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Ni solo subirse al bus, ni solo ser dueño de las calderas

Redacción
20 de mayo, 2018

“Todo iba haciéndose alegórico, solo comprensible para el grupo, y en especial esto último: O estáis en el autobús, o fuera del autobús…”.

En ese momento, 1968, Tom Wolfe citaba estas palabras en su obra The Electric Kool-Aid Acid Test para referirse al sentido de pertenencia de la comunidad hippie. Cincuenta años después, la frase me hace reflexionar sobre la dinámica que impulsa a la comunicación en esta coyuntura que vive el país.

Basta acercarse un poco a las redes sociales para darse cuenta de que ese autobús va a toda prisa. Nos obliga a subirnos con agilidad y nos amarra con los cinturones de seguridad para viajar a un mismo ritmo.

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Estar en el autobús ha forzado a muchos a actuar con ligereza; además, cualquier mensaje que el resto de pasajeros no aprecie o no vaya en línea de lo que está de moda decir, es motivo suficiente para tirar a su emisor a las llantas o para relegarlo a una sección de los non gratos en el bus, casi al estilo de la segregación racial que Estados Unidos practicó hasta 1965 cuando fue abolida.

El mismo ejercicio periodístico se ha visto forzado a cambiar, ya sea para sobrevivir o para ser parte de esa masa que nos quiere dentro del bus.

Es por ello que hoy cito a Wolfe. Falleció el recién pasado 14 de mayo y su legado son las teorías que integran el nuevo periodismo. Un repaso por su bibliografía motiva a pensar cómo se ha puesto en práctica esa corriente y surge la duda de si las nuevas tecnologías de la comunicación y las tendencias en el periodismo han dado paso a un “nuevo”nuevo periodismo.

A Wolfe se le conoce como el maestro del nuevo periodismo, y en 1973 plasmó la teoría en un libro con ese nombre. Para 1965, sin embargo, ya Truman Capote había hecho lo suyo con A Sangre Fría, la novela pionera del género de no ficción.

Esa tendencia de Wolfe (y de Capote) combina lo mejor del rigor periodístico y la literatura; abre la puerta a la creatividad con el propósito de que no solo sea importante lo que se dice, sino cómo se dice. Es sumar la belleza y pulcritud de la redacción literaria, con la investigación exhaustiva y apego a la verdad que siempre debe caracterizar al periodismo.

En esta corriente, el periodista es también parte de la historia como un observador que toma cada detalle como elemento indispensable de su narración. Sin embargo, esa creatividad y libertad de cómo contar la historia mantiene reglas como la no adjetivación y el respeto a la verdad.

El uso de las redes sociales es un primer elemento para analizar. Si bien en el nuevo periodismo el periodista puede ser parte de la historia, hoy vemos casos en los que asumen un rol omnisciente que da paso a una visión parcializada de la realidad. Esto ocurre cuando la ideología se sobrepone a la misión de informar y de permitir que sea el receptor quien decida cómo actuar o qué pensar ante los datos que se le ofrecen.

Otro ejemplo es cuando el periodista usa la cuenta de Twitter o Facebook de su medio para emitir una opinión personal. En las teorías de Wolfe está el recurso del metaperiodismo, un espacio en el que el reportero puede dar su punto de vista, pero aclarando que se trata de su propia visión y en un espacio aparte del material puramente informativo.

El mal llamado “periodismo ciudadano” también ha venido a imponer su propio estilo. Basta contar con un teléfono celular inteligente para creerse reportero y así llenar las plataformas digitales con fake news o historias que no se han sometido al mínimo rigor de siquiera confirmar la fuente. No es solo subirse al bus y dejar que otros nos conduzcan, sino tener el criterio de que se siga el camino correcto hacia un fin que nos beneficie a todos como sociedad.

Preocupa que las teorías de Wolfe estén frente a una corriente que desvirtúa su propuesta. En lugar de dar paso a un “nuevo” nuevo periodismo, los comunicadores deberíamos aprovechar las bondades de la tecnología para enriquecerlo y convertirlo en un recurso valioso de formación ciudadana.

Contrario a ello, en muchos casos (porque existen considerables excepciones) se ha aportado al discurso de polarización, la formación de prejuicios y el uso de las redes como los nuevos tribunales.

Es valioso contar con herramientas para comunicar, pero usarlas con sabiduría es todavía más importante. El mismo Wolfe deja una pauta para pensar en ello: “Hay personas que son dueñas de las salas de calderas, pero eso no les sirve de nada, a no ser que sepan cómo se controla el vapor… ¿Entiende? (La Hoguera de Vanidades, 1987).

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Ni solo subirse al bus, ni solo ser dueño de las calderas

Redacción
20 de mayo, 2018

“Todo iba haciéndose alegórico, solo comprensible para el grupo, y en especial esto último: O estáis en el autobús, o fuera del autobús…”.

En ese momento, 1968, Tom Wolfe citaba estas palabras en su obra The Electric Kool-Aid Acid Test para referirse al sentido de pertenencia de la comunidad hippie. Cincuenta años después, la frase me hace reflexionar sobre la dinámica que impulsa a la comunicación en esta coyuntura que vive el país.

Basta acercarse un poco a las redes sociales para darse cuenta de que ese autobús va a toda prisa. Nos obliga a subirnos con agilidad y nos amarra con los cinturones de seguridad para viajar a un mismo ritmo.

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Estar en el autobús ha forzado a muchos a actuar con ligereza; además, cualquier mensaje que el resto de pasajeros no aprecie o no vaya en línea de lo que está de moda decir, es motivo suficiente para tirar a su emisor a las llantas o para relegarlo a una sección de los non gratos en el bus, casi al estilo de la segregación racial que Estados Unidos practicó hasta 1965 cuando fue abolida.

El mismo ejercicio periodístico se ha visto forzado a cambiar, ya sea para sobrevivir o para ser parte de esa masa que nos quiere dentro del bus.

Es por ello que hoy cito a Wolfe. Falleció el recién pasado 14 de mayo y su legado son las teorías que integran el nuevo periodismo. Un repaso por su bibliografía motiva a pensar cómo se ha puesto en práctica esa corriente y surge la duda de si las nuevas tecnologías de la comunicación y las tendencias en el periodismo han dado paso a un “nuevo”nuevo periodismo.

A Wolfe se le conoce como el maestro del nuevo periodismo, y en 1973 plasmó la teoría en un libro con ese nombre. Para 1965, sin embargo, ya Truman Capote había hecho lo suyo con A Sangre Fría, la novela pionera del género de no ficción.

Esa tendencia de Wolfe (y de Capote) combina lo mejor del rigor periodístico y la literatura; abre la puerta a la creatividad con el propósito de que no solo sea importante lo que se dice, sino cómo se dice. Es sumar la belleza y pulcritud de la redacción literaria, con la investigación exhaustiva y apego a la verdad que siempre debe caracterizar al periodismo.

En esta corriente, el periodista es también parte de la historia como un observador que toma cada detalle como elemento indispensable de su narración. Sin embargo, esa creatividad y libertad de cómo contar la historia mantiene reglas como la no adjetivación y el respeto a la verdad.

El uso de las redes sociales es un primer elemento para analizar. Si bien en el nuevo periodismo el periodista puede ser parte de la historia, hoy vemos casos en los que asumen un rol omnisciente que da paso a una visión parcializada de la realidad. Esto ocurre cuando la ideología se sobrepone a la misión de informar y de permitir que sea el receptor quien decida cómo actuar o qué pensar ante los datos que se le ofrecen.

Otro ejemplo es cuando el periodista usa la cuenta de Twitter o Facebook de su medio para emitir una opinión personal. En las teorías de Wolfe está el recurso del metaperiodismo, un espacio en el que el reportero puede dar su punto de vista, pero aclarando que se trata de su propia visión y en un espacio aparte del material puramente informativo.

El mal llamado “periodismo ciudadano” también ha venido a imponer su propio estilo. Basta contar con un teléfono celular inteligente para creerse reportero y así llenar las plataformas digitales con fake news o historias que no se han sometido al mínimo rigor de siquiera confirmar la fuente. No es solo subirse al bus y dejar que otros nos conduzcan, sino tener el criterio de que se siga el camino correcto hacia un fin que nos beneficie a todos como sociedad.

Preocupa que las teorías de Wolfe estén frente a una corriente que desvirtúa su propuesta. En lugar de dar paso a un “nuevo” nuevo periodismo, los comunicadores deberíamos aprovechar las bondades de la tecnología para enriquecerlo y convertirlo en un recurso valioso de formación ciudadana.

Contrario a ello, en muchos casos (porque existen considerables excepciones) se ha aportado al discurso de polarización, la formación de prejuicios y el uso de las redes como los nuevos tribunales.

Es valioso contar con herramientas para comunicar, pero usarlas con sabiduría es todavía más importante. El mismo Wolfe deja una pauta para pensar en ello: “Hay personas que son dueñas de las salas de calderas, pero eso no les sirve de nada, a no ser que sepan cómo se controla el vapor… ¿Entiende? (La Hoguera de Vanidades, 1987).

República es ajena a la opinión expresada en este artículo