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Hombre muerto caminando

La prudencia, en este caso, pudo haber salvado a sir Gawain del camino tortuoso que le esperaba; y, en nuestro caso, no solo nos ayudaría al ejercicio de la virtud, sino a acercarnos a esa felicidad que anhelamos.

Templo de Apolo, famoso por la inscripción "conócete a ti mismo".
Alejandra Osorio |
11 de abril, 2024

El pez solo ve la carnada, mas nunca el anzuelo o, al menos, eso es lo que dice el dicho. Sin embargo, esta idea no parece estar alejada de la realidad. Por matar dragones, los caballeros no ven que su espada destruye el castillo que tanto tardaron en construir. La persecución de un objetivo con una ceguera autoimpuesta es el camino perfecto para ganar no el premio, sino las consecuencias no esperadas.

Cuando se es espectador y un miembro más de la corte, es sencillo ver los errores de los bufones y acróbatas. No obstante, cuando eres parte del circo, cuando eres el equilibrista, no siempre podrás ver con facilidad dónde termina la cuerda por donde caminas y, en ocasiones, no existirá una red que detenga la caída al vacío. Por lo menos, ese fue el caso de sir Gawain al encontrarse con el caballero verde.

Camino ancho

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En el tiempo en que las hadas andaban en el bosque y los magos eran parte de la corte, el rey Arturo gobernaba sobre los mortales. Durante el año nuevo, en Camelot, irrumpió un caballero. Verde era el rostro, verde era la ropa, verde era el caballo.

Este árbol gigante hecho hombre le propuso al rey y a los caballeros un juego sencillo: alguien podría intentar herirlo con su hacha a cambio de permitirle regresar el golpe después de un año y un día. Además, hizo más interesante la oferta, pues ofreció su querida hacha a aquel que aceptara. Sin embargo, nadie se movió.

El caballero verde no hizo nada más que reírse y, con la voz de un roble, dijo con burla: «¿y estos son los hombres que protegen el reino?». Pero, antes que el rey Arturo pudiese decir algo, su sobrino, sir Gawain, se colocó frente al monstruo verde. En un segundo tomó el hacha. En un segundo la blandió. Y en un segundo la cabeza le cortó.

La corte resonó con vítores, pero estos murieron cuando la cabeza en el suelo comenzó a reír. El cuerpo del caballero verde tomó la cabeza y la puso en su lugar. Así, sin prisa, se volvió a mirar al pobre Gawain, quien rápidamente comprendió su final. Con voz grave, antes de montar, solo le dijo «en un año y un día, el mismo golpe te he de dar».

Camino angosto

Los caballeros y el rey Arturo no actuaron de inmediato por miedo, sino por prudencia. Porque, a diferencia de Gawain, vieron lo que se escondía a las sombras de las palabras, burlas y risas. No obstante, cualquiera podría haber actuado como el joven caballero, pues lo que hizo es algo extremadamente humano.

A pesar de ello, esto no lo exime de sus errores: donde estaba el ímpetu de la inmediatez, debió existir la razonada prudencia. Después de todo, como escribió Marco Aurelio, «si no conviene, no lo hagas; si no es cierto, no lo digas; provenga de ti este impulso».

La prudencia, en este caso, pudo haber salvado a sir Gawain del camino tortuoso que le esperaba; y, en nuestro caso, no solo nos ayudaría al ejercicio de la virtud, sino a acercarnos a esa felicidad que anhelamos. A fin de cuentas, la importancia de esta radica en su auxilio en el buen vivir. Bien lo dijo Aristóteles, en la Ética nicomáquea, «la prudencia es esta cualidad que, guiada por la verdad y por la razón, determina nuestra conducta con respecto a las cosas que pueden ser buenas para el hombre». Así pues, ¿quién no elegiría este camino cuando la otra opción es ser como sir Gawain, un hombre muerto caminando?

Hombre muerto caminando

La prudencia, en este caso, pudo haber salvado a sir Gawain del camino tortuoso que le esperaba; y, en nuestro caso, no solo nos ayudaría al ejercicio de la virtud, sino a acercarnos a esa felicidad que anhelamos.

Alejandra Osorio |
11 de abril, 2024
Templo de Apolo, famoso por la inscripción "conócete a ti mismo".

El pez solo ve la carnada, mas nunca el anzuelo o, al menos, eso es lo que dice el dicho. Sin embargo, esta idea no parece estar alejada de la realidad. Por matar dragones, los caballeros no ven que su espada destruye el castillo que tanto tardaron en construir. La persecución de un objetivo con una ceguera autoimpuesta es el camino perfecto para ganar no el premio, sino las consecuencias no esperadas.

Cuando se es espectador y un miembro más de la corte, es sencillo ver los errores de los bufones y acróbatas. No obstante, cuando eres parte del circo, cuando eres el equilibrista, no siempre podrás ver con facilidad dónde termina la cuerda por donde caminas y, en ocasiones, no existirá una red que detenga la caída al vacío. Por lo menos, ese fue el caso de sir Gawain al encontrarse con el caballero verde.

Camino ancho

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En el tiempo en que las hadas andaban en el bosque y los magos eran parte de la corte, el rey Arturo gobernaba sobre los mortales. Durante el año nuevo, en Camelot, irrumpió un caballero. Verde era el rostro, verde era la ropa, verde era el caballo.

Este árbol gigante hecho hombre le propuso al rey y a los caballeros un juego sencillo: alguien podría intentar herirlo con su hacha a cambio de permitirle regresar el golpe después de un año y un día. Además, hizo más interesante la oferta, pues ofreció su querida hacha a aquel que aceptara. Sin embargo, nadie se movió.

El caballero verde no hizo nada más que reírse y, con la voz de un roble, dijo con burla: «¿y estos son los hombres que protegen el reino?». Pero, antes que el rey Arturo pudiese decir algo, su sobrino, sir Gawain, se colocó frente al monstruo verde. En un segundo tomó el hacha. En un segundo la blandió. Y en un segundo la cabeza le cortó.

La corte resonó con vítores, pero estos murieron cuando la cabeza en el suelo comenzó a reír. El cuerpo del caballero verde tomó la cabeza y la puso en su lugar. Así, sin prisa, se volvió a mirar al pobre Gawain, quien rápidamente comprendió su final. Con voz grave, antes de montar, solo le dijo «en un año y un día, el mismo golpe te he de dar».

Camino angosto

Los caballeros y el rey Arturo no actuaron de inmediato por miedo, sino por prudencia. Porque, a diferencia de Gawain, vieron lo que se escondía a las sombras de las palabras, burlas y risas. No obstante, cualquiera podría haber actuado como el joven caballero, pues lo que hizo es algo extremadamente humano.

A pesar de ello, esto no lo exime de sus errores: donde estaba el ímpetu de la inmediatez, debió existir la razonada prudencia. Después de todo, como escribió Marco Aurelio, «si no conviene, no lo hagas; si no es cierto, no lo digas; provenga de ti este impulso».

La prudencia, en este caso, pudo haber salvado a sir Gawain del camino tortuoso que le esperaba; y, en nuestro caso, no solo nos ayudaría al ejercicio de la virtud, sino a acercarnos a esa felicidad que anhelamos. A fin de cuentas, la importancia de esta radica en su auxilio en el buen vivir. Bien lo dijo Aristóteles, en la Ética nicomáquea, «la prudencia es esta cualidad que, guiada por la verdad y por la razón, determina nuestra conducta con respecto a las cosas que pueden ser buenas para el hombre». Así pues, ¿quién no elegiría este camino cuando la otra opción es ser como sir Gawain, un hombre muerto caminando?