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Hilo frágil

Gabriel Arana Fuentes
04 de marzo, 2018

En el blog de historias urbanas escribe José Vicente Solórzano Aguilar.

A MFL, en solidaridad

Anoche mataron al nieto de un amigo de mi papá.

Estaba platicando en la esquina de su casa con unos amigos cuando los pasaron baleando.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Nadie alcanzó a ver quién fue, entre el susto y la confusión.

El nieto murió ahí mismo, frente a la puerta de la casa donde se crió. Otro llegó malherido al San Juan de Dios y falleció de madrugada. Los dos restantes fueron a dar a un sanatorio.

Escribo de primera impresión. Evito inquirir detalles al tratarse de alguien cercano. Aunque más de alguno piense “a saber en qué andaba metido”.

Siempre se muere por estar en algo.

Habrá quien maneje el carro, o la moto, sin placas de identificación.

Nunca falta quien apunte y tire del gatillo. Sin remordimiento, ni cuentas que rendirle a Dios, a Jesús y a la Virgen (al contrario, se encomienda a ellos para que no les falle la puntería). Para eso le pagan.

Esbirros de ayer, pandilleros y narcotraficantes de hoy, ladrones de siempre.

La gente como usted y yo, en medio.

Recuerdo una tumba en el cementerio del pueblo natal de mis padres.

Una muchacha nacida en 1958 y muerta en 1980.

Estudiante de derecho de la Universidad de San Carlos, según la lápida dejada por sus compañeros.

Acaso secuestrada, violada y asesinada por esbirros a sueldo de la policía judicial que operó durante el gobierno de Romeo Lucas García.

Como ella, como el nieto del papá de mi amigo, no hubo certeza de que algún día se hiciera justicia. Y ese dolor, junto con la pérdida sufrida, se les incrustó hasta el final de sus existencias.

Cuando matan al familiar de alguien cercano, amigo o compañero de trabajo, siento que el próximo filazo de la muerte caerá sobre mí o sobre los míos.

La impresión fue tan fuerte que anoche soñé que mataron a tres personas en mi cuadra.

Ahora temo encontrarme con la cinta amarilla del Ministerio Público rodeando las afueras de mi casa.

La muerte afila su guadaña cada minuto que pasa en Guatemala.

Y la siega es abundante.

Acá una historia distinta: Departamento de Toledo, año uno

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Hilo frágil

Gabriel Arana Fuentes
04 de marzo, 2018

En el blog de historias urbanas escribe José Vicente Solórzano Aguilar.

A MFL, en solidaridad

Anoche mataron al nieto de un amigo de mi papá.

Estaba platicando en la esquina de su casa con unos amigos cuando los pasaron baleando.

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Nadie alcanzó a ver quién fue, entre el susto y la confusión.

El nieto murió ahí mismo, frente a la puerta de la casa donde se crió. Otro llegó malherido al San Juan de Dios y falleció de madrugada. Los dos restantes fueron a dar a un sanatorio.

Escribo de primera impresión. Evito inquirir detalles al tratarse de alguien cercano. Aunque más de alguno piense “a saber en qué andaba metido”.

Siempre se muere por estar en algo.

Habrá quien maneje el carro, o la moto, sin placas de identificación.

Nunca falta quien apunte y tire del gatillo. Sin remordimiento, ni cuentas que rendirle a Dios, a Jesús y a la Virgen (al contrario, se encomienda a ellos para que no les falle la puntería). Para eso le pagan.

Esbirros de ayer, pandilleros y narcotraficantes de hoy, ladrones de siempre.

La gente como usted y yo, en medio.

Recuerdo una tumba en el cementerio del pueblo natal de mis padres.

Una muchacha nacida en 1958 y muerta en 1980.

Estudiante de derecho de la Universidad de San Carlos, según la lápida dejada por sus compañeros.

Acaso secuestrada, violada y asesinada por esbirros a sueldo de la policía judicial que operó durante el gobierno de Romeo Lucas García.

Como ella, como el nieto del papá de mi amigo, no hubo certeza de que algún día se hiciera justicia. Y ese dolor, junto con la pérdida sufrida, se les incrustó hasta el final de sus existencias.

Cuando matan al familiar de alguien cercano, amigo o compañero de trabajo, siento que el próximo filazo de la muerte caerá sobre mí o sobre los míos.

La impresión fue tan fuerte que anoche soñé que mataron a tres personas en mi cuadra.

Ahora temo encontrarme con la cinta amarilla del Ministerio Público rodeando las afueras de mi casa.

La muerte afila su guadaña cada minuto que pasa en Guatemala.

Y la siega es abundante.

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