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Llamadme Stalin*

Gabriel Arana Fuentes
15 de octubre, 2017

El milagro de Keke: Soso

El 27 de mayo de 1872, un zapatero joven y apuesto, modelo de caballerosidad georgiana, Visarion «Beso» Djugashvili, de veintidós años, se casó con Ekaterina «Keke» Geladze, de diecisiete, una atractiva muchacha pecosa de pelo cobrizo, en la iglesia Uspenski de la pequeña localidad de Gori.

Una casamentera había visitado el domicilio de Keke para hablarle a favor de la boda con Beso el zapatero: era un artesano respetable del pequeño taller de Baramov, lo que hacía de él un buen partido. «Beso», dice Keke en sus memorias recientemente descubiertas,*

[* Las memorias habían sido depositadas en el archivo del Partido Comunista de Georgia, donde habían permanecido olvidadas durante setenta años. Nunca fueron utilizadas en el culto oficial de Stalin. Parece que éste ni siquiera las leyó ni tuvo nunca conocimiento de su existencia, pues, por lo que ha podido saber este autor, no fueron enviadas al archivo de Stalin en Moscú. El dictador no quería que las opiniones de su madre fueran publicadas. Cuando Keke concedió una entrevista, del estilo de las que aparecen hoy día en la revista ¡ Hol a ! , a la prensa soviética en 1935, Stalin propinó una airada regañina al Politburó en los siguientes términos: «Os pido que prohibáis a esa basura filistea que invade nuestra prensa publicar más “entrevistas” con mi madre o más publicidad barata. ¡Os ruego que me ahorréis el inoportuno sensacionalismo de esos miserables!» A Keke, tan voluntariosa como siempre, no le impresionaba en absoluto el poder de su hijo, y debió de grabar sus memorias en secreto para desafiarlo el 23-27 de agosto de 1935, poco antes de su muerte.]

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«era considerado un joven muy popular entre mis amigas y todas soñaban con casarse con él. Por poco reventaron de envidia. Beso era un novio envidiable, un verdadero ka r a choghel i [caballero georgiano], con bonitos bigotes, siempre muy bien vestido, y con el peculiar refinamiento del habitante de una ciudad». Keke tampoco tenía la menor duda de que ella era también un buen partido. «Entre mis amigas, me convertí en la muchacha más deseada y hermosa». Efectivamente, «esbelta, de pelo castaño y grandes ojos», todos decían de ella que era «muy guapa».

Según la tradición, la boda tuvo lugar después de la puesta de sol; la vida social georgiana, escribe un historiador, «está tan ritualizada como la conducta victoriana de los ingleses», por lo que el casamiento se celebró con la ruidosa alegría propia de la tumultuosa ciudad de Gori. «Fue», recuerda Keke, «enormemente elegante». Los invitados eran verdaderos ka r a choghel i , «risueños, audaces y generosos», vestidos con sus magníficas chokha s negras, «de mangas anchas y cintura entallada». El padrino principal de Beso fue Yakov «Koba» Egnatashvili, un robusto campeón de lucha, comerciante acaudalado y héroe local que, como dice Keke, «siempre intentó echar una mano en la creación de nuestra familia».

El novio y sus amigos se reunieron en casa de éste para brindar, antes de desfilar por las calles de la ciudad e ir a recoger a Keke y su familia. La pareja se trasladó después a la iglesia en un coche nupcial abigarradamente decorado, con campanillas y cintas. En la iglesia, el coro se reunió en la tribuna; a sus pies, hombres y mujeres se colocaron de pie en dos grupos entre el chisporroteo de las velas. Los cantores entonaron las emotivas y armónicas melodías del país al son de la zurna, un instrumento de viento típicamente georgiano semejante a la flauta de los beréberes.

La novia entró acompañada de sus damas de honor, atentas a no pisarle la cola, presagio especial de mala suerte. Presidió la ceremonia el padre Khakhanov, un clérigo armenio, el padre Kasradze registró la ceremonia, y el padre Christofor Charkviani, amigo de la familia, ejecutó con tanto primor los cantos, que Yakov Egnatashvili «le dio una generosa propina de 10 rublos», no una cifra baladí. Posteriormente, los amigos de Beso iniciaron los cantos tradicionales y encabezaron la procesión nupcial bailando por las calles al son del duduki, una flauta larga, camino de la supra, el típico banquete georgiano presidido por un tomada, o maestro de ceremonias encargado de divertir con sus bromas y chistes a los asistentes.

El servicio religioso y los cantos se habían ejecutado en la singular lengua georgiana, no en ruso, pues Georgia era un territorio anexionado recientemente al Imperio de los Romanov. Regido durante mil años por los vástagos de la dinastía de los Bagration, el reino de Sakartvelo (Georgia para los occidentales, Gruzia para los rusos) era un baluarte cristiano independiente de valores caballerescos frente a los mongoles, los timúridas, los otomanos y el imperio persa, todos de religión islámica. Había conocido su época de mayor esplendor en el siglo XII, con el imperio de la reina Tamara, inmortalizado en el poema épico nacional, El caballero de la piel de tigre, de Rustaveli. A lo largo de los siglos, el reino se había dividido en principados enfrentados unos con otros. En 1801 y 1810, los zares Pablo y Alejandro I anexionaron algunos de esos principados a su imperio. Los rusos no concluyeron la conquista militar del Cáucaso hasta que consiguieron la rendición del imán Shamyl y sus guerreros chechenos en 1859, después de una guerra de treinta años, y el último reducto de Georgia cayó en su poder en 1878. Incluso los georgianos más aristocráticos, que prestaban servicios en la corte del emperador en San Petersburgo o en la del virrey en Tiflis, soñaban con la independencia. De ahí el orgullo de Keke por el hecho de continuar las tradiciones georgianas de virilidad y los ritos nupciales típicos.

