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Hacia un nuevo feminismo

María Renée Estrada
18 de marzo, 2018

Una semana ha transcurrido desde que ocurrió la indignación mediática respecto a “una vulva poderosa en procesión”, particularmente parecida a la Virgen María, en la conmemoración del 8 de marzo. La “procesión”, pintada de un morado cuaresmal, se detuvo en el atrio de la Catedral Metropolitana. Posteriormente las mujeres presentes procedieron a gritar consignas contra la Iglesia Católica. Durante casi 3 días incurrí en varios debates virtuales respecto al tema. El argumento siempre fue el mismo: libertad de expresión de las feministas. Y entonces nació esta columna.

La historia del feminismo surgió en Francia con Olympe de Gouges, luego se trasladó a Inglaterra con Mary Wollstonecraft  y sentó un precedente en  1918 con el sufragismo liderado por Emmeline Parkhurst y su esposo (Inglaterra, Austria y Alemania).  Posteriormente, esta primera ola de feministas luchó arduamente por conseguir el acceso de la mujer a la enseñanza superior, el derecho a los mismos trabajos que los hombres, independencia económica y el control de propiedades e ingresos.  En aquella época la evolución de la lucha pintaba muy bien en algunos sectores como la educación, el trabajo y la política.

Pero ¿qué ocurría mientras tanto con los valores familiares y el enfoque de temas tanto de calado social como la sexualidad y maternidad? En este campo es donde el feminismo incurrió en las mayores contradicciones. Y en donde surgió principalmente la batalla frontal contra la Iglesia, especialmente la católica. 

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En pleno siglo XX surgen y crecen los grupos feministas más radicales, con una visión muy distinta y alejada de las propulsoras del sufragismo y demás derechos civiles. La equiparación de los derechos jurídicos y sociales entre mujeres y hombres dejaron de ser importantes, y una gran parte del movimiento reclamó la igualdad radical de sexos, rechazando al mismo tiempo la maternidad, pero sobretodo la familia y el matrimonio. Simone de Beauvoir,  Betty Friedan y Germaine Greer fueron grandes pioneras de esta segunda ola.

Considero, por esta razón, que actualmente es entendible el odio acérrimo, la apatía e histeria que ciertos movimientos, autodenominados feministas,  tienen contra la Iglesia Católica (el claro ejemplo es la “procesión” de la vulva poderosa, parecida a la Virgen María, desfilando dentro de la Catedral). Pareciera que les vendieron mal la información o que sencillamente no están dispuestas a comprenderla de una manera distinta. Tienen una visión sumamente errónea y reducida del papel que juega la mujer, en todos los ámbitos sociales, para los cristianos católicos, independientemente de los errores que los seres humanos cometemos en el día a día y a lo largo de la historia. Edith Stein, Sor Juana Inés de la Cruz, Santa Juana de Arco, San Juan Pablo II  y actualmente el Papa Francisco son grandes referentes de la exaltación del papel de la mujer  en sociedad para la comunidad católica.

Sin embargo que algo sea entendible no lo hace justificable ni tolerable. La base de la convivencia social es asumir el respeto como un valor fundamental. Faltar al respeto jamás debería de ser considerado como libertad de expresión; Se esté de acuerdo o no con las premisas, ideas, creencias o estilo de vida de la otra persona.  Más allá de las posturas personales de las feministas frente a la Iglesia como institución, se les olvida que existimos mujeres creyentes, que nos sentimos identificadas con María, para quienes es nuestro modelo de mujer y madre. Nosotras también somos mujeres, también merecemos respeto e inclusión en el discurso de la mujer. No se vale disfrazar un acto tan despreciable bajo la bandera de “libertad de expresión”, menos cuando se pasan llevando a un alto porcentaje de guatemaltecas.

El feminismo no nació para destrozarse entre mujeres. Tampoco surgió para mofarnos de creencias, ideas o posturas que no compartimos.  No es posible que dentro de los discursos feministas no quepan nuestras voces y que encima cuando pretendemos alzarlas nos etiqueten, excluyan y callen.

Pero el tiempo se encarga de corregir errores y poner las cosas en su sitio. Algunas feministas de la segunda ola tuvieron la capacidad de rectificar y Betty Friedan es un excelente ejemplo para ilustrarlo. En su libro “La segunda etapa”, abogó por el resurgir de la familia y por la necesidad de dar y recibir amor, con relaciones entre los sexos basadas no en la lucha, sino en la cooperación, entre otras cosas (tal y como la Iglesia Católica lo ha dicho y lo sigue diciendo).

