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(Re)pensando categorías: capitalismo y tecnología

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Reynaldo Rodríguez |
06 de marzo, 2024

Es de común entendimiento pensar en la tecnología como todo aquello que sea electrónico. Para el sentido común, tecnología es un par de microchips, el internet o una licuadora. Sin embargo, la tecnología está allí, sin ser esos objetos per se. La tecnología, diría Heidegger, es una manera de relacionarnos con el mundo. Es, también, el producto de la técnica, de un conocimiento práctico, que tiene una capacidad productiva y creadora. Tecnología es un libro, la vestimenta y también es el capitalismo.

El capitalismo es una manera de relacionarnos con la producción de las cosas. Hay una técnica detrás de él, donde el conocimiento de cómo producir está repartido a través de las mentes y manos de todos. Así como un alfarero produce una vasija con un conocimiento práctico, donde las manos se guían solas desde el proyecto mental hasta el barro con forma. Así también, el capitalismo le da forma al bien común con las manos que se guían solas hacia fines particulares. Sin embargo, esto solo se da dentro de condiciones particulares, cuidando que la tecnología una en lugar de dividir.

El problema sustancial del capitalismo como tecnología reside en las formas de la relación. La relación con el Otro en el capitalismo no puede reducirse a una relación tecnológica. El Otro, a diferencia de un martillo, tiene una esencia y finalidad propia. Al martillo en el proceso tecnológico se le otorga una finalidad, impresa en él por la conciencia creadora, aquella que lo trae a la existencia. Las producciones de la tecnología se piensan desde la mente creadora, son productos de ella y, por esa razón, su relación con nosotros es puramente utilitaria. El río es represa, el tiempo es interés y la tierra es infraestructura. El hombre es diferente a eso.

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El hablar sobre capital humano, por ejemplo, es reducir al Otro a una relación tecnológica. Las relaciones comunitarias se ven, principalmente, como relaciones productivas, más allá de la vida común cultural, social, religiosa y demás que las sostengan y liguen. La degradación de la condición del Otro a capital, encuadrarle en categorías productivas, es superponer al hombre una fachada no-humana de su condición. Las comunidades producen y, sin embargo, son asociaciones libres donde la finalidad no es la producción. Su finalidad no es nada más que la misma vida común: no tienen finalidad particular más que la amistad (o por lo menos así lo postula Scruton).

Repensar el capitalismo requiere, entonces, cambiar las categorías en las que residimos. Hablar de recursos humanos es sumamente diferente a hablar de personal. Las categorías residen en el lenguaje, ese que moldea el mundo a través de la repetición. El lenguaje está para decir de las cosas lo que son y, también, lo que no son. Por tanto, para pensar en un capitalismo donde la relación hombre-hombre no sea distante ni tecnológica, se necesitan nuevas categorías con el cual estudiarlo. No hay capital humano, hay communitas. No hay recursos humanos, hay colegas.

(Re)pensando categorías: capitalismo y tecnología

Reynaldo Rodríguez |
06 de marzo, 2024
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Es de común entendimiento pensar en la tecnología como todo aquello que sea electrónico. Para el sentido común, tecnología es un par de microchips, el internet o una licuadora. Sin embargo, la tecnología está allí, sin ser esos objetos per se. La tecnología, diría Heidegger, es una manera de relacionarnos con el mundo. Es, también, el producto de la técnica, de un conocimiento práctico, que tiene una capacidad productiva y creadora. Tecnología es un libro, la vestimenta y también es el capitalismo.

El capitalismo es una manera de relacionarnos con la producción de las cosas. Hay una técnica detrás de él, donde el conocimiento de cómo producir está repartido a través de las mentes y manos de todos. Así como un alfarero produce una vasija con un conocimiento práctico, donde las manos se guían solas desde el proyecto mental hasta el barro con forma. Así también, el capitalismo le da forma al bien común con las manos que se guían solas hacia fines particulares. Sin embargo, esto solo se da dentro de condiciones particulares, cuidando que la tecnología una en lugar de dividir.

El problema sustancial del capitalismo como tecnología reside en las formas de la relación. La relación con el Otro en el capitalismo no puede reducirse a una relación tecnológica. El Otro, a diferencia de un martillo, tiene una esencia y finalidad propia. Al martillo en el proceso tecnológico se le otorga una finalidad, impresa en él por la conciencia creadora, aquella que lo trae a la existencia. Las producciones de la tecnología se piensan desde la mente creadora, son productos de ella y, por esa razón, su relación con nosotros es puramente utilitaria. El río es represa, el tiempo es interés y la tierra es infraestructura. El hombre es diferente a eso.

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El hablar sobre capital humano, por ejemplo, es reducir al Otro a una relación tecnológica. Las relaciones comunitarias se ven, principalmente, como relaciones productivas, más allá de la vida común cultural, social, religiosa y demás que las sostengan y liguen. La degradación de la condición del Otro a capital, encuadrarle en categorías productivas, es superponer al hombre una fachada no-humana de su condición. Las comunidades producen y, sin embargo, son asociaciones libres donde la finalidad no es la producción. Su finalidad no es nada más que la misma vida común: no tienen finalidad particular más que la amistad (o por lo menos así lo postula Scruton).

Repensar el capitalismo requiere, entonces, cambiar las categorías en las que residimos. Hablar de recursos humanos es sumamente diferente a hablar de personal. Las categorías residen en el lenguaje, ese que moldea el mundo a través de la repetición. El lenguaje está para decir de las cosas lo que son y, también, lo que no son. Por tanto, para pensar en un capitalismo donde la relación hombre-hombre no sea distante ni tecnológica, se necesitan nuevas categorías con el cual estudiarlo. No hay capital humano, hay communitas. No hay recursos humanos, hay colegas.