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Cuentos de Buenas Noches para Niñas Rebeldes

Gabriel Arana Fuentes
01 de octubre, 2017

A todas las niñas rebeldes del mundo queremos decirles: sueñen en grande, aspiren a más, luchen con fuerza y, ante la duda, recuerden esto: lo están haciendo bien.

Ada Lovelace

Había una vez una niña llamada Ada a quien le encantaban las máquinas. También le fascinaba la idea de volar.

Estudió a muchas aves para descifrar el equilibrio exacto entre el tamaño de las alas y el peso del cuerpo. Probó distintos materiales y realizó múltiples diseños. Nunca logró planear como un ave, pero creó un hermoso libro de ilustraciones llamado Flyology (Vuelología), en donde anotó todos sus hallazgos.

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Una noche, Ada asistió a un baile donde conoció a un viejo matemático cascarrabias llamado Charles Babbage. Ada también era una matemática brillante, así que no tardaron en convertirse en buenos amigos. Charles la invitó a ver una máquina que había inventado. Se llamaba máquina diferencial, y podía sumar y restar números de forma automática. Nadie nunca había hecho algo así.

Ada estaba fascinada.

—¿Y si construimos una máquina que haga cálculos más complejos? —le preguntó a Charles. Ambos pusieron manos a la obra. Estaban muy emocionados. La máquina era descomunal y requería un enorme motor de vapor. Pero Ada quería llegar más lejos.

—¿Y si logramos que esta máquina toque música y muestre letras además de números?

Lo que Ada estaba describiendo era una computadora, ¡mucho antes de que se inventaran las computadoras modernas!

De hecho, Ada creó el primer programa computacional de la historia.

Alek Wek

Había una vez una niña llamada Alek que siempre se detenía junto a un árbol de mangos para comerse uno cuando volvía a casa de la escuela.

En el pueblo de Alek no había agua corriente ni electricidad. Debían caminar hasta un pozo para obtener agua potable, pero su familia y ella llevaban una vida simple y alegre.

Por desgracia, un día se desató una guerra terrible y la vida de Alek cambió para siempre. Su familia y ella debieron huir del conflicto en medio de sirenas de advertencia que aullaban en todo el pueblo.

Era temporada de lluvias. El río se había desbordado, los puentes para cruzarlo se habían hundido y Alek no sabía nadar. Le aterraba ahogarse, pero su mamá la ayudó a cruzar el río a salvo. En el camino, la mamá de Alek intercambió sobres de sal por comida y pasaportes, pues no tenían dinero. Con el tiempo, lograron escapar de la guerra y refugiarse en Londres.

Un día, mientras Alek paseaba en el parque, se le acercó un reclutador de

talentos de una afamada agencia de modelos. Quería reclutarla como modelo, pero la mamá de Alek no estaba de acuerdo. Sin embargo, el agente persistió, hasta que por fin la mamá de Alek accedió.

Alek era tan distinta a las otras modelos que de inmediato se convirtió en una sensación.

Alek tiene un mensaje para todas las niñas del mundo:

—Eres hermosa. Está bien ser peculiar. Está bien ser tímida. No necesitas ser igual que los demás.

Alfonsina Strada

Había una vez una niña que conducía su bicicleta tan rápido que apenas alcanzabas a verla pasar.

—¡No vayas tan rápido, Alfonsina! —le gritaban sus padres. Pero era demasiado tarde, porque ya estaba muy lejos para escucharlos.

Cuando Alfonsina se casó, su familia tuvo la esperanza de que por fin renunciaría a la loca idea de convertirse en ciclista profesional. Sin embargo, el día de su boda su esposo le regaló una bicicleta de carreras nuevecita. Después se mudaron a Milán, en donde Alfonsina empezó a entrenar de forma profesional. Era tan rápida y tan fuerte que unos años después participó en el Giro de Italia, una de las carreras de ciclismo más difíciles del mundo. Ninguna otra mujer lo había intentado antes.

«No lo logrará», decía la gente. Pero no había forma de detenerla.

Fue una carrera larga y agotadora, con fases de veintiún días en algunos de los senderos montañosos más empinados del mundo. De los noventa ciclistas que entraron a la competencia, sólo treinta cruzaron la meta.

Y Alfonsina fue una de ellos. La recibieron como una heroína.

