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73 años después…

Redacción
21 de octubre, 2017

Cada 20 de octubre, se celebra en Guatemala la revolución que este año cumple 73 de haber acaecido y que como acontecimiento histórico adquiere -no sería para menos- una gran relevancia. Pero ¿Podemos ir más allá? Es justo “agradecer” a nuestros antecesores tal revolución?

Ciertamente se recuerda aquel momento como el que instauró elecciones libres y democráticas por primera vez en Guatemala y el derrocamiento del general Ponce Vaides. Las maravillas que se hablan de la Revolución del 20 de Octubre han hecho que se conozca a la etapa posterior a esta como “La Edad de Oro”.

Y es que la revolución no puede comprenderse como el evento de una única jornada. Necesariamente hay que traer a colación aquello sucedido durante los siguientes diez años, y, para ser justos, incluso aquello que llevó al poder a Carlos Castillo Armas, sucesor de Jacobo Árbenz.

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Juan José Arévalo Bermejo, primer presidente tras la Revolución, se topó con frecuentes obstáculos como sectores sociales que no se sentían representados por él, a quienes reprimió con fuertes sanciones e intervencionismo económico. Quienes agradecen sus medidas consideran que como presidente del pueblo, actuó en consecución a los intereses de los pobres. No obstante, aquel intervencionismo no buscaba de primas a primeras beneficiar a los desvalidos: más bien, el control de la economía, como respuesta a quienes se le oponían. Es decir que,viniendo Guatemala de gobiernos dictatoriales, Arévalo Bermejo se acercó más a ellos de lo que suele decirse. Además, protegió los abusos sindicalistas de los cuales vemos vestigios aún hoy en día. Sin duda no un presidente ejemplar.

Posteriormente, tras el asesinato del coronel Arana, potencial presidente, ascendió al poder su rival: Jacobo Árbenz. Su recordada Reforma Agraria estatizó la tierra y debilitó los Derechos de propiedad. Desestabilizó, incluso, la seguridad jurídica. El historiador Luján Muñoz refiere que los departamentos encargados de la expropiación de tierras eran foco constante de corrupción: expropiaban sin las debidas autorizaciones o remuneraciones a los dueños, exigían “mordida” para no expropiar, y una larga lista de actitudes reprochables.

Ciertamente no es tampoco agradable la respuesta de los Liberacionistas, que respondían a intereses norteamericanos. Incluso en el mural “Gloriosa Victoria” del afamado Diego Rivera, queda plasmado aquel paternalismo estadounidense que llevó a derrocar a Árbenz e instaurar a Castillo Armas, cuyo único beneficio fue el comercio exterior (sobre todo, lógicamente, con Estado Unidos). Por otro lado, la persecución política de la que fue líder no es un aspecto positivo de su presidencia.

Estos tres presidentes tienen en común la limitación de libertades por encima del individuo. Probablemente hoy en día no sufrimos tales limitaciones, y es eso lo que debemos celebrar. No obstante, aún es necesaria una revolución que proteja al individuo, que sea liderada por los productivos, los trabajadores, los honestos. Una eminentemente ética e intelectual. Una diferente a la que “celebramos” este 20 de octubre.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

73 años después…

Redacción
21 de octubre, 2017

Cada 20 de octubre, se celebra en Guatemala la revolución que este año cumple 73 de haber acaecido y que como acontecimiento histórico adquiere -no sería para menos- una gran relevancia. Pero ¿Podemos ir más allá? Es justo “agradecer” a nuestros antecesores tal revolución?

Ciertamente se recuerda aquel momento como el que instauró elecciones libres y democráticas por primera vez en Guatemala y el derrocamiento del general Ponce Vaides. Las maravillas que se hablan de la Revolución del 20 de Octubre han hecho que se conozca a la etapa posterior a esta como “La Edad de Oro”.

Y es que la revolución no puede comprenderse como el evento de una única jornada. Necesariamente hay que traer a colación aquello sucedido durante los siguientes diez años, y, para ser justos, incluso aquello que llevó al poder a Carlos Castillo Armas, sucesor de Jacobo Árbenz.

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Juan José Arévalo Bermejo, primer presidente tras la Revolución, se topó con frecuentes obstáculos como sectores sociales que no se sentían representados por él, a quienes reprimió con fuertes sanciones e intervencionismo económico. Quienes agradecen sus medidas consideran que como presidente del pueblo, actuó en consecución a los intereses de los pobres. No obstante, aquel intervencionismo no buscaba de primas a primeras beneficiar a los desvalidos: más bien, el control de la economía, como respuesta a quienes se le oponían. Es decir que,viniendo Guatemala de gobiernos dictatoriales, Arévalo Bermejo se acercó más a ellos de lo que suele decirse. Además, protegió los abusos sindicalistas de los cuales vemos vestigios aún hoy en día. Sin duda no un presidente ejemplar.

Posteriormente, tras el asesinato del coronel Arana, potencial presidente, ascendió al poder su rival: Jacobo Árbenz. Su recordada Reforma Agraria estatizó la tierra y debilitó los Derechos de propiedad. Desestabilizó, incluso, la seguridad jurídica. El historiador Luján Muñoz refiere que los departamentos encargados de la expropiación de tierras eran foco constante de corrupción: expropiaban sin las debidas autorizaciones o remuneraciones a los dueños, exigían “mordida” para no expropiar, y una larga lista de actitudes reprochables.

Ciertamente no es tampoco agradable la respuesta de los Liberacionistas, que respondían a intereses norteamericanos. Incluso en el mural “Gloriosa Victoria” del afamado Diego Rivera, queda plasmado aquel paternalismo estadounidense que llevó a derrocar a Árbenz e instaurar a Castillo Armas, cuyo único beneficio fue el comercio exterior (sobre todo, lógicamente, con Estado Unidos). Por otro lado, la persecución política de la que fue líder no es un aspecto positivo de su presidencia.

Estos tres presidentes tienen en común la limitación de libertades por encima del individuo. Probablemente hoy en día no sufrimos tales limitaciones, y es eso lo que debemos celebrar. No obstante, aún es necesaria una revolución que proteja al individuo, que sea liderada por los productivos, los trabajadores, los honestos. Una eminentemente ética e intelectual. Una diferente a la que “celebramos” este 20 de octubre.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo