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La centroamericanización de Costa Rica

Redacción
04 de abril, 2014

Este domingo Luis Guillermo Solís se convertirá en presidente electo de Costa Rica al ganar en segunda vuelta al candidato oficialista Johnny Araya. Es un balotaje sin ningún misterio pues Araya renunció a competir en esa segunda vuelta cuando las encuestas daban a su rival una diferencia de 40 puntos. Trató así de evitar la derrota, la humillación y, de paso, deslegitimar el triunfo de su adversario. Pero de aquí a los próximos cuatro años lo único fácil para Solís va a ser ganar las presidenciales. El resto, lo que le espera, es una carrera de grandes obstáculos. 

Empezando porque necesita llegar legitimado a la presidencia. En la primera vuelta obtuvo el 31% de los votos válidos y en la segunda su rival no es Araya sino una posible alta abstención que le reste fuerza a su victoria. Ha asegurado que alcanzará un millón de votos para así salir reforzado y relegitimado. Pero un millón de votos, son muchos votos (ni Óscar Arias ni Laura Chinchilla lo consiguieron en 2006 y 2010 respectivamente) y más difícil será en una coyuntura de desmovilización pues el candidato rival se ha esfumado. 
La gobernabilidad a futuro es otro de los retos de Solís. El próximo presidente solo podrá contar con trece escaños en la Asamblea Legislativa, de 57 posibles. Su gestión puede quedar así bloqueada si no es capaz de llegar a acuerdos con el resto de fuerzas. Pactos que no dejan de ser complicados. El que aseguraría más estabilidad sería con el PLN pero el hecho de ser el actual partido oficial y el que ha sido derrotado por el propio Solís complica ese acercamiento. Además, no hay que olvidar que el PAC no es sino una escisión del PLN y las antiguas rivalidades persisten.
Lo más probable es que Solís se incline no tanto por pactos a la mexicana sino por negociaciones puntuales y variables (ora con el PLN, ora con el resto de fuerzas incluido el FA) y dependiendo del tema y la sensibilidad de cada grupo. El PAC tiene la posibilidad de llegar a acuerdos con otras fuerza como el emergente Frente Amplio (9 diputados) lo cual escoraría muy a la izquierda a la administración de Solís o con el PUSC (8 diputados) o el Movimiento Libertario (4 disputados) que lo inclinarían por el contrario muy a la derecha. 
En ambos casos provocaría fuertes tensiones internas en el propio PAC, un partido que ya ha dado anteriormente señales de poca cohesión, y polarizaría a la sociedad ante cualquier tipo de cercanía con una fuerza considerada prochavista (el Frente Amplio) o neoliberal y contraria al modelo costarricense (el Movimiento Libertario). Además, un pacto con el FA o con el ML y el PUSC no daría los votos necesarios (29 escaños) para tener la mayoría en el legislativo que solo con una alianza con el PLN se conseguiría. 
Las reformas estructurales seguirán, por lo tanto, en un veremos. Sin una fuerza homogénea que lo respalde en el legislativo, aplicar las reformas estructurales se muestra como algo complicado de conseguir. Sobre todo en el tema del abultado déficit fiscal (superior al 5% anual) que padece Costa Rica. La estrategia de Luis Guillermo Solís (no incrementar los impuestos durante los dos primeros años de gobierno, sino usar ese tiempo para analizar el tema y luego plantearle a la población una propuesta fiscal simple) no parece la más acertada pues alargará, empeorándola, la situación. 
En resumen, el peligro al que se enfrenta Costa Rica no es tanto a caer en la ingobernabilidad con fuertes tensiones sociales que puedan desgarrar el país sino en la parálisis legislativa que haga del próximo cuatrienio una administración frustrada y fracasada y haga perder un tiempo precioso a Costa Rica para afrontar los retos de un futuro que ya es presente. 
Así pues Costa Rica puede empezar a sentir en sus carnes el “síndrome Guatemala” caracterizado por la sucesión de gobiernos que despiertan muchas expectativas pero que acaban marchándose por la puerta trasera de la historia lo cual lleva a probar nuevas medicinas a cual menos efectiva y hasta riesgosa para la salud republicana y democrática.

La centroamericanización de Costa Rica

Redacción
04 de abril, 2014

Este domingo Luis Guillermo Solís se convertirá en presidente electo de Costa Rica al ganar en segunda vuelta al candidato oficialista Johnny Araya. Es un balotaje sin ningún misterio pues Araya renunció a competir en esa segunda vuelta cuando las encuestas daban a su rival una diferencia de 40 puntos. Trató así de evitar la derrota, la humillación y, de paso, deslegitimar el triunfo de su adversario. Pero de aquí a los próximos cuatro años lo único fácil para Solís va a ser ganar las presidenciales. El resto, lo que le espera, es una carrera de grandes obstáculos. 

Empezando porque necesita llegar legitimado a la presidencia. En la primera vuelta obtuvo el 31% de los votos válidos y en la segunda su rival no es Araya sino una posible alta abstención que le reste fuerza a su victoria. Ha asegurado que alcanzará un millón de votos para así salir reforzado y relegitimado. Pero un millón de votos, son muchos votos (ni Óscar Arias ni Laura Chinchilla lo consiguieron en 2006 y 2010 respectivamente) y más difícil será en una coyuntura de desmovilización pues el candidato rival se ha esfumado. 
La gobernabilidad a futuro es otro de los retos de Solís. El próximo presidente solo podrá contar con trece escaños en la Asamblea Legislativa, de 57 posibles. Su gestión puede quedar así bloqueada si no es capaz de llegar a acuerdos con el resto de fuerzas. Pactos que no dejan de ser complicados. El que aseguraría más estabilidad sería con el PLN pero el hecho de ser el actual partido oficial y el que ha sido derrotado por el propio Solís complica ese acercamiento. Además, no hay que olvidar que el PAC no es sino una escisión del PLN y las antiguas rivalidades persisten.
Lo más probable es que Solís se incline no tanto por pactos a la mexicana sino por negociaciones puntuales y variables (ora con el PLN, ora con el resto de fuerzas incluido el FA) y dependiendo del tema y la sensibilidad de cada grupo. El PAC tiene la posibilidad de llegar a acuerdos con otras fuerza como el emergente Frente Amplio (9 diputados) lo cual escoraría muy a la izquierda a la administración de Solís o con el PUSC (8 diputados) o el Movimiento Libertario (4 disputados) que lo inclinarían por el contrario muy a la derecha. 
En ambos casos provocaría fuertes tensiones internas en el propio PAC, un partido que ya ha dado anteriormente señales de poca cohesión, y polarizaría a la sociedad ante cualquier tipo de cercanía con una fuerza considerada prochavista (el Frente Amplio) o neoliberal y contraria al modelo costarricense (el Movimiento Libertario). Además, un pacto con el FA o con el ML y el PUSC no daría los votos necesarios (29 escaños) para tener la mayoría en el legislativo que solo con una alianza con el PLN se conseguiría. 
Las reformas estructurales seguirán, por lo tanto, en un veremos. Sin una fuerza homogénea que lo respalde en el legislativo, aplicar las reformas estructurales se muestra como algo complicado de conseguir. Sobre todo en el tema del abultado déficit fiscal (superior al 5% anual) que padece Costa Rica. La estrategia de Luis Guillermo Solís (no incrementar los impuestos durante los dos primeros años de gobierno, sino usar ese tiempo para analizar el tema y luego plantearle a la población una propuesta fiscal simple) no parece la más acertada pues alargará, empeorándola, la situación. 
En resumen, el peligro al que se enfrenta Costa Rica no es tanto a caer en la ingobernabilidad con fuertes tensiones sociales que puedan desgarrar el país sino en la parálisis legislativa que haga del próximo cuatrienio una administración frustrada y fracasada y haga perder un tiempo precioso a Costa Rica para afrontar los retos de un futuro que ya es presente. 
Así pues Costa Rica puede empezar a sentir en sus carnes el “síndrome Guatemala” caracterizado por la sucesión de gobiernos que despiertan muchas expectativas pero que acaban marchándose por la puerta trasera de la historia lo cual lleva a probar nuevas medicinas a cual menos efectiva y hasta riesgosa para la salud republicana y democrática.