Por desgracia, al año siguiente le prohibieron competir.

—El Giro de Italia es una carrera para hombres —declararon los oficiales.

Pero eso tampoco detuvo a Alfonsina. Encontró la forma de concursar y

estableció un récord de velocidad que se mantuvo durante veintiséis años, a pesar de andar en una bicicleta de veinte kilos y una sola velocidad.

A Alfonsina la alegraría saber que las cosas han cambiado mucho desde

entonces. Ahora el ciclismo femenino es muy popular. Incluso es un deporte olímpico.

Alicia Alonso

Había una vez una niña ciega que se convirtió en una gran bailarina.

Su nombre era Alicia.

En su infancia, Alicia sí podía ver, y ya era una bailarina excepcional con una

gran carrera por delante cuando enfermó. Su vista iba empeorando con el tiempo. Se vio obligada a pasar meses en cama sin moverse, pero necesitaba bailar, así que lo hacía de la única forma posible.

—Bailaba en mi cabeza. Sin poder ver, sin poder moverme, quieta en mi cama, me enseñé a mí misma a bailar Giselle.

Un día, la prima ballerina del Ballet de Nueva York se lesionó y llamaron a Alicia para que la reemplazara. Ya había perdido buena parte de la vista, pero ¿cómo iba a decir que no? Además, el ballet que bailaría sería Giselle.

Tan pronto empezó a bailar, el público se enamoró de ella.

Bailaba con mucha gracia y confianza, a pesar de estar casi ciega. A sus compañeros de baile les fue enseñando a esperarla en el lugar preciso, en el momento indicado.

Su estilo era tan único que le pidieron que bailara con su compañía de ballet en todo el mundo. Pero su sueño era llevar el ballet a Cuba, su país natal.

Cuando volvió de sus viajes, comenzó a enseñar ballet clásico a bailarinas cubanas y fundó la Compañía de Ballet Alicia Alonso, la cual después se convirtió en el Ballet Nacional de Cuba.

Fragmento del libro Cuentos de Buenas Noches para Niñas Rebeldes (Planeta), © 2017, Elena Favilli y Francesca Cavallo. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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Cuentos de Buenas Noches para Niñas Rebeldes

Gabriel Arana Fuentes
01 de octubre, 2017

A todas las niñas rebeldes del mundo queremos decirles: sueñen en grande, aspiren a más, luchen con fuerza y, ante la duda, recuerden esto: lo están haciendo bien.

Ada Lovelace

Había una vez una niña llamada Ada a quien le encantaban las máquinas. También le fascinaba la idea de volar.

Estudió a muchas aves para descifrar el equilibrio exacto entre el tamaño de las alas y el peso del cuerpo. Probó distintos materiales y realizó múltiples diseños. Nunca logró planear como un ave, pero creó un hermoso libro de ilustraciones llamado Flyology (Vuelología), en donde anotó todos sus hallazgos.

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Una noche, Ada asistió a un baile donde conoció a un viejo matemático cascarrabias llamado Charles Babbage. Ada también era una matemática brillante, así que no tardaron en convertirse en buenos amigos. Charles la invitó a ver una máquina que había inventado. Se llamaba máquina diferencial, y podía sumar y restar números de forma automática. Nadie nunca había hecho algo así.

Ada estaba fascinada.

—¿Y si construimos una máquina que haga cálculos más complejos? —le preguntó a Charles. Ambos pusieron manos a la obra. Estaban muy emocionados. La máquina era descomunal y requería un enorme motor de vapor. Pero Ada quería llegar más lejos.

—¿Y si logramos que esta máquina toque música y muestre letras además de números?

Lo que Ada estaba describiendo era una computadora, ¡mucho antes de que se inventaran las computadoras modernas!

De hecho, Ada creó el primer programa computacional de la historia.

Alek Wek

Había una vez una niña llamada Alek que siempre se detenía junto a un árbol de mangos para comerse uno cuando volvía a casa de la escuela.

En el pueblo de Alek no había agua corriente ni electricidad. Debían caminar hasta un pozo para obtener agua potable, pero su familia y ella llevaban una vida simple y alegre.

Por desgracia, un día se desató una guerra terrible y la vida de Alek cambió para siempre. Su familia y ella debieron huir del conflicto en medio de sirenas de advertencia que aullaban en todo el pueblo.

