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Los #PanamáPapers y el valor de la palabra dada

Redacción
06 de abril, 2016

1,600 GB de datos. Más que una filtración una inundación. Papeles, emails y documentos que implican a 72 jefes de estados actuales y pasados, además de a deportistas, cineastas, narcos y demás millonarios ambiciosos. Todos ellos de alguna manera salpicados con acusaciones de evasión de impuestos, lavados de dinero, financiación de terrorismo y un largo etcétera. Sin embargo, lo más sorprendente de todo es que a pesar de ser probablemente la mayor filtración de la historia, recibí la noticia tan impasible como recibimos todos los días al sol.

La corrupción y la mentira se han vuelto un elemento permanente en nuestras vidas y en nuestra sociedad, incluso nos sorprende cuando reconocemos a un personaje público que parece decente, nos llama la atención que se cumpla con las promesas hechas. A fin de cuentas, la sociedad no es tan distinta de los políticos y quizás debemos replantearnos cuánto vale la palabra dada en sociedad actual.

¿Por qué prometemos? Nuestra voluntad, el “yo quiero”, solamente funciona en presente. Nuestras acciones están limitadas al momento en que las realizamos, son irreversibles y en ciertos modos impredecibles, no podemos controlar absolutamente todas las consecuencias de nuestros actos. Dicho así esto presenta un panorama bastante desolador: inseguridad, no tener la certeza de qué pasará mañana.

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Para paliar un poco esta situación de inseguridad, que de ser total no nos permitiría vivir en comunidad (imagínense vivir sin saber nunca si alguien querrá mañana lo que quiere hoy), el hombre tiene la capacidad de prometer. Es la solución a la no-predicción inherente a los actos humanos, el resultado lógico de la desconfianza de los hombres ante su incapacidad para garantizar hoy lo que pueda pasar mañana. La promesa hace lo que la voluntad no puede hacer: recordar. Es la memoria de la voluntad, siguiendo a Nietzsche. Con la palabra podemos asegurar el mañana, querer mañana lo mismo que queremos hoy.

Esto es muy importante y en nuestra sociedad no lo parece. La palabra ha perdido gran parte de su valor y parece que somos incapaces de cumplir nuestras promesas. Decía Nietzsche que el hombre necesita (o ha necesitado a lo largo de la historia, aunque ahora nos vendría bien un refresh) un adiestramiento para ser capaz de cumplir sus promesas ya que en él funciona el olvido, facultad que produce que el hombre sea un animal del instante, y por tanto, tiene que aprender a suspender esa facultad para poder prometer y adentrarse en relaciones éticas: desarrollar una voluntad de futuro. Esto con el fin de que el hombre pueda retener determinados “yo quiero” para cumplirlos dentro de la sociedad y así mantener la capacidad de una acción conjunta.

Básicamente, es crucial para cualquier sociedad que quiera cohesión y estabilidad reivindicar el valor de la palabra dada: no considerar las promesas como palabras vacías que se pueden cumplir o no. Prometer es, como decía Hannah Arendt, casi un milagro. Es la capacidad para disponer del futuro como si fuera el presente, es ampliar la propia dimensión de la efectividad de nuestra voluntad. Pero esto solo es así si las promesas valen, si están supeditadas a la verdad, si prometemos para cumplir. Leí en una entrevista a Montserrat Herrero: “¿Qué ocurre cuando no se cree en la palabra dada? Ocurre lo que vemos: corrupción, disolución, desconfianza, enemistad, lucha”.

Los #PanamáPapers y el valor de la palabra dada

Redacción
06 de abril, 2016

1,600 GB de datos. Más que una filtración una inundación. Papeles, emails y documentos que implican a 72 jefes de estados actuales y pasados, además de a deportistas, cineastas, narcos y demás millonarios ambiciosos. Todos ellos de alguna manera salpicados con acusaciones de evasión de impuestos, lavados de dinero, financiación de terrorismo y un largo etcétera. Sin embargo, lo más sorprendente de todo es que a pesar de ser probablemente la mayor filtración de la historia, recibí la noticia tan impasible como recibimos todos los días al sol.

La corrupción y la mentira se han vuelto un elemento permanente en nuestras vidas y en nuestra sociedad, incluso nos sorprende cuando reconocemos a un personaje público que parece decente, nos llama la atención que se cumpla con las promesas hechas. A fin de cuentas, la sociedad no es tan distinta de los políticos y quizás debemos replantearnos cuánto vale la palabra dada en sociedad actual.

¿Por qué prometemos? Nuestra voluntad, el “yo quiero”, solamente funciona en presente. Nuestras acciones están limitadas al momento en que las realizamos, son irreversibles y en ciertos modos impredecibles, no podemos controlar absolutamente todas las consecuencias de nuestros actos. Dicho así esto presenta un panorama bastante desolador: inseguridad, no tener la certeza de qué pasará mañana.

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Para paliar un poco esta situación de inseguridad, que de ser total no nos permitiría vivir en comunidad (imagínense vivir sin saber nunca si alguien querrá mañana lo que quiere hoy), el hombre tiene la capacidad de prometer. Es la solución a la no-predicción inherente a los actos humanos, el resultado lógico de la desconfianza de los hombres ante su incapacidad para garantizar hoy lo que pueda pasar mañana. La promesa hace lo que la voluntad no puede hacer: recordar. Es la memoria de la voluntad, siguiendo a Nietzsche. Con la palabra podemos asegurar el mañana, querer mañana lo mismo que queremos hoy.

Esto es muy importante y en nuestra sociedad no lo parece. La palabra ha perdido gran parte de su valor y parece que somos incapaces de cumplir nuestras promesas. Decía Nietzsche que el hombre necesita (o ha necesitado a lo largo de la historia, aunque ahora nos vendría bien un refresh) un adiestramiento para ser capaz de cumplir sus promesas ya que en él funciona el olvido, facultad que produce que el hombre sea un animal del instante, y por tanto, tiene que aprender a suspender esa facultad para poder prometer y adentrarse en relaciones éticas: desarrollar una voluntad de futuro. Esto con el fin de que el hombre pueda retener determinados “yo quiero” para cumplirlos dentro de la sociedad y así mantener la capacidad de una acción conjunta.

Básicamente, es crucial para cualquier sociedad que quiera cohesión y estabilidad reivindicar el valor de la palabra dada: no considerar las promesas como palabras vacías que se pueden cumplir o no. Prometer es, como decía Hannah Arendt, casi un milagro. Es la capacidad para disponer del futuro como si fuera el presente, es ampliar la propia dimensión de la efectividad de nuestra voluntad. Pero esto solo es así si las promesas valen, si están supeditadas a la verdad, si prometemos para cumplir. Leí en una entrevista a Montserrat Herrero: “¿Qué ocurre cuando no se cree en la palabra dada? Ocurre lo que vemos: corrupción, disolución, desconfianza, enemistad, lucha”.