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El crimen mejor organizado: La CICIG

Redacción República
29 de mayo, 2018

Para los enanos mentales a cuyo ruido estamos acostumbrados, este titular puede resultarles una blasfemia. Para los adultos sensatos, en cambio, una verdad a la que hemos de hacer frente.

El problema para quienes compartimos esta última posturaes que el número de los enanos, como el de las hormigas caníbales, también es incontable, como nos lo advirtiese hace ya muchos siglos el Predicador que nos resumiese tristemente el pesimismo del Eclesiastés: “Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no puede contarse.” (Eclesiastés 1:15).

Porque aquí, en Guatemala, continuamos tomando a la ligera la importancia cumbre de la virtud de la justicia, que es un corolario muy laudable al de otra virtud: la del hábito racionalde pensar.

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Pero esa virtud de la justicia también es la más ardua de entre las virtudes, según la unánime tradición de paganosinteligentes y también de judíos y cristianos. Y lo que una vez llevó a San Agustín a preguntarse: “Sin la justicia, ¿qué seríanlos pueblos sino bandas de ladrones? (La Ciudad de Dios, IV, 4).

Como educador, por mi parte, y por muchos años y en variadas latitudes, doy fe de la pertinencia de todo lo que acabo de decir.

Pero también de su posible adquisición, como lo quiero extraer aquí de un texto del gran profeta Isaías: “…mas los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” (Isaías 40:31).

Por eso es mi firme propósito no descansar jamás ante esa monstruosidad conceptual única de la que con tanta ligereza irresponsable se habla: la CICIG.  

En primer lugar, nada se ha evidenciado tan difícil de justipreciar como los méritos y las culpas de los demás y, peor aún, los de uno mismo. Pues a nadie le ha sido jamás posible ser  juez en una misma causa y a un mismo tiempo. Lo que a su turno me ha llevado siempre a solidarizarme, como a cualquiera otra persona normal, con todo aquel lacerado por la injusticia.    

Y a propósito de esto último: nada me resulta tan despreciable como esa falacia propalada por los funcionarios a sueldo de la CICIG de que todo aquel que se les oponga es obviamente corrupto o está en favor de la corrupción. Soy un nonagenario, y jamás en mi larga vida se me ha señalado deantecedente penal alguno. ¿Pueden reiterar lo mismo el rebaño de apologetas de Iván Velázquez?…

Por eso, y por otras motivaciones en las que no puedo extenderme aquí por falta de espacio, en lo personal jamás he podido aceptar la imprudente desfachatez ética que entrañada enla propuesta de la CICIG, y muy en particular las hecha públicas por Edgar Gutiérrez y Eduardo Stein, seguidos ahora por otro séquito de tontos útiles que recientemente se les han sumado.

Por otra parte, de siempre me había escandalizado la superficialidad poco adulta de quienes aceptan su designacióncomo jueces o magistrados cual si se tratara de un puesto más de trabajo del montón. Pues tampoco he dejado de tener la impresión que lo más abrumador para un hombre decente habría de ser su designación como juez profesional de la conducta de otros.      

Aún más, tiemblo al solo pensar de que Dios nos pudieraaplicar a nosotros los mismos parámetros de lo justo o de loinjusto que con tanta ligereza solemos enderezar hacia los demás.

También supongo que mi familiaridad temprana, desde la pubertad, con adultos muy educados y respetuosos de todo lo ajeno me ha hecho algo más sensible al respecto de la justicia.

En realidad, tantas injusticias generalizadas de las que he sido testigo, ya sea durante mis años en Europa, o ya sea en América, las conceptúo como el verdadero pecado original de toda nuestra especie, letradas o no. Y por eso me resulta infantil que algunos quieran ignorarlo.

Todavía recuerdo de lo que pude entrever cuando estudiabaen Alemania de la “justicia racial” de los nazis, o de lo que compartí con parientes y amigos íntimos de la justiciasupuestamente clasista” de los hermanos Castro en Cuba, o de lo que he podido llegar a saber de aquellas purgas infames que me fueran más remotas de Stalin, Mao y Pol Pot, por no aludir a aquella justicia supuestamente “ilustrada” de Maximiliano Robespierre y que todos hoy identificamos como el periodo del“Terror” durante la Revolución Francesa.

O más simplemente de lo que se evidencia a diario en los tribunales de justicia de Guatemala y de nuestros vecinos.

Para mí, en consecuencia, nada habría de ser tenido por todos como lo más sagrado que la impartición de la justicia pronta y cumplida, o sea, según se entiende hoy universalmente como el “debido proceso” propio en todo Estado de Derecho.

Y por lo mismo tengo a la CICIG como la negación de todo lo que siento y pienso. Y lo más descabellado desde la desaparición de los regímenes totalitarios al final de la Guerra Fría.

Bajo Iván Velázquez, la estrategia heredada por él de los dos Comisionados anteriores se ha hecho más puntual e incisiva: asegurarse el monopolio de la denuncia penal contra cualquiera, al interno del país. Y al externo, la máxima publicidad posible de sus calumnia. De ahí que se haya concentrado en los casos más mediáticos, con total olvido de los atropellos del CUC, de FRENA, de CODECA y de otros grupos de infames herederos de las no menos impunes guerrillas derrotadas.

Y así se ha aterrorizado inhumanamente desde hace once años a toda la población dado, en particular, que esa herramienta de control no tiene contrapeso legal alguno y sus agentes extranjeros gozan de una escandalosa impunidad total y de por vida.  

Al tiempo que con miles de millones de dólares de los sufridos contribuyentes que no lo saben de Europa y de los Estados Unidos arrastran el nombre de Guatemala por el lodo, y con ello desalientan aún más la inversión, la creación de empleo al tiempo que alientan la criminalidad consiguiente.

Y el ganado de idiotas útiles rebuzna gozoso.

Y no solo en Guatemala, por cierto. También al Cantón de Ginebra, en Suiza, ha llegado el modus operandi de Iván y comparsa, como lo ha evidenciado ampliamente el Caso de Erwin Sperisen. Pues son, claro está, ¿los más desarrollados?…

(Continuará)

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

El crimen mejor organizado: La CICIG

Redacción República
29 de mayo, 2018

Para los enanos mentales a cuyo ruido estamos acostumbrados, este titular puede resultarles una blasfemia. Para los adultos sensatos, en cambio, una verdad a la que hemos de hacer frente.

El problema para quienes compartimos esta última posturaes que el número de los enanos, como el de las hormigas caníbales, también es incontable, como nos lo advirtiese hace ya muchos siglos el Predicador que nos resumiese tristemente el pesimismo del Eclesiastés: “Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no puede contarse.” (Eclesiastés 1:15).

Porque aquí, en Guatemala, continuamos tomando a la ligera la importancia cumbre de la virtud de la justicia, que es un corolario muy laudable al de otra virtud: la del hábito racionalde pensar.

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Pero esa virtud de la justicia también es la más ardua de entre las virtudes, según la unánime tradición de paganosinteligentes y también de judíos y cristianos. Y lo que una vez llevó a San Agustín a preguntarse: “Sin la justicia, ¿qué seríanlos pueblos sino bandas de ladrones? (La Ciudad de Dios, IV, 4).

Como educador, por mi parte, y por muchos años y en variadas latitudes, doy fe de la pertinencia de todo lo que acabo de decir.

Pero también de su posible adquisición, como lo quiero extraer aquí de un texto del gran profeta Isaías: “…mas los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” (Isaías 40:31).

Por eso es mi firme propósito no descansar jamás ante esa monstruosidad conceptual única de la que con tanta ligereza irresponsable se habla: la CICIG.  

En primer lugar, nada se ha evidenciado tan difícil de justipreciar como los méritos y las culpas de los demás y, peor aún, los de uno mismo. Pues a nadie le ha sido jamás posible ser  juez en una misma causa y a un mismo tiempo. Lo que a su turno me ha llevado siempre a solidarizarme, como a cualquiera otra persona normal, con todo aquel lacerado por la injusticia.    

Y a propósito de esto último: nada me resulta tan despreciable como esa falacia propalada por los funcionarios a sueldo de la CICIG de que todo aquel que se les oponga es obviamente corrupto o está en favor de la corrupción. Soy un nonagenario, y jamás en mi larga vida se me ha señalado deantecedente penal alguno. ¿Pueden reiterar lo mismo el rebaño de apologetas de Iván Velázquez?…

Por eso, y por otras motivaciones en las que no puedo extenderme aquí por falta de espacio, en lo personal jamás he podido aceptar la imprudente desfachatez ética que entrañada enla propuesta de la CICIG, y muy en particular las hecha públicas por Edgar Gutiérrez y Eduardo Stein, seguidos ahora por otro séquito de tontos útiles que recientemente se les han sumado.

Por otra parte, de siempre me había escandalizado la superficialidad poco adulta de quienes aceptan su designacióncomo jueces o magistrados cual si se tratara de un puesto más de trabajo del montón. Pues tampoco he dejado de tener la impresión que lo más abrumador para un hombre decente habría de ser su designación como juez profesional de la conducta de otros.      

Aún más, tiemblo al solo pensar de que Dios nos pudieraaplicar a nosotros los mismos parámetros de lo justo o de loinjusto que con tanta ligereza solemos enderezar hacia los demás.

También supongo que mi familiaridad temprana, desde la pubertad, con adultos muy educados y respetuosos de todo lo ajeno me ha hecho algo más sensible al respecto de la justicia.

En realidad, tantas injusticias generalizadas de las que he sido testigo, ya sea durante mis años en Europa, o ya sea en América, las conceptúo como el verdadero pecado original de toda nuestra especie, letradas o no. Y por eso me resulta infantil que algunos quieran ignorarlo.

Todavía recuerdo de lo que pude entrever cuando estudiabaen Alemania de la “justicia racial” de los nazis, o de lo que compartí con parientes y amigos íntimos de la justiciasupuestamente clasista” de los hermanos Castro en Cuba, o de lo que he podido llegar a saber de aquellas purgas infames que me fueran más remotas de Stalin, Mao y Pol Pot, por no aludir a aquella justicia supuestamente “ilustrada” de Maximiliano Robespierre y que todos hoy identificamos como el periodo del“Terror” durante la Revolución Francesa.

O más simplemente de lo que se evidencia a diario en los tribunales de justicia de Guatemala y de nuestros vecinos.

Para mí, en consecuencia, nada habría de ser tenido por todos como lo más sagrado que la impartición de la justicia pronta y cumplida, o sea, según se entiende hoy universalmente como el “debido proceso” propio en todo Estado de Derecho.

Y por lo mismo tengo a la CICIG como la negación de todo lo que siento y pienso. Y lo más descabellado desde la desaparición de los regímenes totalitarios al final de la Guerra Fría.

Bajo Iván Velázquez, la estrategia heredada por él de los dos Comisionados anteriores se ha hecho más puntual e incisiva: asegurarse el monopolio de la denuncia penal contra cualquiera, al interno del país. Y al externo, la máxima publicidad posible de sus calumnia. De ahí que se haya concentrado en los casos más mediáticos, con total olvido de los atropellos del CUC, de FRENA, de CODECA y de otros grupos de infames herederos de las no menos impunes guerrillas derrotadas.

Y así se ha aterrorizado inhumanamente desde hace once años a toda la población dado, en particular, que esa herramienta de control no tiene contrapeso legal alguno y sus agentes extranjeros gozan de una escandalosa impunidad total y de por vida.  

Al tiempo que con miles de millones de dólares de los sufridos contribuyentes que no lo saben de Europa y de los Estados Unidos arrastran el nombre de Guatemala por el lodo, y con ello desalientan aún más la inversión, la creación de empleo al tiempo que alientan la criminalidad consiguiente.

Y el ganado de idiotas útiles rebuzna gozoso.

Y no solo en Guatemala, por cierto. También al Cantón de Ginebra, en Suiza, ha llegado el modus operandi de Iván y comparsa, como lo ha evidenciado ampliamente el Caso de Erwin Sperisen. Pues son, claro está, ¿los más desarrollados?…

(Continuará)

República es ajena a la opinión expresada en este artículo