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No todo es culpa de un presidente

Juan Diego Godoy
08 de enero, 2020

Ponerle nombre y apellido -Jimmy Morales- al retroceso que ha tenido Guatemala en estos cuatro años es ser ingenuo. Quienes siguen pensando que en las manos de una figura están las soluciones para todo un país demuestran su peligrosa ignorancia. Considero que ese ha sido uno de los principales problemas de la ciudadania hacia el Estado desde la era democrática: creer que una figura presidencial resolverá todos los problemas de la Nación. El país, para nuestra suerte, tiene varias vías desde las que se puede arreglar. El Ejecutivo como uno de los tres poderes del Estado es una de ellas pero no la única. La iniciativa privada, las alianzas público privadas, la cooperación internacional con reglas claras, los tratados comerciales, sociales y políticos y una ciudadanía activa y fiscalizadora, no conformista, propositiva y con la suficiente libertad para poder actuar dentro de sus esferas de influencia. ¡Esas son las vías! 

En ningún momento defiendo algunas de las peores decisiones de este Gobierno, que ha tenido innumerables desaciertos que con gusto podemos enumerar en otra columna, prometiendo construir una lista paralela de aciertos, porque toda moneda tiene dos caras. Lo que no me parece correcto es que tomemos la ruta de los hipócritas y, convenientemente, culpemos a una persona del retraso que por décadas llevamos arrastrando. Si bien desde el Ejecutivo puede y debe hacerse mucho para dirigir al país lejos del abismo en el que ya estamos cayendo, jamás podremos esperar resultados si seguimos eligiendo a los mismos con la mentalidad de siempre. Un partido político de cartón, un candidato con nada más que “buenas intenciones”, un plan de gobierno improvisado y el mítico pensamiento del “mal menor”. Si no exigimos que para los puestos públicos se postulen, nombren y elijan a personas de carrera, con preparación, investigadas y sin vicios, entonces no podemos esperar mejores resultados. No se le puede pedir peras al olmo. Esto aplica también para el Legislativo y el Judicial.

En 2015, motivados por la caída del PP y el auge de la lucha anticorrupción, elegimos al candidato sin experiencia, sin plan de gobierno y con un partido político improvisado y de vínculos sombríos. Digo “elegimos” porque si bien no todos le votamos -como en mi caso- el presidente es el presidente de todo un país y llegó a ese puesto por un proceso democrático, nos guste o no. En 2015 cometimos el error de depositar toda la esperanza en la figura del “ni corrupto ni ladrón”, en un movimiento ciudadano (aquel que nació y murió en la Plaza de la Constitución) y en una CICIG que lastimosamente, poco a poco se salía de sus cabales embobada del exceso de poder y ese amor desmedido por parte de una población desesperada y a veces ingenua. 

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Hoy por hoy, la solución no es declararse “enemigo de Jimmy Morales” en Twitter, ni lamentarse públicamente con disfraz de víctima por todos los desaciertos que se han cometido en cuatro años. Tampoco es alegar que el fracaso se debe a que “no ganó la izquierda o la derecha” porque desde la era democrática en este país no ha habido un solo gobierno con una ideología clara; nada puro de derecha ni de izquierda, ni de centro, ni -para nuestra suerte- de extrema derecha o izquierda radical. Todos han sido 

improvisaciones en pro del interés particular de grupos reducidos que extorsionan al Estado. La solución comienza con valorar con el prestigio que merecen a los altos cargos públicos de tal forma que optar a ellos sea una cuestión de honor, preparación y dignidad y no el producto de opciones apestosas y corrompidas que han llegado allí por el miedo de los buenos, el auge del “compadrazgo” y la mediocridad de los electores.  

Así que no todo es culpa de un presidente. No todo es culpa de un solo gobierno. No todo es culpa de un periodo presidencial. No todo es culpa de una generación. Los antagonistas de la novela guatemalteca no pueden simplificarse con un nombre y un apellido. ¡Ya quisiéramos que la historia fuese así de sencilla! En una Guatemala con fortalezas y riquezas tan numerosas como diversas, los problemas y enemigos de la patria son varios e igual de complejos. Esperemos no toparnos con ellos en el periodo 2020-2024. 



No todo es culpa de un presidente

Juan Diego Godoy
08 de enero, 2020

Ponerle nombre y apellido -Jimmy Morales- al retroceso que ha tenido Guatemala en estos cuatro años es ser ingenuo. Quienes siguen pensando que en las manos de una figura están las soluciones para todo un país demuestran su peligrosa ignorancia. Considero que ese ha sido uno de los principales problemas de la ciudadania hacia el Estado desde la era democrática: creer que una figura presidencial resolverá todos los problemas de la Nación. El país, para nuestra suerte, tiene varias vías desde las que se puede arreglar. El Ejecutivo como uno de los tres poderes del Estado es una de ellas pero no la única. La iniciativa privada, las alianzas público privadas, la cooperación internacional con reglas claras, los tratados comerciales, sociales y políticos y una ciudadanía activa y fiscalizadora, no conformista, propositiva y con la suficiente libertad para poder actuar dentro de sus esferas de influencia. ¡Esas son las vías! 

En ningún momento defiendo algunas de las peores decisiones de este Gobierno, que ha tenido innumerables desaciertos que con gusto podemos enumerar en otra columna, prometiendo construir una lista paralela de aciertos, porque toda moneda tiene dos caras. Lo que no me parece correcto es que tomemos la ruta de los hipócritas y, convenientemente, culpemos a una persona del retraso que por décadas llevamos arrastrando. Si bien desde el Ejecutivo puede y debe hacerse mucho para dirigir al país lejos del abismo en el que ya estamos cayendo, jamás podremos esperar resultados si seguimos eligiendo a los mismos con la mentalidad de siempre. Un partido político de cartón, un candidato con nada más que “buenas intenciones”, un plan de gobierno improvisado y el mítico pensamiento del “mal menor”. Si no exigimos que para los puestos públicos se postulen, nombren y elijan a personas de carrera, con preparación, investigadas y sin vicios, entonces no podemos esperar mejores resultados. No se le puede pedir peras al olmo. Esto aplica también para el Legislativo y el Judicial.

En 2015, motivados por la caída del PP y el auge de la lucha anticorrupción, elegimos al candidato sin experiencia, sin plan de gobierno y con un partido político improvisado y de vínculos sombríos. Digo “elegimos” porque si bien no todos le votamos -como en mi caso- el presidente es el presidente de todo un país y llegó a ese puesto por un proceso democrático, nos guste o no. En 2015 cometimos el error de depositar toda la esperanza en la figura del “ni corrupto ni ladrón”, en un movimiento ciudadano (aquel que nació y murió en la Plaza de la Constitución) y en una CICIG que lastimosamente, poco a poco se salía de sus cabales embobada del exceso de poder y ese amor desmedido por parte de una población desesperada y a veces ingenua. 

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Hoy por hoy, la solución no es declararse “enemigo de Jimmy Morales” en Twitter, ni lamentarse públicamente con disfraz de víctima por todos los desaciertos que se han cometido en cuatro años. Tampoco es alegar que el fracaso se debe a que “no ganó la izquierda o la derecha” porque desde la era democrática en este país no ha habido un solo gobierno con una ideología clara; nada puro de derecha ni de izquierda, ni de centro, ni -para nuestra suerte- de extrema derecha o izquierda radical. Todos han sido 

improvisaciones en pro del interés particular de grupos reducidos que extorsionan al Estado. La solución comienza con valorar con el prestigio que merecen a los altos cargos públicos de tal forma que optar a ellos sea una cuestión de honor, preparación y dignidad y no el producto de opciones apestosas y corrompidas que han llegado allí por el miedo de los buenos, el auge del “compadrazgo” y la mediocridad de los electores.  

Así que no todo es culpa de un presidente. No todo es culpa de un solo gobierno. No todo es culpa de un periodo presidencial. No todo es culpa de una generación. Los antagonistas de la novela guatemalteca no pueden simplificarse con un nombre y un apellido. ¡Ya quisiéramos que la historia fuese así de sencilla! En una Guatemala con fortalezas y riquezas tan numerosas como diversas, los problemas y enemigos de la patria son varios e igual de complejos. Esperemos no toparnos con ellos en el periodo 2020-2024.