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¿Qué camino construiremos para alcanzar el desarrollo?

Redacción
08 de octubre, 2017

Lo más memorable del ejercicio periodístico es la posibilidad de ver de frente la realidad, sin intermediarios. Este noble oficio permite vivir en la propia piel una serie de experiencias que, sin duda, marcan para siempre.

En mi caso, esas aventuras me llevaron por montañas, selva y comunidades alejadas de la ciudad. Recuerdo bien cuando, en 2003, y en compañía de un experimentado fotógrafo, Áxel Bonilla, recorrimos la Franja Transversal del Norte a fin de retratar la pobreza del área.

Durante una semana visitamos aldeas de Huehuetenango, Quiché y las verapaces para documentar historias y compartir con los lectores la forma de vida en esa región del país. Durante el viaje conversamos con maestros, sacerdotes, agricultores, empresarios y comunitarios. Todos se quejaban de varias carencias, pero hubo una, en particular, que los tenía realmente preocupados: la infraestructura.

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Y no se trataba solamente del pequeño productor que no tenía una carretera digna para llevar sus hortalizas a la cabecera municipal, sino de comunidades enteras que no tenían luz eléctrica y aún así se las cobraban, o familias que se veían diezmadas por enfermedades que no podían tratar al no tener cerca un puesto de salud.

Los maestros también compartieron con frustración las anécdotas de sus niños que pasaron a engrosar las estadísticas de deserción escolar por lo lejos que vivían de las escuelas. Incluso, tuvimos ocasión de acompañar a un docente en el recorrido desde su casa hasta el establecimiento en el que impartía clases. Ese camino era de dos horas y media a pie, e incluía cruzar un río que en invierno se convertía en una gran amenaza.

Otro mentor, con mucha pena, nos pidió a mi compañero y a mí que lo lleváramos a la cabecera “para aprovechar el jalón” y evitarse una caminata de medio día, porque las condiciones de la carretera de terracería impedían el ingreso de buses.
Catorce años después volví a leer las ocho entregas de ese reportaje al que titulamos La Franja tiene Rostro de Pobreza. Recordé esas carreteras maltrechas que nos llevaron a Áxel y a mí por esos rincones de Guatemala; vinieron a mi mente las enormes piedras que nos hacían sentir que avanzábamos por un río seco.

También volví a ver los rostros de la gente que conocimos, entre ellos el de Domingo Choc y sus seis hijos. La mayor aspiración de estos pequeños era sembrar milpa, pues la escuela más cercana estaba a tres horas a pie. Me pregunté cuánto habrá cambiado su realidad en estos años que han transcurrido. Lo más seguro es que todo sigue igual, pues si las comunidades más cercanas a la ciudad (y la ciudad misma) enfrentan serios problemas de infraestructura, ellos, que viven a cientos de kilómetros, estarán peor.

Es por ello que duele cuánta corrupción e indiferencia se ha enquistado en el Ministerio de Comunicaciones. Cada grieta, cada bache, cada puente que se cae o esa carretera que no se construye es una gran oportunidad que se pierde de progresar; no se trata solo de pérdidas económicas, sino de capital intelectual que se queda sin aprovechar cuando los niños dejan de ir a la escuela, o de vidas que se acaban porque no pudieron llegar a tiempo al servicio de salud.

Pensemos también en la productividad; no podemos seguir poniendo brechas al crecimiento económico, sino es momento de volcar toda una estrategia para reducirlas. En esa estrategia, la infraestructura es un tema clave. No podemos añorar desarrollo cuando en Guatemala no se invierte lo necesario en la red vial ni en hospitales o escuelas dignos para todos.

La Fundación para el Desarrollo (Fundesa) compartió un dato interesante: mientras en el año 2000 la velocidad promedio de desplazamiento en las carreteras era de 58 kilómetros por hora, para 2017 esta se redujo a 37 kilómetros por hora. El impacto de esto es alarmante. La II Encuesta de Percepción Empresarial 2017, que elabora la Unidad Económica de CACIF, demuestra que los desafíos más grandes que se tienen son la débil infraestructura, los altos costos logísticos y la falta de certeza jurídica.

¿A qué velocidad avanzamos entonces hacia el desarrollo? ¿Seguiremos viendo multiplicarse esos rostros de pobreza por no invertir en un sistema vial digno? Tenemos mucho que reflexionar, pero sobre todo, mucho por actuar para evitar que esos rostros de pobreza sigan multiplicándose.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

¿Qué camino construiremos para alcanzar el desarrollo?

Redacción
08 de octubre, 2017

Lo más memorable del ejercicio periodístico es la posibilidad de ver de frente la realidad, sin intermediarios. Este noble oficio permite vivir en la propia piel una serie de experiencias que, sin duda, marcan para siempre.

En mi caso, esas aventuras me llevaron por montañas, selva y comunidades alejadas de la ciudad. Recuerdo bien cuando, en 2003, y en compañía de un experimentado fotógrafo, Áxel Bonilla, recorrimos la Franja Transversal del Norte a fin de retratar la pobreza del área.

Durante una semana visitamos aldeas de Huehuetenango, Quiché y las verapaces para documentar historias y compartir con los lectores la forma de vida en esa región del país. Durante el viaje conversamos con maestros, sacerdotes, agricultores, empresarios y comunitarios. Todos se quejaban de varias carencias, pero hubo una, en particular, que los tenía realmente preocupados: la infraestructura.

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Y no se trataba solamente del pequeño productor que no tenía una carretera digna para llevar sus hortalizas a la cabecera municipal, sino de comunidades enteras que no tenían luz eléctrica y aún así se las cobraban, o familias que se veían diezmadas por enfermedades que no podían tratar al no tener cerca un puesto de salud.

Los maestros también compartieron con frustración las anécdotas de sus niños que pasaron a engrosar las estadísticas de deserción escolar por lo lejos que vivían de las escuelas. Incluso, tuvimos ocasión de acompañar a un docente en el recorrido desde su casa hasta el establecimiento en el que impartía clases. Ese camino era de dos horas y media a pie, e incluía cruzar un río que en invierno se convertía en una gran amenaza.

Otro mentor, con mucha pena, nos pidió a mi compañero y a mí que lo lleváramos a la cabecera “para aprovechar el jalón” y evitarse una caminata de medio día, porque las condiciones de la carretera de terracería impedían el ingreso de buses.
Catorce años después volví a leer las ocho entregas de ese reportaje al que titulamos La Franja tiene Rostro de Pobreza. Recordé esas carreteras maltrechas que nos llevaron a Áxel y a mí por esos rincones de Guatemala; vinieron a mi mente las enormes piedras que nos hacían sentir que avanzábamos por un río seco.

También volví a ver los rostros de la gente que conocimos, entre ellos el de Domingo Choc y sus seis hijos. La mayor aspiración de estos pequeños era sembrar milpa, pues la escuela más cercana estaba a tres horas a pie. Me pregunté cuánto habrá cambiado su realidad en estos años que han transcurrido. Lo más seguro es que todo sigue igual, pues si las comunidades más cercanas a la ciudad (y la ciudad misma) enfrentan serios problemas de infraestructura, ellos, que viven a cientos de kilómetros, estarán peor.

Es por ello que duele cuánta corrupción e indiferencia se ha enquistado en el Ministerio de Comunicaciones. Cada grieta, cada bache, cada puente que se cae o esa carretera que no se construye es una gran oportunidad que se pierde de progresar; no se trata solo de pérdidas económicas, sino de capital intelectual que se queda sin aprovechar cuando los niños dejan de ir a la escuela, o de vidas que se acaban porque no pudieron llegar a tiempo al servicio de salud.

Pensemos también en la productividad; no podemos seguir poniendo brechas al crecimiento económico, sino es momento de volcar toda una estrategia para reducirlas. En esa estrategia, la infraestructura es un tema clave. No podemos añorar desarrollo cuando en Guatemala no se invierte lo necesario en la red vial ni en hospitales o escuelas dignos para todos.

La Fundación para el Desarrollo (Fundesa) compartió un dato interesante: mientras en el año 2000 la velocidad promedio de desplazamiento en las carreteras era de 58 kilómetros por hora, para 2017 esta se redujo a 37 kilómetros por hora. El impacto de esto es alarmante. La II Encuesta de Percepción Empresarial 2017, que elabora la Unidad Económica de CACIF, demuestra que los desafíos más grandes que se tienen son la débil infraestructura, los altos costos logísticos y la falta de certeza jurídica.

¿A qué velocidad avanzamos entonces hacia el desarrollo? ¿Seguiremos viendo multiplicarse esos rostros de pobreza por no invertir en un sistema vial digno? Tenemos mucho que reflexionar, pero sobre todo, mucho por actuar para evitar que esos rostros de pobreza sigan multiplicándose.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo