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El tesoro no escondido.

Diana Brown
05 de marzo, 2018

“En Egipto, a las bibliotecas se las llamaba el tesoro de los remedios del alma. En efecto, curábase en ellas de la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás.”

Jacques Benigne Bossuet

En medio del delicioso silencio y una cómoda contemplación, se encuentra la satisfacción para una insaciable curiosidad.

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Existen santuarios en todo el mundo. Se conoce los templos de las variadas religiones; sitios santos que hasta su aire en sí infunde paz y serenidad, aunada al nacimiento de pensamientos profundos. Al ingresar a ellos, literalmente se respira eternidad y profundo respeto; se habla en tono bajo, nunca se eleva la voz. Se comunica con el Ser Superior; y se contempla a si mismo, examinando la vida propia.

Otro  recinto,  no  santuario , pues no se venera ni a un santo ni una reliquia como indica el DRAE, en su definición  de santuario;  pero si es “Lugar sagrado , o importante y valioso”, y “Lugar usado como refugio, protección o asilo.”  Dentro de ello se encuentran elementos valiosos, los cuales exigen por su naturaleza el respeto, silencio, concentración y contemplación.  Y en la edad de tecnología, población de cierta edad deja de frecuentarlo, lastimosamente sin  conocer de las riquezas que contiene.

Son realmente dos tipos de ambientes, semejantes, no iguales, que gozan de los universos de contemplación y aventura, aparentemente temas incongruentes, pero no.

Bibliotecas y librerías; centros de pensamiento, acontecimientos, cuestionamiento, revisión, gozo, creatividad y alegría. Las personas que han tenido el privilegio de ingresar a las bibliotecas en otros países son testigos de su majestuosidad; son monumentos a la palabra escrita, respetuoso protector de conocimiento, parque de diversión; pues las aventuras más emocionantes se encuentran entre las páginas de los libros, abriendo la imaginación del lector, de la edad que se tenga,.

Se observan tomos antiguos, de delicadas páginas que corren la gama de colores desde marfil a amarillo; tesoros que están bajo un clima controlado, no permitiendo  la humedad, el hollín, la respiración de los admiradores, ni los impacientes dedos que puedan sin querer, lastimar a los  inicios de la literatura escrita ni una fotografía con flash impertinente que puede dañar las hojas irreparablemente.

Las inalcanzables estanterías, con escaleras con rodos para primero correrse hacia la sección adecuada , y luego trepar hasta alcanzar el tomo deseado, siguiendo una lógica de ordenamiento que pareciera ser  incomprensible, pero goza de una lógica impecable para la ubicación del titulo deseado. De no ser así, ¿cómo encontrar en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, un solo libro entre 29, 592, 066 que hay? Se dice que es la biblioteca más grande del mundo.

Nace el silencio; ante la inconmensurable abundancia de conocimiento, sabiduría, investigación y inventiva. Al ingresar, la primera reacción es de sostener la respiración; luego a encontrarse en los sitios de lectura, las mesas de trabajo, lámparas con el tono  de luz perfecto para la lectura , con los volúmenes bajo el brazo, impaciente a satisfacer la inquietud. Y en la mayoría de las grandes bibliotecas del mundo, se puede prestar el libro, volvérselo propio aunque por un tiempo, si limitado, y deleitarse de él aun más.

No se quedan atrás las grandes librerías, que por avances de la tecnología, cada vez se observan menos. La facilidad de una tableta, de un teléfono inteligente, es más práctico que andar con el libro bajo el brazo; pero ¿qué artefacto puede reemplazar el olor de un nuevo libro, el color del papel de las hojas, el peso de su contenido, el poder anotar, en lápiz por favor, en el margen, las ideas que provocan esa lectura?  Es otro recinto a que se ingresa con tranquilidad, paciencia, curiosidad, alegría y respeto. A buscar y a encontrar. Tesoros que compartir.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

El tesoro no escondido.

Diana Brown
05 de marzo, 2018

“En Egipto, a las bibliotecas se las llamaba el tesoro de los remedios del alma. En efecto, curábase en ellas de la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás.”

Jacques Benigne Bossuet

En medio del delicioso silencio y una cómoda contemplación, se encuentra la satisfacción para una insaciable curiosidad.

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Existen santuarios en todo el mundo. Se conoce los templos de las variadas religiones; sitios santos que hasta su aire en sí infunde paz y serenidad, aunada al nacimiento de pensamientos profundos. Al ingresar a ellos, literalmente se respira eternidad y profundo respeto; se habla en tono bajo, nunca se eleva la voz. Se comunica con el Ser Superior; y se contempla a si mismo, examinando la vida propia.

Otro  recinto,  no  santuario , pues no se venera ni a un santo ni una reliquia como indica el DRAE, en su definición  de santuario;  pero si es “Lugar sagrado , o importante y valioso”, y “Lugar usado como refugio, protección o asilo.”  Dentro de ello se encuentran elementos valiosos, los cuales exigen por su naturaleza el respeto, silencio, concentración y contemplación.  Y en la edad de tecnología, población de cierta edad deja de frecuentarlo, lastimosamente sin  conocer de las riquezas que contiene.

Son realmente dos tipos de ambientes, semejantes, no iguales, que gozan de los universos de contemplación y aventura, aparentemente temas incongruentes, pero no.

Bibliotecas y librerías; centros de pensamiento, acontecimientos, cuestionamiento, revisión, gozo, creatividad y alegría. Las personas que han tenido el privilegio de ingresar a las bibliotecas en otros países son testigos de su majestuosidad; son monumentos a la palabra escrita, respetuoso protector de conocimiento, parque de diversión; pues las aventuras más emocionantes se encuentran entre las páginas de los libros, abriendo la imaginación del lector, de la edad que se tenga,.

Se observan tomos antiguos, de delicadas páginas que corren la gama de colores desde marfil a amarillo; tesoros que están bajo un clima controlado, no permitiendo  la humedad, el hollín, la respiración de los admiradores, ni los impacientes dedos que puedan sin querer, lastimar a los  inicios de la literatura escrita ni una fotografía con flash impertinente que puede dañar las hojas irreparablemente.

Las inalcanzables estanterías, con escaleras con rodos para primero correrse hacia la sección adecuada , y luego trepar hasta alcanzar el tomo deseado, siguiendo una lógica de ordenamiento que pareciera ser  incomprensible, pero goza de una lógica impecable para la ubicación del titulo deseado. De no ser así, ¿cómo encontrar en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, un solo libro entre 29, 592, 066 que hay? Se dice que es la biblioteca más grande del mundo.

Nace el silencio; ante la inconmensurable abundancia de conocimiento, sabiduría, investigación y inventiva. Al ingresar, la primera reacción es de sostener la respiración; luego a encontrarse en los sitios de lectura, las mesas de trabajo, lámparas con el tono  de luz perfecto para la lectura , con los volúmenes bajo el brazo, impaciente a satisfacer la inquietud. Y en la mayoría de las grandes bibliotecas del mundo, se puede prestar el libro, volvérselo propio aunque por un tiempo, si limitado, y deleitarse de él aun más.

No se quedan atrás las grandes librerías, que por avances de la tecnología, cada vez se observan menos. La facilidad de una tableta, de un teléfono inteligente, es más práctico que andar con el libro bajo el brazo; pero ¿qué artefacto puede reemplazar el olor de un nuevo libro, el color del papel de las hojas, el peso de su contenido, el poder anotar, en lápiz por favor, en el margen, las ideas que provocan esa lectura?  Es otro recinto a que se ingresa con tranquilidad, paciencia, curiosidad, alegría y respeto. A buscar y a encontrar. Tesoros que compartir.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo