Uno de nuestros principales males que ha sufrido Guatemala es la falta de continuidad de proyectos entre gobiernos. El famoso “borrón y cuenta nueva” que se hace con cada gobierno de turno echa a perder cualquier iniciativa positiva que se haya llevado a cabo, ya sea de infraestructura, de mejora en la red hospitalaria, de cobertura educativa y las políticas para combatir la pobreza que si bien suelen tener más errores que aciertos esto no quiere decir que sean descartadas por completo. La falta de continuidad no es una cuestión de partidos, por muchísimos años los llamados gobiernos liberales se caracterizaban por la agenda definida por los presidentes o dictadores de turno. Incluso los dos gobiernos de la Revolución del 44 que plasmaron una visión diferente y de más largo plazo también se caracterizaron por cambios rotundos en algunas de sus políticas. Lo mismo pasó con las dictaduras militares que le siguieron. Si pasamos a la apertura de la era democrática en 1985 entonces el fenómeno se muestra más claro. Después de la breve interrupción del “Serranazo” en 1993 los distintos gobiernos que hemos tenido han caído en la espiral del cortoplacismo. Las campañas se diseñan única y exclusivamente para ganar votos no con propuestas sino con promesas vacías. El primer año sirve para acomodarse en el poder, para ajustarse al trono del poder. El segundo es cuando se pretende implementar programas cuando se pretende gobernar, el tercer año es el punto de inflexión, o se le entra de lleno a los programas o mejor que cada quien vele por lo suyo y así el cuarto año se caracteriza por una corrupción desenfrenada. Por cuestiones así, la continuidad es algo necesario y la reelección bien podría ser un tema que permita esto.
Uno de nuestros principales males que ha sufrido Guatemala es la falta de continuidad de proyectos entre gobiernos. El famoso “borrón y cuenta nueva” que se hace con cada gobierno de turno echa a perder cualquier iniciativa positiva que se haya llevado a cabo, ya sea de infraestructura, de mejora en la red hospitalaria, de cobertura educativa y las políticas para combatir la pobreza que si bien suelen tener más errores que aciertos esto no quiere decir que sean descartadas por completo. La falta de continuidad no es una cuestión de partidos, por muchísimos años los llamados gobiernos liberales se caracterizaban por la agenda definida por los presidentes o dictadores de turno. Incluso los dos gobiernos de la Revolución del 44 que plasmaron una visión diferente y de más largo plazo también se caracterizaron por cambios rotundos en algunas de sus políticas. Lo mismo pasó con las dictaduras militares que le siguieron. Si pasamos a la apertura de la era democrática en 1985 entonces el fenómeno se muestra más claro. Después de la breve interrupción del “Serranazo” en 1993 los distintos gobiernos que hemos tenido han caído en la espiral del cortoplacismo. Las campañas se diseñan única y exclusivamente para ganar votos no con propuestas sino con promesas vacías. El primer año sirve para acomodarse en el poder, para ajustarse al trono del poder. El segundo es cuando se pretende implementar programas cuando se pretende gobernar, el tercer año es el punto de inflexión, o se le entra de lleno a los programas o mejor que cada quien vele por lo suyo y así el cuarto año se caracteriza por una corrupción desenfrenada. Por cuestiones así, la continuidad es algo necesario y la reelección bien podría ser un tema que permita esto.