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¿Cuánto es demasiado?

El balance parece, entonces, clave para el actuar. Es base para una vida virtuosa, una buena vida.

.
Alejandra Osorio |
25 de abril, 2024

¿Cuándo una virtud se transforma en un vicio? No es una cuestión de posibilidad; es una certeza que la criatura más mansa puede transformarse en una bestia si la circunstancia lo amerita. Así pues, si no hay duda sobre el potencial, la interrogante se centra en el momento. ¿Cuándo? ¿Cuándo la valentía se transforma en temeridad o cobardía? ¿Cuándo lo justo es draconiano?

El problema es encontrar la justa medida: es hallar la dosis exacta antes de que la medicina se transforme en veneno. No obstante, esa labor, aunque en teoría sea pequeña, se vuelve gigantesca en la práctica. Tan compleja puede ser que un dios también tuvo problemas para encontrar el justo medio.

Algunos vicios

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En India, en el tiempo de avatares de dioses y demonios, gobernaba Jirania Kashipú, un rey que había jurado vengarse de Visnú. Y esa promesa lo llevó a realizar penitencias por más de mil años para obtener la bendición de Brahma.

Aunque el rey tenía una naturaleza demoniaca, logró su meta y fue bendecido. Jirania Kashipú no podría ser asesinado por ninguna criatura creada por Brahma y no podría morir ni dentro ni fuera de su residencia, ni en el aire ni en el agua, ni por la noche ni por el día. Tan grande era la bendición que el rey no podría morir a manos de un animal o de un hombre, vivo o no. No obstante, su corazón de demonio lo llevó a querer aumentar su poder y ser adorado.

A pesar del poder de Jirania Kashipú, su hijo, Prahlada, no le quiso adorar, pues veía en Visnú al único digno de alabanza. Por esta razón, el rey decidió matarlo. Pero, durante el atardecer, cuando lo intentó, de la nada y del todo surgió Narasinja, un avatar del dios Visnú. Él no era hombre ni león; no estaba muerto ni vivo. Así pues, él tomó al rey demonio y lo arrastró a un umbral, lo colocó sobre su regazo y, con sus garras, lo mató.

Quizá en nuestras manos, a diferencia de Narasinja, no esté el destino del universo, pero está el propio y, a veces, el de otros. Y esa es razón suficiente para buscar el justo medio.

Ante su muerte, los otros demonios atacaron a Narasinja, pero la guerra fue matanza. Los cuerpos de los enemigos caían y el león-hombre continuó su camino de destrucción. Tan grande era su furia que ningún otro dios podía calmarlo y el universo mismo estaba a punto de ser destruido por sus propias garras.

Pero, en ese momento, el niño devoto, Prahlada, cantó. Cantó oraciones que calmaron su sangre y reinó más el hombre que la bestia en el cuerpo del dios. Así, finalmente, Narasinja se detuvo, justo un segundo, un instante, antes del fin de todo lo que él amaba y protegía.

Algunas virtudes

La intención de Narasinja era buena: quería proteger, quería justicia. Sin embargo, el problema fue la medida: era tanta su sed que casi seca al mundo. Es en el justo medio que está la virtud, incluso al hablar del enojo. Como dice Aristóteles, «aquel, pues, que en lo que debe, y con quien debe, y también como debe, y cuando debe, y tanto espacio de tiempo cuanto debe, se enoja, es alabado».

El balance parece, entonces, clave para el actuar. Es base para una vida virtuosa, una buena vida. Por ello, Buda, en una de sus historias, plantea algo sencillo: «¿Qué pasas si tensas demasiado la cuerda del sitar? Esta se rompe. ¿Qué pasa si la dejas floja? No puedes producir música». Así pues, el hombre debe afinar su actuar para generar melodías.

Quizá en nuestras manos, a diferencia de Narasinja, no esté el destino del universo, pero está el propio y, a veces, el de otros. Y esa es razón suficiente para buscar el justo medio.

¿Cuánto es demasiado?

El balance parece, entonces, clave para el actuar. Es base para una vida virtuosa, una buena vida.

Alejandra Osorio |
25 de abril, 2024
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¿Cuándo una virtud se transforma en un vicio? No es una cuestión de posibilidad; es una certeza que la criatura más mansa puede transformarse en una bestia si la circunstancia lo amerita. Así pues, si no hay duda sobre el potencial, la interrogante se centra en el momento. ¿Cuándo? ¿Cuándo la valentía se transforma en temeridad o cobardía? ¿Cuándo lo justo es draconiano?

El problema es encontrar la justa medida: es hallar la dosis exacta antes de que la medicina se transforme en veneno. No obstante, esa labor, aunque en teoría sea pequeña, se vuelve gigantesca en la práctica. Tan compleja puede ser que un dios también tuvo problemas para encontrar el justo medio.

Algunos vicios

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En India, en el tiempo de avatares de dioses y demonios, gobernaba Jirania Kashipú, un rey que había jurado vengarse de Visnú. Y esa promesa lo llevó a realizar penitencias por más de mil años para obtener la bendición de Brahma.

Aunque el rey tenía una naturaleza demoniaca, logró su meta y fue bendecido. Jirania Kashipú no podría ser asesinado por ninguna criatura creada por Brahma y no podría morir ni dentro ni fuera de su residencia, ni en el aire ni en el agua, ni por la noche ni por el día. Tan grande era la bendición que el rey no podría morir a manos de un animal o de un hombre, vivo o no. No obstante, su corazón de demonio lo llevó a querer aumentar su poder y ser adorado.

A pesar del poder de Jirania Kashipú, su hijo, Prahlada, no le quiso adorar, pues veía en Visnú al único digno de alabanza. Por esta razón, el rey decidió matarlo. Pero, durante el atardecer, cuando lo intentó, de la nada y del todo surgió Narasinja, un avatar del dios Visnú. Él no era hombre ni león; no estaba muerto ni vivo. Así pues, él tomó al rey demonio y lo arrastró a un umbral, lo colocó sobre su regazo y, con sus garras, lo mató.

Quizá en nuestras manos, a diferencia de Narasinja, no esté el destino del universo, pero está el propio y, a veces, el de otros. Y esa es razón suficiente para buscar el justo medio.

Ante su muerte, los otros demonios atacaron a Narasinja, pero la guerra fue matanza. Los cuerpos de los enemigos caían y el león-hombre continuó su camino de destrucción. Tan grande era su furia que ningún otro dios podía calmarlo y el universo mismo estaba a punto de ser destruido por sus propias garras.

Pero, en ese momento, el niño devoto, Prahlada, cantó. Cantó oraciones que calmaron su sangre y reinó más el hombre que la bestia en el cuerpo del dios. Así, finalmente, Narasinja se detuvo, justo un segundo, un instante, antes del fin de todo lo que él amaba y protegía.

Algunas virtudes

La intención de Narasinja era buena: quería proteger, quería justicia. Sin embargo, el problema fue la medida: era tanta su sed que casi seca al mundo. Es en el justo medio que está la virtud, incluso al hablar del enojo. Como dice Aristóteles, «aquel, pues, que en lo que debe, y con quien debe, y también como debe, y cuando debe, y tanto espacio de tiempo cuanto debe, se enoja, es alabado».

El balance parece, entonces, clave para el actuar. Es base para una vida virtuosa, una buena vida. Por ello, Buda, en una de sus historias, plantea algo sencillo: «¿Qué pasas si tensas demasiado la cuerda del sitar? Esta se rompe. ¿Qué pasa si la dejas floja? No puedes producir música». Así pues, el hombre debe afinar su actuar para generar melodías.

Quizá en nuestras manos, a diferencia de Narasinja, no esté el destino del universo, pero está el propio y, a veces, el de otros. Y esa es razón suficiente para buscar el justo medio.