Beso, comentaba Keke, «parecía que iba a ser un buen hombre de familia… Creía en Dios y siempre iba a la iglesia». Los padres de él y de ella habían sido siervos de unos príncipes de la región, y habían obtenido la libertad en mil ochocientos sesenta y tantos gracias al Zar Libertador, Alejandro II. El abuelo de Beso, Zaza, vivía en una aldea oseta,*

[ *Los osetas eran un pueblo montañés semi-pagano que vivía en los confines septentrionales de Georgia; algunos se habían asimilado a los georgianos, pero la mayoría seguía llevando una vida orgullosamente al margen de ellos: en 1991-1993, los osetas del sur entraron en guerra con Georgia y actualmente son autónomos. Cuando el padre de Stalin, ya moribundo, fue admitido en un hospital, resulta muy significativo que aún fuera registrado como oseta. A los enemigos de Stalin, desde Trotski hasta el poeta Mandelstam en su famoso poema, les encantaba llamarlo «oseta», porque los georgianos consideraban a aquel pueblo montañés bárbaro, rudo y, a comienzos del siglo XIX, todavía no cristiano y pagano. Desde luego el apellido Djugashvili, que en georgiano significaría «hijo de Djuga», contiene una raíz oseta. La madre de Stalin afirma que Beso le había dicho que el nombre Djugahsvili procedía de la palabra georgiana dj ogi , «manada de reses», porque la familia se dedicaba a la ganadería, y que había sido expulsada de Geri por unos merodeadores osetas. La verdadera relevancia de este dato se ha perdido porque, cuando nació Stalin, los Djugashvili se habían georgizado por completo. El propio Stalin escribió acerca de esto: «¿Qué debe hacerse con los osetas … que se están asimilando a los georgianos?»]

Geri, al norte de Gori.2 Como su bisnieto, Stalin, Zaza fue un rebelde georgiano: en 1804, se unió a la sublevación contra Rusia del príncipe Elizbar Eristavi. Más tarde, se estableció con otros «osetas bautizados» en la aldea de Didi-Lilo, a unos 12 kilómetros de Tiflis, como siervo del príncipe Badur Machabeli. Vano, el hijo de Zaza, cuidaba las viñas del príncipe y tuvo dos hijos, Giorgi, que fue asesinado por unos bandoleros, y Beso, que encontró un trabajo en Tiflis en la fábrica de zapatos de G. G. Adelkhanov, pero posteriormente fue contratado por el armenio Iosiv Baramov para hacer botas para la guarnición rusa de Gori.3 Allí, el joven Beso se fijó en la «muchacha fascinante, siempre bien vestida, de cabellera castaña y hermosos ojos».

Keke, también nueva en Gori, era hija de Glakho Geladze, un campesino, siervo del prócer local, el príncipe Amilakvari. Su padre trabajaba de alfarero en las cercanías de la localidad antes de convertirse en jardinero de un armenio rico, Zakhar Gambarov, que poseía unos hermosos huertos en Gambareuli, a las afueras de Gori. Como su padre murió joven, Keke se crió con la familia de su madre. Más tarde recordaría la excitación del traslado a la desenfrenada Gori: «¡Qué viaje tan alegre! Gori estaba decorada como para una fiesta, y el número de gente se hinchaba como el mar. Nuestros ojos quedaron deslumbrados con el desfile militar. La música resonaba en nuestros oídos … Se oían sa zandari [bandas de cuatro instrumentos de percusión y viento] y dulces duduki, y todo el mundo cantaba».4 Su joven esposo recortaba una figura delgada y oscura, con sus cejas y sus bigotes negros, vestido siempre con el típico gabán caucasiano también negro bien ceñido, un gorro puntiagudo y unos pantalones anchos que llevaba remetidos en las botas altas. «Singular, raro y taciturno», pero también «listo y orgulloso», Beso sabía hablar cuatro lenguas (georgiano, ruso, turco y armenio), y solía citar El caballero de la piel de tigre.

Los Djugashvili prosperaron. Muchas casas de Gori eran tan pobres que estaban hechas de adobe y excavadas en la tierra: pero la esposa del zapatero Beso, al que nunca faltaba el trabajo, no tenía por qué temer esa pobreza. «La felicidad de nuestra familia», declararía Keke, «era infinita».

Beso «abandonó a Baramov para abrir su propio taller», con el respaldo de sus amigos, especialmente el de su patrono, Egnatashvili, que le compró la «maquinaria». Keke quedó pronto embarazada. «Muchos matrimonios habrían envidiado nuestra felicidad conyugal.» A decir verdad, su boda con el deseado Beso seguía causando envidia entre las muchachas de su edad: «Las malas lenguas no dejaron de hablar ni siquiera después de la boda». Resulta interesante comprobar que Keke haga hincapié en esas habladurías: quizá alguna otra joven había abrigado esperanzas de casarse con Beso. Independientemente de que Keke se lo robara o no a otra muchacha, las murmuraciones de las «malas lenguas», que más tarde hablarían del padrino Egnatashvili, del padre Charkviani, del oficial de la policía de Gori, Damian Davrichewy, y de un montón de personajes célebres y de aristócratas, empezaron poco después de que tuviera lugar el enlace.

A los nueve meses justos de la boda, el 14 de febrero de 1875, «nuestra felicidad se vio acrecentada por el nacimiento de nuestro hijo. Yakov Egnatashvili nos ayudó mucho». Egnatashvili fue el padrino de bautismo de la criatura y «Beso organizó un bautizo espléndido. Beso estaba loco de alegría». Pero dos meses después murió el pequeño, llamado Mijail. «Nuestra felicidad se volvió tristeza. Beso empezó a beber a causa del dolor.» Keke quedó embarazada de nuevo. El 24 de diciembre de 1876 nacióun segundo hijo, Giorgi. Una vez más, Egnatashvili hizo de padrino, y una vez más el infortunio se cebó en la pareja. El niño murió de rubéola el 19 de junio de 1877.

«Nuestra felicidad quedó hecha añicos». Beso había enloquecido por la pena y echaba la culpa de todo al «icono de Geri», su pueblo natal. La pareja había rezado al icono para que salvara la vida de su hijo. La madre de Keke, Melania, empezó a visitar a diversos adivinos. Beso seguía bebiendo. Llevaron a la casa el icono de S. Jorge. Subieron al monte Gorijvari, a cuyos pies estaba situada la ciudad, para rezar en la iglesia levantada junto a la fortaleza medieval. Keke quedó embarazada por tercera vez y juró que, si el niño sobrevivía, iría en peregrinación a Geri para dar gracias a Dios por el milagro de S. Jorge. El 6 de diciembre de 1878 dio a luz a su tercer hijo.*

[* Stalin se inventaría más tarde muchas anécdotas sobre su vida: oficialmente, su fecha de nacimiento, inventada, era el 21 de diciembre de 1879, un año más después de la verdadera. Generalmente afirmaría que su nacimiento había tenido lugar el 6 de diciembre de 1878 hasta la entrevista concedida en 1920 a un periódico sueco. En 1925, ordenó a su secretario Tovstuja que formalizara la fecha de 1879. Hay numerosas explicaciones de esta actitud, entre otras el deseo de recrear su propia vida. Lo más probable es que retrasara su fecha de nacimiento para evitar ser llamado a filas. En cuanto al edificio en el que nació, es la humilde casita que actualmente se levanta en solitario en el bulevar Stalin de Gori, rodeada de una especie de templo griego construido durante los años treinta por el virrey del Cáucaso nombrado por Stalin y posteriormente jefe superior de la policía secreta, Lavrenti Beria, junto al Museo Stalin, semejante a una catedral. Los Djugashvili no vivieron en ella mucho tiempo.]

«Precipitamos el bautizo del niño para que no muriera sin bautizar.» Keke cuidó de la criatura en la casucha de un solo piso y dos habitaciones que contenía poco más que un samovar, una cama, un diván, una mesa y una lámpara de queroseno. En una pequeña arca se guardaban casi todas las pertenencias de la familia. Una escalera de caracol conducía al sótano cubierto de musgo en el que había tres nichos, uno para las herramientas de Beso, otro para la caja de costura de Keke, y otro para el fuego. Allí cuidaba Keke de la cuna del niño. La familia se alimentaba de la dieta básica georgiana: l obi o (judías), badridjani (berenjenas), y el grueso pan llamado lavashi. Sólo de vez en cuando comían mtsvadi, el típico pincho georgiano de carne.

El 17 de diciembre la criatura fue bautizada con el nombre de Iosiv, aunque todos lo llamaban Soso. Aquel niño se convertiría más tarde en Stalin. Soso era «débil, frágil, delgado», diría su madre. «Si había una enfermedad, era el primero en cogerla». Tenía el segundo y el tercer dedo del pie izquierdo unidos por una membrana.

Beso decidió no pedir a Egnatashvili, el benefactor de la familia, que hiciera de padrino. «La mano de Yakov traía desgracia», dijo Beso; pero aunque el comerciante estuvo ausente de las formalidades religiosas, Stalin y su madre siempre lo llamaron «padrino Yakov».

Llamadme Stalin

La madre de Keke recordó a Beso que habían jurado ir en peregrinación a la iglesia de Geri si el niño sobrevivía. «Que el niño siga vivo», respondió Beso, «y yo mismo iré de rodillas a Geri con mi hijo a cuestas». Pero pospuso el cumplimiento de la promesa hasta que el niño cogió un enfriamiento que lo indujo de nuevo a recurrir lleno de terror a la intercesión divina: viajaron a Geri, «arrostrando grandes dificultades en el camino, dimos una oveja en ofrenda, y encargamos un rito de acción de gracias en el santuario». Pero cuando llegaron, los curas de Geri estaban realizando un exorcismo, poniendo a una niña al borde de un precipicio para expulsar de ella a los malos espíritus. El hijo de Keke «quedó horrorizado y se puso a gritar»; cuando regresaron a Gori el pequeño Stalin «tenía temblores y hablaba incluso en sueños»; pero sobrevivió y se convirtió en el preciado tesoro de su madre.

«Keke no tenía suficiente leche», de modo que su hijo mamó también de los pechos de la esposa de Tsikhatatrishvili (su padrino oficial) y de los de la esposa de Egnatashvili. «Al principio el niño no quería la leche de mi madre», dice Alexander Tsikhatatrishvili, «pero poco a poco le fue gustando, siempre y cuando le vendaran los ojos para que no viera a mi madre». El hecho de compartir la leche con los hijos de Egnatashvili hizo que éstos se convirtieran en «hermanos de leche de Soso», dice Galina Djugashvili, la nieta de Stalin.

Soso empezó a hablar enseguida. Le gustaban las flores y la música, especialmente cuando Gio y Sandala, los hermanos de Keke, tocaban el duduki . A los georgianos les encanta cantar y Stalin nunca perdió su afición a entonar melodías georgianas. Más tarde recordaría haber oído «a los georgianos cantar mientras iban de camino al mercado».

El pequeño negocio de Beso iba viento en popa: tomó varios aprendices e incluso dio trabajo a diez empleados. Uno de los aprendices, Dato Gasitashvili, que quería mucho a Soso y ayudó a criarlo, recuerda la prosperidad de Beso: «Vivía mejor que cualquier otro miembro de nuestro oficio. Siempre tenían mantequilla en casa». Más tarde correrían acerca de esa prosperidad rumores embarazosos para el padre de un héroe proletario. «No soy el hijo de un obrero», admitía Stalin. «Mi padre tenía un taller de zapatero, daba empleo a aprendices, era un explotador. No vivíamos mal». Fue durante esta época feliz cuando Keke se hizo amiga de Maria y Arshak Ter-Petrossian, un rico contratista del ejército de origen armenio, cuyo hijo, Simon, se haría siniestramente famoso como el atracador de bancos Kamo.

Keke adoraba a su hijo y «en la vejez, sigo viendo cómo daba sus primeros pasos, una visión que arde en mis ojos como la llama de una vela». Entre ella y su madre enseñaron al niño a caminar aprovechando su amor por las flores.*

[* Ya como dictador, Stalin no perdió nunca su amor por las flores: se convirtió en un gran aficionado a la jardinería y cultivaría con agrado limones, tomates, y sobre todo rosas y mimosas. Sus canciones georgianas favoritas eran «Vete volando, oscura golondrina» y «Suliko».]

Keke sostenía entre sus dedos una margarita y Soso echaba a correr para cogerla. En una ocasión en que su madre lo llevó a una boda, Soso se fijó en una flor que llevaba la novia en el velo y quiso cogerla. Keke lo riñó, pero su padrino Egnatashvili dio cariñosamente «un beso al niño y lo acarició diciendo: “si ya ahora quieres robar a la novia, sabe Dios lo que harás cuando seas mayor”».

La supervivencia de Soso le parecía milagrosa a su madre, que no cabía en sí de agradecimiento. «¡Qué felices éramos, cuánto nos reíamos!», recuerda Keke. La veneración de su madre debió de inspirar en Soso la sensación de que tenía algo especial: la máxima freudiana de que la devoción materna hace que el individuo se sienta un conquistador era en su caso indudablemente cierta. «Soselo», como solía llamarlo cariñosamenente Keke, creció con una sensibilidad exagerada, pero también mostró una seguridad de amo y señor desde la más tierna infancia.

No obstante, cuando el éxito de Beso alcanzó su punto culminante, se abatió sobre él una sombra: sus clientes le pagaban una parte en vino, producto tan abundante en Georgia que muchos obreros cobraban su salario en alcohol y no en metálico. Además, Beso realizaba buena parte de su negocio en el rincón de la dukha n (taberna) de un amigo, circunstancia que lo inducía a beber en exceso. Beso entabló amistad con otro bebedor, un desterrado político ruso llamado Poka, posiblemente un na r odn i k , un populista o un radical relacionado con la Voluntad del Pueblo, el grupo terrorista que por aquel entonces intentó en repetidas ocasiones atentar contra la vida del emperador Alejandro II. Así pues, Stalin creció conociendo a un revolucionario ruso. «Mi hijo hizo amistad con él», dice Keke, «y Poka le compró un canario». Pero el ruso era un alcohólico sin remisión que vivía en la miseria. Un invierno lo encontraron muerto en medio de la nieve.

Beso pensaba que «no era capaz de dejar de beber. De ese modo quedó destrozado un buen padre de familia», declara Keke. El alcohol no tardó en arruinar el negocio: «Empezaron a temblarle las manos y dejó de poder coser los zapatos. El negocio seguía adelante sólo gracias a los aprendices».

Beso no aprendió nada de la trágica muerte de Poka y encontró un nuevo compañero de borracheras en un cura, el padre Charkviani. Las provincias de Georgia estaban llenas de clérigos, pero a aquellos hombres de Dios les gustaba disfrutar de los placeres mundanos. Una vez concluidos los cultos religiosos, los curas pasaban buena parte de su tiempo bebiendo vino en las tabernas de Gori, hasta que se emborrachaban por completo. En su vejez Stalin recordaría la siguiente anécdota: «En cuanto el padre Charkviani acababa sus servicios litúrgicos, se presentaba en casa y los dos se marchaban rápidamente a la dukhan»;*

[* «Estas tabernas georgianas no ofrecen más que una sala sucia y desprovista por completo de muebles, pan (y queso), té, vino, y en el mejor de los casos huevos y algo de pollería», advierte la guía Baedeker. «Los que deseen comer tendrán que pagar una oveja entera (4-5 rublos).»]

volvían muy tarde a casa apoyándose uno en otro, medio abrazados, «y cantando de mala manera», completamente curdas. —Eres un buen amigo, Beso, aunque seas zapatero —balbuceaba el clérigo.

—Eres un cura, ¡pero menudo cura! Te quiero mucho —respondía a duras penas Beso: los dos borrachos se daban un abrazo. Keke suplicaba al padre Charkviani que no llevara a Beso a beber. Keke y su madre rogaban a Beso que dejara de hacerlo. Y lo mismo hizo Egnatashvili, pero no sirvió de nada: probablemente debido a los rumores que habían empezado a correr por la ciudad.

Quizá fueran las mismas «malas lenguas» de las que hablaba Keke a propósito de la boda, porque Iosiv Davrichewy, hijo del jefe de la policía de Gori, afirma en sus memorias que «hubo habladurías acerca del nacimiento del niño por todo el barrio, en el sentido de que al verdadero padre de la criatura era Koba Egnatashvili … o mi propio padre, Damian Davrichewy». Aquello no debió de servir de mucha ayuda a Beso, al que Davrichewy califica de «canijo celoso hasta la locura», que había empezado ya a hundirse en el alcoholismo.

A lo largo de 1883, Beso se volvió «suspicaz y muy descuidado», provocando a menudo peleas de borrachos y ganándose el sobrenombre de «Beso, el Loco».

Las discusiones en torno a una paternidad se desarrollan en función del poder y la fama del hijo. Cuando Stalin se convirtió en dictador de la Unión soviética, entre los muchos padres que se le atribuyeron cabe incluir al célebre explorador del Asia Central Nikolai Przhevalski, que se parecía al Stalin adulto y pasó efectivamente por Gori, e incluso al futuro emperador Alejandro III, que visitó Tiflis y se alojó supuestamente en un palacio en el que Keke trabajaba de doncella. Pero el explorador era homosexual y no estaba en Georgia cuando Stalin fue concebido, mientras que Keke se hallaba ausente de Tiflis cuando el entonces zarevich visitó la ciudad.

