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El Estado moderno y el bien común

El Estado moderno ha vaciado vitalmente al hombre de su naturaleza: ha hecho una kénosis de su alma y solo lo reaccionario puede volver a llenarla.

Portada de Leviatán, o La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil, de Thomas Hobbes.
Reynaldo Rodríguez |
12 de abril, 2024

A través de la historia del pensamiento, la concepción del bien común ha fluctuado constantemente en relación con los procesos históricos del momento. La idea actual del bien común está fuertemente influenciada por la concepción del Estado del zeitgeist, es decir, del espíritu de los tiempos. El Estado moderno es un Estado de bienestar, uno que provee para la población de su territorio. Hay una tendencia a totalizar el trabajo del Estado en la vida del ciudadano, llenando los vacíos que aparecen por su misma existencia y la creación de sociedades orgánicas de Durkheim, donde las relaciones se establecen únicamente a través de métodos de producción e intercambio.

Para el ciudadano del Estado moderno es sumamente difícil imaginar un mundo donde la providencia de bienes públicos no exista si no es desde la centralidad del Estado. Así como los que nacimos rodeados de computadoras, no conocemos qué se hacía sin el internet. La vida en comunidad, fuera de las manos del Estado moderno, exigía que los bienes fueran asignados a través de instituciones formales e informales que unieran a los individuos íntimamente.

El Estado moderno hace de las relaciones comunitarias actos transaccionales y contractuales. Tomemos el ejemplo de las pensiones. Anteriormente, aquellos que no podían autosostenerse, como los ancianos, eran apoyados por sus hijos en cuanto alcanzaran la edad del trabajo. Se vivía del fruto del ahorro y de la relación íntima con la familia y la comunidad. En caso los hijos no pudieran sostenerlos, las iglesias tomaban el lugar de proveedoras de servicios de salud y cuidados a través de la libre donación.

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La hija o el hijo de un seno familiar ya no está ligado al cuidado de sus padres, sino que el sistema de pensiones lo libera del deber de cuidar de los más débiles.

Se contrapone al ejemplo anterior el sistema de pensiones actual, el cual desliga al ciudadano de su comunidad y hasta de sus padres mismos. La hija o el hijo de un seno familiar ya no está ligado al cuidado de sus padres, sino que el sistema de pensiones lo libera del deber de cuidar de los más débiles. La relación del trabajo para la comunidad no es una cuestión del deber y la virtud, sino de una transferencia monetaria de un bolsillo a otro. Ya no hay cuidado de los ancianos, sino transacciones impositivas.

Ejemplos como el anterior hay sin fin. Los sistemas de salud, los hospitales psiquiátricos, la educación y demás bienes han sido conquistados internamente por el impulso racionalizador del Estado. El problema no se resuelve simplemente con la reducción del Estado, sino con la eliminación del Estado moderno que separa a nivel de comunidad, atomizando al ciudadano, pero lo liga a nivel nacional a través de discursos de simulacro de Baudrillard.

Sin embargo, para pasar del Estado moderno a otro fenómeno histórico es necesario restituir lo que estaba antes. La respuesta más a favor de la libertad es el regreso a la comunidad y los valores del medioevo y la escolástica. Sobre todo, toda respuesta reaccionaria hacia la constitución de lo político en esa dirección tiende hacia la restitución de las libertades individuales con miras hacia el bien común y el sínodo de la Cristiandad. El Estado moderno a través de su hiperracionalización de su estructura ha hecho de los apellidos insignificantes, las comunidades vacuas y al individuo esclavo. El Estado moderno ha vaciado vitalmente al hombre de su naturaleza: ha hecho una kénosis de su alma y solo lo reaccionario puede volver a llenarla.

El Estado moderno y el bien común

El Estado moderno ha vaciado vitalmente al hombre de su naturaleza: ha hecho una kénosis de su alma y solo lo reaccionario puede volver a llenarla.

Reynaldo Rodríguez |
12 de abril, 2024
Portada de Leviatán, o La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil, de Thomas Hobbes.

A través de la historia del pensamiento, la concepción del bien común ha fluctuado constantemente en relación con los procesos históricos del momento. La idea actual del bien común está fuertemente influenciada por la concepción del Estado del zeitgeist, es decir, del espíritu de los tiempos. El Estado moderno es un Estado de bienestar, uno que provee para la población de su territorio. Hay una tendencia a totalizar el trabajo del Estado en la vida del ciudadano, llenando los vacíos que aparecen por su misma existencia y la creación de sociedades orgánicas de Durkheim, donde las relaciones se establecen únicamente a través de métodos de producción e intercambio.

Para el ciudadano del Estado moderno es sumamente difícil imaginar un mundo donde la providencia de bienes públicos no exista si no es desde la centralidad del Estado. Así como los que nacimos rodeados de computadoras, no conocemos qué se hacía sin el internet. La vida en comunidad, fuera de las manos del Estado moderno, exigía que los bienes fueran asignados a través de instituciones formales e informales que unieran a los individuos íntimamente.

El Estado moderno hace de las relaciones comunitarias actos transaccionales y contractuales. Tomemos el ejemplo de las pensiones. Anteriormente, aquellos que no podían autosostenerse, como los ancianos, eran apoyados por sus hijos en cuanto alcanzaran la edad del trabajo. Se vivía del fruto del ahorro y de la relación íntima con la familia y la comunidad. En caso los hijos no pudieran sostenerlos, las iglesias tomaban el lugar de proveedoras de servicios de salud y cuidados a través de la libre donación.

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La hija o el hijo de un seno familiar ya no está ligado al cuidado de sus padres, sino que el sistema de pensiones lo libera del deber de cuidar de los más débiles.

Se contrapone al ejemplo anterior el sistema de pensiones actual, el cual desliga al ciudadano de su comunidad y hasta de sus padres mismos. La hija o el hijo de un seno familiar ya no está ligado al cuidado de sus padres, sino que el sistema de pensiones lo libera del deber de cuidar de los más débiles. La relación del trabajo para la comunidad no es una cuestión del deber y la virtud, sino de una transferencia monetaria de un bolsillo a otro. Ya no hay cuidado de los ancianos, sino transacciones impositivas.

Ejemplos como el anterior hay sin fin. Los sistemas de salud, los hospitales psiquiátricos, la educación y demás bienes han sido conquistados internamente por el impulso racionalizador del Estado. El problema no se resuelve simplemente con la reducción del Estado, sino con la eliminación del Estado moderno que separa a nivel de comunidad, atomizando al ciudadano, pero lo liga a nivel nacional a través de discursos de simulacro de Baudrillard.

Sin embargo, para pasar del Estado moderno a otro fenómeno histórico es necesario restituir lo que estaba antes. La respuesta más a favor de la libertad es el regreso a la comunidad y los valores del medioevo y la escolástica. Sobre todo, toda respuesta reaccionaria hacia la constitución de lo político en esa dirección tiende hacia la restitución de las libertades individuales con miras hacia el bien común y el sínodo de la Cristiandad. El Estado moderno a través de su hiperracionalización de su estructura ha hecho de los apellidos insignificantes, las comunidades vacuas y al individuo esclavo. El Estado moderno ha vaciado vitalmente al hombre de su naturaleza: ha hecho una kénosis de su alma y solo lo reaccionario puede volver a llenarla.