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Perros sin raza

Redacción
06 de agosto, 2014
Asistí el otro día a cierta exposición. Al ingresar debía uno llenar una especie de ficha para fines estadísticos, asumo. Los campos a llenar eran los tradicionales: nombre, sexo, edad y demás; la última casilla, sin embargo, era un tanto curiosa y decía: “etnia con la que se identifica”. A punto estaba de colocar “ladino” cuando me comencé a preguntar ¿qué demonios es un ladino? 
La política oficial de gobierno y la concepción generalizada parece ser que en Guatemala lo que hay son cuatro grandes grupos étnicos, ya todos los sabemos: garífunas, indígenas mayas, ladinos y xincas. De estos, los ladinos son los que más sufren a causa de su identidad. Los garífunas no tienen mucho problema en reconocerse (físicamente, digo); además, tienen su propio baile, vestido y si la memoria no me falla incluso tienen un día, por ley, dedicado a su cultura o su raza. 
Los descendientes de los pueblos mayas a pesar de ser veintitantas subetnias -o pueblos o lo que sea-, y cada una de ellas hablar un idioma -o lengua o lo que sea- distinto, comparten ciertos rasgos y no tienen mayor reparo en aceptar sus raíces. Sobre los xincas, la mayoría no sabemos exactamente como se ven, como se visten, que es lo que hablan o que es lo que comen, la concepción generalizada es que están “en extinción” (así lo dicen por allí). Lo cierto es que si existen algunos que conformando una pequeña organización andan por el suroriente del país pregonando de municipio en municipio, de aldea en aldea el resurgimiento y revitalización de sus costumbres, buscando adeptos, muy al estilo y método de los mormones. Ahora, los ladinos… 
El ladino en Guatemala se odia a sí mismo, se segrega a sí mismo. El ladino en Guatemala anda en busca de identidad y no la encuentra en ninguna parte. Para el ladino guatemalteco su nacionalidad es su maldición, la aborrece. El ladino en Guatemala quiere ser europeo, los que pueden dar fe, ya sea por apellido, por aspecto o por tener algún pariente dentro de sus tres generaciones más próximas dicen que son alemanes, son franceses, son ingleses, son italiano; esto a pesar de que su sangre ya se diluyó y el idioma de sus antepasado ni lo hablan y el pasaporte ni lo tienen. Otros más afortunados dicen que son españoles y logran rastrear su ascendencia hasta alguno de los pillos que vino con Colón o con Pedro de Alvarado, pero esos no son ladinos, aún son criollos.
A los desafortunados que no caben en alguna de estas anteriores categorías no les queda más que agringarse. El inglés medio lo mascullan pero eso no les impide para que de todo lo que dicen una tercera parte sea en inglés: “nos fuimos de party”, “esto está bien cool”, saludan diciendo “hi” y se despiden con un “bye”, afirman con un “yes” y así sucesivamente. Su idioma natal lo desprecian, sienten no les pertenece, quieren aquel, no les gusta colocar los signos de interrogación o exclamación de apertura porque no está in, porque así no es el inglés. De allí que todo el tiempo se lamenten, es para el ladino una desdicha verdadera y grande el hecho de que nos conquistara España en lugar de Inglaterra. Aun así, se desviven por el fútbol español… qué contradicción. 
De tal forma que en esta gran lucha por su identidad el ladino se ofusca, porque lo que quiere es ser cualquier cosa menos eso: guatemalteco (y mejicano, eso bastante claro está). Así, el ladino, guatemalteco y capitalino, no es más que un perro errante, sin raza ni identidad.

Perros sin raza

Redacción
06 de agosto, 2014
Asistí el otro día a cierta exposición. Al ingresar debía uno llenar una especie de ficha para fines estadísticos, asumo. Los campos a llenar eran los tradicionales: nombre, sexo, edad y demás; la última casilla, sin embargo, era un tanto curiosa y decía: “etnia con la que se identifica”. A punto estaba de colocar “ladino” cuando me comencé a preguntar ¿qué demonios es un ladino? 
La política oficial de gobierno y la concepción generalizada parece ser que en Guatemala lo que hay son cuatro grandes grupos étnicos, ya todos los sabemos: garífunas, indígenas mayas, ladinos y xincas. De estos, los ladinos son los que más sufren a causa de su identidad. Los garífunas no tienen mucho problema en reconocerse (físicamente, digo); además, tienen su propio baile, vestido y si la memoria no me falla incluso tienen un día, por ley, dedicado a su cultura o su raza. 
Los descendientes de los pueblos mayas a pesar de ser veintitantas subetnias -o pueblos o lo que sea-, y cada una de ellas hablar un idioma -o lengua o lo que sea- distinto, comparten ciertos rasgos y no tienen mayor reparo en aceptar sus raíces. Sobre los xincas, la mayoría no sabemos exactamente como se ven, como se visten, que es lo que hablan o que es lo que comen, la concepción generalizada es que están “en extinción” (así lo dicen por allí). Lo cierto es que si existen algunos que conformando una pequeña organización andan por el suroriente del país pregonando de municipio en municipio, de aldea en aldea el resurgimiento y revitalización de sus costumbres, buscando adeptos, muy al estilo y método de los mormones. Ahora, los ladinos… 
El ladino en Guatemala se odia a sí mismo, se segrega a sí mismo. El ladino en Guatemala anda en busca de identidad y no la encuentra en ninguna parte. Para el ladino guatemalteco su nacionalidad es su maldición, la aborrece. El ladino en Guatemala quiere ser europeo, los que pueden dar fe, ya sea por apellido, por aspecto o por tener algún pariente dentro de sus tres generaciones más próximas dicen que son alemanes, son franceses, son ingleses, son italiano; esto a pesar de que su sangre ya se diluyó y el idioma de sus antepasado ni lo hablan y el pasaporte ni lo tienen. Otros más afortunados dicen que son españoles y logran rastrear su ascendencia hasta alguno de los pillos que vino con Colón o con Pedro de Alvarado, pero esos no son ladinos, aún son criollos.
A los desafortunados que no caben en alguna de estas anteriores categorías no les queda más que agringarse. El inglés medio lo mascullan pero eso no les impide para que de todo lo que dicen una tercera parte sea en inglés: “nos fuimos de party”, “esto está bien cool”, saludan diciendo “hi” y se despiden con un “bye”, afirman con un “yes” y así sucesivamente. Su idioma natal lo desprecian, sienten no les pertenece, quieren aquel, no les gusta colocar los signos de interrogación o exclamación de apertura porque no está in, porque así no es el inglés. De allí que todo el tiempo se lamenten, es para el ladino una desdicha verdadera y grande el hecho de que nos conquistara España en lugar de Inglaterra. Aun así, se desviven por el fútbol español… qué contradicción. 
De tal forma que en esta gran lucha por su identidad el ladino se ofusca, porque lo que quiere es ser cualquier cosa menos eso: guatemalteco (y mejicano, eso bastante claro está). Así, el ladino, guatemalteco y capitalino, no es más que un perro errante, sin raza ni identidad.