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La revolución Blockchain (fragmento)

Gabriel Arana Fuentes
21 de enero, 2018

Fragmento del libro La revolución Blockchain, descubre cómo esta nueva tecnología criptográfica transformará la economía global, de Don Tapscott y Alex Tapscott (Paidós Empresa), © 2018, cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Capítulo I

El protocolo fiable

Parece que el genio de la tecnología ha salido otra vez de la bote- lla. Convocado por una o varias personas por motivos poco claros en algún momento de la historia, el genio se ha puesto ahora a nuestro servicio para dar un nuevo salto hacia delante: transformar el sistema del poder económico y el viejo orden de los asuntos humanos en algo mejor. Si es que queremos.

Expliquémonos.

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Las primeras cuatro décadas de internet nos han traído el correo electrónico, la red informática global (world wide web), las empresas electrónicas, los medios sociales, la red móvil, el almacenamiento en la nube y los primeros días del «internet de las cosas». Internet ha servido para reducir los costes de investigar, colaborar e intercambiar información. Ha permitido la aparición de nuevos medios de comunicación y entretenimiento, de nuevas formas de comerciar y de organizar el trabajo, y de empresas digitales como nunca las ha habido. Gracias a la tecnología de sensores, ha incorporado inteligencia en nuestras carteras, en nuestra ropa, en nuestros automóviles, en nuestros edificios, en nuestras ciudades y hasta en nuestra biología. Está ocupando tanto nuestro entorno que pronto no será necesario «acceder» a la red porque trabajaremos y viviremos inmersos en una tecnología omnipresente.

En general, internet ha posibilitado muchos cambios positivos —para los que pueden acceder a la red—, pero tiene serias limitaciones para los negocios y la actividad económica. The New Yorker pudo publicar de nuevo la viñeta de Peter Steiner de 1993 en la que un perro le dice a otro: «En internet, nadie sabe que eres un perro». En línea, seguimos sin poder establecer de una manera fiable la identidad del otro ni confiar en él para inter- cambiar dinero sin el aval de un tercero, que suele ser un banco o el gobierno. Los mismos intermediarios almacenan nuestros datos e invaden nuestra intimidad por motivos de lucro o de seguridad nacional. Incluso con internet, los costes estructurales de dichos intermediarios excluyen a 2,5 millones de personas del sistema financiero global. Pese a la promesa de un mundo igualitario, los beneficios económicos y políticos han resultado ser asimétricos, y el poder y la prosperidad van para aquellos que ya los tienen, incluso si han dejado de buscarlos. El dinero hace más dinero del que hace mucha gente.

La prosperidad que la tecnología crea ya no es mayor que la intimidad que destruye. Con todo, en la era digital en la que estamos, la tecnología está en el centro de casi todo, para bien y para mal. Nos permite valorar y violar los derechos del prójimo como nunca antes ha ocurrido. El auge de la comunicación y del comercio en línea está creando más posibilidades para el cibercrimen. La «ley de Moore» de la duplicación anual de la capacidad procesadora duplica el poder de defraudadores y ladrones —«Moore’s Outlaws» o «Los forajidos de Moore»—, por no hablar de emisores de correo basura (spammers), suplantadores de identidad (phishers), ciberespías, zombis, hackers, ciberacosadores y datanappers —delincuentes que lanzan ransomware y piden rescates por la información secuestrada— y demás.

En busca del protocolo fiable

En una fecha tan temprana como 1981 ya había expertos tratan- do de resolver con criptografía los problemas de privacidad, seguridad e inclusión que internet planteaba. Reformaran como reformasen el proceso, siempre se producían filtraciones, porque había terceras partes implicadas. Pagar con tarjeta de crédito en internet no era seguro porque los usuarios tenían que proporcionar mucha información personal, y las comisiones por pagos pequeños eran muy altas.

En 1993, un brillante matemático llamado David Chaum creó eCash, un sistema de pago digital que era «un producto técnicamente perfecto que permitía pagar por internet de manera segura y anónima… Servía perfectamente para enviar peniques y céntimos electrónicos por internet». Era un sistema tan perfecto que Microsoft y otros pensaron en incluirlo en su software. El problema fue que a los compradores en línea no les preocupaba entonces la privacidad y seguridad en la red. La compañía neerlandesa de Chaum, DigiCash, quebró en 1998.

