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Visa a la prosperidad

Redacción
14 de noviembre, 2017

Me debía este tópico desde hace años. El fin de semana recién decidí escribirlo finalmente…

En 2015 debimos tramitar la visa de Estados Unidos a mis hijos porque yo tenía a la vista un viaje académico que decidimos aprovechar para conocer a Mickey Mouse. Iniciamos el trámite, como todos, con cierta dosis de temor, a pesar de que nosotros (los padres) ya teníamos la visa con anterioridad. El miedo difuso se convirtió finalmente en una ingrata experiencia el día de la entrevista: con el típico aire de superioridad, el burócrata de la Embajada luego de hacernos las preguntas de rigor nos trató muy mal por el hecho de responder con duda a la pregunta de si teníamos parientes viviendo en Estados Unidos. Nunca nos detuvimos a pensar en semejante cuestión y aunque sí los teníamos, ambos, en aquel momento de nerviosismo, no supimos responder con firmeza, ante lo cual el burócrata reaccionó molesto, elevando la voz y haciendo pública nuestra entrevista en toda la sala.

La inquisición de aquel fulano detonó en mis hijos tremendo miedo, al punto que la más pequeña empezó a llorar; mi esposa llena de nervios y con ojos llorosos trataba de responder y yo, con una cólera que debí tragarme, solo logré lanzar un inútil llamado al respeto y la calma. Fueron minutos los de aquel viernes, pero lo sentimos como horas. Finalmente, la visa de mis hijos fue aprobada y las nuestras extendidas, pero el calvario aún lo recordamos.

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En 2016, otra experiencia desafortunada, esta vez en la Embajada de Perú. Largas colas, llenado de formularios innecesarios y fotografías impresas (¡todavía!), costos y el tradicional mal trato por parte de quienes están del otro lado del escritorio. El fin de semana pasado, la última vez, en la aduana de El Salvador: al llegar al lugar nos interceptaron como 7 tramitadores, todos hablando al mismo tiempo. Me dijeron que el “sistema” no funcionaba y que la cola tardaba más o menos una hora. Me ofrecieron sus servicios como facilitadores y por desconocimiento accedí. Ciertamente el trámite fue realizado en menos de 5 minutos y luego de pagar US$12.00 me pidieron otros US$10 “para las aguas” del burócrata a fin de que me permitieran pasar sin el Título de propiedad de mi vehículo. A ello no accedí y seguí mi camino. Adelante, nada de ello me pedirían. Nuevamente, tiempo y dinero perdido.

Las aduanas en las fronteras, las visas –o sea, el permiso del gobierno para entrar un país– y los pasaportes –o sea, el permiso del gobierno para salir del país– deben suprimirse. Quien desee viajar a algún país, ya sea por trabajo, estudio o turismo, debiese poder hacerlo únicamente con su documento de identidad o DPI. Porque que conste, las aduanas u oficinas de migración, sean estas terrestres, marítimas o aéreas, no son un obstáculo a los terroristas ni a los criminales ni a los asesinos, lo son a la gente común.

En el ámbito del comercio igual. Hemos visto los focos de corrupción que se generan entorno a las aduanas. En Guatemala lo vivimos en 2015 y lamentablemente nunca vi al movimiento ciudadano apoyar la propuesta de los liberales de “eliminar las aduanas”, única solución sensata a semejante problema. ¡Imagina cuánta más calidad, mejores precios y productos tendríamos en los anaqueles de tiendas y mercados si elimináramos las barreras al comercio, tales como los aranceles de importación, las medidas no arancelarias y todas las licencias y permisos!

Lo que sí es congruente con un orden liberal clásico, es establecer medidas cautelares para evitar que criminales, terroristas y asesinos ingresen al país. Ello es propio de la función pública de seguridad y defensa, por tanto, la presencia militar y una coordinación con instituciones supranacionales como la Interpol son factibles y hasta justificables. Además, también es congruente con un gobierno limitado establecer un sistema de monitoreo de plagas, epidemias o pandemias que puedan afectar a personas y capital natural; ello también se justifica bajo el concepto de seguridad y específicamente bajo la función de salubridad, que no es lo mismo que salud o atención médica. Estas funciones son de interés público y podrían ser administradas privadamente mediante licitaciones abiertas y contratos.

Nada ni nadie debiese impedirnos transitar libremente entre países. Las visas y pasaportes, sus altos costos, mordidas, colas y tiempo, las licencias, los formularios y los aranceles (impuestos) son todas medidas estatistas que nos arrebatan atribuciones (funciones), poderes (libertades) y recursos (dinero), que nos ponen de rodillas ante los burócratas, su discrecionalidad y prepotencia.

Por ello es urgente derogar las leyes malas y hoy apunto específicamente hacia las leyes de aduanas y de migración, incluso hacia los Tratados de Libre Comercio, que realmente no lo son, pues el libre comercio no requiere de “tratados entre países” sino de “contratos entre personas y empresas”. Revisar y rescindir, parcial o totalmente, estas leyes es imprescindible para que haya más y mejor calidad de vida para todos, es la verdadera visa a la prosperidad. Te invito a conocer la propuesta del movimiento de las Cinco Reformas y del Foro Liberal de América Latina en este sentido; de persuadirte, te invito a apoyar a los movimientos nacionales que apuntan en esta dirección. ¡Piénsalo y actúa!

__________

Jorge David Chapas es guatemalteco, empresario, académico y político liberal clásico. Miembro del Centro de Liberalismo Clásico y del Foro Liberal de América Latina.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Visa a la prosperidad

Redacción
14 de noviembre, 2017

Me debía este tópico desde hace años. El fin de semana recién decidí escribirlo finalmente…

En 2015 debimos tramitar la visa de Estados Unidos a mis hijos porque yo tenía a la vista un viaje académico que decidimos aprovechar para conocer a Mickey Mouse. Iniciamos el trámite, como todos, con cierta dosis de temor, a pesar de que nosotros (los padres) ya teníamos la visa con anterioridad. El miedo difuso se convirtió finalmente en una ingrata experiencia el día de la entrevista: con el típico aire de superioridad, el burócrata de la Embajada luego de hacernos las preguntas de rigor nos trató muy mal por el hecho de responder con duda a la pregunta de si teníamos parientes viviendo en Estados Unidos. Nunca nos detuvimos a pensar en semejante cuestión y aunque sí los teníamos, ambos, en aquel momento de nerviosismo, no supimos responder con firmeza, ante lo cual el burócrata reaccionó molesto, elevando la voz y haciendo pública nuestra entrevista en toda la sala.

La inquisición de aquel fulano detonó en mis hijos tremendo miedo, al punto que la más pequeña empezó a llorar; mi esposa llena de nervios y con ojos llorosos trataba de responder y yo, con una cólera que debí tragarme, solo logré lanzar un inútil llamado al respeto y la calma. Fueron minutos los de aquel viernes, pero lo sentimos como horas. Finalmente, la visa de mis hijos fue aprobada y las nuestras extendidas, pero el calvario aún lo recordamos.

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En 2016, otra experiencia desafortunada, esta vez en la Embajada de Perú. Largas colas, llenado de formularios innecesarios y fotografías impresas (¡todavía!), costos y el tradicional mal trato por parte de quienes están del otro lado del escritorio. El fin de semana pasado, la última vez, en la aduana de El Salvador: al llegar al lugar nos interceptaron como 7 tramitadores, todos hablando al mismo tiempo. Me dijeron que el “sistema” no funcionaba y que la cola tardaba más o menos una hora. Me ofrecieron sus servicios como facilitadores y por desconocimiento accedí. Ciertamente el trámite fue realizado en menos de 5 minutos y luego de pagar US$12.00 me pidieron otros US$10 “para las aguas” del burócrata a fin de que me permitieran pasar sin el Título de propiedad de mi vehículo. A ello no accedí y seguí mi camino. Adelante, nada de ello me pedirían. Nuevamente, tiempo y dinero perdido.

Las aduanas en las fronteras, las visas –o sea, el permiso del gobierno para entrar un país– y los pasaportes –o sea, el permiso del gobierno para salir del país– deben suprimirse. Quien desee viajar a algún país, ya sea por trabajo, estudio o turismo, debiese poder hacerlo únicamente con su documento de identidad o DPI. Porque que conste, las aduanas u oficinas de migración, sean estas terrestres, marítimas o aéreas, no son un obstáculo a los terroristas ni a los criminales ni a los asesinos, lo son a la gente común.

En el ámbito del comercio igual. Hemos visto los focos de corrupción que se generan entorno a las aduanas. En Guatemala lo vivimos en 2015 y lamentablemente nunca vi al movimiento ciudadano apoyar la propuesta de los liberales de “eliminar las aduanas”, única solución sensata a semejante problema. ¡Imagina cuánta más calidad, mejores precios y productos tendríamos en los anaqueles de tiendas y mercados si elimináramos las barreras al comercio, tales como los aranceles de importación, las medidas no arancelarias y todas las licencias y permisos!

Lo que sí es congruente con un orden liberal clásico, es establecer medidas cautelares para evitar que criminales, terroristas y asesinos ingresen al país. Ello es propio de la función pública de seguridad y defensa, por tanto, la presencia militar y una coordinación con instituciones supranacionales como la Interpol son factibles y hasta justificables. Además, también es congruente con un gobierno limitado establecer un sistema de monitoreo de plagas, epidemias o pandemias que puedan afectar a personas y capital natural; ello también se justifica bajo el concepto de seguridad y específicamente bajo la función de salubridad, que no es lo mismo que salud o atención médica. Estas funciones son de interés público y podrían ser administradas privadamente mediante licitaciones abiertas y contratos.

Nada ni nadie debiese impedirnos transitar libremente entre países. Las visas y pasaportes, sus altos costos, mordidas, colas y tiempo, las licencias, los formularios y los aranceles (impuestos) son todas medidas estatistas que nos arrebatan atribuciones (funciones), poderes (libertades) y recursos (dinero), que nos ponen de rodillas ante los burócratas, su discrecionalidad y prepotencia.

Por ello es urgente derogar las leyes malas y hoy apunto específicamente hacia las leyes de aduanas y de migración, incluso hacia los Tratados de Libre Comercio, que realmente no lo son, pues el libre comercio no requiere de “tratados entre países” sino de “contratos entre personas y empresas”. Revisar y rescindir, parcial o totalmente, estas leyes es imprescindible para que haya más y mejor calidad de vida para todos, es la verdadera visa a la prosperidad. Te invito a conocer la propuesta del movimiento de las Cinco Reformas y del Foro Liberal de América Latina en este sentido; de persuadirte, te invito a apoyar a los movimientos nacionales que apuntan en esta dirección. ¡Piénsalo y actúa!

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Jorge David Chapas es guatemalteco, empresario, académico y político liberal clásico. Miembro del Centro de Liberalismo Clásico y del Foro Liberal de América Latina.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo