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Política cubana post-comunismo

Redacción República
22 de febrero, 2018

Las revueltas populares en Túnez, Egipto, Libia, Siria, y en otras partes en el Medio Oriente señala hacia una pregunta fundamental: ¿Quiénes son esos rebeldes? Más importante aun, desde una perspectiva de política exterior: ¿Cuáles son su ideología política y sus ideas de gobierno? ¿Qué tipo de gobierno vendrá tras la caída de un prolongado despotismo?

No parece que muchos sepamos o seamos capaces de anticipar una conjetura con base. Se ha prestado muy poca atención analítica a estudiar previamente el marco histórico y el trasfondo político e ideológico que estarán en juego en  entornos post-dictatoriales específicos. Algunos parecen creer, ingenuamente e injustificadamente, que las democracias liberales y las economías de mercado serán el inevitable resultado final cuando los movimientos de oposición derroquen a los regímenes autoritarios.

Más cerca de casa, las tablas de mortalidad nos informan, con precisión implacable, que el medio siglo de control totalitario de los hermanos Castro se aproxima a su final biológico. ¿Qué vendrá después?

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El Dr. Oscar Elías Biscet, uno de los miembros más reconocidos de la oposición cubana, ha declarado que tras las renuncias de Raúl y Fidel Castro los disidentes cubanos estaban preparados para negociar una transición a un gobierno democrático con los funcionarios cubanos que les sucedieran. La declaración del Dr. Biscet representa un hito simbólico en los acontecimientos cubanos. Arrestado por segunda vez en la Primavera Negra del 2003, y excarcelado posteriormente,  el Dr. Biscet fue galardonado en ausencia con la Medalla de la Libertad de Estados Unidos por sus actividades oposicionistas valientes y de principios y sus llamados a la desobediencia civil.

Biscet y otros disidentes se han transformado de individuos aislados criticando heroicamente las acciones del régimen, a un reconocido movimiento de resistencia que cuestiona la legitimidad y autoridad del Partido Comunista. Como en el bloque soviético, el término disidente ha cambiado su significado, desde el de un no conformista que se opone a la sociedad, al de un activista cuyos esfuerzos se reconoce que son en el mejor interés de la sociedad. Más significativo aun, es que este movimiento disidente está desarrollando su propia expresión política en la medida que crece hacia una oposición política partidista.

Simultáneamente con esta madurez del movimiento opositor, el Partido Comunista de Cuba, consagrado en la Constitución como el único partido político legal, ha perdido su fundamento ideológico. Fidel Castro, en un aparente desliz freudiano, afirmó que “el modelo cubano ya no funciona ni para nosotros”, y Raúl Castro ha enfatizado repetidamente que “se necesitan cambios para salvar a Cuba del abismo económico”. Además, el despido de hasta 1.3 millones de empleados estatales, anunciado en el programa de reformas de Raúl Castro, es denunciado en los círculos marxistas como una traición a la ortodoxia comunista. A pesar de los pronunciamientos de Raúl en el Congreso del Partido Comunista de Cuba, la ideología comunista se ha desvigorizado innegablemente.

Con la ideología comunista desacreditada y una oposición que comienza a articular su propia expresión política competitiva, Cuba ha entrado en un período de política post-comunista. Sorprendentemente, se le ha prestado poca atención a explorar la dinámica política que entrará en juego en la política cubana del post-comunismo.

Para ser claro: la oposición política es embrionaria, sin recursos, e ilegal bajo el sistema legal cubano. Puede ser caracterizada con más precisión como un movimiento de resistencia buscando fusionarse en una fuerza capaz de organizar la sociedad para el restablecimiento de las libertades individuales. Sin embargo, el monopolio político del

partido comunista está siendo desafiado con métodos políticos, lenguaje político, y filosofías de gobierno alternativas. Cuba no es todavía post-Castros, pero ya es ideológicamente post-comunista.

Esto plantea la cuestión de qué filosofías políticas alternativas y programas de gobierno comenzarán a surgir en el paisaje político en Cuba después del dominio comunista. Un punto de partida es revisar brevemente las ideologías políticas dominantes en la Cuba pre-Castro de los 1950s.

Cuba tenía un partido comunista pre-Castro fundado en 1925 como Partido Comunista Cubano, que se convirtió en 1944 en el Partido Socialista Popular (PSP) y fue disuelto en 1962. Muchos de sus miembros pasaron posteriormente a ser miembros del Comité Central en el nuevo Partido Comunista de Cuba fundado oficialmente en 1965. En el otro extremo del espectro político, Cuba tenía también un Partido Liberal y pensadores liberales, en la histórica tradición del laissez-faire, como el italiano-cubano Orestes Ferrara Marino.

Pero en 1950s la escena política cubana la dominaban dos partidos políticos casi idénticos ideológicamente: el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) y una escisión de este partido, el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Es interesante destacar que uno se rotulaba a sí mismo “Auténtico” y el otro “Ortodoxo”, palabras muy cercanas a ser sinónimos.

En términos de clasificación política moderna los programas de gobierno de ambos partidos eran significativamente de centro-izquierda o socialdemócratas, incorporando fuertes dosis de nacionalismo, socialismo, corporativismo, y apoyo al control gubernamental de los sectores clave de la economía. En términos de política económica eran tan keynesianos, como su época, pero el Estado cubano no era dueño de ninguna industria ni intervenía en la gestión económica de las empresas privadas. Así y todo, los sindicatos eran fuertes y había considerable coordinación entre el gobierno, los negocios y los trabajadores.

Tanto los Auténticos como los Ortodoxos hacían énfasis en las libertades civiles y el proceso democrático. La distinción fundamental entre ambos partidos no era ideológica sino operacional, donde el Partido Ortodoxo se presentaba a sí mismo como el partido anti-corrupción, con una escoba como símbolo, para barrer todos los males de un estado corrupto, y consignas tales como “Prometemos no robar”. Pero quizás la característica más distintiva de este período político era la naturaleza del discurso político manejado por las personalidades. Muy a menudo se trataba más de seguir a una figura política que a una plataforma de gobierno definida.

Es probable que el espectro político post-comunista en Cuba sea mucho más diverso. Incluirá las convicciones políticas desarrolladas como resultado de vivir en Cuba bajo el control comunista, y las aprendidas y adoptadas por la diáspora cubana que vive en el extranjero -una comunidad que constituye el 15% de la nación cubana. Aun bajo el estado actual de represión e ilegalidad, documentos políticamente inspirados llamando al cambio van saliendo a la superficie en la Isla.

También crecen grupos con nombres de partidos políticos como Partido Demócrata Cristiano de Cuba, Corriente Socialista Democrática Cubana, Partido Liberal de Cuba, Partido de Renovación Ortodoxa, Unión Liberal Cubana, Cuba Independiente y Democrática, Partido de Solidaridad Democrática, Movimiento Cristiano de Liberación, y otros. Algunos de esos grupos están afiliados a entidades políticas internacionales fuera de Cuba.

En este momento el movimiento cubano de oposición es ideológicamente diverso, institucionalmente débil, y está imbuido del marco cognoscitivo estatista heredado del régimen comunista. Lamentablemente, este marco cognoscitivo incluye intolerancia política y la incapacidad de distinguir entre un legítimo adversario político con ideas diferentes, y un enemigo mortal. Este último punto es esencial, porque los sistemas comunistas no generan conocimiento veraz o útil sobre las causas de sus propias anomalías o fracasos. Una gran virtud de la tolerancia democrática es el contexto cognoscitivo que permite a la sociedad corregir los errores percibidos en el gobierno a través del proceso electoral pacífico y constitucional.

En esta coyuntura histórica del emergente cuerpo político cubano no es práctico pretender ubicar las posiciones políticas en términos de un sencillo eje izquierda-derecha, ni tampoco con algunos de los gráficos más sofisticados de ejes múltiples, que los científicos políticos utilizan para ilustrar las variaciones en las convicciones políticas. Aun así, puede ser interesante modelar especulativamente el espectro político cubano post-comunismo.