Por la misma época, uno de los socios de Chaum, Nick Szabo, escribió un artículo titulado «El protocolo de Dios», parafrasean- do la expresión «la partícula de Dios» con la que el premio Nobel Leon Lederman se refería a la importancia del bosón de Higgs en la física moderna. En su artículo, Szabo reflexionaba sobre la creación de un protocolo tecnológico ideal en el que Dios fuera el mediador fiable de todas las operaciones: «Todas las partes enviarían la información a Dios. Dios manejaría esa información y devolvería el resultado. Como Dios es la suma de la discreción y la confidencialidad, ninguna de las partes sabría de las demás más de lo que sabe de sí misma». Era una idea muy interesante: hacer negocios por internet requiere mucha fe. Como la infraestructura carece de la seguridad suficiente, muchas veces no tenemos más remedio que tratar con los intermediarios como si fuera dioses.

Una década después, en 2008, el sistema financiero global se hundió. Quizá aprovechando el momento, una persona o serie de personas, con el pseudónimo de Satoshi Nakamoto, esbozaron el protocolo de un nuevo sistema de pago electrónico directo y entre iguales (peer-to-peer o P2P) que usaba una criptomoneda llamada «bitcoin». Las criptomonedas (monedas digitales) se diferencian de la moneda tradicional en que no las crean ni las controlan los países. Este protocolo establece una serie de normas —en forma de computación distribuida— que garantiza la integridad de la información intercambiada entre esos miles de millones de ordenadores sin pasar por terceros. Esta circunstancia aparentemente sutil ha estimulado, asombrado y, en definitiva, cautivado la imaginación de los informáticos, efecto que se ha extendido rápidamente a los negocios, a los gobiernos, a los defensores de la privacidad, a los activistas sociales, a los teóricos de los medios de comunicación y a los periodistas, por mencionar sólo unos pocos ámbitos.

«Todo el mundo exclama: “¡Dios mío, ya está! ¡Es el gran salto! Es lo que estábamos esperando”», dice Marc Andreessen, cocreador del primer navegador comercial, Netscape, y gran inversor en proyectos tecnológicos. «“Ha resuelto todos los problemas. Sea quien sea, merece el premio Nobel, porque es un genio.” ¡Esto es! Ésta es la red fiable distribuida que hacía falta en internet.»

Hoy, gente sesuda de todo el mundo se pregunta por las implicaciones de un protocolo que capacita a simples mortales para crear confianza mediante códigos inteligentes. Esto nunca había ocurrido antes: nunca había habido transacciones fiables entre dos o más partes, autenticadas por la colaboración de muchos y posibilitadas por intereses colectivos, no por grandes empresas que buscan su beneficio.

Una plataforma global con la que podamos operar de modo seguro no será el Dios Todopoderoso, pero sí es algo muy grande. Lo llamaremos «protocolo fiable».

Este protocolo es el fundamento de un creciente número de registros globalmente distribuidos llamados cadenas de bloques (blockchain), el más grande de los cuales es bitcoin. Aunque el aspecto tecnológico es complicado y la expresión «blockchain» suena rara, la idea es sencilla. Las cadenas de bloques nos permiten enviar dinero de manera directa y segura de una persona a otra sin pasar por un banco, una tarjeta de crédito o PayPal.

Más que un internet de la información, es un internet del valor o del dinero. También es una plataforma que permite a todo el mundo saber lo que es verdad, al menos con respecto a la información que se registre de manera estructurada. En su forma más básica, es un código fuente libre: todo el mundo puede descargárselo gratuitamente, ejecutarlo y usarlo para desarrollar nuevas herramientas de gestión de transacciones en línea. Como tal, nos da la posibilidad de crear infinidad de aplicaciones nuevas y de cambiar muchas cosas.

El funcionamiento del registro mundial

Los grandes bancos y algunos gobiernos están usando cadenas de bloques a modo de registros distribuidos con la idea de revolucionar la manera de almacenar información y realizar transacciones. Sus aspiraciones son loables: mayor velocidad, menores costes, más seguridad, menos errores y eliminación de puntos centrales que puedan atacarse o fallar. Estos modelos no suponen necesariamente el uso de criptomonedas.

Sin embargo, las blockchains más importantes y de mayor alcance se basan en el modelo de Satoshi. Veamos cómo funciona este modelo.

El bitcoin o cualquier otra moneda digital no se guarda en archivos que estén en un lugar concreto; está representado por transacciones que se registran en una cadena de bloques, que es una especie de hoja de cálculo o registro que usa los recursos de una amplia red entre iguales para verificar y aprobar todas y cada una de las transacciones hechas en bitcoin. Todas las cadenas de bloques, como la que usa bitcoin, están distribuidas, es decir, se ejecutan en ordenadores que ofrecen voluntariamente personas de todo el mundo; no hay una base de datos central que pueda atacarse. La blockchain es pública: todo el mundo puede verla cuando quiera porque reside en la red, no en una determinada institución que se encargue de auditar las transacciones y llevar registros. Y además está encriptada: usa una encriptación que incluye claves públicas y privadas (en lugar de los sistemas de dos claves de las cajas fuertes) que garantizan una total seguridad. No tenemos que preocuparnos porque Target o Home Depot tengan malos firewalls o haya un miembro del personal de Morgan Stanley o del gobierno federal de Estados Unidos que sea un ladrón.

Cada diez minutos, como si fuera el ritmo cardiaco de la red del bitcoin, todas las transacciones realizadas se comprueban, ordenan y almacenan en un bloque que se une al bloque anterior, creándose así una cadena. Cada bloque debe referirse al bloque anterior para ser válido. Esta estructura registra exactamente el momento de las transacciones y las almacena, evitando que nadie pueda alterar el registro. Si queremos robar un bitcoin, tenemos que reescribir toda la cadena de bloques a la vista de todos, lo que es prácticamente imposible. Por eso las blockchains son un registro distribuido y suponen la conformidad de la red con todas las transacciones que se han realizado. Igual que la red informática global de la información, esto es el «registro informático global» del valor: un registro distribuido que todo el mundo puede descargar y ejecutar en su ordenador personal.

Algunos estudiosos han afirmado que la invención de la contabilidad por partida doble permitió el nacimiento del capitalismo y de la nación-Estado. Este nuevo registro digital de transacciones económicas puede programarse para asentar prácticamente todo lo que tenga valor e importancia para la humanidad: partidas de nacimiento y defunción, permisos de matrimonio, escrituras y títulos de propiedad, grados académicos, informes financieros, procedimientos médicos, demandas de seguros, votos, origen de los alimentos y cualquier otra cosa que pueda codificarse.

La nueva plataforma permite combinar registros digitales sobre casi cualquier cosa en tiempo real. De hecho, pronto habrá miles de millones de cosas inteligentes que percibirán, responderán, se comunicarán, comprarán su propia electricidad y compartirán información importante, en fin, que lo harán todo, desde proteger nuestro medio ambiente hasta cuidar de nuestra salud. Este «internet de todo» necesita un «registro de todo». Negocios, comercio y economía necesitan una computación digital.

¿Por qué preocuparnos, pues? Nosotros creemos que la verdad puede hacernos libres y que la confianza distribuida afectará pro- fundamente a todos los aspectos de nuestra vida, tanto si somos amantes de la música que queremos que los artistas se ganen la vida con su arte, como consumidores que queremos saber de dónde viene la carne de la hamburguesa que nos comemos, inmigrantes hartos de pagar comisiones altísimas por enviar dinero a nuestros seres queridos en nuestra tierra ancestral, mujeres saudíes que queremos publicar nuestra propia revista de moda, trabajadores humanitarios que necesitamos identificar los títulos de propiedad de los propietarios para reconstruir sus casas después de un terremoto, ciudadanos cansados de la falta de transparencia y responsabilidad de los políticos, usuarios de medios sociales que valoramos nuestra privacidad y pensamos que la información que generamos podría sernos provechosa. En este mismo momento, hay innovadores que están creando aplicaciones basadas en blockchains que sirven para todo esto. Y es sólo el comienzo.

Un entusiasmo razonable por las blockchains

No cabe duda de que la tecnología blockchain tiene profundas implicaciones en muchas instituciones. Esto explica el entusiasmo que ha despertado en muchas personas listas e influyentes.

Ben Lawsky dejó su trabajo de superintendente de servicios financieros en el estado de Nueva York y fundó una asesoría del ramo. «En cinco o diez años, el sistema financiero será irreconocible… Y yo quiero formar parte del cambio», dice. Blythe Masters, que fue directora financiera y de Global Commodities del banco de inversiones JP Morgan, creó una empresa de tecnología blockchain con la idea de cambiar la industria. En la portada de Bloomberg Markets de octubre de 2015 aparecía Masters con un titular que decía: «Las blockchains son todo». Ese mismo mes, The Economist publicaba un reportaje titulado «La máqui- na fiable», en el que se decía que «la tecnología en la que se basa bitcoin podría cambiar el funcionamiento de la economía». Para The Economist, la tecnología blockchain es «el mejor modo de estar seguro de las cosas». Bancos de todo el mundo contra- tan a los mejores expertos en tecnología para que investiguen los nuevos modelos. A los banqueros les gusta que las transacciones sean seguras, fáciles e instantáneas, pero algunos retroceden ante la idea de un sistema abierto, descentralizado y con nuevas modalidades monetarias. La industria de los servicios financie- ros ya ha rebautizado y privatizado la tecnología blockchain y la llama «tecnología del registro distribuido», en un intento por reconciliar lo mejor de bitcoin —seguridad, rapidez y bajos costes— con un sistema completamente cerrado cuyo uso requiere el permiso de los bancos o las entidades financieras. Consideran que las blockchains constituyen bases de datos más fiables que las que antes tenían, y que permiten a los principales actores —compradores, vendedores, depositarios y reguladores— llevar registros compartidos e indelebles, con la consiguiente reducción de costes, disminución de riesgos y eliminación de puntos centrales susceptibles de fallo.

Invertir en empresas de tecnología blockchain está de moda, como lo estuvo invertir en empresas electrónicas en los noventa. Los inversores de riesgo muestran un grado de entusiasmo que haría palidecer a un inversor en empresas electrónicas de los no- venta. Sólo en 2014 y 2015 más de 1.000 millones de dólares de capital de riesgo fueron a parar al incipiente sistema blockchain, y las inversiones casi se duplican cada año. «Estamos seguros», dice Marc Andreessen en una entrevista para The Washington Post, «de que dentro de veinte años hablaremos de esta tecnología como ahora hablamos de internet».

Los reguladores se han puesto en guardia y han formado grupos de trabajo para estudiar qué tipo de legislación puede aplicarse. Gobiernos autoritarios como el de Rusia han prohibido o limitado drásticamente el uso de bitcoins, como lo han hecho Estados democráticos que deberían haber escarmentado, como Argentina, que ha tenido varias crisis monetarias. Gobiernos occidentales más alertados están intentando entender cómo la nueva tecnología podría transformar no sólo el sistema de bancos centrales y la naturaleza del dinero, sino también la actuación de los gobiernos y la naturaleza de la democracia. Carolyn Wilkins, la gobernadora adjunta del Banco de Canadá, cree que es hora de que los bancos centrales de todo el mundo consideren seriamente la posibilidad de pasar todos los sistemas monetarios nacionales a moneda digital. Andrew Haldane, economista jefe del Banco de Inglaterra, ha propuesto la creación de una moneda digital nacional para el Reino Unido.

Corren tiempos excitantes. En la creciente legión de entusiastas no faltan oportunistas, especuladores y delincuentes. Lo primero que la mayoría de la gente oye cuando se habla de dinero digital es la historia de la bancarrota de la plataforma de cambio Mt. Gox o la de la condena de Ross William Ulbricht, fundador de la empresa de «criptomercado» o mercado de la «web oscura» (darknet market) Silk Road, intervenida por el FBI por tráfico de drogas y armas y pornografía infantil y que usaba la tecnología bitcoin como sistema de pago. El precio del bitcoin ha fluctuado drásticamente y la propiedad de bitcoins sigue estando concentrada. Un estudio de 2013 mostraba que 937 personas poseían la mitad de todos los bitcoins, aunque esto ya está cambiando. ¿Cómo pasamos de la pornografía y del «esquema Ponzi» a la prosperidad? Para empezar, no es bitcoin, que sigue siendo una moneda especulativa, lo que debería interesarnos, salvo que seamos comerciantes. Este libro versa sobre algo mucho más grande que el dinero. Versa sobre el poder y el potencial de la plataforma

tecnológica en la que bitcoin se basa.
Esto no significa que bitcoin o las criptomonedas no sean

importantes en sí mismas, como han dicho algunos que quieren desvincular sus proyectos de los escandalosos negocios del pasado. Estas monedas son fundamentales para la revolución de las blockchains, que consiste en la posibilidad de intercambiar valor, sobre todo dinero, de manera directa y entre iguales.

