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SOStenibilidad

Redacción
01 de noviembre, 2017

El viernes 27 de octubre tuve la oportunidad de compartir una conferencia con estudiantes salvadoreños de relaciones internacionales y ciencias jurídicas. El tópico esta vez fue “Educación ambiental para el desarrollo sostenible”. Como siempre, aprovecho este espacio para agradecer la oportunidad a la Universidad Francisco Marroquín y al CADEP (Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas).

Cuestioné, en principio, el paradigma de la educación como solución a los problemas ambientales, pasando por hacer crítica del sistema educativo tradicional. Pero a ello dedicaré líneas en un próximo artículo. En este, describiré más cuestionamientos al paradigma del desarrollo sostenible…

El término fue empleado por primera vez en 1987, en el Informe de Brundtland y en la Cumbre de Río (1992) se terminó por definir así: aquel desarrollo que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades. Hasta antes de emplear “desarrollo”, se venía empleando el término “crecimiento económico”, el cual se representa en el Producto Interno Bruto (PIB) por habitante. Los socialistas, principalmente, objetaron dicho término argumentando que el mero hecho de generar riqueza material no implicaba la mejora de otras dimensiones de la vida; (claro, el dinero no es la felicidad, pero ciertamente te deja a media cuadra). Ante ello la ONU impulsó un término “más amplio” (desarrollo) y con él justificó aún más la intervención de los gobiernos en la salud, la educación, el deporte y las artes, entre otras funciones privadas que terminaron por ser usurpadas de la esfera privada de las personas.

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En este sentido el economista mejicano, Luis Pazos, expone en su libro, “Propiedad y desarrollo sustentable”, que el término que quizás mejor se ajuste a nuestra visión de gobierno limitado sea el de progreso. Tanto para él como para mí, este término es más preciso; encierra tanto un crecimiento económico como el desarrollo. Implica además “otras actividades, como las culturales, filantrópicas y recreativas”, claro está, supone separar las funciones privadas de la esfera pública. Es por ello que desde este espacio proponemos un nuevo término, un nuevo paradigma: el del progreso, el de la prosperidad.

Acerca de la sostenibilidad, el ecologista estadunidense de libre mercado, Paul Driessen, refiere que la hay de tres tipos: a) la genuina o real, la cual implica una administración cuidadosa, responsable y voluntaria de los bienes y servicios que la naturaleza provee; b) la de relaciones públicas, la cual atañe a las acciones sin sentido, superficiales y de mejora de imagen, teniendo como objetivo principal obtener una prensa favorable o apaciguar a los grupos ecologistas radicales y; c) la politizada, la cual se basa en afirmaciones ideológicas y modelos teóricos como una alternativa a la realidad. Su verdadero propósito es crear mayor agitación y control gubernamental sobre el uso de energía, las vidas, los medios de subsistencia, las libertades y los niveles de vida de las personas.

Esta última versión del desarrollo sostenible es el que prevalece en nuestra Guatemala y en toda América Latina. Es una forma perversa y hasta peligrosa de advertir el cuidado del ambiente, pues considera los recursos naturales como escasos físicamente y no escasos económicamente. No reconoce que las innovaciones tecnológicas han hecho abundantes a muchos recursos naturales; por ejemplo, el aceite de ballena que se utilizaba durante el siglo XIX fue sustituido por el petróleo, eliminando la presión sobre el primero y haciéndolo abundante. En el siglo XX las tecnologías de fracturación hidráulica y la perforación horizontal han hecho más eficiente la extracción del petróleo y las reservas del mismo son hoy más abundantes que nunca.

Además, la sostenibilidad politizada considera una amenaza a cada vida que nace, cuando en realidad cada ser humano es, en un contexto de gobierno limitado, mercados libres y propiedad privada, una oportunidad para mejorar la vida en el planeta.

¡SOS…gente de bien, gente pro vida y pro familia!

Mientras siga prevaleciendo la noción de la sostenibilidad politizada seguirán deteriorándose y agotándose los recursos naturales. Seguiremos siendo menos prósperos. Alcanzar una sostenibilidad genuina implica derogar las leyes malas, empezando por los convenios, pactos, tratados o protocolos que les dan vida tanto en Guatemala como en toda nuestra América Latina. Ello no será posible si no se alcanza una buena cantidad de escaños en el Parlamento y para ello hay que empezar a formarse en este y otros temas. ¡Adelante, participa!

___________

Jorge David Chapas es un empresario guatemalteco, ambientalista de propiedad privada, académico, padre homeschooler y político liberal clásico.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

SOStenibilidad

Redacción
01 de noviembre, 2017

El viernes 27 de octubre tuve la oportunidad de compartir una conferencia con estudiantes salvadoreños de relaciones internacionales y ciencias jurídicas. El tópico esta vez fue “Educación ambiental para el desarrollo sostenible”. Como siempre, aprovecho este espacio para agradecer la oportunidad a la Universidad Francisco Marroquín y al CADEP (Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas).

Cuestioné, en principio, el paradigma de la educación como solución a los problemas ambientales, pasando por hacer crítica del sistema educativo tradicional. Pero a ello dedicaré líneas en un próximo artículo. En este, describiré más cuestionamientos al paradigma del desarrollo sostenible…

El término fue empleado por primera vez en 1987, en el Informe de Brundtland y en la Cumbre de Río (1992) se terminó por definir así: aquel desarrollo que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades. Hasta antes de emplear “desarrollo”, se venía empleando el término “crecimiento económico”, el cual se representa en el Producto Interno Bruto (PIB) por habitante. Los socialistas, principalmente, objetaron dicho término argumentando que el mero hecho de generar riqueza material no implicaba la mejora de otras dimensiones de la vida; (claro, el dinero no es la felicidad, pero ciertamente te deja a media cuadra). Ante ello la ONU impulsó un término “más amplio” (desarrollo) y con él justificó aún más la intervención de los gobiernos en la salud, la educación, el deporte y las artes, entre otras funciones privadas que terminaron por ser usurpadas de la esfera privada de las personas.

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En este sentido el economista mejicano, Luis Pazos, expone en su libro, “Propiedad y desarrollo sustentable”, que el término que quizás mejor se ajuste a nuestra visión de gobierno limitado sea el de progreso. Tanto para él como para mí, este término es más preciso; encierra tanto un crecimiento económico como el desarrollo. Implica además “otras actividades, como las culturales, filantrópicas y recreativas”, claro está, supone separar las funciones privadas de la esfera pública. Es por ello que desde este espacio proponemos un nuevo término, un nuevo paradigma: el del progreso, el de la prosperidad.

Acerca de la sostenibilidad, el ecologista estadunidense de libre mercado, Paul Driessen, refiere que la hay de tres tipos: a) la genuina o real, la cual implica una administración cuidadosa, responsable y voluntaria de los bienes y servicios que la naturaleza provee; b) la de relaciones públicas, la cual atañe a las acciones sin sentido, superficiales y de mejora de imagen, teniendo como objetivo principal obtener una prensa favorable o apaciguar a los grupos ecologistas radicales y; c) la politizada, la cual se basa en afirmaciones ideológicas y modelos teóricos como una alternativa a la realidad. Su verdadero propósito es crear mayor agitación y control gubernamental sobre el uso de energía, las vidas, los medios de subsistencia, las libertades y los niveles de vida de las personas.

Esta última versión del desarrollo sostenible es el que prevalece en nuestra Guatemala y en toda América Latina. Es una forma perversa y hasta peligrosa de advertir el cuidado del ambiente, pues considera los recursos naturales como escasos físicamente y no escasos económicamente. No reconoce que las innovaciones tecnológicas han hecho abundantes a muchos recursos naturales; por ejemplo, el aceite de ballena que se utilizaba durante el siglo XIX fue sustituido por el petróleo, eliminando la presión sobre el primero y haciéndolo abundante. En el siglo XX las tecnologías de fracturación hidráulica y la perforación horizontal han hecho más eficiente la extracción del petróleo y las reservas del mismo son hoy más abundantes que nunca.

Además, la sostenibilidad politizada considera una amenaza a cada vida que nace, cuando en realidad cada ser humano es, en un contexto de gobierno limitado, mercados libres y propiedad privada, una oportunidad para mejorar la vida en el planeta.

¡SOS…gente de bien, gente pro vida y pro familia!

Mientras siga prevaleciendo la noción de la sostenibilidad politizada seguirán deteriorándose y agotándose los recursos naturales. Seguiremos siendo menos prósperos. Alcanzar una sostenibilidad genuina implica derogar las leyes malas, empezando por los convenios, pactos, tratados o protocolos que les dan vida tanto en Guatemala como en toda nuestra América Latina. Ello no será posible si no se alcanza una buena cantidad de escaños en el Parlamento y para ello hay que empezar a formarse en este y otros temas. ¡Adelante, participa!

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Jorge David Chapas es un empresario guatemalteco, ambientalista de propiedad privada, académico, padre homeschooler y político liberal clásico.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo