La lucha contra la corrupción es la bandera que la comunidad internacional ha estado utilizando para intervenir en los asuntos internos de Guatemala. Estados Unidos y la Unión Europea lo están haciendo, irrespetando nuestra soberanía.
Al resto del mundo parece no importarle mucho este tema. Después de todo, cada país tiene sus propios problemas y retos que atender. En esta época turbulenta que vivimos a nivel mundial, con amenazas de más guerras, problemas económicos y sociales, es imposible estar alejado de los efectos que hay en este planeta llamado Tierra.
Hace pocos días nosotros, el pueblo de Guatemala, nos “desatamos” en contra de la juramentación del presidente ilegítimo. En medio del pandemonium, vimos a funcionarios extranjeros dar una conferencia de prensa en el Salón de las Banderas del Palacio Nacional. Pareciera que esto no tiene ninguna trascendencia, pero no es así. Si funcionarios guatemaltecos lo quisieran hacer en la sede del gobierno en otro país, no se los hubieran permitido. Se hubiera vuelto un conflicto internacional pues hubiese sido un enorme abuso de nuestra parte.
Como decimos en buen chapín, “el niño que llora y la criada que lo pellizca”. Los gobernantes de turno, corruptos hasta los huesos, aceptan la “cooperación” a cambio dádivas. Creen que abrirle la puerta a la intromisión es “comprar” su inmunidad una vez deje el cargo. El refugio es el inservible PARLACEN. Hemos visto a presidentes salientes correr hacia la sede de este inútil y costoso “parlamento”, con tal de evitar que la justicia los alcance.
Sabemos que Guatemala tiene demasiados problemas de fondo que debe resolver. Las ideologías internacionales, como la LGBTIQ, el socialismo (ahora en el poder), el indigenismo (como ideología), el cambio climático y tantas otras, han logrado penetrar en algunos sectores, otorgando privilegios a quienes las promueven, en detrimento de la convivencia pacífica y, peor aún, del respeto irrestricto al imperio de la ley.
Sin embargo, niguna organización internacional, como la ONU o la OEA, aunque seamos miembros, ni tampoco ningún gobierno extranjero, aunque nos de millones de dólares o de euros, tiene derecho a meterse en nuestros propios asuntos.
Los trapos sucios los lavamos en casa.
La lucha contra la corrupción es la bandera que la comunidad internacional ha estado utilizando para intervenir en los asuntos internos de Guatemala. Estados Unidos y la Unión Europea lo están haciendo, irrespetando nuestra soberanía.
Al resto del mundo parece no importarle mucho este tema. Después de todo, cada país tiene sus propios problemas y retos que atender. En esta época turbulenta que vivimos a nivel mundial, con amenazas de más guerras, problemas económicos y sociales, es imposible estar alejado de los efectos que hay en este planeta llamado Tierra.
Hace pocos días nosotros, el pueblo de Guatemala, nos “desatamos” en contra de la juramentación del presidente ilegítimo. En medio del pandemonium, vimos a funcionarios extranjeros dar una conferencia de prensa en el Salón de las Banderas del Palacio Nacional. Pareciera que esto no tiene ninguna trascendencia, pero no es así. Si funcionarios guatemaltecos lo quisieran hacer en la sede del gobierno en otro país, no se los hubieran permitido. Se hubiera vuelto un conflicto internacional pues hubiese sido un enorme abuso de nuestra parte.
Como decimos en buen chapín, “el niño que llora y la criada que lo pellizca”. Los gobernantes de turno, corruptos hasta los huesos, aceptan la “cooperación” a cambio dádivas. Creen que abrirle la puerta a la intromisión es “comprar” su inmunidad una vez deje el cargo. El refugio es el inservible PARLACEN. Hemos visto a presidentes salientes correr hacia la sede de este inútil y costoso “parlamento”, con tal de evitar que la justicia los alcance.
Sabemos que Guatemala tiene demasiados problemas de fondo que debe resolver. Las ideologías internacionales, como la LGBTIQ, el socialismo (ahora en el poder), el indigenismo (como ideología), el cambio climático y tantas otras, han logrado penetrar en algunos sectores, otorgando privilegios a quienes las promueven, en detrimento de la convivencia pacífica y, peor aún, del respeto irrestricto al imperio de la ley.
Sin embargo, niguna organización internacional, como la ONU o la OEA, aunque seamos miembros, ni tampoco ningún gobierno extranjero, aunque nos de millones de dólares o de euros, tiene derecho a meterse en nuestros propios asuntos.
Los trapos sucios los lavamos en casa.