Dejando a un lado todos estos absurdos, ¿quién fue el verdadero padre de Stalin? Egnatashvili fue indudablemente el patrono de la familia, el paño de lágrimas de la esposa y el mecenas del hijo. Estaba casado y tenía hijos, vivía muy bien, era el propietario de una de las tabernas más boyantes de Gori y era un próspero vinatero en un país que prácticamente nadaba en vino. Más aún, aquel robusto atleta de bigotes encerados era un campeón de lucha en una ciudad que adoraba a los luchadores. Como ya hemos señalado, la propia Keke, utilizando un giro bastante desafortunado, pero tal vez muy revelador, escribe que «siempre intentó echar una mano en la creación de nuestra familia». Es muy poco probable que quisiera decir lo que la frase significa literalmente. ¿O caso pretendía revelarnos algo?

Davrichewy, el jefe de policía, que ayudó a Keke cuando se quejó de la desordenada afición a la bebida de su marido, era otro de los padres potenciales: «Por lo que yo sé, Soso era hijo natural de Davrichewy», atestiguaba un amigo de éste, Jourouli, el alcalde de la ciudad. «En Gori todo el mundo estaba al corriente de la relación que mantenía con la hermosa madre de Soso».

Fragmento del libro Llamadme Stalin de Simon Sebag Montefiore publicado en el sello Crítica, © 2017, Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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Posted by Planeta Paidós on Thursday, August 17, 2017

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Según la tradición, la boda tuvo lugar después de la puesta de sol; la vida social georgiana, escribe un historiador, «está tan ritualizada como la conducta victoriana de los ingleses», por lo que el casamiento se celebró con la ruidosa alegría propia de la tumultuosa ciudad de Gori. «Fue», recuerda Keke, «enormemente elegante». Los invitados eran verdaderos ka r a choghel i , «risueños, audaces y generosos», vestidos con sus magníficas chokha s negras, «de mangas anchas y cintura entallada». El padrino principal de Beso fue Yakov «Koba» Egnatashvili, un robusto campeón de lucha, comerciante acaudalado y héroe local que, como dice Keke, «siempre intentó echar una mano en la creación de nuestra familia».

El novio y sus amigos se reunieron en casa de éste para brindar, antes de desfilar por las calles de la ciudad e ir a recoger a Keke y su familia. La pareja se trasladó después a la iglesia en un coche nupcial abigarradamente decorado, con campanillas y cintas. En la iglesia, el coro se reunió en la tribuna; a sus pies, hombres y mujeres se colocaron de pie en dos grupos entre el chisporroteo de las velas. Los cantores entonaron las emotivas y armónicas melodías del país al son de la zurna, un instrumento de viento típicamente georgiano semejante a la flauta de los beréberes.

La novia entró acompañada de sus damas de honor, atentas a no pisarle la cola, presagio especial de mala suerte. Presidió la ceremonia el padre Khakhanov, un clérigo armenio, el padre Kasradze registró la ceremonia, y el padre Christofor Charkviani, amigo de la familia, ejecutó con tanto primor los cantos, que Yakov Egnatashvili «le dio una generosa propina de 10 rublos», no una cifra baladí. Posteriormente, los amigos de Beso iniciaron los cantos tradicionales y encabezaron la procesión nupcial bailando por las calles al son del duduki, una flauta larga, camino de la supra, el típico banquete georgiano presidido por un tomada, o maestro de ceremonias encargado de divertir con sus bromas y chistes a los asistentes.

El servicio religioso y los cantos se habían ejecutado en la singular lengua georgiana, no en ruso, pues Georgia era un territorio anexionado recientemente al Imperio de los Romanov. Regido durante mil años por los vástagos de la dinastía de los Bagration, el reino de Sakartvelo (Georgia para los occidentales, Gruzia para los rusos) era un baluarte cristiano independiente de valores caballerescos frente a los mongoles, los timúridas, los otomanos y el imperio persa, todos de religión islámica. Había conocido su época de mayor esplendor en el siglo XII, con el imperio de la reina Tamara, inmortalizado en el poema épico nacional, El caballero de la piel de tigre, de Rustaveli. A lo largo de los siglos, el reino se había dividido en principados enfrentados unos con otros. En 1801 y 1810, los zares Pablo y Alejandro I anexionaron algunos de esos principados a su imperio. Los rusos no concluyeron la conquista militar del Cáucaso hasta que consiguieron la rendición del imán Shamyl y sus guerreros chechenos en 1859, después de una guerra de treinta años, y el último reducto de Georgia cayó en su poder en 1878. Incluso los georgianos más aristocráticos, que prestaban servicios en la corte del emperador en San Petersburgo o en la del virrey en Tiflis, soñaban con la independencia. De ahí el orgullo de Keke por el hecho de continuar las tradiciones georgianas de virilidad y los ritos nupciales típicos.

Beso, comentaba Keke, «parecía que iba a ser un buen hombre de familia… Creía en Dios y siempre iba a la iglesia». Los padres de él y de ella habían sido siervos de unos príncipes de la región, y habían obtenido la libertad en mil ochocientos sesenta y tantos gracias al Zar Libertador, Alejandro II. El abuelo de Beso, Zaza, vivía en una aldea oseta,*

[ *Los osetas eran un pueblo montañés semi-pagano que vivía en los confines septentrionales de Georgia; algunos se habían asimilado a los georgianos, pero la mayoría seguía llevando una vida orgullosamente al margen de ellos: en 1991-1993, los osetas del sur entraron en guerra con Georgia y actualmente son autónomos. Cuando el padre de Stalin, ya moribundo, fue admitido en un hospital, resulta muy significativo que aún fuera registrado como oseta. A los enemigos de Stalin, desde Trotski hasta el poeta Mandelstam en su famoso poema, les encantaba llamarlo «oseta», porque los georgianos consideraban a aquel pueblo montañés bárbaro, rudo y, a comienzos del siglo XIX, todavía no cristiano y pagano. Desde luego el apellido Djugashvili, que en georgiano significaría «hijo de Djuga», contiene una raíz oseta. La madre de Stalin afirma que Beso le había dicho que el nombre Djugahsvili procedía de la palabra georgiana dj ogi , «manada de reses», porque la familia se dedicaba a la ganadería, y que había sido expulsada de Geri por unos merodeadores osetas. La verdadera relevancia de este dato se ha perdido porque, cuando nació Stalin, los Djugashvili se habían georgizado por completo. El propio Stalin escribió acerca de esto: «¿Qué debe hacerse con los osetas … que se están asimilando a los georgianos?»]

Geri, al norte de Gori.2 Como su bisnieto, Stalin, Zaza fue un rebelde georgiano: en 1804, se unió a la sublevación contra Rusia del príncipe Elizbar Eristavi. Más tarde, se estableció con otros «osetas bautizados» en la aldea de Didi-Lilo, a unos 12 kilómetros de Tiflis, como siervo del príncipe Badur Machabeli. Vano, el hijo de Zaza, cuidaba las viñas del príncipe y tuvo dos hijos, Giorgi, que fue asesinado por unos bandoleros, y Beso, que encontró un trabajo en Tiflis en la fábrica de zapatos de G. G. Adelkhanov, pero posteriormente fue contratado por el armenio Iosiv Baramov para hacer botas para la guarnición rusa de Gori.3 Allí, el joven Beso se fijó en la «muchacha fascinante, siempre bien vestida, de cabellera castaña y hermosos ojos».

Keke, también nueva en Gori, era hija de Glakho Geladze, un campesino, siervo del prócer local, el príncipe Amilakvari. Su padre trabajaba de alfarero en las cercanías de la localidad antes de convertirse en jardinero de un armenio rico, Zakhar Gambarov, que poseía unos hermosos huertos en Gambareuli, a las afueras de Gori. Como su padre murió joven, Keke se crió con la familia de su madre. Más tarde recordaría la excitación del traslado a la desenfrenada Gori: «¡Qué viaje tan alegre! Gori estaba decorada como para una fiesta, y el número de gente se hinchaba como el mar. Nuestros ojos quedaron deslumbrados con el desfile militar. La música resonaba en nuestros oídos … Se oían sa zandari [bandas de cuatro instrumentos de percusión y viento] y dulces duduki, y todo el mundo cantaba».4 Su joven esposo recortaba una figura delgada y oscura, con sus cejas y sus bigotes negros, vestido siempre con el típico gabán caucasiano también negro bien ceñido, un gorro puntiagudo y unos pantalones anchos que llevaba remetidos en las botas altas. «Singular, raro y taciturno», pero también «listo y orgulloso», Beso sabía hablar cuatro lenguas (georgiano, ruso, turco y armenio), y solía citar El caballero de la piel de tigre.

Los Djugashvili prosperaron. Muchas casas de Gori eran tan pobres que estaban hechas de adobe y excavadas en la tierra: pero la esposa del zapatero Beso, al que nunca faltaba el trabajo, no tenía por qué temer esa pobreza. «La felicidad de nuestra familia», declararía Keke, «era infinita».

Beso «abandonó a Baramov para abrir su propio taller», con el respaldo de sus amigos, especialmente el de su patrono, Egnatashvili, que le compró la «maquinaria». Keke quedó pronto embarazada. «Muchos matrimonios habrían envidiado nuestra felicidad conyugal.» A decir verdad, su boda con el deseado Beso seguía causando envidia entre las muchachas de su edad: «Las malas lenguas no dejaron de hablar ni siquiera después de la boda». Resulta interesante comprobar que Keke haga hincapié en esas habladurías: quizá alguna otra joven había abrigado esperanzas de casarse con Beso. Independientemente de que Keke se lo robara o no a otra muchacha, las murmuraciones de las «malas lenguas», que más tarde hablarían del padrino Egnatashvili, del padre Charkviani, del oficial de la policía de Gori, Damian Davrichewy, y de un montón de personajes célebres y de aristócratas, empezaron poco después de que tuviera lugar el enlace.

A los nueve meses justos de la boda, el 14 de febrero de 1875, «nuestra felicidad se vio acrecentada por el nacimiento de nuestro hijo. Yakov Egnatashvili nos ayudó mucho». Egnatashvili fue el padrino de bautismo de la criatura y «Beso organizó un bautizo espléndido. Beso estaba loco de alegría». Pero dos meses después murió el pequeño, llamado Mijail. «Nuestra felicidad se volvió tristeza. Beso empezó a beber a causa del dolor.» Keke quedó embarazada de nuevo. El 24 de diciembre de 1876 nacióun segundo hijo, Giorgi. Una vez más, Egnatashvili hizo de padrino, y una vez más el infortunio se cebó en la pareja. El niño murió de rubéola el 19 de junio de 1877.

«Nuestra felicidad quedó hecha añicos». Beso había enloquecido por la pena y echaba la culpa de todo al «icono de Geri», su pueblo natal. La pareja había rezado al icono para que salvara la vida de su hijo. La madre de Keke, Melania, empezó a visitar a diversos adivinos. Beso seguía bebiendo. Llevaron a la casa el icono de S. Jorge. Subieron al monte Gorijvari, a cuyos pies estaba situada la ciudad, para rezar en la iglesia levantada junto a la fortaleza medieval. Keke quedó embarazada por tercera vez y juró que, si el niño sobrevivía, iría en peregrinación a Geri para dar gracias a Dios por el milagro de S. Jorge. El 6 de diciembre de 1878 dio a luz a su tercer hijo.*

[* Stalin se inventaría más tarde muchas anécdotas sobre su vida: oficialmente, su fecha de nacimiento, inventada, era el 21 de diciembre de 1879, un año más después de la verdadera. Generalmente afirmaría que su nacimiento había tenido lugar el 6 de diciembre de 1878 hasta la entrevista concedida en 1920 a un periódico sueco. En 1925, ordenó a su secretario Tovstuja que formalizara la fecha de 1879. Hay numerosas explicaciones de esta actitud, entre otras el deseo de recrear su propia vida. Lo más probable es que retrasara su fecha de nacimiento para evitar ser llamado a filas. En cuanto al edificio en el que nació, es la humilde casita que actualmente se levanta en solitario en el bulevar Stalin de Gori, rodeada de una especie de templo griego construido durante los años treinta por el virrey del Cáucaso nombrado por Stalin y posteriormente jefe superior de la policía secreta, Lavrenti Beria, junto al Museo Stalin, semejante a una catedral. Los Djugashvili no vivieron en ella mucho tiempo.]

«Precipitamos el bautizo del niño para que no muriera sin bautizar.» Keke cuidó de la criatura en la casucha de un solo piso y dos habitaciones que contenía poco más que un samovar, una cama, un diván, una mesa y una lámpara de queroseno. En una pequeña arca se guardaban casi todas las pertenencias de la familia. Una escalera de caracol conducía al sótano cubierto de musgo en el que había tres nichos, uno para las herramientas de Beso, otro para la caja de costura de Keke, y otro para el fuego. Allí cuidaba Keke de la cuna del niño. La familia se alimentaba de la dieta básica georgiana: l obi o (judías), badridjani (berenjenas), y el grueso pan llamado lavashi. Sólo de vez en cuando comían mtsvadi, el típico pincho georgiano de carne.

El 17 de diciembre la criatura fue bautizada con el nombre de Iosiv, aunque todos lo llamaban Soso. Aquel niño se convertiría más tarde en Stalin. Soso era «débil, frágil, delgado», diría su madre. «Si había una enfermedad, era el primero en cogerla». Tenía el segundo y el tercer dedo del pie izquierdo unidos por una membrana.

Beso decidió no pedir a Egnatashvili, el benefactor de la familia, que hiciera de padrino. «La mano de Yakov traía desgracia», dijo Beso; pero aunque el comerciante estuvo ausente de las formalidades religiosas, Stalin y su madre siempre lo llamaron «padrino Yakov».

Llamadme Stalin

La madre de Keke recordó a Beso que habían jurado ir en peregrinación a la iglesia de Geri si el niño sobrevivía. «Que el niño siga vivo», respondió Beso, «y yo mismo iré de rodillas a Geri con mi hijo a cuestas». Pero pospuso el cumplimiento de la promesa hasta que el niño cogió un enfriamiento que lo indujo de nuevo a recurrir lleno de terror a la intercesión divina: viajaron a Geri, «arrostrando grandes dificultades en el camino, dimos una oveja en ofrenda, y encargamos un rito de acción de gracias en el santuario». Pero cuando llegaron, los curas de Geri estaban realizando un exorcismo, poniendo a una niña al borde de un precipicio para expulsar de ella a los malos espíritus. El hijo de Keke «quedó horrorizado y se puso a gritar»; cuando regresaron a Gori el pequeño Stalin «tenía temblores y hablaba incluso en sueños»; pero sobrevivió y se convirtió en el preciado tesoro de su madre.

«Keke no tenía suficiente leche», de modo que su hijo mamó también de los pechos de la esposa de Tsikhatatrishvili (su padrino oficial) y de los de la esposa de Egnatashvili. «Al principio el niño no quería la leche de mi madre», dice Alexander Tsikhatatrishvili, «pero poco a poco le fue gustando, siempre y cuando le vendaran los ojos para que no viera a mi madre». El hecho de compartir la leche con los hijos de Egnatashvili hizo que éstos se convirtieran en «hermanos de leche de Soso», dice Galina Djugashvili, la nieta de Stalin.

Soso empezó a hablar enseguida. Le gustaban las flores y la música, especialmente cuando Gio y Sandala, los hermanos de Keke, tocaban el duduki . A los georgianos les encanta cantar y Stalin nunca perdió su afición a entonar melodías georgianas. Más tarde recordaría haber oído «a los georgianos cantar mientras iban de camino al mercado».

El pequeño negocio de Beso iba viento en popa: tomó varios aprendices e incluso dio trabajo a diez empleados. Uno de los aprendices, Dato Gasitashvili, que quería mucho a Soso y ayudó a criarlo, recuerda la prosperidad de Beso: «Vivía mejor que cualquier otro miembro de nuestro oficio. Siempre tenían mantequilla en casa». Más tarde correrían acerca de esa prosperidad rumores embarazosos para el padre de un héroe proletario. «No soy el hijo de un obrero», admitía Stalin. «Mi padre tenía un taller de zapatero, daba empleo a aprendices, era un explotador. No vivíamos mal». Fue durante esta época feliz cuando Keke se hizo amiga de Maria y Arshak Ter-Petrossian, un rico contratista del ejército de origen armenio, cuyo hijo, Simon, se haría siniestramente famoso como el atracador de bancos Kamo.

Keke adoraba a su hijo y «en la vejez, sigo viendo cómo daba sus primeros pasos, una visión que arde en mis ojos como la llama de una vela». Entre ella y su madre enseñaron al niño a caminar aprovechando su amor por las flores.*

[* Ya como dictador, Stalin no perdió nunca su amor por las flores: se convirtió en un gran aficionado a la jardinería y cultivaría con agrado limones, tomates, y sobre todo rosas y mimosas. Sus canciones georgianas favoritas eran «Vete volando, oscura golondrina» y «Suliko».]

Keke sostenía entre sus dedos una margarita y Soso echaba a correr para cogerla. En una ocasión en que su madre lo llevó a una boda, Soso se fijó en una flor que llevaba la novia en el velo y quiso cogerla. Keke lo riñó, pero su padrino Egnatashvili dio cariñosamente «un beso al niño y lo acarició diciendo: “si ya ahora quieres robar a la novia, sabe Dios lo que harás cuando seas mayor”».

La supervivencia de Soso le parecía milagrosa a su madre, que no cabía en sí de agradecimiento. «¡Qué felices éramos, cuánto nos reíamos!», recuerda Keke. La veneración de su madre debió de inspirar en Soso la sensación de que tenía algo especial: la máxima freudiana de que la devoción materna hace que el individuo se sienta un conquistador era en su caso indudablemente cierta. «Soselo», como solía llamarlo cariñosamenente Keke, creció con una sensibilidad exagerada, pero también mostró una seguridad de amo y señor desde la más tierna infancia.

