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La política bajo acecho

Redacción
19 de junio, 2015

Vivimos momentos de paradoja histórica y sin precedentes. Por un lado, nunca como ahora la democracia se había ejercido con tanta fuerza y legitimidad ciudadana. Atrás quedaron los días cuando los guatemaltecos contemplábamos de lejos los desmanes de los políticos y funcionarios públicos sin chistar palabra. Hoy desde esta nueva ciudadanía activa y voraz por ver cambios de fondo al sistema político del país, exigimos ver nacer una nueva forma de hacer política, es decir, es momento de revalorizar la política.

Desde esta perspectiva pareciera ser el tiempo de la política. Por el otro, en cambio, vemos crecer una tendencia en sentido contrario: desencanto y frustración. Desde esta otra perspectiva es también el tiempo de la crisis de la política.

Nunca como hoy hay una crisis de confianza. La política vive bajo sospecha y está bajo acecho. Encuestas tras encuestas reflejan la desconfianza que la mayoría de los ciudadanos sienten respecto de la política en general, de los partidos y de los políticos en particular. Sobre la clase política se cierne así una suerte de presunción a priori de extrema culpabilidad salvo que demuestren su inocencia. Juicios de valor en medios de comunicación son implacables para asignar culpabilidad sobre estos sujetos que están bajo la lupa magnificada de la ciudanía que no les quiere ver más! Solo veamos la sarta de muertos políticos o zombis que caminan hacia el purgatorio de la historia de Guatemala.

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La opinión que la ciudadanía tiene hoy de los políticos es muy mala. La gran mayoría considera que los políticos no son honrados, que buscan esencialmente su propio enriquecimiento “corruptos”, que se aprovechan del poder en beneficio propio “transeros”, que son prepotentes, engreídos, cínicos, que no cumplen la mayoría de sus promesas de campaña “promeseros”, y que en su mayoría son totalmente incompetentes “puestos a dedo”.

Esta situación ha generado obviamente un daño político enorme y con consecuencias peligrosas para la salud del sistema democrático de Guatemala que aún no podemos dimensionar. En la medida que avance la falta de confianza respecto tanto de la política como de la clase dirigente, crecen las posibilidades de comenzar a buscar soluciones fuera del camino democrático. Los primeros síntomas ya están presentes: crisis de gobernabilidad, crisis de representación, crisis de participación. De no contener el creciente grado de insatisfacción hoy presente con el funcionamiento de las principales instituciones de la democracia representativa estaríamos a las puertas de un tipo de crisis mucho más grave: la crisis de legitimidad del propio sistema democrático. Pasaríamos así de la actual crisis “en” la democracia a una mucho más severa, la crisis “de” la democracia misma.

Corrupción y política. El desencanto con la política y los políticos no es nada nuevo. Sin embargo, en nuestros días la brecha de desconfianza, de desencanto y de mal humor que separa a los ciudadanos de sus representantes está llegando a niveles muy peligrosos. Asistimos así a un fenómeno perverso: el surgimiento de la anti política. Entre las principales razones que permiten explicar el actual grado de impopularidad de las clases dirigentes cabe mencionar la pérdida de la ética del servicio público ya de manera particular, el crecimiento de la corrupción política y de la impunidad que la acompaña. Más aún, el veneno más letal para la democracia ha irrumpido con notable fuerza: el flagelo de la narcopolítica.

Una de las causas principales del nivel actual de corrupción reside en el alto costo de la política unida a la deficiente regulación jurídica en materia de financiamiento tanto de los partidos políticos como de las campañas electorales, más conocido como dinero sucio. En efecto, en la medida en que la política se ha ido progresivamente convirtiendo en espectáculo mediático, determina que los partidos se vean ante la necesidad de contar con enormes sumas de dinero que difícilmente pueden conseguir por medios legales. Es por ahí que el poder del dinero en la política puede y debe ser reducido. Hoy el Tribunal Supremo Electoral tiene en sus manos el hito histórico de demostrarnos que sí puede regular y frenar los excesos en gastos de campaña.

Asimismo, un proceso inteligente de reforma del Estado, en búsqueda del “Estado suficiente, estratégico y eficaz”, alejado del Estado rentista, centralizado en cuotas de poder e inútil, ayudará a reducir las oportunidades de corrupción. Igualmente, un poder judicial honesto, independiente y comprometido con poner fin a la impunidad es el mejor remedio no solo para cortar los tentáculos de la corrupción sino para ayudar a recuperar la credibilidad tanto en la justicia como en la política y en la democracia misma. En resumen, la lucha contra la corrupción, la que debe ser frontal y sin concesiones, caiga quien caiga, lejos de acabar con la política: debe fortalecerla.

La política bajo acecho

Redacción
19 de junio, 2015

Vivimos momentos de paradoja histórica y sin precedentes. Por un lado, nunca como ahora la democracia se había ejercido con tanta fuerza y legitimidad ciudadana. Atrás quedaron los días cuando los guatemaltecos contemplábamos de lejos los desmanes de los políticos y funcionarios públicos sin chistar palabra. Hoy desde esta nueva ciudadanía activa y voraz por ver cambios de fondo al sistema político del país, exigimos ver nacer una nueva forma de hacer política, es decir, es momento de revalorizar la política.

Desde esta perspectiva pareciera ser el tiempo de la política. Por el otro, en cambio, vemos crecer una tendencia en sentido contrario: desencanto y frustración. Desde esta otra perspectiva es también el tiempo de la crisis de la política.

Nunca como hoy hay una crisis de confianza. La política vive bajo sospecha y está bajo acecho. Encuestas tras encuestas reflejan la desconfianza que la mayoría de los ciudadanos sienten respecto de la política en general, de los partidos y de los políticos en particular. Sobre la clase política se cierne así una suerte de presunción a priori de extrema culpabilidad salvo que demuestren su inocencia. Juicios de valor en medios de comunicación son implacables para asignar culpabilidad sobre estos sujetos que están bajo la lupa magnificada de la ciudanía que no les quiere ver más! Solo veamos la sarta de muertos políticos o zombis que caminan hacia el purgatorio de la historia de Guatemala.

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La opinión que la ciudadanía tiene hoy de los políticos es muy mala. La gran mayoría considera que los políticos no son honrados, que buscan esencialmente su propio enriquecimiento “corruptos”, que se aprovechan del poder en beneficio propio “transeros”, que son prepotentes, engreídos, cínicos, que no cumplen la mayoría de sus promesas de campaña “promeseros”, y que en su mayoría son totalmente incompetentes “puestos a dedo”.

Esta situación ha generado obviamente un daño político enorme y con consecuencias peligrosas para la salud del sistema democrático de Guatemala que aún no podemos dimensionar. En la medida que avance la falta de confianza respecto tanto de la política como de la clase dirigente, crecen las posibilidades de comenzar a buscar soluciones fuera del camino democrático. Los primeros síntomas ya están presentes: crisis de gobernabilidad, crisis de representación, crisis de participación. De no contener el creciente grado de insatisfacción hoy presente con el funcionamiento de las principales instituciones de la democracia representativa estaríamos a las puertas de un tipo de crisis mucho más grave: la crisis de legitimidad del propio sistema democrático. Pasaríamos así de la actual crisis “en” la democracia a una mucho más severa, la crisis “de” la democracia misma.

Corrupción y política. El desencanto con la política y los políticos no es nada nuevo. Sin embargo, en nuestros días la brecha de desconfianza, de desencanto y de mal humor que separa a los ciudadanos de sus representantes está llegando a niveles muy peligrosos. Asistimos así a un fenómeno perverso: el surgimiento de la anti política. Entre las principales razones que permiten explicar el actual grado de impopularidad de las clases dirigentes cabe mencionar la pérdida de la ética del servicio público ya de manera particular, el crecimiento de la corrupción política y de la impunidad que la acompaña. Más aún, el veneno más letal para la democracia ha irrumpido con notable fuerza: el flagelo de la narcopolítica.

Una de las causas principales del nivel actual de corrupción reside en el alto costo de la política unida a la deficiente regulación jurídica en materia de financiamiento tanto de los partidos políticos como de las campañas electorales, más conocido como dinero sucio. En efecto, en la medida en que la política se ha ido progresivamente convirtiendo en espectáculo mediático, determina que los partidos se vean ante la necesidad de contar con enormes sumas de dinero que difícilmente pueden conseguir por medios legales. Es por ahí que el poder del dinero en la política puede y debe ser reducido. Hoy el Tribunal Supremo Electoral tiene en sus manos el hito histórico de demostrarnos que sí puede regular y frenar los excesos en gastos de campaña.

Asimismo, un proceso inteligente de reforma del Estado, en búsqueda del “Estado suficiente, estratégico y eficaz”, alejado del Estado rentista, centralizado en cuotas de poder e inútil, ayudará a reducir las oportunidades de corrupción. Igualmente, un poder judicial honesto, independiente y comprometido con poner fin a la impunidad es el mejor remedio no solo para cortar los tentáculos de la corrupción sino para ayudar a recuperar la credibilidad tanto en la justicia como en la política y en la democracia misma. En resumen, la lucha contra la corrupción, la que debe ser frontal y sin concesiones, caiga quien caiga, lejos de acabar con la política: debe fortalecerla.