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Sin sentido ético de la responsabilidad la justicia se torna imposible

Redacción República
29 de noviembre, 2017

Por Armando De La Torre

De los tres poderes soberanos del Estado guatemalteco el más enfermo, con mucho, ha sido por las últimas décadas el Poder Judicial.

Es por todos esperado que la justicia solo sea impartida por hombres y mujeres probos y doctos en el sistema jurídico vigente, e investidos de un profundo sentimiento de obligación moral y de respetabilidad profesional que sea también ampliamente reconocida por todos. Así entendido, Guatemala ha conocido en el tema Justicia tiempos mejores que el actual, es decir, de magistrados y jueces más capaces y honorables que muchos de los de hoy.

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Pero ahora, la esperanza de arribar algún día a un genuino Estado de Derecho se ha desvanecido casi del todo de nuestro horizonte moral.

¡Qué gran pena!

Lo atribuyo, en primer lugar, al nefasto positivismo jurídico imperante que tanto ha ofuscado nuestra sensibilidad ética a la hora de querer hacer justicia.

No somos, empero, los únicos afligidos por tan venenoso mal, aunque sí de los más próximos a sucumbir definitivamente.

Centenares de presos gimen en prisión por meses y años sin respeto alguno a su derecho inalienable a un debido proceso judicial, y ante la indiferencia culposa de los demás jueces, magistrados y fiscales.

Un retroceso deprimente a lo peor de nuestro pasado humano. Con la vergüenza añadida de habernos sido impuesta desde el extranjero por el cinismo oficial de tantos políticos y burócratas espiritualmente enanos. Se aprovechan impunemente de nuestra apatía colectiva respecto a víctimas que a todos nos son cercanas.

La Fiscalía General de la Nación, a la que se le ha delegado constitucionalmente el monopolio legal de la denuncia y de la persecución penal, se ha sumado, irresponsable, a una frenética cacería de brujas atribuible al ego hinchado de un presuntuoso y exaltado “Comisionado”, obsequio de la ONU y de Barack Obama, llegado desde otros meridianos cual Júpiter tonante, pero en realidad un pobre analfabeta de la historia local y a cuya autoridades pretende intimidar.

Presunción que me hace recordar aquel episodio en la vida del rey David, cuando se le presentó el profeta Natán y le expuso, indignado, su queja:

Había dos hombres en una ciudad, el uno rico y el otro pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas; pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido juntamente con sus hijos, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno, y la tenía como a una hija. Y vino uno de visita al hombre rico, y éste no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para alagar al caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venido a visitarlo. Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: ¡Vive el cielo que el que tal hizo es digno de muerte. Y que debe pagar la corderita con cuatro corderos, porque hizo semejante cosa y no tuvo misericordia! A lo que Natán respondió: Ese hombre eres tú.

Y a tí te digo, Iván, sin presumir en absoluto de profeta: Te comportas como aquel rico del Antiguo Testamento, que ya lo eres, y habrás de pagar un día por tanta soberbia y superficialidad. Porque hacer justicia siempre ha sido de lo más arduo y empinado que cabe al hombre imaginar. Y tú, Iván, con arrogancia estúpida, te has creído digno de poder llegar a una tierra que hasta ese momento te era desconocida y creído capaz de juzgar y condenar a sus ciudadanos, blindado como te ves por los favores de los gobernantes locales de turno y por los bribones multinacionales de Nueva York y de Washington D. C.

Por eso con habilidad satánica recurres periódicamente a los “casos de alto impacto” para abonar ante ellos lo miserable y podrido de este pueblo necesitado de ti como su Mesías redentor.

Y en el entre tanto las cárceles han devenido Universidades del crimen para que todo tipo de delincuentes alcancen sus licenciaturas en la comisión de delitos horrendos y reiterados. Y aun desbordan de incriminados por ti y tu complaciente auxiliar legal, sin el debido proceso legal, y en instalaciones militares, igual que acaeció tantas veces en la Alemania nazi,  en la Unión Soviética estaliniana o en el paraíso de los hermanos Castros.

En el entretanto, también con tu aprobación, los “autoproclamados defensores de los derechos humanos” solo muestran una oportunísima sensibilidad para sus propios compinches a la izquierda del espectro ideológico.

Y los forajidos de CODECA, FRENA y CUC pueden retener seguros sus carceleta en las que sepultan vivos sus infelices víctimas rurales.

Y los sindicatos del sector público exprimen al máximo los recursos tan escasos como endebles que deberían fluir al Poder Judicial.

Y para colmo, tanto los magistrados de la Corte Suprema de Justicia como los de la Corte de Constitucionalidad aceptan, en degradante silencio, tus desmanes, incluidos esos ensayos de paralización de algunas autoridades de la República legítimamente electas para sus funciones, y aun del Congreso Nacional.

Y así, también has llegado a elevarte al rango supremo de aprendiz de dictador hasta enfrentarte públicamente al Presidente de la República de tú a tú, electo por dos terceras partes del electorado, ¡y en suelo guatemalteco!, con el apoyo vergonzoso de tres magistrados de la Corte de Constitucionalidad de escaso calibre moral.

¿Es eso, pues, lo que entiendes por un Estado constitucional de Derecho?

Vivir para ver…

Hemos de ser muy corruptos, entonces, como tú tanto lo repites en cuanto foro internacional que queda a tu alcance, y en desprestigio de Guatemala, para tolerar sumisos tanta corrupción… ¡la tuya!

(Continuará)

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Sin sentido ético de la responsabilidad la justicia se torna imposible

Redacción República
29 de noviembre, 2017

Por Armando De La Torre

De los tres poderes soberanos del Estado guatemalteco el más enfermo, con mucho, ha sido por las últimas décadas el Poder Judicial.

Es por todos esperado que la justicia solo sea impartida por hombres y mujeres probos y doctos en el sistema jurídico vigente, e investidos de un profundo sentimiento de obligación moral y de respetabilidad profesional que sea también ampliamente reconocida por todos. Así entendido, Guatemala ha conocido en el tema Justicia tiempos mejores que el actual, es decir, de magistrados y jueces más capaces y honorables que muchos de los de hoy.

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Pero ahora, la esperanza de arribar algún día a un genuino Estado de Derecho se ha desvanecido casi del todo de nuestro horizonte moral.

¡Qué gran pena!

Lo atribuyo, en primer lugar, al nefasto positivismo jurídico imperante que tanto ha ofuscado nuestra sensibilidad ética a la hora de querer hacer justicia.

No somos, empero, los únicos afligidos por tan venenoso mal, aunque sí de los más próximos a sucumbir definitivamente.

Centenares de presos gimen en prisión por meses y años sin respeto alguno a su derecho inalienable a un debido proceso judicial, y ante la indiferencia culposa de los demás jueces, magistrados y fiscales.

Un retroceso deprimente a lo peor de nuestro pasado humano. Con la vergüenza añadida de habernos sido impuesta desde el extranjero por el cinismo oficial de tantos políticos y burócratas espiritualmente enanos. Se aprovechan impunemente de nuestra apatía colectiva respecto a víctimas que a todos nos son cercanas.

La Fiscalía General de la Nación, a la que se le ha delegado constitucionalmente el monopolio legal de la denuncia y de la persecución penal, se ha sumado, irresponsable, a una frenética cacería de brujas atribuible al ego hinchado de un presuntuoso y exaltado “Comisionado”, obsequio de la ONU y de Barack Obama, llegado desde otros meridianos cual Júpiter tonante, pero en realidad un pobre analfabeta de la historia local y a cuya autoridades pretende intimidar.

Presunción que me hace recordar aquel episodio en la vida del rey David, cuando se le presentó el profeta Natán y le expuso, indignado, su queja:

Había dos hombres en una ciudad, el uno rico y el otro pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas; pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido juntamente con sus hijos, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno, y la tenía como a una hija. Y vino uno de visita al hombre rico, y éste no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para alagar al caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venido a visitarlo. Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: ¡Vive el cielo que el que tal hizo es digno de muerte. Y que debe pagar la corderita con cuatro corderos, porque hizo semejante cosa y no tuvo misericordia! A lo que Natán respondió: Ese hombre eres tú.

Y a tí te digo, Iván, sin presumir en absoluto de profeta: Te comportas como aquel rico del Antiguo Testamento, que ya lo eres, y habrás de pagar un día por tanta soberbia y superficialidad. Porque hacer justicia siempre ha sido de lo más arduo y empinado que cabe al hombre imaginar. Y tú, Iván, con arrogancia estúpida, te has creído digno de poder llegar a una tierra que hasta ese momento te era desconocida y creído capaz de juzgar y condenar a sus ciudadanos, blindado como te ves por los favores de los gobernantes locales de turno y por los bribones multinacionales de Nueva York y de Washington D. C.

Por eso con habilidad satánica recurres periódicamente a los “casos de alto impacto” para abonar ante ellos lo miserable y podrido de este pueblo necesitado de ti como su Mesías redentor.

Y en el entre tanto las cárceles han devenido Universidades del crimen para que todo tipo de delincuentes alcancen sus licenciaturas en la comisión de delitos horrendos y reiterados. Y aun desbordan de incriminados por ti y tu complaciente auxiliar legal, sin el debido proceso legal, y en instalaciones militares, igual que acaeció tantas veces en la Alemania nazi,  en la Unión Soviética estaliniana o en el paraíso de los hermanos Castros.

En el entretanto, también con tu aprobación, los “autoproclamados defensores de los derechos humanos” solo muestran una oportunísima sensibilidad para sus propios compinches a la izquierda del espectro ideológico.

Y los forajidos de CODECA, FRENA y CUC pueden retener seguros sus carceleta en las que sepultan vivos sus infelices víctimas rurales.

Y los sindicatos del sector público exprimen al máximo los recursos tan escasos como endebles que deberían fluir al Poder Judicial.

Y para colmo, tanto los magistrados de la Corte Suprema de Justicia como los de la Corte de Constitucionalidad aceptan, en degradante silencio, tus desmanes, incluidos esos ensayos de paralización de algunas autoridades de la República legítimamente electas para sus funciones, y aun del Congreso Nacional.

Y así, también has llegado a elevarte al rango supremo de aprendiz de dictador hasta enfrentarte públicamente al Presidente de la República de tú a tú, electo por dos terceras partes del electorado, ¡y en suelo guatemalteco!, con el apoyo vergonzoso de tres magistrados de la Corte de Constitucionalidad de escaso calibre moral.

¿Es eso, pues, lo que entiendes por un Estado constitucional de Derecho?

Vivir para ver…

Hemos de ser muy corruptos, entonces, como tú tanto lo repites en cuanto foro internacional que queda a tu alcance, y en desprestigio de Guatemala, para tolerar sumisos tanta corrupción… ¡la tuya!

(Continuará)

República es ajena a la opinión expresada en este artículo