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Expliquémonos.

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Las primeras cuatro décadas de internet nos han traído el correo electrónico, la red informática global (world wide web), las empresas electrónicas, los medios sociales, la red móvil, el almacenamiento en la nube y los primeros días del «internet de las cosas». Internet ha servido para reducir los costes de investigar, colaborar e intercambiar información. Ha permitido la aparición de nuevos medios de comunicación y entretenimiento, de nuevas formas de comerciar y de organizar el trabajo, y de empresas digitales como nunca las ha habido. Gracias a la tecnología de sensores, ha incorporado inteligencia en nuestras carteras, en nuestra ropa, en nuestros automóviles, en nuestros edificios, en nuestras ciudades y hasta en nuestra biología. Está ocupando tanto nuestro entorno que pronto no será necesario «acceder» a la red porque trabajaremos y viviremos inmersos en una tecnología omnipresente.

En general, internet ha posibilitado muchos cambios positivos —para los que pueden acceder a la red—, pero tiene serias limitaciones para los negocios y la actividad económica. The New Yorker pudo publicar de nuevo la viñeta de Peter Steiner de 1993 en la que un perro le dice a otro: «En internet, nadie sabe que eres un perro». En línea, seguimos sin poder establecer de una manera fiable la identidad del otro ni confiar en él para inter- cambiar dinero sin el aval de un tercero, que suele ser un banco o el gobierno. Los mismos intermediarios almacenan nuestros datos e invaden nuestra intimidad por motivos de lucro o de seguridad nacional. Incluso con internet, los costes estructurales de dichos intermediarios excluyen a 2,5 millones de personas del sistema financiero global. Pese a la promesa de un mundo igualitario, los beneficios económicos y políticos han resultado ser asimétricos, y el poder y la prosperidad van para aquellos que ya los tienen, incluso si han dejado de buscarlos. El dinero hace más dinero del que hace mucha gente.

La prosperidad que la tecnología crea ya no es mayor que la intimidad que destruye. Con todo, en la era digital en la que estamos, la tecnología está en el centro de casi todo, para bien y para mal. Nos permite valorar y violar los derechos del prójimo como nunca antes ha ocurrido. El auge de la comunicación y del comercio en línea está creando más posibilidades para el cibercrimen. La «ley de Moore» de la duplicación anual de la capacidad procesadora duplica el poder de defraudadores y ladrones —«Moore’s Outlaws» o «Los forajidos de Moore»—, por no hablar de emisores de correo basura (spammers), suplantadores de identidad (phishers), ciberespías, zombis, hackers, ciberacosadores y datanappers —delincuentes que lanzan ransomware y piden rescates por la información secuestrada— y demás.

En busca del protocolo fiable

En una fecha tan temprana como 1981 ya había expertos tratan- do de resolver con criptografía los problemas de privacidad, seguridad e inclusión que internet planteaba. Reformaran como reformasen el proceso, siempre se producían filtraciones, porque había terceras partes implicadas. Pagar con tarjeta de crédito en internet no era seguro porque los usuarios tenían que proporcionar mucha información personal, y las comisiones por pagos pequeños eran muy altas.

En 1993, un brillante matemático llamado David Chaum creó eCash, un sistema de pago digital que era «un producto técnicamente perfecto que permitía pagar por internet de manera segura y anónima… Servía perfectamente para enviar peniques y céntimos electrónicos por internet». Era un sistema tan perfecto que Microsoft y otros pensaron en incluirlo en su software. El problema fue que a los compradores en línea no les preocupaba entonces la privacidad y seguridad en la red. La compañía neerlandesa de Chaum, DigiCash, quebró en 1998.

Por la misma época, uno de los socios de Chaum, Nick Szabo, escribió un artículo titulado «El protocolo de Dios», parafrasean- do la expresión «la partícula de Dios» con la que el premio Nobel Leon Lederman se refería a la importancia del bosón de Higgs en la física moderna. En su artículo, Szabo reflexionaba sobre la creación de un protocolo tecnológico ideal en el que Dios fuera el mediador fiable de todas las operaciones: «Todas las partes enviarían la información a Dios. Dios manejaría esa información y devolvería el resultado. Como Dios es la suma de la discreción y la confidencialidad, ninguna de las partes sabría de las demás más de lo que sabe de sí misma». Era una idea muy interesante: hacer negocios por internet requiere mucha fe. Como la infraestructura carece de la seguridad suficiente, muchas veces no tenemos más remedio que tratar con los intermediarios como si fuera dioses.

Una década después, en 2008, el sistema financiero global se hundió. Quizá aprovechando el momento, una persona o serie de personas, con el pseudónimo de Satoshi Nakamoto, esbozaron el protocolo de un nuevo sistema de pago electrónico directo y entre iguales (peer-to-peer o P2P) que usaba una criptomoneda llamada «bitcoin». Las criptomonedas (monedas digitales) se diferencian de la moneda tradicional en que no las crean ni las controlan los países. Este protocolo establece una serie de normas —en forma de computación distribuida— que garantiza la integridad de la información intercambiada entre esos miles de millones de ordenadores sin pasar por terceros. Esta circunstancia aparentemente sutil ha estimulado, asombrado y, en definitiva, cautivado la imaginación de los informáticos, efecto que se ha extendido rápidamente a los negocios, a los gobiernos, a los defensores de la privacidad, a los activistas sociales, a los teóricos de los medios de comunicación y a los periodistas, por mencionar sólo unos pocos ámbitos.

«Todo el mundo exclama: “¡Dios mío, ya está! ¡Es el gran salto! Es lo que estábamos esperando”», dice Marc Andreessen, cocreador del primer navegador comercial, Netscape, y gran inversor en proyectos tecnológicos. «“Ha resuelto todos los problemas. Sea quien sea, merece el premio Nobel, porque es un genio.” ¡Esto es! Ésta es la red fiable distribuida que hacía falta en internet.»

Hoy, gente sesuda de todo el mundo se pregunta por las implicaciones de un protocolo que capacita a simples mortales para crear confianza mediante códigos inteligentes. Esto nunca había ocurrido antes: nunca había habido transacciones fiables entre dos o más partes, autenticadas por la colaboración de muchos y posibilitadas por intereses colectivos, no por grandes empresas que buscan su beneficio.

Una plataforma global con la que podamos operar de modo seguro no será el Dios Todopoderoso, pero sí es algo muy grande. Lo llamaremos «protocolo fiable».

Este protocolo es el fundamento de un creciente número de registros globalmente distribuidos llamados cadenas de bloques (blockchain), el más grande de los cuales es bitcoin. Aunque el aspecto tecnológico es complicado y la expresión «blockchain» suena rara, la idea es sencilla. Las cadenas de bloques nos permiten enviar dinero de manera directa y segura de una persona a otra sin pasar por un banco, una tarjeta de crédito o PayPal.

Más que un internet de la información, es un internet del valor o del dinero. También es una plataforma que permite a todo el mundo saber lo que es verdad, al menos con respecto a la información que se registre de manera estructurada. En su forma más básica, es un código fuente libre: todo el mundo puede descargárselo gratuitamente, ejecutarlo y usarlo para desarrollar nuevas herramientas de gestión de transacciones en línea. Como tal, nos da la posibilidad de crear infinidad de aplicaciones nuevas y de cambiar muchas cosas.

El funcionamiento del registro mundial

Los grandes bancos y algunos gobiernos están usando cadenas de bloques a modo de registros distribuidos con la idea de revolucionar la manera de almacenar información y realizar transacciones. Sus aspiraciones son loables: mayor velocidad, menores costes, más seguridad, menos errores y eliminación de puntos centrales que puedan atacarse o fallar. Estos modelos no suponen necesariamente el uso de criptomonedas.

Sin embargo, las blockchains más importantes y de mayor alcance se basan en el modelo de Satoshi. Veamos cómo funciona este modelo.

El bitcoin o cualquier otra moneda digital no se guarda en archivos que estén en un lugar concreto; está representado por transacciones que se registran en una cadena de bloques, que es una especie de hoja de cálculo o registro que usa los recursos de una amplia red entre iguales para verificar y aprobar todas y cada una de las transacciones hechas en bitcoin. Todas las cadenas de bloques, como la que usa bitcoin, están distribuidas, es decir, se ejecutan en ordenadores que ofrecen voluntariamente personas de todo el mundo; no hay una base de datos central que pueda atacarse. La blockchain es pública: todo el mundo puede verla cuando quiera porque reside en la red, no en una determinada institución que se encargue de auditar las transacciones y llevar registros. Y además está encriptada: usa una encriptación que incluye claves públicas y privadas (en lugar de los sistemas de dos claves de las cajas fuertes) que garantizan una total seguridad. No tenemos que preocuparnos porque Target o Home Depot tengan malos firewalls o haya un miembro del personal de Morgan Stanley o del gobierno federal de Estados Unidos que sea un ladrón.

Cada diez minutos, como si fuera el ritmo cardiaco de la red del bitcoin, todas las transacciones realizadas se comprueban, ordenan y almacenan en un bloque que se une al bloque anterior, creándose así una cadena. Cada bloque debe referirse al bloque anterior para ser válido. Esta estructura registra exactamente el momento de las transacciones y las almacena, evitando que nadie pueda alterar el registro. Si queremos robar un bitcoin, tenemos que reescribir toda la cadena de bloques a la vista de todos, lo que es prácticamente imposible. Por eso las blockchains son un registro distribuido y suponen la conformidad de la red con todas las transacciones que se han realizado. Igual que la red informática global de la información, esto es el «registro informático global» del valor: un registro distribuido que todo el mundo puede descargar y ejecutar en su ordenador personal.

Algunos estudiosos han afirmado que la invención de la contabilidad por partida doble permitió el nacimiento del capitalismo y de la nación-Estado. Este nuevo registro digital de transacciones económicas puede programarse para asentar prácticamente todo lo que tenga valor e importancia para la humanidad: partidas de nacimiento y defunción, permisos de matrimonio, escrituras y títulos de propiedad, grados académicos, informes financieros, procedimientos médicos, demandas de seguros, votos, origen de los alimentos y cualquier otra cosa que pueda codificarse.

La nueva plataforma permite combinar registros digitales sobre casi cualquier cosa en tiempo real. De hecho, pronto habrá miles de millones de cosas inteligentes que percibirán, responderán, se comunicarán, comprarán su propia electricidad y compartirán información importante, en fin, que lo harán todo, desde proteger nuestro medio ambiente hasta cuidar de nuestra salud. Este «internet de todo» necesita un «registro de todo». Negocios, comercio y economía necesitan una computación digital.

¿Por qué preocuparnos, pues? Nosotros creemos que la verdad puede hacernos libres y que la confianza distribuida afectará pro- fundamente a todos los aspectos de nuestra vida, tanto si somos amantes de la música que queremos que los artistas se ganen la vida con su arte, como consumidores que queremos saber de dónde viene la carne de la hamburguesa que nos comemos, inmigrantes hartos de pagar comisiones altísimas por enviar dinero a nuestros seres queridos en nuestra tierra ancestral, mujeres saudíes que queremos publicar nuestra propia revista de moda, trabajadores humanitarios que necesitamos identificar los títulos de propiedad de los propietarios para reconstruir sus casas después de un terremoto, ciudadanos cansados de la falta de transparencia y responsabilidad de los políticos, usuarios de medios sociales que valoramos nuestra privacidad y pensamos que la información que generamos podría sernos provechosa. En este mismo momento, hay innovadores que están creando aplicaciones basadas en blockchains que sirven para todo esto. Y es sólo el comienzo.

Un entusiasmo razonable por las blockchains

No cabe duda de que la tecnología blockchain tiene profundas implicaciones en muchas instituciones. Esto explica el entusiasmo que ha despertado en muchas personas listas e influyentes.

Ben Lawsky dejó su trabajo de superintendente de servicios financieros en el estado de Nueva York y fundó una asesoría del ramo. «En cinco o diez años, el sistema financiero será irreconocible… Y yo quiero formar parte del cambio», dice. Blythe Masters, que fue directora financiera y de Global Commodities del banco de inversiones JP Morgan, creó una empresa de tecnología blockchain con la idea de cambiar la industria. En la portada de Bloomberg Markets de octubre de 2015 aparecía Masters con un titular que decía: «Las blockchains son todo». Ese mismo mes, The Economist publicaba un reportaje titulado «La máqui- na fiable», en el que se decía que «la tecnología en la que se basa bitcoin podría cambiar el funcionamiento de la economía». Para The Economist, la tecnología blockchain es «el mejor modo de estar seguro de las cosas». Bancos de todo el mundo contra- tan a los mejores expertos en tecnología para que investiguen los nuevos modelos. A los banqueros les gusta que las transacciones sean seguras, fáciles e instantáneas, pero algunos retroceden ante la idea de un sistema abierto, descentralizado y con nuevas modalidades monetarias. La industria de los servicios financie- ros ya ha rebautizado y privatizado la tecnología blockchain y la llama «tecnología del registro distribuido», en un intento por reconciliar lo mejor de bitcoin —seguridad, rapidez y bajos costes— con un sistema completamente cerrado cuyo uso requiere el permiso de los bancos o las entidades financieras. Consideran que las blockchains constituyen bases de datos más fiables que las que antes tenían, y que permiten a los principales actores —compradores, vendedores, depositarios y reguladores— llevar registros compartidos e indelebles, con la consiguiente reducción de costes, disminución de riesgos y eliminación de puntos centrales susceptibles de fallo.

Invertir en empresas de tecnología blockchain está de moda, como lo estuvo invertir en empresas electrónicas en los noventa. Los inversores de riesgo muestran un grado de entusiasmo que haría palidecer a un inversor en empresas electrónicas de los no- venta. Sólo en 2014 y 2015 más de 1.000 millones de dólares de capital de riesgo fueron a parar al incipiente sistema blockchain, y las inversiones casi se duplican cada año. «Estamos seguros», dice Marc Andreessen en una entrevista para The Washington Post, «de que dentro de veinte años hablaremos de esta tecnología como ahora hablamos de internet».

Los reguladores se han puesto en guardia y han formado grupos de trabajo para estudiar qué tipo de legislación puede aplicarse. Gobiernos autoritarios como el de Rusia han prohibido o limitado drásticamente el uso de bitcoins, como lo han hecho Estados democráticos que deberían haber escarmentado, como Argentina, que ha tenido varias crisis monetarias. Gobiernos occidentales más alertados están intentando entender cómo la nueva tecnología podría transformar no sólo el sistema de bancos centrales y la naturaleza del dinero, sino también la actuación de los gobiernos y la naturaleza de la democracia. Carolyn Wilkins, la gobernadora adjunta del Banco de Canadá, cree que es hora de que los bancos centrales de todo el mundo consideren seriamente la posibilidad de pasar todos los sistemas monetarios nacionales a moneda digital. Andrew Haldane, economista jefe del Banco de Inglaterra, ha propuesto la creación de una moneda digital nacional para el Reino Unido.

Corren tiempos excitantes. En la creciente legión de entusiastas no faltan oportunistas, especuladores y delincuentes. Lo primero que la mayoría de la gente oye cuando se habla de dinero digital es la historia de la bancarrota de la plataforma de cambio Mt. Gox o la de la condena de Ross William Ulbricht, fundador de la empresa de «criptomercado» o mercado de la «web oscura» (darknet market) Silk Road, intervenida por el FBI por tráfico de drogas y armas y pornografía infantil y que usaba la tecnología bitcoin como sistema de pago. El precio del bitcoin ha fluctuado drásticamente y la propiedad de bitcoins sigue estando concentrada. Un estudio de 2013 mostraba que 937 personas poseían la mitad de todos los bitcoins, aunque esto ya está cambiando. ¿Cómo pasamos de la pornografía y del «esquema Ponzi» a la prosperidad? Para empezar, no es bitcoin, que sigue siendo una moneda especulativa, lo que debería interesarnos, salvo que seamos comerciantes. Este libro versa sobre algo mucho más grande que el dinero. Versa sobre el poder y el potencial de la plataforma

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