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Dinámicas atípicas en el poder

Redacción
27 de marzo, 2018

La fragmentación del poder en Guatemala.

Un sistema político históricamente acostumbrado al Presidencialismo, hoy vive quizá el período de mayor debilidad presidencial en la historia democrática del país. La fragilidad del gobierno de Morales es producto de varios factores. Primero, la debilidad propia de su partido político y la fría relación entre Morales (un huésped en el proyecto de FCN) y su bancada. Segundo, un mal entendimiento de la dinámica del Homo-Videns de Sartori en la política del siglo XXI: hoy más que nunca, gobernar implica comunicar, y retraerse de la comunicación únicamente contribuye a generar una imagen de ausencia de liderazgo. La tercera razón detrás de la debilidad presidencial es la parálisis de gestión que se vive en las instituciones del Estado.

Frente a esa situación del Organismo Ejecutivo, se produce una serie de dinámicas atípicas en el ejercicio del poder. Por un lado, atestiguamos el período de mayor autonomía legislativa frente al Gobierno. Derivado de la limitada capacidad de operación política de FCN-Nación, y de las fracturas internas del bloque (que para los entendidos implica que existen por lo menos tres facciones en la misma), hoy el partido de gobierno es incapaz de mover temas legislativos requeridos por el Ejecutivo. Pero además, derivado de la atomización partidaria del Legislativo, la aprobación de cualquier Decreto requiere de la concurrencia de siete u ocho bancadas, situación que en un escenario de ausencia de liderazgos y operadores, complica la aprobación de legislación.

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Por otro lado, atestiguamos también la emergencia de micropoderes en el escenario. Por primera vez, vivimos la operación de una fiscalía autónoma frente a los poderes políticos, dispuesta a solicitar antejuicios y presentar acusaciones contra funcionarios de gobierno y autoridades políticas. También atestiguamos el funcionamiento de una Contraloría de Cuentas que trasciende de la mera presentación de reparos y sanciones administrativas, a denuncias penales. En materia electoral, vivimos una dinámica similar. Desde 2014, el actual pleno de magistrados del Tribunal Supremo Electoral ha mostrado su autonomía frente a actores políticos. Dicha autonomía le ha llevado a emitir resoluciones nunca antes vistas, como la no inscripción de candidatos con procesos penales pendientes o condenados por la justicia, o a cancelar partidos por irregularidades en cuanto a financiamiento electoral.

A todo lo anterior, agreguemos la profunda y amplia depuración judicial de las élites que ha vivido el país en estos tres años.

La sumatoria de todo lo anterior es la premisa de Moisés Naím: atestiguamos quizá el período de mayor dificultad para ejercer poder en el mundo. Los poderes tradicionales en Guatemala están debilitados, mientras en su lugar, nuevos micropoderes toman control del sistema. Esta fase de transición naturalmente genera ingobernabilidad, producto de la incapacidad de los nuevos actores de dictar agenda, o la imposibilidad de los viejos tótems de recurrir a las formas tradicionales del poder.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Dinámicas atípicas en el poder

Redacción
27 de marzo, 2018

La fragmentación del poder en Guatemala.

Un sistema político históricamente acostumbrado al Presidencialismo, hoy vive quizá el período de mayor debilidad presidencial en la historia democrática del país. La fragilidad del gobierno de Morales es producto de varios factores. Primero, la debilidad propia de su partido político y la fría relación entre Morales (un huésped en el proyecto de FCN) y su bancada. Segundo, un mal entendimiento de la dinámica del Homo-Videns de Sartori en la política del siglo XXI: hoy más que nunca, gobernar implica comunicar, y retraerse de la comunicación únicamente contribuye a generar una imagen de ausencia de liderazgo. La tercera razón detrás de la debilidad presidencial es la parálisis de gestión que se vive en las instituciones del Estado.

Frente a esa situación del Organismo Ejecutivo, se produce una serie de dinámicas atípicas en el ejercicio del poder. Por un lado, atestiguamos el período de mayor autonomía legislativa frente al Gobierno. Derivado de la limitada capacidad de operación política de FCN-Nación, y de las fracturas internas del bloque (que para los entendidos implica que existen por lo menos tres facciones en la misma), hoy el partido de gobierno es incapaz de mover temas legislativos requeridos por el Ejecutivo. Pero además, derivado de la atomización partidaria del Legislativo, la aprobación de cualquier Decreto requiere de la concurrencia de siete u ocho bancadas, situación que en un escenario de ausencia de liderazgos y operadores, complica la aprobación de legislación.

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Por otro lado, atestiguamos también la emergencia de micropoderes en el escenario. Por primera vez, vivimos la operación de una fiscalía autónoma frente a los poderes políticos, dispuesta a solicitar antejuicios y presentar acusaciones contra funcionarios de gobierno y autoridades políticas. También atestiguamos el funcionamiento de una Contraloría de Cuentas que trasciende de la mera presentación de reparos y sanciones administrativas, a denuncias penales. En materia electoral, vivimos una dinámica similar. Desde 2014, el actual pleno de magistrados del Tribunal Supremo Electoral ha mostrado su autonomía frente a actores políticos. Dicha autonomía le ha llevado a emitir resoluciones nunca antes vistas, como la no inscripción de candidatos con procesos penales pendientes o condenados por la justicia, o a cancelar partidos por irregularidades en cuanto a financiamiento electoral.

A todo lo anterior, agreguemos la profunda y amplia depuración judicial de las élites que ha vivido el país en estos tres años.

La sumatoria de todo lo anterior es la premisa de Moisés Naím: atestiguamos quizá el período de mayor dificultad para ejercer poder en el mundo. Los poderes tradicionales en Guatemala están debilitados, mientras en su lugar, nuevos micropoderes toman control del sistema. Esta fase de transición naturalmente genera ingobernabilidad, producto de la incapacidad de los nuevos actores de dictar agenda, o la imposibilidad de los viejos tótems de recurrir a las formas tradicionales del poder.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo