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La necesidad de creer en las mentiras

Se vale creer y soñar, pero sabemos que el peor engaño es el que nos damos a nosotros mismos. 

.
Carolina Castellanos |
29 de septiembre, 2023

La semana pasada escribí respecto a quién creerle. La información que circula en las redes sociales es abundante y mucha de ella viene con un sesgo según la visión del autor o de su interpretación de los hechos. Otra buena parte proviene de los políticos. Esta también llega según la ideología o la conveniencia del emisor. 

Todos nos vemos envueltos en una maraña de información, a la que se suma la proveniente de los medios de comunicación, también sesgada. Volvemos, entonces, a la pregunta de a quién creerle.

¿Quiénes eligen presidentes? Según la demografía en Guatemala, la gran mayoría vive en el área rural. La educación es muy deficiente, a nivel nacional. El Ministerio de Educación no sirve absolutamente para nada productivo.  Adicionalmente, tenemos el problema de la desnutrición. Aún con educación de primer nivel, es casi imposible que estos niños, quienes votarán más adelante en su vida, tengan capacidad de decisión analítica como para no caer en la trampa de siempre: los ofrecimientos de campaña que prometen resolver absolutamente todas las carencias de ese mayoritario sector de la población.

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Guatemala está inmersa en una tormenta que surge desde adentro y otra que viene de fuera. La política interna, sucia, engañosa, aprovechada y siempre tergiversada a sabor y antojo de quien tiene algún poder o incidencia en la agenda nacional. Se suma a ésta la tormenta que viene de afuera, causada por esa “comunidad internacional”, que no es más que un grupo de burócratas “canchitos” que están más que convencidos que son los dueños de la verdad absoluta respecto a que y cómo se debe hacer, actuar y decidir en Guatemala, respecto a la problemática nacional.

Entre tanta confusión, los chapines estamos atrapados, luchando desde nuestro metro cuadrado, tratando de sobrevivir a los vaivenes económicos y sociales, a los desastres naturales, las pésimas decisiones gubernamentales y la falta de planificación para resolver los problemas de siempre, como la desnutrición, el asilamiento por falta de vías de comunicación y un sistema educativo que mantiene a nuestros niños en la edad de piedra y sin capacidad de tener una vida digna.

En medio de todo esto, surgen los candidatos con sus ofrecimientos de campaña. Ahora que ya se concluyó el proceso electoral, tenemos al supuesto ganador (aún existe el monstruo del fraude metido en el clóset), diciendo cómo va resolver la problemática nacional. Ya surgió la danza de millones que, según ellos, resolverá muchos de nuestros problemas. Siendo un tema complejo y difícil de explicar, es fácil engañar al electorado.

Cientos de miles de millones de quetzales son la propuesta que, según los electos, resolverá el sistema educativo, la desnutrición, la “inseguridad alimentaria”, el precio de la canasta básica, la educación (no hablan de calidad), la red vial y cuanta cosa se le siga ocurriendo. 

¿Qué nos queda? ¿Creer en tanta mentira para pensar que todo no estará tan mal como parece y que tanto dinero realmente traerá un mejor futuro? ¿Nos toca ser positivos y pensar y actuar como si la panacea aparecerá, por arte de magia, “el 14 a las 14”, como decía un candidato hace algunos años? ¿Es tanta la necesidad y el desencanto que es mejor creer en tanta falacia?

Se vale creer y soñar, pero sabemos que el peor engaño es el que nos damos a nosotros mismos. Esa necesidad que tiene la mayoría de la población, descrita anteriormente, de creer en las mentiras, solo servirá para ser optimistas en medio de ese vendaval que vendrá cuando el nuevo gobierno empiece a implementar sus planes que, sin duda alguna, fracasarán.

La necesidad de creer en las mentiras

Se vale creer y soñar, pero sabemos que el peor engaño es el que nos damos a nosotros mismos. 

Carolina Castellanos |
29 de septiembre, 2023
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La semana pasada escribí respecto a quién creerle. La información que circula en las redes sociales es abundante y mucha de ella viene con un sesgo según la visión del autor o de su interpretación de los hechos. Otra buena parte proviene de los políticos. Esta también llega según la ideología o la conveniencia del emisor. 

Todos nos vemos envueltos en una maraña de información, a la que se suma la proveniente de los medios de comunicación, también sesgada. Volvemos, entonces, a la pregunta de a quién creerle.

¿Quiénes eligen presidentes? Según la demografía en Guatemala, la gran mayoría vive en el área rural. La educación es muy deficiente, a nivel nacional. El Ministerio de Educación no sirve absolutamente para nada productivo.  Adicionalmente, tenemos el problema de la desnutrición. Aún con educación de primer nivel, es casi imposible que estos niños, quienes votarán más adelante en su vida, tengan capacidad de decisión analítica como para no caer en la trampa de siempre: los ofrecimientos de campaña que prometen resolver absolutamente todas las carencias de ese mayoritario sector de la población.

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Entre tanta confusión, los chapines estamos atrapados, luchando desde nuestro metro cuadrado, tratando de sobrevivir a los vaivenes económicos y sociales, a los desastres naturales, las pésimas decisiones gubernamentales y la falta de planificación para resolver los problemas de siempre, como la desnutrición, el asilamiento por falta de vías de comunicación y un sistema educativo que mantiene a nuestros niños en la edad de piedra y sin capacidad de tener una vida digna.

En medio de todo esto, surgen los candidatos con sus ofrecimientos de campaña. Ahora que ya se concluyó el proceso electoral, tenemos al supuesto ganador (aún existe el monstruo del fraude metido en el clóset), diciendo cómo va resolver la problemática nacional. Ya surgió la danza de millones que, según ellos, resolverá muchos de nuestros problemas. Siendo un tema complejo y difícil de explicar, es fácil engañar al electorado.

Cientos de miles de millones de quetzales son la propuesta que, según los electos, resolverá el sistema educativo, la desnutrición, la “inseguridad alimentaria”, el precio de la canasta básica, la educación (no hablan de calidad), la red vial y cuanta cosa se le siga ocurriendo. 

¿Qué nos queda? ¿Creer en tanta mentira para pensar que todo no estará tan mal como parece y que tanto dinero realmente traerá un mejor futuro? ¿Nos toca ser positivos y pensar y actuar como si la panacea aparecerá, por arte de magia, “el 14 a las 14”, como decía un candidato hace algunos años? ¿Es tanta la necesidad y el desencanto que es mejor creer en tanta falacia?

Se vale creer y soñar, pero sabemos que el peor engaño es el que nos damos a nosotros mismos. Esa necesidad que tiene la mayoría de la población, descrita anteriormente, de creer en las mentiras, solo servirá para ser optimistas en medio de ese vendaval que vendrá cuando el nuevo gobierno empiece a implementar sus planes que, sin duda alguna, fracasarán.