Era temporada de lluvias. El río se había desbordado, los puentes para cruzarlo se habían hundido y Alek no sabía nadar. Le aterraba ahogarse, pero su mamá la ayudó a cruzar el río a salvo. En el camino, la mamá de Alek intercambió sobres de sal por comida y pasaportes, pues no tenían dinero. Con el tiempo, lograron escapar de la guerra y refugiarse en Londres.

Un día, mientras Alek paseaba en el parque, se le acercó un reclutador de

talentos de una afamada agencia de modelos. Quería reclutarla como modelo, pero la mamá de Alek no estaba de acuerdo. Sin embargo, el agente persistió, hasta que por fin la mamá de Alek accedió.

Alek era tan distinta a las otras modelos que de inmediato se convirtió en una sensación.

Alek tiene un mensaje para todas las niñas del mundo:

—Eres hermosa. Está bien ser peculiar. Está bien ser tímida. No necesitas ser igual que los demás.

Alfonsina Strada

Había una vez una niña que conducía su bicicleta tan rápido que apenas alcanzabas a verla pasar.

—¡No vayas tan rápido, Alfonsina! —le gritaban sus padres. Pero era demasiado tarde, porque ya estaba muy lejos para escucharlos.

Cuando Alfonsina se casó, su familia tuvo la esperanza de que por fin renunciaría a la loca idea de convertirse en ciclista profesional. Sin embargo, el día de su boda su esposo le regaló una bicicleta de carreras nuevecita. Después se mudaron a Milán, en donde Alfonsina empezó a entrenar de forma profesional. Era tan rápida y tan fuerte que unos años después participó en el Giro de Italia, una de las carreras de ciclismo más difíciles del mundo. Ninguna otra mujer lo había intentado antes.

«No lo logrará», decía la gente. Pero no había forma de detenerla.

Fue una carrera larga y agotadora, con fases de veintiún días en algunos de los senderos montañosos más empinados del mundo. De los noventa ciclistas que entraron a la competencia, sólo treinta cruzaron la meta.

Y Alfonsina fue una de ellos. La recibieron como una heroína.

Por desgracia, al año siguiente le prohibieron competir.

—El Giro de Italia es una carrera para hombres —declararon los oficiales.

Pero eso tampoco detuvo a Alfonsina. Encontró la forma de concursar y

estableció un récord de velocidad que se mantuvo durante veintiséis años, a pesar de andar en una bicicleta de veinte kilos y una sola velocidad.

A Alfonsina la alegraría saber que las cosas han cambiado mucho desde

entonces. Ahora el ciclismo femenino es muy popular. Incluso es un deporte olímpico.

Alicia Alonso

Había una vez una niña ciega que se convirtió en una gran bailarina.

Su nombre era Alicia.

En su infancia, Alicia sí podía ver, y ya era una bailarina excepcional con una

gran carrera por delante cuando enfermó. Su vista iba empeorando con el tiempo. Se vio obligada a pasar meses en cama sin moverse, pero necesitaba bailar, así que lo hacía de la única forma posible.

—Bailaba en mi cabeza. Sin poder ver, sin poder moverme, quieta en mi cama, me enseñé a mí misma a bailar Giselle.

Un día, la prima ballerina del Ballet de Nueva York se lesionó y llamaron a Alicia para que la reemplazara. Ya había perdido buena parte de la vista, pero ¿cómo iba a decir que no? Además, el ballet que bailaría sería Giselle.

Tan pronto empezó a bailar, el público se enamoró de ella.

Bailaba con mucha gracia y confianza, a pesar de estar casi ciega. A sus compañeros de baile les fue enseñando a esperarla en el lugar preciso, en el momento indicado.

Su estilo era tan único que le pidieron que bailara con su compañía de ballet en todo el mundo. Pero su sueño era llevar el ballet a Cuba, su país natal.

Cuando volvió de sus viajes, comenzó a enseñar ballet clásico a bailarinas cubanas y fundó la Compañía de Ballet Alicia Alonso, la cual después se convirtió en el Ballet Nacional de Cuba.

Fragmento del libro Cuentos de Buenas Noches para Niñas Rebeldes (Planeta), © 2017, Elena Favilli y Francesca Cavallo. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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