonces] en la representación actual? se pregunta Sartori. Dos factores que él hace ver nos alumbran el camino: a) la cifra demográfica y, b) la sobrecarga de materias. Ante lo primero, el elector, el ciudadano percibe alejamiento, impermeabilidad, como sordera, de parte de sus representantes o diputados. A ello no hay otra solución que “acercarse a la gente”. Ante lo segundo, bueno muy claro esta: devolver a los ciudadanos sus atribuciones, poderes y recursos de tal manera que sean ellos los que administren la esfera privada de acción (empresas, iglesias, escuelas, hospitales, ahorros, banca, dinero, etc.). Ello descargaría de materias y centraría a los diputados en los asuntos meramente de interés público (la seguridad, la justicia y la contratación de obras de infraestructura física).

Falla también la calidad de las personas dedicadas a la política, nos enseña el politólogo italiano. ¿Y cómo resolver sendo problema? Pues privatizando los partidos políticos, desestatizándolos. Suprimir de tajo y desde el nombre, lo de “partidos políticos” en las Ley electoral. Ello significa dejar en manos de simpatizantes y adherentes, la organización interna y número de afiliados, la selección de sus candidatos, los procesos de formación, la presentación de sus programas de gobierno y la financiación; este último elemento, requiere disección: actualmente se señala que los partidos políticos son financiados por el crimen organizado y el narcotráfico. ¡Claro…hay que despenalizar la producción, tráfico y consumo de drogas y listo! Hay que rehabilitar moral y jurídicamente el capitalismo para arrebatar el aura de ilegal a tantas actividades productivas y económicas legítimas. Ello terminaría con el problema y permitiría que nosotros, los empresarios, financiemos sin vergüenza ni temor el partido político que mejor represente nuestros intereses.

En otras palabras, debemos poner a los partidos políticos a competir, para que la ley de la oferta y la demanda juzgue, anónimamente y en paz, qué partidos deben estar y permanecer en la palestra política. Ello implica exigir transparencia ideológica, así como permitir sanos mecanismos de democracia representativa como la reelección, ¿por qué no? ¿Acaso tú no vas al restaurant tantas veces como quieras si te sirven bien, con calidad? ¿Si un diputado es bueno por qué no reelegirlo tantas veces sea necesario? El problema, dicen los detractores de este mecanismo de la democracia representativa y liberal, es que ‘algunos allí ya llevan mucho tiempo’ (3-4 períodos), claro, pero el problema no es ese precisamente, el problema es que son incompetentes, corruptos y todos socialistas. Bien dice el profesor Olavo de Carvalho: vivimos en una democracia patológica, donde debemos escoger entre partidos de izquierda dura, izquierda blanda y más izquierda.

Disculpen hoy lo extenso de mi artículo, pero advertí oportuno dar a conocer estas ideas, quizás hoy impopulares y poco factibles de llevarse a la práctica. Y por eso cabe invitarlos a no rehuir de la acción Política y alejarse de la politiquería que hoy en día abunda en Guatemala y América Latina. Aprendan y busquen adherir a los movimientos que, sin vender panaceas, ofrecen sencillamente limitar el gobierno a sus funciones propias, desregular los mercados y garantizar el irrestricto respeto a la propiedad privada.

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Jorge David Chapas es guatemalteco, empresario, académico y político liberal clásico. Miembro del Centro de Liberalismo Clásico y vicepresidente por Guatemala ante el Foro Liberal de América Latina.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo