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El Superhombre y el arte 7a parte

Warren Orbaugh
24 de mayo, 2021

En mi entrega anterior describí la influencia de Friedrich Nietzsche en el pensamiento y obra de Ayn Rand. Los héroes de Rand, al igual que el superhombre nietzscheano, aman la vida, el cuerpo saludable, la habilidad y eficiencia y sus valores son de la tierra –quieren dominar la naturaleza. También indiqué que los modelos reales para sus superhombres eran, para Nietzsche: Johann Wolfgang von Goethe; y para Rand: Thomas Jefferson y Benjamín Franklin. 

John Galt es, como Franklin, un inventor ocupado con la electricidad.  Es el hombre ideal de la novela y por tanto presenta una dificultad literaria formidable para hacerlo creíble.  Como Howard Roark, Galt es demasiado perfecto para sostener un conflicto interno convincente.  No posee defecto alguno que sea reprochable y que el autor pueda usar para hacerlo en un sentido, más ordinario.  Sin embargo, es la afirmación de Rand de que el hombre puede ser superhombre si decide serlo.  Es el hombre que pone en marcha todos los eventos de la historia y por la naturaleza de la trama sirve como integrador de la misma.  Empieza la novela con la pregunta: ¿Quién es John Galt?  La pregunta es una expresión jergal que aparece a todo lo largo en todos los capítulos.  Por el contexto en que aparece, se entiende el significado emocional: es un grito de desesperación y una súplica por ayuda.  Refleja el siniestro y amenazante destino que permea la atmósfera, el sentido del inminente desastre.  Pero como líder de la huelga, como el hombre que se planta y desafía la política del sacrificio, como el hombre que decide acabar con la moral que exige la aprobación de la víctima y que sabe que tiene razón al decir: “«Pondré fin a esto, de una vez por todas,»” y como el hombre que es el centro del misterio de la novela, no aparece en escena, excepto disfrazado, hasta en el último tercio del libro.  Lo vemos en dos capítulos y luego desaparece hasta aparecer nuevamente en el clímax. Y sin embargo es él quien domina en el libro. 

Y también aquí se vale Rand de la paradoja.  Como vimos anteriormente, Galt, el hombre ideal, el hombre superior, el pináculo de la especie humana, se ve obligado a trabajar bajo tierra, como un obrero grasiento en los túneles de Taggart –enfatizando la idea de que, en una sociedad corrompida, los mejores hombres se encuentran en el fondo.  Pero vemos la paradoja también en el clímax, en la escena donde Galt, el héroe, es torturado por los villanos, no para forzarlo a revelar algún secreto de uno de sus inventos, sino para forzarlo a ser el dictador de la nación.

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Esa es la genialidad imaginativa de Ayn Rand –literaria y filosóficamente.  Ningún otro clímax podría integrar tan elocuentemente la tesis y significado de La Rebelión de Atlas.  Los hombres hábiles se han ido a la huelga, el mundo está en ruinas, y los burócratas del gobierno hacen un último y grotesco esfuerzo para preservar su sistema: torturan a Galt para forzarlo a unírseles y de algún modo salvar su sistema. Le ordenan pensar.  Le exigen que tome el control.  Rand resalta lo absurdo de la fuerza bruta buscando obligar a la mente para que ésta funcione.

La relación de Ayn Rand con Nietzsche queda manifiesta en la coincidencia de lo que ambos consideran el mal que aqueja a la humanidad.  Nietzsche considera que de entre todos los peligros, el peligro supremo es la moral altruista.  La moral prevaleciente en el mundo nos dice Nietzsche, es una “moral antinatural”, una moral que se vuelve contra la vida.  Una moral de abnegación, del valor del no-egoísmo.  Una moral que hace sucumbir aun a aquellos con potencial de elevarse por encima de la masa mediocre, presionándolos y reduciéndolos a un tipo menor, casi ridículo, a un animal del rebaño, ansioso de agradar, de complacer, enfermizo y mediocre:

“De suerte que si el más alto grado de poder y de esplendor del tipo hombre, posible en sí mismo, no ha sido alcanzado jamás, la falta será precisamente de la moral. ¿De suerte que, entre todos los peligros, la moral sería el peligro por excelencia?”

[Friedrich Nietzsche. Zur Genealogie der Moral. (Deutschland: Jazzybee Verlag), 5]

Por mucho tiempo, nos dice el filósofo alemán, los hombres han externalizado sus más elevados valores e ideales de perfección en el cosmos, en mundos ultraterrenos y han despreciado el cuerpo y la vida.  Es hora de que el individuo se dé cuenta de que es él el creador de estos valores y por tanto es capaz de forjar su propio significado e incorporar su propia justificación en lugar de depender de instituciones y credos externos.  Sin embargo, dado que la moral del rebaño prevalece en la humanidad, y el impulso a ser parte de la manada sigue siendo la fuerza dominante en la psique del hombre, Nietzsche comprendió que las demandas de su Zarathustra eran tan antitéticas a la cultura prevaleciente, que para que el hombre pudiera alcanzarlas, tendría que superar los límites de su humanidad y convertirse en lo que él llamó el superhombre.  Para eso debe superar al hombre rebaño, cuyas acciones están motivadas por el resentimiento, y al último hombre, el hedonista por excelencia, que carece de altos ideales y de propósito en la vida.

Así pues, el superhombre debe crear su moral natural, pro-vida, y su propósito, el fin primordial que sirve de referencia para establecer la importancia que le asigna a otras cosas, permitiéndole priorizar distintas metas, y así expresar su voluntad de poder.  La voluntad de poder es la fuerza vital de todo organismo.  Es la voluntad de superarse a sí mismo, es la voluntad de florecer.  La felicidad, según Nietzsche, es la superación de los obstáculos que la vida pone delante de uno.  El superhombre, debido a que se ha creado un propósito, tiene una extensa lógica en todas sus acciones, difícil de ver debido a su magnitud y consecuentemente engañosa.  Tiene la habilidad de extender su voluntad a través de grandes trechos de su vida y de despreciar y rechazar todo aquello que es nimio.  El superhombre carece de las virtudes del ‘rebaño’.  No sigue a nadie, prefiere ir solo.  Es necesariamente juicioso.  La fuerza de su voluntad radica en ser libre de todo tipo de ‘dogma’.  Es un ‘espíritu libre’.  El superhombre es el concepto del más alto desarrollo e integración posible, de poder intelectual, fuerza de carácter y voluntad, independencia, pasión, gusto y físico.

La sociedad dominada por la moral del rebaño, por esa moral ‘antinatural’, ‘anti vida’ se ha convertido en una sociedad corrompida, enferma, nos dice Nietzsche:

“Yo llamo corrompido a un animal, a una especie, a un individuo cuando pierde sus instintos, cuando elige, cuando prefiere lo que a él le es perjudicial.”

[Friedrich Nietzsche. Der Antichrist. (Berlin: Holzinger, 2016), 6]

Rand, de manera similar considera que los hombres han sido corrompidos por la moral del altruismo, destruyendo, sobre todo, su capacidad para razonar bien.  Como ella consideraba que Nietzsche no defendía el razonamiento juicioso –lo que considero fue un error de ella– distingue su superhombre del nietzscheano por esta característica, presentando a su superhombre como una versión superior al de Nietzsche.  El superhombre nietzcheano es el librepensador que supera los límites de su humanidad impuestos por la moralidad del rebaño, mientras que el randiano es el librepensador, cuyo carácter es tal, que ni siquiera ha sido corrompido por la moral altruista:

“Contempló a sus discípulos, a las tres figuras agiles y flexibles, contentas y relajadas medio estiradas en las sillas de lona, vestidas con pantalones, cazadoras y camisa de cuello abierto: John Galt, Francisco d´Anconia, Ragnar Danneskjöld.

«No se asombre, señorita Taggart,» –dijo el Dr. Akston, sonriendo, «y no cometa el error de pensar que estos tres pupilos míos son algún tipo de criaturas superhumanas. Son algo muy superior y más asombroso que eso: son hombres normales –algo que el mundo jamás ha visto– y su hazaña es que han logrado sobrevivir como tales. Se necesita una mente excepcional y una integridad aún más excepcional para permanecer indemne a las influencias destructoras de cerebros de las doctrinas del mundo, el mal acumulado por siglos –para permanecer humano, ya que lo humano es lo racional.»”

[Ayn Rand. Atlas Shrugged. (New York: Signet, 1992), 724].

El Superhombre y el arte 7a parte

Warren Orbaugh
24 de mayo, 2021

En mi entrega anterior describí la influencia de Friedrich Nietzsche en el pensamiento y obra de Ayn Rand. Los héroes de Rand, al igual que el superhombre nietzscheano, aman la vida, el cuerpo saludable, la habilidad y eficiencia y sus valores son de la tierra –quieren dominar la naturaleza. También indiqué que los modelos reales para sus superhombres eran, para Nietzsche: Johann Wolfgang von Goethe; y para Rand: Thomas Jefferson y Benjamín Franklin. 

John Galt es, como Franklin, un inventor ocupado con la electricidad.  Es el hombre ideal de la novela y por tanto presenta una dificultad literaria formidable para hacerlo creíble.  Como Howard Roark, Galt es demasiado perfecto para sostener un conflicto interno convincente.  No posee defecto alguno que sea reprochable y que el autor pueda usar para hacerlo en un sentido, más ordinario.  Sin embargo, es la afirmación de Rand de que el hombre puede ser superhombre si decide serlo.  Es el hombre que pone en marcha todos los eventos de la historia y por la naturaleza de la trama sirve como integrador de la misma.  Empieza la novela con la pregunta: ¿Quién es John Galt?  La pregunta es una expresión jergal que aparece a todo lo largo en todos los capítulos.  Por el contexto en que aparece, se entiende el significado emocional: es un grito de desesperación y una súplica por ayuda.  Refleja el siniestro y amenazante destino que permea la atmósfera, el sentido del inminente desastre.  Pero como líder de la huelga, como el hombre que se planta y desafía la política del sacrificio, como el hombre que decide acabar con la moral que exige la aprobación de la víctima y que sabe que tiene razón al decir: “«Pondré fin a esto, de una vez por todas,»” y como el hombre que es el centro del misterio de la novela, no aparece en escena, excepto disfrazado, hasta en el último tercio del libro.  Lo vemos en dos capítulos y luego desaparece hasta aparecer nuevamente en el clímax. Y sin embargo es él quien domina en el libro. 

Y también aquí se vale Rand de la paradoja.  Como vimos anteriormente, Galt, el hombre ideal, el hombre superior, el pináculo de la especie humana, se ve obligado a trabajar bajo tierra, como un obrero grasiento en los túneles de Taggart –enfatizando la idea de que, en una sociedad corrompida, los mejores hombres se encuentran en el fondo.  Pero vemos la paradoja también en el clímax, en la escena donde Galt, el héroe, es torturado por los villanos, no para forzarlo a revelar algún secreto de uno de sus inventos, sino para forzarlo a ser el dictador de la nación.

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Esa es la genialidad imaginativa de Ayn Rand –literaria y filosóficamente.  Ningún otro clímax podría integrar tan elocuentemente la tesis y significado de La Rebelión de Atlas.  Los hombres hábiles se han ido a la huelga, el mundo está en ruinas, y los burócratas del gobierno hacen un último y grotesco esfuerzo para preservar su sistema: torturan a Galt para forzarlo a unírseles y de algún modo salvar su sistema. Le ordenan pensar.  Le exigen que tome el control.  Rand resalta lo absurdo de la fuerza bruta buscando obligar a la mente para que ésta funcione.

La relación de Ayn Rand con Nietzsche queda manifiesta en la coincidencia de lo que ambos consideran el mal que aqueja a la humanidad.  Nietzsche considera que de entre todos los peligros, el peligro supremo es la moral altruista.  La moral prevaleciente en el mundo nos dice Nietzsche, es una “moral antinatural”, una moral que se vuelve contra la vida.  Una moral de abnegación, del valor del no-egoísmo.  Una moral que hace sucumbir aun a aquellos con potencial de elevarse por encima de la masa mediocre, presionándolos y reduciéndolos a un tipo menor, casi ridículo, a un animal del rebaño, ansioso de agradar, de complacer, enfermizo y mediocre:

“De suerte que si el más alto grado de poder y de esplendor del tipo hombre, posible en sí mismo, no ha sido alcanzado jamás, la falta será precisamente de la moral. ¿De suerte que, entre todos los peligros, la moral sería el peligro por excelencia?”

[Friedrich Nietzsche. Zur Genealogie der Moral. (Deutschland: Jazzybee Verlag), 5]

Por mucho tiempo, nos dice el filósofo alemán, los hombres han externalizado sus más elevados valores e ideales de perfección en el cosmos, en mundos ultraterrenos y han despreciado el cuerpo y la vida.  Es hora de que el individuo se dé cuenta de que es él el creador de estos valores y por tanto es capaz de forjar su propio significado e incorporar su propia justificación en lugar de depender de instituciones y credos externos.  Sin embargo, dado que la moral del rebaño prevalece en la humanidad, y el impulso a ser parte de la manada sigue siendo la fuerza dominante en la psique del hombre, Nietzsche comprendió que las demandas de su Zarathustra eran tan antitéticas a la cultura prevaleciente, que para que el hombre pudiera alcanzarlas, tendría que superar los límites de su humanidad y convertirse en lo que él llamó el superhombre.  Para eso debe superar al hombre rebaño, cuyas acciones están motivadas por el resentimiento, y al último hombre, el hedonista por excelencia, que carece de altos ideales y de propósito en la vida.

Así pues, el superhombre debe crear su moral natural, pro-vida, y su propósito, el fin primordial que sirve de referencia para establecer la importancia que le asigna a otras cosas, permitiéndole priorizar distintas metas, y así expresar su voluntad de poder.  La voluntad de poder es la fuerza vital de todo organismo.  Es la voluntad de superarse a sí mismo, es la voluntad de florecer.  La felicidad, según Nietzsche, es la superación de los obstáculos que la vida pone delante de uno.  El superhombre, debido a que se ha creado un propósito, tiene una extensa lógica en todas sus acciones, difícil de ver debido a su magnitud y consecuentemente engañosa.  Tiene la habilidad de extender su voluntad a través de grandes trechos de su vida y de despreciar y rechazar todo aquello que es nimio.  El superhombre carece de las virtudes del ‘rebaño’.  No sigue a nadie, prefiere ir solo.  Es necesariamente juicioso.  La fuerza de su voluntad radica en ser libre de todo tipo de ‘dogma’.  Es un ‘espíritu libre’.  El superhombre es el concepto del más alto desarrollo e integración posible, de poder intelectual, fuerza de carácter y voluntad, independencia, pasión, gusto y físico.

La sociedad dominada por la moral del rebaño, por esa moral ‘antinatural’, ‘anti vida’ se ha convertido en una sociedad corrompida, enferma, nos dice Nietzsche:

“Yo llamo corrompido a un animal, a una especie, a un individuo cuando pierde sus instintos, cuando elige, cuando prefiere lo que a él le es perjudicial.”

[Friedrich Nietzsche. Der Antichrist. (Berlin: Holzinger, 2016), 6]

Rand, de manera similar considera que los hombres han sido corrompidos por la moral del altruismo, destruyendo, sobre todo, su capacidad para razonar bien.  Como ella consideraba que Nietzsche no defendía el razonamiento juicioso –lo que considero fue un error de ella– distingue su superhombre del nietzscheano por esta característica, presentando a su superhombre como una versión superior al de Nietzsche.  El superhombre nietzcheano es el librepensador que supera los límites de su humanidad impuestos por la moralidad del rebaño, mientras que el randiano es el librepensador, cuyo carácter es tal, que ni siquiera ha sido corrompido por la moral altruista:

“Contempló a sus discípulos, a las tres figuras agiles y flexibles, contentas y relajadas medio estiradas en las sillas de lona, vestidas con pantalones, cazadoras y camisa de cuello abierto: John Galt, Francisco d´Anconia, Ragnar Danneskjöld.

«No se asombre, señorita Taggart,» –dijo el Dr. Akston, sonriendo, «y no cometa el error de pensar que estos tres pupilos míos son algún tipo de criaturas superhumanas. Son algo muy superior y más asombroso que eso: son hombres normales –algo que el mundo jamás ha visto– y su hazaña es que han logrado sobrevivir como tales. Se necesita una mente excepcional y una integridad aún más excepcional para permanecer indemne a las influencias destructoras de cerebros de las doctrinas del mundo, el mal acumulado por siglos –para permanecer humano, ya que lo humano es lo racional.»”

[Ayn Rand. Atlas Shrugged. (New York: Signet, 1992), 724].