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La llamada de la tribu: defensa de los defensores de la libertad.

Redacción
07 de abril, 2018
“La llamada de la tribu”, el nuevo libro de Mario Vargas Llosa, no es una novela, sino como el propio libro describe, una “autobiografía intelectual”. En ella, el peruano ganador del Nobel de Literatura dibuja su proceso ideológico, desde su amor por el marxismo y la revolución, tan común en quien observa las injusticias y quiere afrontarlas a priori, hasta su convencimiento pleno en la libertad. La llamada de la tribu es eso, pues: una defensa férrea de la libertad.
El proceso es así: en el primer capítulo narra su adhesión a las ideas de la revolución y el desencanto que con ellas sufre, como es natural en quien honestamente busca una salida a los problemas que aquejan al mundo y lo sumen en la miseria. Posteriormente, dedica un capítulo a cada pensador que considera que ha influido en su pensamiento: Adam Smith, Ortega y Gasset, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean Francois Revel.
Mucho se ha acusado a Vargas Losa de ser intelectualmente poco honesto. Lo que ha habido en él sin duda, es un proceso progresivo: se enamoró de lo que siempre prometió ser la panacea a la pobreza, a la injusticia, pero atendió a sus principios y halló en ellos fallas racionales y lógicas que cualquiera encontraría: el socialismo es inmoral, ilógico. Quizá Vargas Llosa se ha deslizado tanto en el espectro político por eso: porque encontró en los pensadores a quienes debe el libro los fundamentos filosóficos, económicos, sociales y políticos de la sociedad libre y de quienes esperamos no pretenda despegarse.
Aunque en ciertos ámbitos Vargas Llosa sea un personaje cuestionable, su defensa del liberalismo es precisamente la construcción de una estructura intelectual que le permite reconocer una cosa: no acudirá al llamado de la tribu. Y ese llamado no es más que el deseo colectivista que incluso sabe criticar con dureza en personajes que admira. Tómese por ejemplo su rechazo a las posturas sociales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan a pesar de reverenciar en cierto modo la firmeza de sus posturas económicas.
Y ese colectivismo que rechaza no se encuentra sólo en el comunismo: rechaza también el conservadurismo, el nacionalismo y toda clase de autoritarismos. Deja en pie solo una cosa: ese liberalismo del que él y yo estamos enamorados: ese que Diego Sánchez resume en el PanamPost  como: “creer en el individuo por encima de la tribu, en el mercado por encima de la planificación, en la libertad como forma suprema de articular la vida en comunidad. “*
Quienes critican a Vargas Llosa por el proceso intelectual que ha seguido afirman que su próximo paso es el fascismo. Lo dudo mucho, con la comprensión  certera que tiene de la influencia que han ejercido esos pensadores sobre sí no es más que la puesta en común, en principios objetivos y reales, de lo moral en la sociedad.
República esa ajena a la opinión expresada en este artículo

La llamada de la tribu: defensa de los defensores de la libertad.

Redacción
07 de abril, 2018
“La llamada de la tribu”, el nuevo libro de Mario Vargas Llosa, no es una novela, sino como el propio libro describe, una “autobiografía intelectual”. En ella, el peruano ganador del Nobel de Literatura dibuja su proceso ideológico, desde su amor por el marxismo y la revolución, tan común en quien observa las injusticias y quiere afrontarlas a priori, hasta su convencimiento pleno en la libertad. La llamada de la tribu es eso, pues: una defensa férrea de la libertad.
El proceso es así: en el primer capítulo narra su adhesión a las ideas de la revolución y el desencanto que con ellas sufre, como es natural en quien honestamente busca una salida a los problemas que aquejan al mundo y lo sumen en la miseria. Posteriormente, dedica un capítulo a cada pensador que considera que ha influido en su pensamiento: Adam Smith, Ortega y Gasset, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean Francois Revel.
Mucho se ha acusado a Vargas Losa de ser intelectualmente poco honesto. Lo que ha habido en él sin duda, es un proceso progresivo: se enamoró de lo que siempre prometió ser la panacea a la pobreza, a la injusticia, pero atendió a sus principios y halló en ellos fallas racionales y lógicas que cualquiera encontraría: el socialismo es inmoral, ilógico. Quizá Vargas Llosa se ha deslizado tanto en el espectro político por eso: porque encontró en los pensadores a quienes debe el libro los fundamentos filosóficos, económicos, sociales y políticos de la sociedad libre y de quienes esperamos no pretenda despegarse.
Aunque en ciertos ámbitos Vargas Llosa sea un personaje cuestionable, su defensa del liberalismo es precisamente la construcción de una estructura intelectual que le permite reconocer una cosa: no acudirá al llamado de la tribu. Y ese llamado no es más que el deseo colectivista que incluso sabe criticar con dureza en personajes que admira. Tómese por ejemplo su rechazo a las posturas sociales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan a pesar de reverenciar en cierto modo la firmeza de sus posturas económicas.
Y ese colectivismo que rechaza no se encuentra sólo en el comunismo: rechaza también el conservadurismo, el nacionalismo y toda clase de autoritarismos. Deja en pie solo una cosa: ese liberalismo del que él y yo estamos enamorados: ese que Diego Sánchez resume en el PanamPost  como: “creer en el individuo por encima de la tribu, en el mercado por encima de la planificación, en la libertad como forma suprema de articular la vida en comunidad. “*
Quienes critican a Vargas Llosa por el proceso intelectual que ha seguido afirman que su próximo paso es el fascismo. Lo dudo mucho, con la comprensión  certera que tiene de la influencia que han ejercido esos pensadores sobre sí no es más que la puesta en común, en principios objetivos y reales, de lo moral en la sociedad.
República esa ajena a la opinión expresada en este artículo