Quizá los movimientos feministas en Guatemala rectifiquen en un futuro cercano, quizá no… pero como mujer ansío fervorosamente que pronto nos encaminemos hacia un nuevo feminismo, uno como el descrito por Antonieta Maciochi: “[Un nuevo feminismo] Consiste en recuperar un espíritu del primer feminismo reivindicativo de los derechos políticos de la mujer, pero sin los excesos del radicalismo de los años 70. Que subraye la identidad de la mujer en la sociedad. Que defienda además los valores propiamente femeninos; un equilibrio desde el que podamos enfocar la maternidad como una realización de la mujer en compañía del hombre. Propone una mujer combativa, guerrera y segura de que siendo ella misma, puede ir por delante sin mimetizarse con el hombre; integrada, con capacidad intelectual en todos los campos y motor de la sociedad”.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Hacia un nuevo feminismo

María Renée Estrada
18 de marzo, 2018

Una semana ha transcurrido desde que ocurrió la indignación mediática respecto a “una vulva poderosa en procesión”, particularmente parecida a la Virgen María, en la conmemoración del 8 de marzo. La “procesión”, pintada de un morado cuaresmal, se detuvo en el atrio de la Catedral Metropolitana. Posteriormente las mujeres presentes procedieron a gritar consignas contra la Iglesia Católica. Durante casi 3 días incurrí en varios debates virtuales respecto al tema. El argumento siempre fue el mismo: libertad de expresión de las feministas. Y entonces nació esta columna.

La historia del feminismo surgió en Francia con Olympe de Gouges, luego se trasladó a Inglaterra con Mary Wollstonecraft  y sentó un precedente en  1918 con el sufragismo liderado por Emmeline Parkhurst y su esposo (Inglaterra, Austria y Alemania).  Posteriormente, esta primera ola de feministas luchó arduamente por conseguir el acceso de la mujer a la enseñanza superior, el derecho a los mismos trabajos que los hombres, independencia económica y el control de propiedades e ingresos.  En aquella época la evolución de la lucha pintaba muy bien en algunos sectores como la educación, el trabajo y la política.

Pero ¿qué ocurría mientras tanto con los valores familiares y el enfoque de temas tanto de calado social como la sexualidad y maternidad? En este campo es donde el feminismo incurrió en las mayores contradicciones. Y en donde surgió principalmente la batalla frontal contra la Iglesia, especialmente la católica. 

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Considero, por esta razón, que actualmente es entendible el odio acérrimo, la apatía e histeria que ciertos movimientos, autodenominados feministas,  tienen contra la Iglesia Católica (el claro ejemplo es la “procesión” de la vulva poderosa, parecida a la Virgen María, desfilando dentro de la Catedral). Pareciera que les vendieron mal la información o que sencillamente no están dispuestas a comprenderla de una manera distinta. Tienen una visión sumamente errónea y reducida del papel que juega la mujer, en todos los ámbitos sociales, para los cristianos católicos, independientemente de los errores que los seres humanos cometemos en el día a día y a lo largo de la historia. Edith Stein, Sor Juana Inés de la Cruz, Santa Juana de Arco, San Juan Pablo II  y actualmente el Papa Francisco son grandes referentes de la exaltación del papel de la mujer  en sociedad para la comunidad católica.

Sin embargo que algo sea entendible no lo hace justificable ni tolerable. La base de la convivencia social es asumir el respeto como un valor fundamental. Faltar al respeto jamás debería de ser considerado como libertad de expresión; Se esté de acuerdo o no con las premisas, ideas, creencias o estilo de vida de la otra persona.  Más allá de las posturas personales de las feministas frente a la Iglesia como institución, se les olvida que existimos mujeres creyentes, que nos sentimos identificadas con María, para quienes es nuestro modelo de mujer y madre. Nosotras también somos mujeres, también merecemos respeto e inclusión en el discurso de la mujer. No se vale disfrazar un acto tan despreciable bajo la bandera de “libertad de expresión”, menos cuando se pasan llevando a un alto porcentaje de guatemaltecas.

El feminismo no nació para destrozarse entre mujeres. Tampoco surgió para mofarnos de creencias, ideas o posturas que no compartimos.  No es posible que dentro de los discursos feministas no quepan nuestras voces y que encima cuando pretendemos alzarlas nos etiqueten, excluyan y callen.

Pero el tiempo se encarga de corregir errores y poner las cosas en su sitio. Algunas feministas de la segunda ola tuvieron la capacidad de rectificar y Betty Friedan es un excelente ejemplo para ilustrarlo. En su libro “La segunda etapa”, abogó por el resurgir de la familia y por la necesidad de dar y recibir amor, con relaciones entre los sexos basadas no en la lucha, sino en la cooperación, entre otras cosas (tal y como la Iglesia Católica lo ha dicho y lo sigue diciendo).

Quizá los movimientos feministas en Guatemala rectifiquen en un futuro cercano, quizá no… pero como mujer ansío fervorosamente que pronto nos encaminemos hacia un nuevo feminismo, uno como el descrito por Antonieta Maciochi: “[Un nuevo feminismo] Consiste en recuperar un espíritu del primer feminismo reivindicativo de los derechos políticos de la mujer, pero sin los excesos del radicalismo de los años 70. Que subraye la identidad de la mujer en la sociedad. Que defienda además los valores propiamente femeninos; un equilibrio desde el que podamos enfocar la maternidad como una realización de la mujer en compañía del hombre. Propone una mujer combativa, guerrera y segura de que siendo ella misma, puede ir por delante sin mimetizarse con el hombre; integrada, con capacidad intelectual en todos los campos y motor de la sociedad”.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo