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Cautela y espera

Redacción República
24 de septiembre, 2017

En el blog de historias urbanas escribe este ensayo José Vicente Solórzano Aguilar.

“Vos, salgamos a manifestar”, me escribió mi amigo Juan Calel.

Miles de personas vestidas con camisas blancas asistían al parque central por segunda o tercera semana consecutiva para exigir la renuncia del mandatario Álvaro Colom, su esposa Sandra Torres y el secretario de la presidencia Gustavo Alejos, acusados de instigar el asesinato del empresario Rodrigo Rosenberg Marzano.

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“No tengo por qué salir, no es mi muerto”, le respondí.

Al rato me contestó que él no se la iba a pasar encerrado como yo, leyendo libros sin actuar, ya estaba harto de tanta violencia, y saldría a gritar.

(Yo creo que salió a ver a las patojas de la burguesía que pisaban por primera vez el centro de la capital; Juan tiene debilidad por la mujer blanca y de pelo castaño claro).

Más tarde se reveló que Rosenberg armó todo un teatro para suicidarse por tercera mano. En pocas semanas perdió a su madre y a la mujer que amaba; ya no tenía por qué vivir; aceptó que usaran su muerte contra el régimen manejado cual administradora de finca por Torres y filmó un video donde denunció que era víctima de una conspiración; las copias se distribuyeron el día de su entierro. Muchos clamaron “yo soy Rodrigo”; su recompensa fue tremendo palmo de narices.

Hoy temprano –tecleo la primera versión de estos párrafos al mediodía del 15 de septiembre– entró el mensaje que otro amigo, Yósef Sánchez, mandó la noche anterior.

(Nos quedamos sin Internet. Una de dos: o lo bloquearon para evitar que la gente convocara a protestas a través de redes sociales, o el cabrón del vecino reincidió y está robando señal).

No tenía puestos mis lentes; me pareció entender:

“Dice el Calel si vamos al concierto hoy”.

(¿Se refiere al toque de Alux Nahual, Bohemia Suburbana y Viernes Verde en el Parque de la Industria? Yo me acordaba que era a fin de mes).

Tras restregarme los ojos y achinar la vista, vi el mensaje correcto:

“Dice el Calel si salimos a manifestar hoy”.

(Los diputados darían marcha atrás en las reformas al código penal, aprobadas el 13 de septiembre, que aseguraban la reducción de penas a los secretarios generales de partidos políticos que olvidaron declarar las donaciones de campaña; sin darse cuenta, también sacaban de apuros a pandilleros, adictos a la pornografía infantil y demás condenados a diez años de prisión. Habría manifestaciones en las afueras del congreso).

Le escribí a Yósef que prefiero la cautela y la espera.

(Aparte era feriado, no tenía ganas de salir).

Después regresé al discurso que el poeta Francisco Méndez dirigió a los estudiantes de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia en septiembre de 1943. Su opinión acerca de los escritores y artistas agrupados bajo la generación del 30 conserva vigencia. Los autores de la época ((Miguel Marsicovétere y Durán, Benjamín Paniagua Santizo, Gabriel Ángel Castañeda, Augusto Morales Pino, Oscar Mirón Álvarez, Antonio Morales Nadler, Ovidio Rodas Corzo) aliaron las vanguardias europeas –el futurismo según los manifiestos del poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti– con la búsqueda del alma indígena de Guatemala, adoptaron el nombre Los Tepeus, y se dieron:

… a soñar el sueño que embriaga, sin excepciones que valga la pena señalar, a todas las juventudes de todos los tiempos: derribar a puñetazos el mundo, para luego construirse otro nuevo. Y como la mayoría de estas juventudes, ignoraba naturalmente cómo sería ese mundo que aspiraba edificar ni de qué material o de qué dimensión se valdría para levantarlo; únicamente estaba seguro de la necesidad de derrumbarlo. Por fortuna, o por desgracia, vivían en Guatemala, en donde todo tiende por naturaleza a hacerse inconmovible, estático, y en donde ya ni los terremotos, los únicos revolucionarios guatemaltecos de pura cepa de que tengo memoria, se atreven a darle un empellón a nada. No destruyeron ninguna cosa, pero en la única oportunidad que el medio ciego e impermeable les deparó, armaron un escándalo mayúsculo, del cual salieron muchos altos personajes y no pocos muchachos con sendos magullones. (El subrayado es mío)

Me gustaría que las palabras de Méndez quedaran como un reflejo del pasado. Algo nuevo se está gestando en el país. ¿Lo dejarán nacer, o intervendrán para abortarlo? ¿Qué rumbo tendrá antes de que broten los desacuerdos y renazca la desconfianza que rompe la unidad cuando se está a centímetros de llegar a la meta? No es casual la mención a los movimientos de tierra, viento y agua: dos terremotos sacudieron territorio mexicano; dos huracanes devastaron las Antillas; otro orden social se impondrá a causa de esos desastres.

Con esa preocupación tomo mi recién comprado ejemplar de reseñas, conferencias y estudios compilados por el escritor mexicano Sergio Pitol bajo el título El tercer personaje, elijo una nota al azar y me encuentro este párrafo tomado de La segunda casaca, episodio nacional debido a la imaginación del novelista español Benito Pérez Galdós:

Si esto ha de seguir llevando el nombre de nación, es preciso que en ella se vuelva lo de abajo arriba y lo de arriba abajo, que el sentido común ultrajado se vengue, arrastrando y despedazando tanto ídolo ridículo, tanta necedad y barbarie erigidas en instituciones vivas; es preciso que haya una renovación total de la patria, que nada de lo antiguo subsista, y se hunda todo con estrépito, aplastando a los estúpidos que se obstinan en sostener sobre sus hombros una fábrica caduca. Y esto se ha de hacer de repente, con violencia, porque si no se hace así no se hace nunca… Aquí se han de romper a hachazos las puertas de la tiranía para destruirlas, porque si las abrimos con su propia llave, quedará en pie y volverán a cerrarse. (El subrayado es mío)

El tiempo dirá si se repite el freno al movimiento unionista de 1920, el abrupto fin de la década 1944-1954 y el reacomodamiento del sistema político en 1993. Si seguirá campeando el cinismo y la desvergüenza, o si se cumple algo parecido al ideal fijado por el poeta Julio Fausto Aguilera en 1962:

La patria que les digo, la que ansío

–la que será, pues la defino y canto–

por el trabajo es pan, es luz, es gozo:

no conoce al mendigo ni al parásito.

Esta patria es taller, telar, es fábrica,

laboratorio, orfebrería, andamio.

Hogar que se construye y embellece

sin un ocioso ni un privilegiado.

Bibliografía

AGUILERA, Julio Fausto, La patria es una casa, Dirección General de Cultura y Bellas Artes, Guatemala, 1983

CIFUENTES HERRERA, Juan Fernando, Los Tepeus. Generación literaria del 30, Grupo Literario Editorial Rin-78, Guatemala, 1982

PITOL, Sergio, El tercer personaje, Anagrama, Barcelona, 2015

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Redacción República
24 de septiembre, 2017

En el blog de historias urbanas escribe este ensayo José Vicente Solórzano Aguilar.

“Vos, salgamos a manifestar”, me escribió mi amigo Juan Calel.

Miles de personas vestidas con camisas blancas asistían al parque central por segunda o tercera semana consecutiva para exigir la renuncia del mandatario Álvaro Colom, su esposa Sandra Torres y el secretario de la presidencia Gustavo Alejos, acusados de instigar el asesinato del empresario Rodrigo Rosenberg Marzano.

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“No tengo por qué salir, no es mi muerto”, le respondí.

Al rato me contestó que él no se la iba a pasar encerrado como yo, leyendo libros sin actuar, ya estaba harto de tanta violencia, y saldría a gritar.

(Yo creo que salió a ver a las patojas de la burguesía que pisaban por primera vez el centro de la capital; Juan tiene debilidad por la mujer blanca y de pelo castaño claro).

Más tarde se reveló que Rosenberg armó todo un teatro para suicidarse por tercera mano. En pocas semanas perdió a su madre y a la mujer que amaba; ya no tenía por qué vivir; aceptó que usaran su muerte contra el régimen manejado cual administradora de finca por Torres y filmó un video donde denunció que era víctima de una conspiración; las copias se distribuyeron el día de su entierro. Muchos clamaron “yo soy Rodrigo”; su recompensa fue tremendo palmo de narices.

Hoy temprano –tecleo la primera versión de estos párrafos al mediodía del 15 de septiembre– entró el mensaje que otro amigo, Yósef Sánchez, mandó la noche anterior.

(Nos quedamos sin Internet. Una de dos: o lo bloquearon para evitar que la gente convocara a protestas a través de redes sociales, o el cabrón del vecino reincidió y está robando señal).

No tenía puestos mis lentes; me pareció entender:

“Dice el Calel si vamos al concierto hoy”.

(¿Se refiere al toque de Alux Nahual, Bohemia Suburbana y Viernes Verde en el Parque de la Industria? Yo me acordaba que era a fin de mes).

Tras restregarme los ojos y achinar la vista, vi el mensaje correcto:

“Dice el Calel si salimos a manifestar hoy”.

(Los diputados darían marcha atrás en las reformas al código penal, aprobadas el 13 de septiembre, que aseguraban la reducción de penas a los secretarios generales de partidos políticos que olvidaron declarar las donaciones de campaña; sin darse cuenta, también sacaban de apuros a pandilleros, adictos a la pornografía infantil y demás condenados a diez años de prisión. Habría manifestaciones en las afueras del congreso).

Le escribí a Yósef que prefiero la cautela y la espera.

(Aparte era feriado, no tenía ganas de salir).

Después regresé al discurso que el poeta Francisco Méndez dirigió a los estudiantes de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia en septiembre de 1943. Su opinión acerca de los escritores y artistas agrupados bajo la generación del 30 conserva vigencia. Los autores de la época ((Miguel Marsicovétere y Durán, Benjamín Paniagua Santizo, Gabriel Ángel Castañeda, Augusto Morales Pino, Oscar Mirón Álvarez, Antonio Morales Nadler, Ovidio Rodas Corzo) aliaron las vanguardias europeas –el futurismo según los manifiestos del poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti– con la búsqueda del alma indígena de Guatemala, adoptaron el nombre Los Tepeus, y se dieron:

… a soñar el sueño que embriaga, sin excepciones que valga la pena señalar, a todas las juventudes de todos los tiempos: derribar a puñetazos el mundo, para luego construirse otro nuevo. Y como la mayoría de estas juventudes, ignoraba naturalmente cómo sería ese mundo que aspiraba edificar ni de qué material o de qué dimensión se valdría para levantarlo; únicamente estaba seguro de la necesidad de derrumbarlo. Por fortuna, o por desgracia, vivían en Guatemala, en donde todo tiende por naturaleza a hacerse inconmovible, estático, y en donde ya ni los terremotos, los únicos revolucionarios guatemaltecos de pura cepa de que tengo memoria, se atreven a darle un empellón a nada. No destruyeron ninguna cosa, pero en la única oportunidad que el medio ciego e impermeable les deparó, armaron un escándalo mayúsculo, del cual salieron muchos altos personajes y no pocos muchachos con sendos magullones. (El subrayado es mío)

Me gustaría que las palabras de Méndez quedaran como un reflejo del pasado. Algo nuevo se está gestando en el país. ¿Lo dejarán nacer, o intervendrán para abortarlo? ¿Qué rumbo tendrá antes de que broten los desacuerdos y renazca la desconfianza que rompe la unidad cuando se está a centímetros de llegar a la meta? No es casual la mención a los movimientos de tierra, viento y agua: dos terremotos sacudieron territorio mexicano; dos huracanes devastaron las Antillas; otro orden social se impondrá a causa de esos desastres.

Con esa preocupación tomo mi recién comprado ejemplar de reseñas, conferencias y estudios compilados por el escritor mexicano Sergio Pitol bajo el título El tercer personaje, elijo una nota al azar y me encuentro este párrafo tomado de La segunda casaca, episodio nacional debido a la imaginación del novelista español Benito Pérez Galdós:

Si esto ha de seguir llevando el nombre de nación, es preciso que en ella se vuelva lo de abajo arriba y lo de arriba abajo, que el sentido común ultrajado se vengue, arrastrando y despedazando tanto ídolo ridículo, tanta necedad y barbarie erigidas en instituciones vivas; es preciso que haya una renovación total de la patria, que nada de lo antiguo subsista, y se hunda todo con estrépito, aplastando a los estúpidos que se obstinan en sostener sobre sus hombros una fábrica caduca. Y esto se ha de hacer de repente, con violencia, porque si no se hace así no se hace nunca… Aquí se han de romper a hachazos las puertas de la tiranía para destruirlas, porque si las abrimos con su propia llave, quedará en pie y volverán a cerrarse. (El subrayado es mío)

El tiempo dirá si se repite el freno al movimiento unionista de 1920, el abrupto fin de la década 1944-1954 y el reacomodamiento del sistema político en 1993. Si seguirá campeando el cinismo y la desvergüenza, o si se cumple algo parecido al ideal fijado por el poeta Julio Fausto Aguilera en 1962:

La patria que les digo, la que ansío

–la que será, pues la defino y canto–

por el trabajo es pan, es luz, es gozo:

no conoce al mendigo ni al parásito.

Esta patria es taller, telar, es fábrica,

laboratorio, orfebrería, andamio.

Hogar que se construye y embellece

sin un ocioso ni un privilegiado.

Bibliografía

AGUILERA, Julio Fausto, La patria es una casa, Dirección General de Cultura y Bellas Artes, Guatemala, 1983

CIFUENTES HERRERA, Juan Fernando, Los Tepeus. Generación literaria del 30, Grupo Literario Editorial Rin-78, Guatemala, 1982

PITOL, Sergio, El tercer personaje, Anagrama, Barcelona, 2015

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