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Liar, liar… y otro

José Carlos Ortega
20 de febrero, 2016

Por José Carlos Ortega S.C.

Se dice que las máquinas detectoras de mentiras no funcionan con los latinoamericanos. Que somos capaces de engañar a las máquinas porque podemos mentir sin inmutarnos, sin que cambien nuestros signos vitales, sin cambio en el ritmo cardíaco, en la respiración, sin sudar, sin… Lo leí en varios artículos, así que siempre he observado que en realidad, pese a que los anglosajones norteamericanos también mienten, su valorización de la verdad está por encima de la nuestra.

Ellos llegan delante de un juicio y un jurado y con la mano sobre la Biblia juran decir la verdad y nada más que la verdad (y que los ayude Dios…), y el valor que le dan a ese juramento es enorme. Mucho de su sistema se basa en la confianza de estas afirmaciones y otras parecidas, como el valor del contrato verbal. Nosotros, por el contrario, lo tenemos que ir probando, nos legalizan nuestra verdad por un notario… En realidad, estimamos la mentira, le decimos a los niños mentiras para evadir realidades y mantener fantasías, a los enfermos que no están tan enfermos, etc.

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Pienso que todo eso se refleja en nuestra realidad política. Nos fascina que nos mientan. Que cada político de turno nos llene de promesas incumplibles, que evitará el transfuguismo, que todos sus colaboradores serán santos e inmaculados, que declararán sus patrimonios, que eliminarán la pobreza, la corrupción, el analfabetismo y que iremos al mundial.

En estos días nos han mentido. No voy a referirme al caso del transfuguismo decenas de diputados del Congreso, que apurados por una nueva Ley Orgánica del Congreso, aprobada por ellos mismos, y de la devolución de la Corte de Contrariedad… ¡ups! de Constitucionalidad, que ha emitido fallos o dictámenes contrarios ante los eminentes intentos de reelección de sus miembros. No me refiero a ello, porque aunque el Presidente Morales lo haya o prometido, o aseverado en su campaña, él no tiene control sobre su bancada. Además, seguimos con el intento de intentar arreglar el problema del transfuguismo en sus consecuencias, es decir, nos casamos con el problema, y no en sus causas reales, la falta de representatividad con sus electores por parte de los diputados como consecuencia de los listados cerrados de candidatos a diputados.

Esta vez me quiero referir a dos mentirotas. La primera, la grandísima mentira que el agua surtida a las zonas 15 y 16 de la ciudad de Guatemala cumplía con todas las normas guatemaltecas para ser considerada potable, cuando se ha evidenciado, por datos empíricos como los análisis de laboratorio que esa agua no es apta para el consumo humano, y por observaciones directas del color del agua, del olor del agua (que hace semanas tenía un “tufito” desagradable), su turbieza y de la obvia cantidad de personas enfermas en toda esa área geográfica. Salir a decir que no pasa nada, con tal vehemencia y tranquilidad, solo puede ser fruto de la prepotencia característica de esa anquilosada administración municipal. De más está decir que necesitamos leyes que nos permitan no solamente denunciar, sino procesar y demandar civilmente a los responsables de forma rápida y certera. ¡Qué diferencia hubiera sido una administración responsable que saliera al paso reconociendo un problema, enfrentándolo, pidiendo disculpas y arreglando el problema de forma oportuna! Y del Procurador de los Derechos Humanos, no supimos nada…

Y la otra gran mentira, entiendo, no la oí personalmente, es la de los funcionarios de la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC) que salieron al paso del hoy famoso anuncio publicitario que pretendía utilizar la pista del aeropuerto para una carrera en ella. ¡Qué ya tenían localizado el vehículo y a las personas que habían hecho semejante acto! Me imagino que tenían placas y modelo del vehículo que aún no estaba en el mercado… Tales declaraciones merecen una retribución. ¡Dejen de darnos atole con el dedo!

Necesitamos, todos, empezar a valorar la verdad para crear relaciones de confianza. No se puede progresar de otra manera. Debemos dejar de un lado el valorar las mentirillas blancas por temor a enfrentar nuestra realidad y valorar la verdad con todas sus consecuencias.

Otro:

Terrible la defensa por parte de varios medios y sectores de la sociedad civil de leyes que no necesiten el aval de un juez para permitir la información privada de investigados. Es como decir que no se necesita orden de juez competente para interferir teléfonos u objetos y comunicaciones electrónicas. No se puede permitir la violación de la privacidad sin orden de juez, que la valore y acepte el causal como suficiente. ¿Cuál es el miedo de probar que es importante o necesario cierta investigación e información sobre la privacidad de un individuo? Si estuviéramos en otros tiempos, algunos sectores serían los primeros en protestar contra ese abuso gubernamental. No podemos permitir esa norma, pues con un gobierno tiránico o simplemente abusador, como el venezolano, el gobierno lo utilizaría para provocar terrorismo de Estado y violaciones a los derechos individuales. ¿Acaso esos sectores no son los mismos que han protestado por los abusos del imperio en cuanto a la vigilancia mundial?

Liar, liar… y otro

José Carlos Ortega
20 de febrero, 2016

Por José Carlos Ortega S.C.

Se dice que las máquinas detectoras de mentiras no funcionan con los latinoamericanos. Que somos capaces de engañar a las máquinas porque podemos mentir sin inmutarnos, sin que cambien nuestros signos vitales, sin cambio en el ritmo cardíaco, en la respiración, sin sudar, sin… Lo leí en varios artículos, así que siempre he observado que en realidad, pese a que los anglosajones norteamericanos también mienten, su valorización de la verdad está por encima de la nuestra.

Ellos llegan delante de un juicio y un jurado y con la mano sobre la Biblia juran decir la verdad y nada más que la verdad (y que los ayude Dios…), y el valor que le dan a ese juramento es enorme. Mucho de su sistema se basa en la confianza de estas afirmaciones y otras parecidas, como el valor del contrato verbal. Nosotros, por el contrario, lo tenemos que ir probando, nos legalizan nuestra verdad por un notario… En realidad, estimamos la mentira, le decimos a los niños mentiras para evadir realidades y mantener fantasías, a los enfermos que no están tan enfermos, etc.

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Pienso que todo eso se refleja en nuestra realidad política. Nos fascina que nos mientan. Que cada político de turno nos llene de promesas incumplibles, que evitará el transfuguismo, que todos sus colaboradores serán santos e inmaculados, que declararán sus patrimonios, que eliminarán la pobreza, la corrupción, el analfabetismo y que iremos al mundial.

En estos días nos han mentido. No voy a referirme al caso del transfuguismo decenas de diputados del Congreso, que apurados por una nueva Ley Orgánica del Congreso, aprobada por ellos mismos, y de la devolución de la Corte de Contrariedad… ¡ups! de Constitucionalidad, que ha emitido fallos o dictámenes contrarios ante los eminentes intentos de reelección de sus miembros. No me refiero a ello, porque aunque el Presidente Morales lo haya o prometido, o aseverado en su campaña, él no tiene control sobre su bancada. Además, seguimos con el intento de intentar arreglar el problema del transfuguismo en sus consecuencias, es decir, nos casamos con el problema, y no en sus causas reales, la falta de representatividad con sus electores por parte de los diputados como consecuencia de los listados cerrados de candidatos a diputados.

Esta vez me quiero referir a dos mentirotas. La primera, la grandísima mentira que el agua surtida a las zonas 15 y 16 de la ciudad de Guatemala cumplía con todas las normas guatemaltecas para ser considerada potable, cuando se ha evidenciado, por datos empíricos como los análisis de laboratorio que esa agua no es apta para el consumo humano, y por observaciones directas del color del agua, del olor del agua (que hace semanas tenía un “tufito” desagradable), su turbieza y de la obvia cantidad de personas enfermas en toda esa área geográfica. Salir a decir que no pasa nada, con tal vehemencia y tranquilidad, solo puede ser fruto de la prepotencia característica de esa anquilosada administración municipal. De más está decir que necesitamos leyes que nos permitan no solamente denunciar, sino procesar y demandar civilmente a los responsables de forma rápida y certera. ¡Qué diferencia hubiera sido una administración responsable que saliera al paso reconociendo un problema, enfrentándolo, pidiendo disculpas y arreglando el problema de forma oportuna! Y del Procurador de los Derechos Humanos, no supimos nada…

Y la otra gran mentira, entiendo, no la oí personalmente, es la de los funcionarios de la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC) que salieron al paso del hoy famoso anuncio publicitario que pretendía utilizar la pista del aeropuerto para una carrera en ella. ¡Qué ya tenían localizado el vehículo y a las personas que habían hecho semejante acto! Me imagino que tenían placas y modelo del vehículo que aún no estaba en el mercado… Tales declaraciones merecen una retribución. ¡Dejen de darnos atole con el dedo!

Necesitamos, todos, empezar a valorar la verdad para crear relaciones de confianza. No se puede progresar de otra manera. Debemos dejar de un lado el valorar las mentirillas blancas por temor a enfrentar nuestra realidad y valorar la verdad con todas sus consecuencias.

Otro:

Terrible la defensa por parte de varios medios y sectores de la sociedad civil de leyes que no necesiten el aval de un juez para permitir la información privada de investigados. Es como decir que no se necesita orden de juez competente para interferir teléfonos u objetos y comunicaciones electrónicas. No se puede permitir la violación de la privacidad sin orden de juez, que la valore y acepte el causal como suficiente. ¿Cuál es el miedo de probar que es importante o necesario cierta investigación e información sobre la privacidad de un individuo? Si estuviéramos en otros tiempos, algunos sectores serían los primeros en protestar contra ese abuso gubernamental. No podemos permitir esa norma, pues con un gobierno tiránico o simplemente abusador, como el venezolano, el gobierno lo utilizaría para provocar terrorismo de Estado y violaciones a los derechos individuales. ¿Acaso esos sectores no son los mismos que han protestado por los abusos del imperio en cuanto a la vigilancia mundial?