El lúgubre fracaso cubano como estado totalitario con una economía centralmente planificada sugiere que un examen de un gráfico con ejes de X e Y estimando el grado preferido de control del gobierno puede ser grandemente revelador. En este contexto, el gráfico de Nolan (debajo), que considera las “Libertades económicas” en un eje y las “Libertades personales” en el otro, puede ser útil.

Dada la negación radical de las libertades que los cubanos han experimentado por más de cinco décadas debería resultar que, en abstracto, la mayoría desearía elevados niveles de libertades personales y económicas y rechazaría altos grados de control gubernamental. En el plano teórico, esto colocaría a la mayoría de los cubanos que opten por las libertades personales y económicas en la esquina libertaria, y en la esquina comunitaria a los que opten por controles gubernamentales.

Sin embargo, esta modelación conceptual teórica chocará inmediatamente con los convencionalismos de una población acostumbrada a los dictados desde arriba, la dependencia desde abajo, y el derecho a la ayuda social, heredados del estado comunista. La población cubana sufrirá -en el sentido metafórico que Vaclav Havel le dio a la expresión- de medio siglo de exposición a “la radiación del totalitarismo”. En la práctica, la ética de la responsabilidad social dominará los debates, y la elaboración de política propugnada en el discurso político no se corresponderá con las políticas enfocadas al laissez-faire que sugiere la modelación conceptual. La realidad económica es que no se pueden esperar beneficios sociales de magnitud escandinava con productividad a niveles caribeños.  De este modo, la política cubana post-comunismo no solamente será diversa y matizada por las prácticas ideológicas tradicionales, sino muy cercana a resultar internamente contradictoria en sí misma.

A la oposición no le basta con luchar contra la opresión. Para forjar su camino hacia el gobierno, la emergente oposición política en Cuba tiene que superar sus desacuerdos intrínsecos sobre filosofía política, tanto los internos como grupo como los que existen entre diferentes grupos. Tiene que proyectar la imagen de ser una alternativa viable de gobierno frente al Partido Comunista. Para hacerlo, necesitará construir acuerdos y un consenso centrado en la Libertad y en mejorar el bienestar de la ciudadanía. Los líderes políticos post-comunistas tienen que aprender a construir relaciones de confianza y ser capaces de apoyarse unos a los otros para actuar coordinadamente

Sin embargo, esta unidad no puede construirse sobre la base de una inalcanzable uniformidad exhaustiva de convicciones políticas y económicas. La construcción de la oposición política en Cuba será más viable si abraza la diversidad de sus filosofías políticas y convierte esta diversidad en fortaleza política. Tiene que aprender a valorar la tolerancia política y una oposición democrática leal como la fuente epistemológica del orden político. De este modo, la búsqueda de la unidad tiene que afianzarse en principios fundacionales comunes, y diferenciar esos principios de los del Partido Comunista.

Esos principios, que son comunes en la gran familia ideológica conformada por todas las democracias liberales, son: (1) democracia representativa como método para lograr y legitimar decisiones colectivas; (2) la convicción de que todas las personas, incluyendo los más altos funcionarios del gobierno, están sujetos a, y limitados por, la autoridad de una Constitución; (3) la convicción de la necesidad de la separación y balance de poderes para limitar deliberadamente la autoridad del gobierno central y preservar las libertades individuales; (4) la convicción de que poseemos derechos naturales inalienables, como están promulgados en la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas; (5) la convicción sobre la transparencia gubernamental y la rendición de cuentas; (6) la convicción compartida sobre la importancia del pluralismo político y el encomiable papel de una oposición política crítica comprometida con la contienda democrática; y (7) la convicción compartida sobre los derechos de propiedad y las virtudes imperfectas de una economía de mercado.

El problema central para la transición del control totalitario es el de reabrir una sociedad cerrada y articular ideales políticos unificadores. La experiencia histórica de los países post-comunistas es que los gobiernos de transición tienden a ser coaliciones de gobierno. Los políticos cubanos post-comunismo serán el subproducto de la descomposición del régimen, no la causa que le antecede. Esto resulta críticamente importante, porque significa que ningún proyecto político dominante emergerá victorioso, y una coalición de gobierno tendrá la tarea poco envidiable de reconstruir el barco en alta mar en medio de un huracán.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Política cubana post-comunismo

Redacción República
22 de febrero, 2018

Las revueltas populares en Túnez, Egipto, Libia, Siria, y en otras partes en el Medio Oriente señala hacia una pregunta fundamental: ¿Quiénes son esos rebeldes? Más importante aun, desde una perspectiva de política exterior: ¿Cuáles son su ideología política y sus ideas de gobierno? ¿Qué tipo de gobierno vendrá tras la caída de un prolongado despotismo?

No parece que muchos sepamos o seamos capaces de anticipar una conjetura con base. Se ha prestado muy poca atención analítica a estudiar previamente el marco histórico y el trasfondo político e ideológico que estarán en juego en  entornos post-dictatoriales específicos. Algunos parecen creer, ingenuamente e injustificadamente, que las democracias liberales y las economías de mercado serán el inevitable resultado final cuando los movimientos de oposición derroquen a los regímenes autoritarios.

Más cerca de casa, las tablas de mortalidad nos informan, con precisión implacable, que el medio siglo de control totalitario de los hermanos Castro se aproxima a su final biológico. ¿Qué vendrá después?

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El Dr. Oscar Elías Biscet, uno de los miembros más reconocidos de la oposición cubana, ha declarado que tras las renuncias de Raúl y Fidel Castro los disidentes cubanos estaban preparados para negociar una transición a un gobierno democrático con los funcionarios cubanos que les sucedieran. La declaración del Dr. Biscet representa un hito simbólico en los acontecimientos cubanos. Arrestado por segunda vez en la Primavera Negra del 2003, y excarcelado posteriormente,  el Dr. Biscet fue galardonado en ausencia con la Medalla de la Libertad de Estados Unidos por sus actividades oposicionistas valientes y de principios y sus llamados a la desobediencia civil.

Biscet y otros disidentes se han transformado de individuos aislados criticando heroicamente las acciones del régimen, a un reconocido movimiento de resistencia que cuestiona la legitimidad y autoridad del Partido Comunista. Como en el bloque soviético, el término disidente ha cambiado su significado, desde el de un no conformista que se opone a la sociedad, al de un activista cuyos esfuerzos se reconoce que son en el mejor interés de la sociedad. Más significativo aun, es que este movimiento disidente está desarrollando su propia expresión política en la medida que crece hacia una oposición política partidista.

Simultáneamente con esta madurez del movimiento opositor, el Partido Comunista de Cuba, consagrado en la Constitución como el único partido político legal, ha perdido su fundamento ideológico. Fidel Castro, en un aparente desliz freudiano, afirmó que “el modelo cubano ya no funciona ni para nosotros”, y Raúl Castro ha enfatizado repetidamente que “se necesitan cambios para salvar a Cuba del abismo económico”. Además, el despido de hasta 1.3 millones de empleados estatales, anunciado en el programa de reformas de Raúl Castro, es denunciado en los círculos marxistas como una traición a la ortodoxia comunista. A pesar de los pronunciamientos de Raúl en el Congreso del Partido Comunista de Cuba, la ideología comunista se ha desvigorizado innegablemente.

Con la ideología comunista desacreditada y una oposición que comienza a articular su propia expresión política competitiva, Cuba ha entrado en un período de política post-comunista. Sorprendentemente, se le ha prestado poca atención a explorar la dinámica política que entrará en juego en la política cubana del post-comunismo.

Para ser claro: la oposición política es embrionaria, sin recursos, e ilegal bajo el sistema legal cubano. Puede ser caracterizada con más precisión como un movimiento de resistencia buscando fusionarse en una fuerza capaz de organizar la sociedad para el restablecimiento de las libertades individuales. Sin embargo, el monopolio político del

partido comunista está siendo desafiado con métodos políticos, lenguaje político, y filosofías de gobierno alternativas. Cuba no es todavía post-Castros, pero ya es ideológicamente post-comunista.

Esto plantea la cuestión de qué filosofías políticas alternativas y programas de gobierno comenzarán a surgir en el paisaje político en Cuba después del dominio comunista. Un punto de partida es revisar brevemente las ideologías políticas dominantes en la Cuba pre-Castro de los 1950s.

Cuba tenía un partido comunista pre-Castro fundado en 1925 como Partido Comunista Cubano, que se convirtió en 1944 en el Partido Socialista Popular (PSP) y fue disuelto en 1962. Muchos de sus miembros pasaron posteriormente a ser miembros del Comité Central en el nuevo Partido Comunista de Cuba fundado oficialmente en 1965. En el otro extremo del espectro político, Cuba tenía también un Partido Liberal y pensadores liberales, en la histórica tradición del laissez-faire, como el italiano-cubano Orestes Ferrara Marino.

Pero en 1950s la escena política cubana la dominaban dos partidos políticos casi idénticos ideológicamente: el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) y una escisión de este partido, el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Es interesante destacar que uno se rotulaba a sí mismo “Auténtico” y el otro “Ortodoxo”, palabras muy cercanas a ser sinónimos.

En términos de clasificación política moderna los programas de gobierno de ambos partidos eran significativamente de centro-izquierda o socialdemócratas, incorporando fuertes dosis de nacionalismo, socialismo, corporativismo, y apoyo al control gubernamental de los sectores clave de la economía. En términos de política económica eran tan keynesianos, como su época, pero el Estado cubano no era dueño de ninguna industria ni intervenía en la gestión económica de las empresas privadas. Así y todo, los sindicatos eran fuertes y había considerable coordinación entre el gobierno, los negocios y los trabajadores.

Tanto los Auténticos como los Ortodoxos hacían énfasis en las libertades civiles y el proceso democrático. La distinción fundamental entre ambos partidos no era ideológica sino operacional, donde el Partido Ortodoxo se presentaba a sí mismo como el partido anti-corrupción, con una escoba como símbolo, para barrer todos los males de un estado corrupto, y consignas tales como “Prometemos no robar”. Pero quizás la característica más distintiva de este período político era la naturaleza del discurso político manejado por las personalidades. Muy a menudo se trataba más de seguir a una figura política que a una plataforma de gobierno definida.

Es probable que el espectro político post-comunista en Cuba sea mucho más diverso. Incluirá las convicciones políticas desarrolladas como resultado de vivir en Cuba bajo el control comunista, y las aprendidas y adoptadas por la diáspora cubana que vive en el extranjero -una comunidad que constituye el 15% de la nación cubana. Aun bajo el estado actual de represión e ilegalidad, documentos políticamente inspirados llamando al cambio van saliendo a la superficie en la Isla.

También crecen grupos con nombres de partidos políticos como Partido Demócrata Cristiano de Cuba, Corriente Socialista Democrática Cubana, Partido Liberal de Cuba, Partido de Renovación Ortodoxa, Unión Liberal Cubana, Cuba Independiente y Democrática, Partido de Solidaridad Democrática, Movimiento Cristiano de Liberación, y otros. Algunos de esos grupos están afiliados a entidades políticas internacionales fuera de Cuba.

En este momento el movimiento cubano de oposición es ideológicamente diverso, institucionalmente débil, y está imbuido del marco cognoscitivo estatista heredado del régimen comunista. Lamentablemente, este marco cognoscitivo incluye intolerancia política y la incapacidad de distinguir entre un legítimo adversario político con ideas diferentes, y un enemigo mortal. Este último punto es esencial, porque los sistemas comunistas no generan conocimiento veraz o útil sobre las causas de sus propias anomalías o fracasos. Una gran virtud de la tolerancia democrática es el contexto cognoscitivo que permite a la sociedad corregir los errores percibidos en el gobierno a través del proceso electoral pacífico y constitucional.

En esta coyuntura histórica del emergente cuerpo político cubano no es práctico pretender ubicar las posiciones políticas en términos de un sencillo eje izquierda-derecha, ni tampoco con algunos de los gráficos más sofisticados de ejes múltiples, que los científicos políticos utilizan para ilustrar las variaciones en las convicciones políticas. Aun así, puede ser interesante modelar especulativamente el espectro político cubano post-comunismo.

