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Se puede ser de izquierda sin apoyar a Maduro.

Redacción
27 de febrero, 2014

Aun cuando no me identifico con la izquierda, cualquier persona tiene el derecho de defender una política redistributiva y de programas sociales, siempre dentro de un marco democrático en el que las elecciones se legitimen como consecuencia de una libre confrontación de ideas. Un escenario donde el partido oficial no pueda hacer uso del poder del Estado para patrocinar su candidatura, donde a la prensa se le deje informar aquello que el gobierno no quiere que se sepa; donde haya división entre los poderes del Estado y en el que se entienda que si se quiere redistribuir la riqueza, primero hay que producirla. 

¿Quién viviendo en una democracia, aún una tan escabrosa como la guatemalteca, desearía tener un gobierno de corte bolivariano? Una vez electo en 1998, Hugo Chávez aseguró que no era socialista, que no iba a nacionalizar empresas, que iba a respetar a la prensa, la inversión y la democracia y afirmó que Cuba era una dictadura. Pronto mostró lo contrario: hizo una reforma constitucional que le invistió de más poderes; en las próximas elecciones su candidatura estaría respaldada por el dinero y el poder estatal; a la oposición la calificó de fascista y nazi; cerró medios de comunicación (más de 30 radios y la polémica cancelación del canal RCTV); logró obtener un Congreso a su favor; varias veces gobernó por decretó; eliminó la independencia de la Corte Suprema de Justicia y empezó una serie de expropiaciones, incluso las ordenaba a dedo mientras caminaba por un parque. Luego vino Maduro a radicalizar el socialismo y llevar a Venezuela a la crisis de hoy. 
Con las lecciones que dejó el siglo XX, con sus dictaduras de izquierda y derecha, ésta tendría que ser una época en la que las personas, sin importar su ideología, se opusieran a todos los gobiernos dictatoriales, fueran estos de izquierda o de derecha. Pero la realidad es otra. Existe en la izquierda personas como Álvaro Velásquez, que pronto se prestan para denunciar cualquier manifestación de lo que creen es una derecha conservadora y autoritaria, pero entusiastas dicen que el gobierno de Maduro es legítimo y que lo que sucede hoy en las calles de Venezuela es todo producto de la oposición. No reconocen que es un movimiento masivo de ciudadanos, iniciado por estudiantes, en el que, claro está, políticos de la oposición han hecho bulla. Hay otros como Mario Roberto Morales que, amparado en la autoridad Ramonet, muestra los supuestos logros que tuvo el gobierno bolivariano pero guarda silencio sobre la destrucción que las instituciones políticas han tenido en Venezuela. Y si estos argumentos no son suficientes, Christian Kroll concluye que no se puede saber a ciencia cierta lo que sucede en Venezuela porque hay sobreinformación y mentira en las redes sociales (porque hayan imágenes evidentemente falsas de Venezuela no quiere decir que toda la información sea falsa). 
Pero el hecho que formadores de opinión y gente de a pie siga apoyando a una dictadura porque es afín a su ideología muestra un problema más profundo que llega hasta la academia. Esto lo aprendí en mi paso por la Universidad Rafael Landívar, donde la mayoría de mis profesores apoyaban a Cuba y Chávez, añoraban el regreso de la Unión Soviética y otros incluso decían que los ataques del 11 de septiembre en EE.UU. eran justificables. Hayek tenía razón con su sentencia: “Dado el actual estado de la opinión general, la definitiva victoria del totalitarismo no sería sino el triunfo final de las ideas que ya dominan la esfera intelectual sobre una resistencia meramente tradicionalista”.

Se puede ser de izquierda sin apoyar a Maduro.

Redacción
27 de febrero, 2014

Aun cuando no me identifico con la izquierda, cualquier persona tiene el derecho de defender una política redistributiva y de programas sociales, siempre dentro de un marco democrático en el que las elecciones se legitimen como consecuencia de una libre confrontación de ideas. Un escenario donde el partido oficial no pueda hacer uso del poder del Estado para patrocinar su candidatura, donde a la prensa se le deje informar aquello que el gobierno no quiere que se sepa; donde haya división entre los poderes del Estado y en el que se entienda que si se quiere redistribuir la riqueza, primero hay que producirla. 

¿Quién viviendo en una democracia, aún una tan escabrosa como la guatemalteca, desearía tener un gobierno de corte bolivariano? Una vez electo en 1998, Hugo Chávez aseguró que no era socialista, que no iba a nacionalizar empresas, que iba a respetar a la prensa, la inversión y la democracia y afirmó que Cuba era una dictadura. Pronto mostró lo contrario: hizo una reforma constitucional que le invistió de más poderes; en las próximas elecciones su candidatura estaría respaldada por el dinero y el poder estatal; a la oposición la calificó de fascista y nazi; cerró medios de comunicación (más de 30 radios y la polémica cancelación del canal RCTV); logró obtener un Congreso a su favor; varias veces gobernó por decretó; eliminó la independencia de la Corte Suprema de Justicia y empezó una serie de expropiaciones, incluso las ordenaba a dedo mientras caminaba por un parque. Luego vino Maduro a radicalizar el socialismo y llevar a Venezuela a la crisis de hoy. 
Con las lecciones que dejó el siglo XX, con sus dictaduras de izquierda y derecha, ésta tendría que ser una época en la que las personas, sin importar su ideología, se opusieran a todos los gobiernos dictatoriales, fueran estos de izquierda o de derecha. Pero la realidad es otra. Existe en la izquierda personas como Álvaro Velásquez, que pronto se prestan para denunciar cualquier manifestación de lo que creen es una derecha conservadora y autoritaria, pero entusiastas dicen que el gobierno de Maduro es legítimo y que lo que sucede hoy en las calles de Venezuela es todo producto de la oposición. No reconocen que es un movimiento masivo de ciudadanos, iniciado por estudiantes, en el que, claro está, políticos de la oposición han hecho bulla. Hay otros como Mario Roberto Morales que, amparado en la autoridad Ramonet, muestra los supuestos logros que tuvo el gobierno bolivariano pero guarda silencio sobre la destrucción que las instituciones políticas han tenido en Venezuela. Y si estos argumentos no son suficientes, Christian Kroll concluye que no se puede saber a ciencia cierta lo que sucede en Venezuela porque hay sobreinformación y mentira en las redes sociales (porque hayan imágenes evidentemente falsas de Venezuela no quiere decir que toda la información sea falsa). 
Pero el hecho que formadores de opinión y gente de a pie siga apoyando a una dictadura porque es afín a su ideología muestra un problema más profundo que llega hasta la academia. Esto lo aprendí en mi paso por la Universidad Rafael Landívar, donde la mayoría de mis profesores apoyaban a Cuba y Chávez, añoraban el regreso de la Unión Soviética y otros incluso decían que los ataques del 11 de septiembre en EE.UU. eran justificables. Hayek tenía razón con su sentencia: “Dado el actual estado de la opinión general, la definitiva victoria del totalitarismo no sería sino el triunfo final de las ideas que ya dominan la esfera intelectual sobre una resistencia meramente tradicionalista”.