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En alusión al día del padre

Redacción
18 de junio, 2014

Observando el comportamiento de la gran mayoría de personas que ejercen función pública en nuestro país, me vino a la mente el comentario de un amigo con quien conversaba sobre la importancia del ejemplo de los padres hacia los hijos, y situaciones particulares que dejan una marca indeleble. Quizás porque tuve un padre muy abierto para compartir sus experiencias y especialmente por su paso en el ejercicio de cargos públicos relacionados con su profesión como piloto aviador de la Fuerza Aérea. 

Mi padre, Arturo Altolaguirre Ubico, fue un hombre que se caracterizó por su personalidad alegre pero rigurosa, muy involucrado en los acontecimientos del país, pero renuente a la participación política, sociable y campechano pero, explosivo; obediente, pero muy deliberante en sus decisiones personales. 
Desde muy niño fue disciplinado en la lectura, por su abuelo Lic. Arturo Ubico Urruela, quien desde que cumplió los ocho años le ponía a escoger obras de su biblioteca para luego sentarse a conversar sobre su contenido. Ese patrón, con algunos matices lo repitió luego conmigo, aunque debido a mi afición por los comics, no fue sino hasta cumplidos unos doce cuando empatamos al iniciar mi entusiasmo por las novelas como “Gone with the Wind”, “El Pozo de la Soledad”, “María” de Jorge Isaacs, “Miriam la Conspiradora” de Hugo Wast, y otras obras del mismo autor que recuerdo vivamente. 
Pero en razón de lo que hoy nos compete y preocupa, quiero referirme a dos situaciones que conocí en el marco de las funciones que ejerciera mi progenitor. Una: Siendo Viceministro de la Defensa por un período relativamente corto cuando salió de viaje el entonces Ministro, General Gonzalez Siguí, quien delegó interinamente la jefatura. Dos días después, de hacerse cargo del Despacho, recibió un documento de la Presidencia, un contrato era relativo a la compra de unas armas para la institución armada pero que a criterio de mi padre eran de inferior calidad y no se justificaba su compra. Llamó a la presidencia para hacer ver su posición pero le indicaron que debía firmar el contrato en el cual estaba involucrado el señor Munn, yerno del presidente. La negativa de mi padre, por supuesto implicó su destitución del cargo. 
Aunque no recuerdo la fecha exacta, también en esa época fueron aprobados los “gastos confidenciales” para ciertos funcionarios, y recuerdo los comentarios críticos de mi padre quien optó por rechazar semejante beneficio. Lo mismo hizo cuando se aprobó la franquicia para la compra de vehículos, privilegio del que nunca hizo uso. 
Pocos años después, fue nombrado como Jefe de Aeronáutica Civil y como ocurre periódicamente había que re-capear la pista de aterrizar. Recuerdo sus comentarios sobre el proceso para escoger la empresa que realizaría el trabajo y la anécdota que contó, sobre las ofertas (desde aquel entonces), de compensarlo con un porcentaje del contrato. 
Con risa burlona nos contó cómo les había preguntado cuánto le correspondería como “comisión” y al tener el dato, diligentemente anotó el monto ofrecido. Finalmente cuando tuvo las ofertas y pudo confirmar cual contrato llenaba los requisitos de calidad y precio, llamó a los representantes y les indicó que ellos eran los escogidos pero que al precio ofertado le tendrían que reducir el monto que por comisión se le había ofrecido. Así se hizo y así logró un ahorro para el Estado. 
El punto es que aquella convicción sobre los valores y la responsabilidad inherente a la función pública han quedado en el olvido. Hoy, solamente como excepción sigue presente en unos pocos, esa conciencia de lo que representa el servicio público y el daño para toda la población del oscuro manejo de los miles de millones que ingresan al Estado.

En alusión al día del padre

Redacción
18 de junio, 2014

Observando el comportamiento de la gran mayoría de personas que ejercen función pública en nuestro país, me vino a la mente el comentario de un amigo con quien conversaba sobre la importancia del ejemplo de los padres hacia los hijos, y situaciones particulares que dejan una marca indeleble. Quizás porque tuve un padre muy abierto para compartir sus experiencias y especialmente por su paso en el ejercicio de cargos públicos relacionados con su profesión como piloto aviador de la Fuerza Aérea. 

Mi padre, Arturo Altolaguirre Ubico, fue un hombre que se caracterizó por su personalidad alegre pero rigurosa, muy involucrado en los acontecimientos del país, pero renuente a la participación política, sociable y campechano pero, explosivo; obediente, pero muy deliberante en sus decisiones personales. 
Desde muy niño fue disciplinado en la lectura, por su abuelo Lic. Arturo Ubico Urruela, quien desde que cumplió los ocho años le ponía a escoger obras de su biblioteca para luego sentarse a conversar sobre su contenido. Ese patrón, con algunos matices lo repitió luego conmigo, aunque debido a mi afición por los comics, no fue sino hasta cumplidos unos doce cuando empatamos al iniciar mi entusiasmo por las novelas como “Gone with the Wind”, “El Pozo de la Soledad”, “María” de Jorge Isaacs, “Miriam la Conspiradora” de Hugo Wast, y otras obras del mismo autor que recuerdo vivamente. 
Pero en razón de lo que hoy nos compete y preocupa, quiero referirme a dos situaciones que conocí en el marco de las funciones que ejerciera mi progenitor. Una: Siendo Viceministro de la Defensa por un período relativamente corto cuando salió de viaje el entonces Ministro, General Gonzalez Siguí, quien delegó interinamente la jefatura. Dos días después, de hacerse cargo del Despacho, recibió un documento de la Presidencia, un contrato era relativo a la compra de unas armas para la institución armada pero que a criterio de mi padre eran de inferior calidad y no se justificaba su compra. Llamó a la presidencia para hacer ver su posición pero le indicaron que debía firmar el contrato en el cual estaba involucrado el señor Munn, yerno del presidente. La negativa de mi padre, por supuesto implicó su destitución del cargo. 
Aunque no recuerdo la fecha exacta, también en esa época fueron aprobados los “gastos confidenciales” para ciertos funcionarios, y recuerdo los comentarios críticos de mi padre quien optó por rechazar semejante beneficio. Lo mismo hizo cuando se aprobó la franquicia para la compra de vehículos, privilegio del que nunca hizo uso. 
Pocos años después, fue nombrado como Jefe de Aeronáutica Civil y como ocurre periódicamente había que re-capear la pista de aterrizar. Recuerdo sus comentarios sobre el proceso para escoger la empresa que realizaría el trabajo y la anécdota que contó, sobre las ofertas (desde aquel entonces), de compensarlo con un porcentaje del contrato. 
Con risa burlona nos contó cómo les había preguntado cuánto le correspondería como “comisión” y al tener el dato, diligentemente anotó el monto ofrecido. Finalmente cuando tuvo las ofertas y pudo confirmar cual contrato llenaba los requisitos de calidad y precio, llamó a los representantes y les indicó que ellos eran los escogidos pero que al precio ofertado le tendrían que reducir el monto que por comisión se le había ofrecido. Así se hizo y así logró un ahorro para el Estado. 
El punto es que aquella convicción sobre los valores y la responsabilidad inherente a la función pública han quedado en el olvido. Hoy, solamente como excepción sigue presente en unos pocos, esa conciencia de lo que representa el servicio público y el daño para toda la población del oscuro manejo de los miles de millones que ingresan al Estado.