El lúgubre fracaso cubano como estado totalitario con una economía centralmente planificada sugiere que un examen de un gráfico con ejes de X e Y estimando el grado preferido de control del gobierno puede ser grandemente revelador. En este contexto, el gráfico de Nolan (debajo), que considera las “Libertades económicas” en un eje y las “Libertades personales” en el otro, puede ser útil.

Dada la negación radical de las libertades que los cubanos han experimentado por más de cinco décadas debería resultar que, en abstracto, la mayoría desearía elevados niveles de libertades personales y económicas y rechazaría altos grados de control gubernamental. En el plano teórico, esto colocaría a la mayoría de los cubanos que opten por las libertades personales y económicas en la esquina libertaria, y en la esquina comunitaria a los que opten por controles gubernamentales.

Sin embargo, esta modelación conceptual teórica chocará inmediatamente con los convencionalismos de una población acostumbrada a los dictados desde arriba, la dependencia desde abajo, y el derecho a la ayuda social, heredados del estado comunista. La población cubana sufrirá -en el sentido metafórico que Vaclav Havel le dio a la expresión- de medio siglo de exposición a “la radiación del totalitarismo”. En la práctica, la ética de la responsabilidad social dominará los debates, y la elaboración de política propugnada en el discurso político no se corresponderá con las políticas enfocadas al laissez-faire que sugiere la modelación conceptual. La realidad económica es que no se pueden esperar beneficios sociales de magnitud escandinava con productividad a niveles caribeños.  De este modo, la política cubana post-comunismo no solamente será diversa y matizada por las prácticas ideológicas tradicionales, sino muy cercana a resultar internamente contradictoria en sí misma.

A la oposición no le basta con luchar contra la opresión. Para forjar su camino hacia el gobierno, la emergente oposición política en Cuba tiene que superar sus desacuerdos intrínsecos sobre filosofía política, tanto los internos como grupo como los que existen entre diferentes grupos. Tiene que proyectar la imagen de ser una alternativa viable de gobierno frente al Partido Comunista. Para hacerlo, necesitará construir acuerdos y un consenso centrado en la Libertad y en mejorar el bienestar de la ciudadanía. Los líderes políticos post-comunistas tienen que aprender a construir relaciones de confianza y ser capaces de apoyarse unos a los otros para actuar coordinadamente

Sin embargo, esta unidad no puede construirse sobre la base de una inalcanzable uniformidad exhaustiva de convicciones políticas y económicas. La construcción de la oposición política en Cuba será más viable si abraza la diversidad de sus filosofías políticas y convierte esta diversidad en fortaleza política. Tiene que aprender a valorar la tolerancia política y una oposición democrática leal como la fuente epistemológica del orden político. De este modo, la búsqueda de la unidad tiene que afianzarse en principios fundacionales comunes, y diferenciar esos principios de los del Partido Comunista.

Esos principios, que son comunes en la gran familia ideológica conformada por todas las democracias liberales, son: (1) democracia representativa como método para lograr y legitimar decisiones colectivas; (2) la convicción de que todas las personas, incluyendo los más altos funcionarios del gobierno, están sujetos a, y limitados por, la autoridad de una Constitución; (3) la convicción de la necesidad de la separación y balance de poderes para limitar deliberadamente la autoridad del gobierno central y preservar las libertades individuales; (4) la convicción de que poseemos derechos naturales inalienables, como están promulgados en la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas; (5) la convicción sobre la transparencia gubernamental y la rendición de cuentas; (6) la convicción compartida sobre la importancia del pluralismo político y el encomiable papel de una oposición política crítica comprometida con la contienda democrática; y (7) la convicción compartida sobre los derechos de propiedad y las virtudes imperfectas de una economía de mercado.

El problema central para la transición del control totalitario es el de reabrir una sociedad cerrada y articular ideales políticos unificadores. La experiencia histórica de los países post-comunistas es que los gobiernos de transición tienden a ser coaliciones de gobierno. Los políticos cubanos post-comunismo serán el subproducto de la descomposición del régimen, no la causa que le antecede. Esto resulta críticamente importante, porque significa que ningún proyecto político dominante emergerá victorioso, y una coalición de gobierno tendrá la tarea poco envidiable de reconstruir el barco en alta mar en medio de un huracán.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo