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La mente asombrada: Julio Cortázar

Redacción República
31 de agosto, 2014

Descubrí a Julio Cortázar gracias a las celebraciones del quinto
centenario del descubrimiento de América, y recuerdo exactamente que fue el mes
de abril de 1993 en que abrí las páginas de un diario que tenía a manera de
suplemento, su libro de cuentos Bestiario.
Desde entonces, casi religiosamente regreso a cada poco a las páginas de
Cortázar, a reirme de los Cronopios y las Famas, a atemorizarme ante los dulces
de Circe, a contrariarme por los conejitos vomitados o a entristecerme por el
destino de Johnny Carter en su precioso cuento largo/novela corta, El
Perseguidor.

Julio Florencio Cortázar, quien tuvo el buen tino de no usar nunca su
segundo nombre, nació de padres argentinos y por accidente en Bruselas, el 26
de agosto de 1914, coincidiendo con el estallido de la Primera Guerra Mundial,
en territorio ocupado por los alemanes. La familia logra mudarse a Zurich, en
1915 y luego a Barcelona en donde permanecerán hasta el fin del conflicto, en
1918. Finalizada la guerra regresan a la Argentina, en donde vivirá con el
trauma del repentino abandono del padre, quien desaparece de su vida hasta un
breve reencuentro, en 1944, meses antes de la muerte de su progenitor.

Julio fue un hombre retraído, poco dado a la conversación de joven, pues
mantuvo siempre una pronunciación defectuosa de la “R”, por su formación
francesa, pero siempre fue un ávido lector y un entusiasta del jazz, lo que lo
llevó años después a escribir hermosas páginas sobre la relación entre la
música y la literatura. Empezó publicando artículos y cuentos que salieron
publicados en revistas culturales de Buenos Aires, y en 1947 recibió un
espaldarazo que lo consagró como una promesa de la literatura. Jorge Luis
Borges leyó su hermoso e inquietante cuento Casa
Tomada
, y recomendó su publicación para la revista en que trabajaba
entonces. Esto le dio al joven escritor un respaldo de un viejo, amado y
admirado escritor, lo que lo catapultó en su carrera literaria. Permanece en su
país unos años más, en donde publica un largo y enrevesado poema titulado Los Reyes, pero que no logra mucha
aceptación. En 1949 viaja a París, en donde permanece un año, poniendo
distancia con los sucesos políticos de la Argentina de esa época. Cortázar
denuncia al Peronismo, al que considera un movimiento superficial y populista
que manipula los sentimientos más básicos de los argentinos, a la vez que se
aprovecha de ellos.

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Lo curioso del caso de Cortázar, es que su madurez literaria corre en
sentido contrario a su madurez política. A medida que va publicando sus libros,
La otra orilla, Bestiario, Las armas secretas,
Rayuela, Historias de cronopios y de famas, Todos los fuegos el fuego, etc., vemos cómo el escritor va
encontrando un mundo completo para su imaginación y siempre encuentra algo
sorprendente dentro de la rutina de la vida más gris. Sus cuentos y su Rayuela son viajes extraordinarios a la
vida de hombres y mujeres exiliados en la rutina de la vida, inmersos en mundos
que los atrapan con sus circunstancias extrañas y ellos aprenden a vivir dentro
de ellos, con extraña resignación. Todas sus páginas son hermosas y
desconcertantes.

Su obra es un monumento al hombre cosmopolita, que lo mismo se mueve en
las callejuelas de París, como en las avenidas de Buenos Aires. Pero su mundo
se atrofia con la política. Le pasa lo mismo que a Cardoza y Aragón. Su texto Apocalipsis en Solentiname, sólo sirve
para que nos demos cuenta de qué tanto ignoraba Cortázar de política, apoyando
una revolución corrupta que había traicionado los sueños más caros de libertad
de los nicaragüenses para convertirse en una vulgar fiesta de saqueo. Tomás
Borge y los hermanos Ortega son vivos ejemplos de lo que significó ésta mal
llamada revolución. Borge ya murió, pero sus millones de dólares quedaron en
cuentas bancarias costarricenses. Cortázar también cometió el error de querer
justificar los excesos del régimen de la URSS, y en un ejercicio de
sorprendente simpleza e irresponsabilidad intelectual y humana calificó a los
lamentables Gulags (campos de trabajo forzado soviéticos) de ser un “mero accidente necesario del comunismo”.
Resulta increíble que el mismo cerebro que creó las atormentadas e inmensamente
humanas figuras de la Maga o Johnny Carter, sea el mismo que se soltara una (y
disculpe usted la expresión, pero no encuentro otra) pendejada de tan inhumana
injusticia. Yo atribuyo tan gran injusticia a la eterna mente infantil y lúdica
del escritor, pues los Gulags, ya lo denunció en su momento Soljenitzin,
destrozó millones de vidas, matándolas de hambre, de frío, de desesperanza, de
un balazo en la cabeza, y un largo etcétera.

Pero si sus ideas políticas son completamente prescindibles, queda su
legado literario, un monumento magnífico de la imaginación que atinadamente se
ha ido reeditando recientemente en formato de bolsillo, por punto de lectura,
permitiendo que releamos a Cortázar a bajo precio, y conozcamos una de las
imaginaciones literarias más brillantes del siglo XX.

La mente asombrada: Julio Cortázar

Redacción República
31 de agosto, 2014

Descubrí a Julio Cortázar gracias a las celebraciones del quinto
centenario del descubrimiento de América, y recuerdo exactamente que fue el mes
de abril de 1993 en que abrí las páginas de un diario que tenía a manera de
suplemento, su libro de cuentos Bestiario.
Desde entonces, casi religiosamente regreso a cada poco a las páginas de
Cortázar, a reirme de los Cronopios y las Famas, a atemorizarme ante los dulces
de Circe, a contrariarme por los conejitos vomitados o a entristecerme por el
destino de Johnny Carter en su precioso cuento largo/novela corta, El
Perseguidor.

Julio Florencio Cortázar, quien tuvo el buen tino de no usar nunca su
segundo nombre, nació de padres argentinos y por accidente en Bruselas, el 26
de agosto de 1914, coincidiendo con el estallido de la Primera Guerra Mundial,
en territorio ocupado por los alemanes. La familia logra mudarse a Zurich, en
1915 y luego a Barcelona en donde permanecerán hasta el fin del conflicto, en
1918. Finalizada la guerra regresan a la Argentina, en donde vivirá con el
trauma del repentino abandono del padre, quien desaparece de su vida hasta un
breve reencuentro, en 1944, meses antes de la muerte de su progenitor.

Julio fue un hombre retraído, poco dado a la conversación de joven, pues
mantuvo siempre una pronunciación defectuosa de la “R”, por su formación
francesa, pero siempre fue un ávido lector y un entusiasta del jazz, lo que lo
llevó años después a escribir hermosas páginas sobre la relación entre la
música y la literatura. Empezó publicando artículos y cuentos que salieron
publicados en revistas culturales de Buenos Aires, y en 1947 recibió un
espaldarazo que lo consagró como una promesa de la literatura. Jorge Luis
Borges leyó su hermoso e inquietante cuento Casa
Tomada
, y recomendó su publicación para la revista en que trabajaba
entonces. Esto le dio al joven escritor un respaldo de un viejo, amado y
admirado escritor, lo que lo catapultó en su carrera literaria. Permanece en su
país unos años más, en donde publica un largo y enrevesado poema titulado Los Reyes, pero que no logra mucha
aceptación. En 1949 viaja a París, en donde permanece un año, poniendo
distancia con los sucesos políticos de la Argentina de esa época. Cortázar
denuncia al Peronismo, al que considera un movimiento superficial y populista
que manipula los sentimientos más básicos de los argentinos, a la vez que se
aprovecha de ellos.

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Lo curioso del caso de Cortázar, es que su madurez literaria corre en
sentido contrario a su madurez política. A medida que va publicando sus libros,
La otra orilla, Bestiario, Las armas secretas,
Rayuela, Historias de cronopios y de famas, Todos los fuegos el fuego, etc., vemos cómo el escritor va
encontrando un mundo completo para su imaginación y siempre encuentra algo
sorprendente dentro de la rutina de la vida más gris. Sus cuentos y su Rayuela son viajes extraordinarios a la
vida de hombres y mujeres exiliados en la rutina de la vida, inmersos en mundos
que los atrapan con sus circunstancias extrañas y ellos aprenden a vivir dentro
de ellos, con extraña resignación. Todas sus páginas son hermosas y
desconcertantes.

Su obra es un monumento al hombre cosmopolita, que lo mismo se mueve en
las callejuelas de París, como en las avenidas de Buenos Aires. Pero su mundo
se atrofia con la política. Le pasa lo mismo que a Cardoza y Aragón. Su texto Apocalipsis en Solentiname, sólo sirve
para que nos demos cuenta de qué tanto ignoraba Cortázar de política, apoyando
una revolución corrupta que había traicionado los sueños más caros de libertad
de los nicaragüenses para convertirse en una vulgar fiesta de saqueo. Tomás
Borge y los hermanos Ortega son vivos ejemplos de lo que significó ésta mal
llamada revolución. Borge ya murió, pero sus millones de dólares quedaron en
cuentas bancarias costarricenses. Cortázar también cometió el error de querer
justificar los excesos del régimen de la URSS, y en un ejercicio de
sorprendente simpleza e irresponsabilidad intelectual y humana calificó a los
lamentables Gulags (campos de trabajo forzado soviéticos) de ser un “mero accidente necesario del comunismo”.
Resulta increíble que el mismo cerebro que creó las atormentadas e inmensamente
humanas figuras de la Maga o Johnny Carter, sea el mismo que se soltara una (y
disculpe usted la expresión, pero no encuentro otra) pendejada de tan inhumana
injusticia. Yo atribuyo tan gran injusticia a la eterna mente infantil y lúdica
del escritor, pues los Gulags, ya lo denunció en su momento Soljenitzin,
destrozó millones de vidas, matándolas de hambre, de frío, de desesperanza, de
un balazo en la cabeza, y un largo etcétera.

Pero si sus ideas políticas son completamente prescindibles, queda su
legado literario, un monumento magnífico de la imaginación que atinadamente se
ha ido reeditando recientemente en formato de bolsillo, por punto de lectura,
permitiendo que releamos a Cortázar a bajo precio, y conozcamos una de las
imaginaciones literarias más brillantes del siglo XX.