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Lo que aprendí en un avión

Redacción
01 de abril, 2016

¿Qué hacen un empresario exitoso, un agricultor de un pueblo remoto de Huehuetenango que apenas habla español porque la lengua que domina es el “mam”, un japonés con su esposa y tres hijos y yo, un simple estudiante de comunicación, sentados en la misma fila del mismo avión hacia el mismo destino?

Somos el claro ejemplo de cómo en una sociedad tan diversa no deberían de existir obstáculos imposibles de superar para aprovechar las comodidades que un mundo tan globalizado es capaz de brindarnos. Somos la representación física de que tanto un empresario de la capital, un agricultor de Huehuetenango, un asiático y un estudiante podemos llegar a tener las mismas oportunidades para mejorar nuestra calidad de vida y gozar de los privilegios de un mundo industrializado.

Ir sentado al lado de lo que serían “dos contrastes” económicos y sociales en Guatemala (el empresario de la capital y el campesino del interior), que van al mismo lugar y que seguramente pagaron lo mismo para transportarse a ese destino, me ayuda a entender de que la idea de “generar oportunidades para promover el desarrollo de todos, sin importar el lugar ni la familia en la que naces” es posible. Me ayuda a comprender que todos podemos aspirar a más sin que la “barrera” de nuestra situación social o económica nos detenga y sin que los estereotipos nos esclavicen. Me aclara que la solución para mejorar la calidad de vida de los habitantes de un país no está en quejarse y envidiar lo que tiene el otro para quitárselo, sino es buscar la manera de obtener, desde donde estoy y haciendo uso de todas mis capacidades, eso que tanto quiero y hasta más.

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Por eso considero que el debate no debería centrarse en “si vamos a Cayalá o no” o si “nacimos en los barrios olvidados de la zona 18 o en el corazón de la zona 14” como he leído en varios artículos y columnas de opinión. Es estúpido debatir sobre esos temas porque no llevan a ninguna solución, mas que a destapar los berrinches de una sociedad a veces racista, clasista y resentida.

En vez, deberíamos centrar nuestras energías e ideas en buscar las maneras para crear suficientes oportunidades para que todos los que estén dispuestos a trabajar de una forma honrada y digna, tengan acceso a gozar de las nuevas tecnologías y comodidades de un mundo globalizado y moderno; de un mundo que es de todos y para todos.

La pregunta es entonces, ¿estamos dispuestos? ¿Aprovecharemos la oportunidad de generar oportunidades? Espero que si.

Lo que aprendí en un avión

Redacción
01 de abril, 2016

¿Qué hacen un empresario exitoso, un agricultor de un pueblo remoto de Huehuetenango que apenas habla español porque la lengua que domina es el “mam”, un japonés con su esposa y tres hijos y yo, un simple estudiante de comunicación, sentados en la misma fila del mismo avión hacia el mismo destino?

Somos el claro ejemplo de cómo en una sociedad tan diversa no deberían de existir obstáculos imposibles de superar para aprovechar las comodidades que un mundo tan globalizado es capaz de brindarnos. Somos la representación física de que tanto un empresario de la capital, un agricultor de Huehuetenango, un asiático y un estudiante podemos llegar a tener las mismas oportunidades para mejorar nuestra calidad de vida y gozar de los privilegios de un mundo industrializado.

Ir sentado al lado de lo que serían “dos contrastes” económicos y sociales en Guatemala (el empresario de la capital y el campesino del interior), que van al mismo lugar y que seguramente pagaron lo mismo para transportarse a ese destino, me ayuda a entender de que la idea de “generar oportunidades para promover el desarrollo de todos, sin importar el lugar ni la familia en la que naces” es posible. Me ayuda a comprender que todos podemos aspirar a más sin que la “barrera” de nuestra situación social o económica nos detenga y sin que los estereotipos nos esclavicen. Me aclara que la solución para mejorar la calidad de vida de los habitantes de un país no está en quejarse y envidiar lo que tiene el otro para quitárselo, sino es buscar la manera de obtener, desde donde estoy y haciendo uso de todas mis capacidades, eso que tanto quiero y hasta más.

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Por eso considero que el debate no debería centrarse en “si vamos a Cayalá o no” o si “nacimos en los barrios olvidados de la zona 18 o en el corazón de la zona 14” como he leído en varios artículos y columnas de opinión. Es estúpido debatir sobre esos temas porque no llevan a ninguna solución, mas que a destapar los berrinches de una sociedad a veces racista, clasista y resentida.

En vez, deberíamos centrar nuestras energías e ideas en buscar las maneras para crear suficientes oportunidades para que todos los que estén dispuestos a trabajar de una forma honrada y digna, tengan acceso a gozar de las nuevas tecnologías y comodidades de un mundo globalizado y moderno; de un mundo que es de todos y para todos.

La pregunta es entonces, ¿estamos dispuestos? ¿Aprovecharemos la oportunidad de generar oportunidades? Espero que si.