No obstante, cuando el éxito de Beso alcanzó su punto culminante, se abatió sobre él una sombra: sus clientes le pagaban una parte en vino, producto tan abundante en Georgia que muchos obreros cobraban su salario en alcohol y no en metálico. Además, Beso realizaba buena parte de su negocio en el rincón de la dukha n (taberna) de un amigo, circunstancia que lo inducía a beber en exceso. Beso entabló amistad con otro bebedor, un desterrado político ruso llamado Poka, posiblemente un na r odn i k , un populista o un radical relacionado con la Voluntad del Pueblo, el grupo terrorista que por aquel entonces intentó en repetidas ocasiones atentar contra la vida del emperador Alejandro II. Así pues, Stalin creció conociendo a un revolucionario ruso. «Mi hijo hizo amistad con él», dice Keke, «y Poka le compró un canario». Pero el ruso era un alcohólico sin remisión que vivía en la miseria. Un invierno lo encontraron muerto en medio de la nieve.

Beso pensaba que «no era capaz de dejar de beber. De ese modo quedó destrozado un buen padre de familia», declara Keke. El alcohol no tardó en arruinar el negocio: «Empezaron a temblarle las manos y dejó de poder coser los zapatos. El negocio seguía adelante sólo gracias a los aprendices».

Beso no aprendió nada de la trágica muerte de Poka y encontró un nuevo compañero de borracheras en un cura, el padre Charkviani. Las provincias de Georgia estaban llenas de clérigos, pero a aquellos hombres de Dios les gustaba disfrutar de los placeres mundanos. Una vez concluidos los cultos religiosos, los curas pasaban buena parte de su tiempo bebiendo vino en las tabernas de Gori, hasta que se emborrachaban por completo. En su vejez Stalin recordaría la siguiente anécdota: «En cuanto el padre Charkviani acababa sus servicios litúrgicos, se presentaba en casa y los dos se marchaban rápidamente a la dukhan»;*

[* «Estas tabernas georgianas no ofrecen más que una sala sucia y desprovista por completo de muebles, pan (y queso), té, vino, y en el mejor de los casos huevos y algo de pollería», advierte la guía Baedeker. «Los que deseen comer tendrán que pagar una oveja entera (4-5 rublos).»]

volvían muy tarde a casa apoyándose uno en otro, medio abrazados, «y cantando de mala manera», completamente curdas. —Eres un buen amigo, Beso, aunque seas zapatero —balbuceaba el clérigo.

—Eres un cura, ¡pero menudo cura! Te quiero mucho —respondía a duras penas Beso: los dos borrachos se daban un abrazo. Keke suplicaba al padre Charkviani que no llevara a Beso a beber. Keke y su madre rogaban a Beso que dejara de hacerlo. Y lo mismo hizo Egnatashvili, pero no sirvió de nada: probablemente debido a los rumores que habían empezado a correr por la ciudad.

Quizá fueran las mismas «malas lenguas» de las que hablaba Keke a propósito de la boda, porque Iosiv Davrichewy, hijo del jefe de la policía de Gori, afirma en sus memorias que «hubo habladurías acerca del nacimiento del niño por todo el barrio, en el sentido de que al verdadero padre de la criatura era Koba Egnatashvili … o mi propio padre, Damian Davrichewy». Aquello no debió de servir de mucha ayuda a Beso, al que Davrichewy califica de «canijo celoso hasta la locura», que había empezado ya a hundirse en el alcoholismo.

A lo largo de 1883, Beso se volvió «suspicaz y muy descuidado», provocando a menudo peleas de borrachos y ganándose el sobrenombre de «Beso, el Loco».

Las discusiones en torno a una paternidad se desarrollan en función del poder y la fama del hijo. Cuando Stalin se convirtió en dictador de la Unión soviética, entre los muchos padres que se le atribuyeron cabe incluir al célebre explorador del Asia Central Nikolai Przhevalski, que se parecía al Stalin adulto y pasó efectivamente por Gori, e incluso al futuro emperador Alejandro III, que visitó Tiflis y se alojó supuestamente en un palacio en el que Keke trabajaba de doncella. Pero el explorador era homosexual y no estaba en Georgia cuando Stalin fue concebido, mientras que Keke se hallaba ausente de Tiflis cuando el entonces zarevich visitó la ciudad.

Dejando a un lado todos estos absurdos, ¿quién fue el verdadero padre de Stalin? Egnatashvili fue indudablemente el patrono de la familia, el paño de lágrimas de la esposa y el mecenas del hijo. Estaba casado y tenía hijos, vivía muy bien, era el propietario de una de las tabernas más boyantes de Gori y era un próspero vinatero en un país que prácticamente nadaba en vino. Más aún, aquel robusto atleta de bigotes encerados era un campeón de lucha en una ciudad que adoraba a los luchadores. Como ya hemos señalado, la propia Keke, utilizando un giro bastante desafortunado, pero tal vez muy revelador, escribe que «siempre intentó echar una mano en la creación de nuestra familia». Es muy poco probable que quisiera decir lo que la frase significa literalmente. ¿O caso pretendía revelarnos algo?

Davrichewy, el jefe de policía, que ayudó a Keke cuando se quejó de la desordenada afición a la bebida de su marido, era otro de los padres potenciales: «Por lo que yo sé, Soso era hijo natural de Davrichewy», atestiguaba un amigo de éste, Jourouli, el alcalde de la ciudad. «En Gori todo el mundo estaba al corriente de la relación que mantenía con la hermosa madre de Soso».

Fragmento del libro Llamadme Stalin de Simon Sebag Montefiore publicado en el sello Crítica, © 2017, Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

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Posted by Planeta Paidós on Thursday, August 17, 2017

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