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Salamanca y la revolución del 44

Redacción República
22 de octubre, 2014

La semana pasada, el 16 y 17 de octubre, se llevaron a cabo
unas jornadas sobre la Revolución del 44 y sus consecuencias contemporáneas en
la facultad de Derecho de la Universidad de Salamanca. Además de los profesores
de dicha universidad, acudimos dos docentes de la Francisco Marroquín, junto a
otros colegas de la Complutense de Madrid y la de Alcalá de Henares.

En principio, se pretendía centrar el debate sobre las
herramientas políticas desarrolladas durante la Revolución del 44, el largo
conflicto interno y, sobre todo, el periodo abierto tras la firma de la paz en
1996.

Sin embargo, rápidamente la discusión giró hacia el juicio a
los protagonistas de los eventos analizados. Árbenz, ¿comunista críptico o
soldado del pueblo? Castillo Armas, ¿felón a su patria o libertador? La United
Fruit Company, ¿culpable o agredida?

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Desde que Fidel Castro soltara aquel “la historia me
absolverá” hemos tendido a hacer de la historia no un análisis crítico del
pasado, sino un campo de batalla donde tratar de solventar las disputas
pretéritas, intentando alcanzar el resultado no logrado en el terreno de
combate.

Es posible que todo historiador, como persona, tenga sus
juicios de valor sobre los hechos acontecidos: admire algún general victorioso,
reniegue de la decisión de un oligarca o rechace la violencia inusitada
cometida contra una comunidad. Pero como historiador, el objetivo no es juzgar,
si no explicar. Explicar las causas del conflicto, cómo se desarrolló éste y
cuáles fueron las consecuencias de ese desarrollo.

No es éste el espacio para tratar de analizar qué llevó
hasta la revolución del 44, cuáles fueron las consecuencias de la caída de
Árbenz y hasta qué punto el larguísimo conflicto posterior terminó en un
proceso de paz fallido o no. Es más, mejores plumas que la mía pueden hacerlo.

Pero si algo aprendimos en Salamanca es que ha llegado el
momento de empezar a preguntarse si todo ese proceso (de revolución, conflicto,
paz) valió la pena: si el coste en muertos, en desplazados, en odios, en
destrucción no fue un precio demasiado elevado para la realidad actual, donde
sigue dominando la polarización de la sociedad, el sentimiento de bandos
enfrentados.

La violencia se ha impuesto sobre la historia de Guatemala
desde hace 70 años y no ha servido para nada. Quizás va siendo hora de buscar
otras alternativas antes de empeñarnos en repetir errores y esperar que los
historiadores (no correctos) del futuro nos perdonen.

Salamanca y la revolución del 44

Redacción República
22 de octubre, 2014

La semana pasada, el 16 y 17 de octubre, se llevaron a cabo
unas jornadas sobre la Revolución del 44 y sus consecuencias contemporáneas en
la facultad de Derecho de la Universidad de Salamanca. Además de los profesores
de dicha universidad, acudimos dos docentes de la Francisco Marroquín, junto a
otros colegas de la Complutense de Madrid y la de Alcalá de Henares.

En principio, se pretendía centrar el debate sobre las
herramientas políticas desarrolladas durante la Revolución del 44, el largo
conflicto interno y, sobre todo, el periodo abierto tras la firma de la paz en
1996.

Sin embargo, rápidamente la discusión giró hacia el juicio a
los protagonistas de los eventos analizados. Árbenz, ¿comunista críptico o
soldado del pueblo? Castillo Armas, ¿felón a su patria o libertador? La United
Fruit Company, ¿culpable o agredida?

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absolverá” hemos tendido a hacer de la historia no un análisis crítico del
pasado, sino un campo de batalla donde tratar de solventar las disputas
pretéritas, intentando alcanzar el resultado no logrado en el terreno de
combate.

Es posible que todo historiador, como persona, tenga sus
juicios de valor sobre los hechos acontecidos: admire algún general victorioso,
reniegue de la decisión de un oligarca o rechace la violencia inusitada
cometida contra una comunidad. Pero como historiador, el objetivo no es juzgar,
si no explicar. Explicar las causas del conflicto, cómo se desarrolló éste y
cuáles fueron las consecuencias de ese desarrollo.

No es éste el espacio para tratar de analizar qué llevó
hasta la revolución del 44, cuáles fueron las consecuencias de la caída de
Árbenz y hasta qué punto el larguísimo conflicto posterior terminó en un
proceso de paz fallido o no. Es más, mejores plumas que la mía pueden hacerlo.

Pero si algo aprendimos en Salamanca es que ha llegado el
momento de empezar a preguntarse si todo ese proceso (de revolución, conflicto,
paz) valió la pena: si el coste en muertos, en desplazados, en odios, en
destrucción no fue un precio demasiado elevado para la realidad actual, donde
sigue dominando la polarización de la sociedad, el sentimiento de bandos
enfrentados.

La violencia se ha impuesto sobre la historia de Guatemala
desde hace 70 años y no ha servido para nada. Quizás va siendo hora de buscar
otras alternativas antes de empeñarnos en repetir errores y esperar que los
historiadores (no correctos) del futuro nos perdonen.