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Había una vez una eterna primavera

Carolina Castellanos
05 de octubre, 2018

“Hubo un tiempo en el que honrábamos a aquellos que creaban la prosperidad y la libertad que disfrutamos.  Hoy honramos a los que se quejan y demandamos a los creadores.  De pronto esto es inevitable en una época en la que ya no contamos nuestras bendiciones sino que contamos nuestros deseos insatisfechos”.  Thomas Sowell

La existencia de conflictos no es nueva.  De hecho, es parte de la naturaleza humana.  Desde aquellos que se dan en el seno familiar y empresarial, hasta los nacionales y mundiales, siempre hay personas en conflicto.  La razón es sencilla: no somos iguales.  Las diferencias de opinión, de creencias, de valores y principios, de situación económica, de moral, y un largo etcétera, hacen que entremos en conflicto.

Guatemala no es la excepción, por mucho.  Desde antes de la conquista ya había conflictos, y grandes, entre las diferentes etnias.  Luego nos descubren, nos conquistan y los conflictos existentes se transforman y trascienden las fronteras.  Así que, el que vivamos en conflicto ahora, no es nada nuevo.

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Sin embargo, ahora vemos amenazada nuestra eterna primavera, aquella que aprendimos en los centros educativos durante nuestra infancia.  El clima y la riqueza de nuestra tierra para cultivar casi cualquier cosa, se han vuelto objeto de ataques y destrucción.  Aquellos que logran cultivos en grandes extensiones de tierra, como palma africana, café, caña de azúcar, entre otros, resultan ser unos “oligarcas” acusados de producir monocultivos.  Esto es un pecado mortal para quienes quieren tener todo sin producir nada pues no tienen la capacidad de hacerlo.  Los embriaga la envidia y el resentimiento y les resulta más “fácil” invadir tierras, quemar cultivos, secuestrar a los trabajadores, exigir tierras gratis y salir impunes, pues están exigiendo sus “derechos” sobre las tierras ancestrales.

Nuestra primavera, aquella en la que podíamos opinar libremente en reuniones de todo tipo, en las que hablar de política era interesante, aunque se generaran pequeños enfrentamientos por diferencias de opinión. Solíamos decir “no se puede hablar de política ni de religión”, pues esto derivaba en pleitos.  Hemos progresado tecnológicamente y ahora emitimos opiniones por medio de las redes sociales, principalmente whatsapp, Facebook y twitter.  Aquella primavera se perdió cuando opinar diferente ocasiona insultos y desacreditaciones hacia los que tuvieron la hidalguía de hacerlo.  Es importante resaltar que, quienes insultan, son aquellos que carecen de argumentos para debatir.  Éstos son los de tendencia de izquierda, sea ésta real o simplemente una forma de vida (la gran mayoría está aquí).

Aquella primavera en la que se reconocía a los grandes empresarios (no a los mercantilistas que usan su dinero para lograr prebendas y beneficios), se convirtió en un invierno permanente.  Los verdaderos empresarios que han invertido su dinero, generado empresas de todo tamaño, ayudan a la comunidad en diversas formas, son ahora los grandes pecadores a quienes hay que destruir.  Esto no solo proviene de los envidiosos de izquierda mencionados anteriormente, sino que también de los gobiernos de turno.  Se castiga al más eficiente con un impuesto sobre la renta progresivo. Se implementan controles, cada vez más complicados, para importar o exportar.  La cantidad de trámites, a lo largo y ancho del gobierno, es inmanejable y los empresarios deben invertir grandes cantidades de recursos para poder atravesar esa maraña de burocracia, corrupta, engorrosa e ineficiente.  Los impuestos no retornan en seguridad, red vial transitable, educación y salud de calidad, justicia pronta y cumplida, nada.

Si alguna vez tuvimos una visión de país, de mantener viva esa primavera en la que, sin duda, llovía o entraba en sequía eventualmente, ya se perdió.  La injerencia extranjera convertida en un experimento llamado CICIG, acabó con casi todo.  Nuestros esfuerzos para producir y vivir en armonía se volcaron a rescatar a nuestra Guatemala de las garras del socialismo.  Hemos salido victoriosos, aunque con mucha pérdida en justicia, seguridad, desarrollo económico y, sobre todo, en convivencia pacífica.

Es imperativo retomar el rumbo de aquella primavera que, aunque imperfecta, nos permitía soñar en la posibilidad de vivir plenamente, cada quien en su metro cuadrado.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Había una vez una eterna primavera

Carolina Castellanos
05 de octubre, 2018

“Hubo un tiempo en el que honrábamos a aquellos que creaban la prosperidad y la libertad que disfrutamos.  Hoy honramos a los que se quejan y demandamos a los creadores.  De pronto esto es inevitable en una época en la que ya no contamos nuestras bendiciones sino que contamos nuestros deseos insatisfechos”.  Thomas Sowell

La existencia de conflictos no es nueva.  De hecho, es parte de la naturaleza humana.  Desde aquellos que se dan en el seno familiar y empresarial, hasta los nacionales y mundiales, siempre hay personas en conflicto.  La razón es sencilla: no somos iguales.  Las diferencias de opinión, de creencias, de valores y principios, de situación económica, de moral, y un largo etcétera, hacen que entremos en conflicto.

Guatemala no es la excepción, por mucho.  Desde antes de la conquista ya había conflictos, y grandes, entre las diferentes etnias.  Luego nos descubren, nos conquistan y los conflictos existentes se transforman y trascienden las fronteras.  Así que, el que vivamos en conflicto ahora, no es nada nuevo.

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Sin embargo, ahora vemos amenazada nuestra eterna primavera, aquella que aprendimos en los centros educativos durante nuestra infancia.  El clima y la riqueza de nuestra tierra para cultivar casi cualquier cosa, se han vuelto objeto de ataques y destrucción.  Aquellos que logran cultivos en grandes extensiones de tierra, como palma africana, café, caña de azúcar, entre otros, resultan ser unos “oligarcas” acusados de producir monocultivos.  Esto es un pecado mortal para quienes quieren tener todo sin producir nada pues no tienen la capacidad de hacerlo.  Los embriaga la envidia y el resentimiento y les resulta más “fácil” invadir tierras, quemar cultivos, secuestrar a los trabajadores, exigir tierras gratis y salir impunes, pues están exigiendo sus “derechos” sobre las tierras ancestrales.

Nuestra primavera, aquella en la que podíamos opinar libremente en reuniones de todo tipo, en las que hablar de política era interesante, aunque se generaran pequeños enfrentamientos por diferencias de opinión. Solíamos decir “no se puede hablar de política ni de religión”, pues esto derivaba en pleitos.  Hemos progresado tecnológicamente y ahora emitimos opiniones por medio de las redes sociales, principalmente whatsapp, Facebook y twitter.  Aquella primavera se perdió cuando opinar diferente ocasiona insultos y desacreditaciones hacia los que tuvieron la hidalguía de hacerlo.  Es importante resaltar que, quienes insultan, son aquellos que carecen de argumentos para debatir.  Éstos son los de tendencia de izquierda, sea ésta real o simplemente una forma de vida (la gran mayoría está aquí).

Aquella primavera en la que se reconocía a los grandes empresarios (no a los mercantilistas que usan su dinero para lograr prebendas y beneficios), se convirtió en un invierno permanente.  Los verdaderos empresarios que han invertido su dinero, generado empresas de todo tamaño, ayudan a la comunidad en diversas formas, son ahora los grandes pecadores a quienes hay que destruir.  Esto no solo proviene de los envidiosos de izquierda mencionados anteriormente, sino que también de los gobiernos de turno.  Se castiga al más eficiente con un impuesto sobre la renta progresivo. Se implementan controles, cada vez más complicados, para importar o exportar.  La cantidad de trámites, a lo largo y ancho del gobierno, es inmanejable y los empresarios deben invertir grandes cantidades de recursos para poder atravesar esa maraña de burocracia, corrupta, engorrosa e ineficiente.  Los impuestos no retornan en seguridad, red vial transitable, educación y salud de calidad, justicia pronta y cumplida, nada.

Si alguna vez tuvimos una visión de país, de mantener viva esa primavera en la que, sin duda, llovía o entraba en sequía eventualmente, ya se perdió.  La injerencia extranjera convertida en un experimento llamado CICIG, acabó con casi todo.  Nuestros esfuerzos para producir y vivir en armonía se volcaron a rescatar a nuestra Guatemala de las garras del socialismo.  Hemos salido victoriosos, aunque con mucha pérdida en justicia, seguridad, desarrollo económico y, sobre todo, en convivencia pacífica.

Es imperativo retomar el rumbo de aquella primavera que, aunque imperfecta, nos permitía soñar en la posibilidad de vivir plenamente, cada quien en su metro cuadrado.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo