Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Reflexiones arbitrarias sobre la presente crisis del Estado

Redacción
17 de noviembre, 2014

Si algo ha dejado en claro la más reciente crisis financiera del gobierno es que el actual sistema burocrático ha colapsado. Ignoro si la crisis es producto del saqueo desenfrenado y descarado del Estado por el gobierno de turno, o si es, como aventuran algunos, artificial, para forzar al Congreso a aprobar una nueva emisión de bonos y el consecuente endeudamiento. Para los efectos, viendo la bomba de tiempo que empieza a manifestarse en el interior del país, poco importa. Grupos de afectados y otros que aprovechan el río revuelto para crear ambientes de conflictividad han estado extremando medidas para encender la mecha que incendie todo. Los agentes de la policía heridos de bala en el altiplano son la mejor muestra de que se quiere desestabilizar al gobierno, o que el propio gobierno está jugando a algo macabro.

Lo cierto es que estas crisis suelen poner al descubierto la pobredumbre de los sistemas, y los que más han salido lastimados son los de salud y justicia. Hospitales desabastecidos de medicamentos, sin agua, ni luz, sin pagar salarios del personal son la cara más evidente del fracaso del sistema que se ha querido mantener vigente desde hace muchos años, alimentado por la corrupción de los grandes negocios privados que sangran al erario público, en contubernio con las administraciones. Pareciera que el sistema de corrupción es alimentado de  forma consciente, y que se procura mantener la crisis para obligar a la corrupción. Si el Ministerio de Salud no ha pagado los salarios del personal del cuerpo de enfermeras de todos los hospitales, acumulando una deuda de 7 meses para ellos, ¿puede usted culparlos de que se roben los insumos para venderlos en la calle? Si un asesor fantasma del ministro cobra puntualmente una cantidad estratosférica en comparación con el promedio del cuerpo administrativo o de apoyo de los hospitales, ¿puede culpar usted al conserje que vende los galones de lejía que se acumulan en las bodegas y que nunca se distribuyen? De ninguna forma quiero hacer apología del delito, pero sí llamar la atención de ese perverso sistema en el que, como en la novela de Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo, el dictador obliga a toda la sociedad a corromperse.

Los teóricos se rasgarán las vestiduras y dirán que la creciente corrupción no se debe a lo que yo denuncio, sino a la falta de moral de la población, a que el empleado quiere mantener a toda costa el empleo, en lugar de renunciar si el Estado le roba los 7 últimos meses de salario. Pero esto es teoría. Bienintencionada teoría. Las reformas morales funcionan cuando la gente tiene la certeza de su trabajo, de recibir su pago al final de cada mes, de tener acceso a servicios básicos eficientes. Si un trabajador debe endeudarse para llevar el dinero a su casa que el político corrupto le roba, o le escamotea para provocar crisis no tiene tiempo ni motivación para ser un moralista. En tanto perdura el sistema de incertidumbre, toda mente manipuladora sabe que mantiene a un buen segmento de la sociedad pensando en la sobrevivencia del día siguiente, única y exclusivamente.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Por eso urge pensar una reforma estructural del Estado. Para evitar este estado permanente de violencia económica, parafraseando a Sartre, en la que el Estado estafa a sus propios trabajadores. Lo triste del caso es que uno escucha en las calles, durante las manifestaciones, que todo es culpa de los ricos, esos que se enriquecen a costillas del pueblo, en un discurso de la más burda simplificación de los problemas nacionales. Porque no basta más que leer cualquier día los periódicos para darnos cuenta que la sociedad y el estado guatemalteco sobrevive gracias a esos “ricos” (porque la riqueza es relativa, dependiendo de quien la valore), que pagan responsablemente sus impuestos. Que los problemas los causan los políticos que creen que el saqueo del estado es la oportunidad de superar la mediocridad y que se presenta una sola vez en la vida y de los pocos inescrupulosos “hombres de negocios” que surgen a la sombra de los políticos que asumen el poder y que cual parásitos aprovechan a cobrarse los favores saqueando el dinero público.

Cualquier lector dirá “si, ya, ¿pero qué tipo de reforma, qué hay que cambiar?”, a lo que yo, avergonzado tendré que contestar como Hamlet: querido lector, ese es el dilema…

Reflexiones arbitrarias sobre la presente crisis del Estado

Redacción
17 de noviembre, 2014

Si algo ha dejado en claro la más reciente crisis financiera del gobierno es que el actual sistema burocrático ha colapsado. Ignoro si la crisis es producto del saqueo desenfrenado y descarado del Estado por el gobierno de turno, o si es, como aventuran algunos, artificial, para forzar al Congreso a aprobar una nueva emisión de bonos y el consecuente endeudamiento. Para los efectos, viendo la bomba de tiempo que empieza a manifestarse en el interior del país, poco importa. Grupos de afectados y otros que aprovechan el río revuelto para crear ambientes de conflictividad han estado extremando medidas para encender la mecha que incendie todo. Los agentes de la policía heridos de bala en el altiplano son la mejor muestra de que se quiere desestabilizar al gobierno, o que el propio gobierno está jugando a algo macabro.

Lo cierto es que estas crisis suelen poner al descubierto la pobredumbre de los sistemas, y los que más han salido lastimados son los de salud y justicia. Hospitales desabastecidos de medicamentos, sin agua, ni luz, sin pagar salarios del personal son la cara más evidente del fracaso del sistema que se ha querido mantener vigente desde hace muchos años, alimentado por la corrupción de los grandes negocios privados que sangran al erario público, en contubernio con las administraciones. Pareciera que el sistema de corrupción es alimentado de  forma consciente, y que se procura mantener la crisis para obligar a la corrupción. Si el Ministerio de Salud no ha pagado los salarios del personal del cuerpo de enfermeras de todos los hospitales, acumulando una deuda de 7 meses para ellos, ¿puede usted culparlos de que se roben los insumos para venderlos en la calle? Si un asesor fantasma del ministro cobra puntualmente una cantidad estratosférica en comparación con el promedio del cuerpo administrativo o de apoyo de los hospitales, ¿puede culpar usted al conserje que vende los galones de lejía que se acumulan en las bodegas y que nunca se distribuyen? De ninguna forma quiero hacer apología del delito, pero sí llamar la atención de ese perverso sistema en el que, como en la novela de Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo, el dictador obliga a toda la sociedad a corromperse.

Los teóricos se rasgarán las vestiduras y dirán que la creciente corrupción no se debe a lo que yo denuncio, sino a la falta de moral de la población, a que el empleado quiere mantener a toda costa el empleo, en lugar de renunciar si el Estado le roba los 7 últimos meses de salario. Pero esto es teoría. Bienintencionada teoría. Las reformas morales funcionan cuando la gente tiene la certeza de su trabajo, de recibir su pago al final de cada mes, de tener acceso a servicios básicos eficientes. Si un trabajador debe endeudarse para llevar el dinero a su casa que el político corrupto le roba, o le escamotea para provocar crisis no tiene tiempo ni motivación para ser un moralista. En tanto perdura el sistema de incertidumbre, toda mente manipuladora sabe que mantiene a un buen segmento de la sociedad pensando en la sobrevivencia del día siguiente, única y exclusivamente.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Por eso urge pensar una reforma estructural del Estado. Para evitar este estado permanente de violencia económica, parafraseando a Sartre, en la que el Estado estafa a sus propios trabajadores. Lo triste del caso es que uno escucha en las calles, durante las manifestaciones, que todo es culpa de los ricos, esos que se enriquecen a costillas del pueblo, en un discurso de la más burda simplificación de los problemas nacionales. Porque no basta más que leer cualquier día los periódicos para darnos cuenta que la sociedad y el estado guatemalteco sobrevive gracias a esos “ricos” (porque la riqueza es relativa, dependiendo de quien la valore), que pagan responsablemente sus impuestos. Que los problemas los causan los políticos que creen que el saqueo del estado es la oportunidad de superar la mediocridad y que se presenta una sola vez en la vida y de los pocos inescrupulosos “hombres de negocios” que surgen a la sombra de los políticos que asumen el poder y que cual parásitos aprovechan a cobrarse los favores saqueando el dinero público.

Cualquier lector dirá “si, ya, ¿pero qué tipo de reforma, qué hay que cambiar?”, a lo que yo, avergonzado tendré que contestar como Hamlet: querido lector, ese es el dilema…