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Saber ganar

Sería absurdo negar lo evidente, que el progresismo suele venir acompañado de interpretaciones bastante abiertas de lo que puede considerarse familia y casi siempre viene acompañado de una nueva serie identidades personales (de género, sexuales, de rol, etc.) que ameritan discusión seria y considerada.

.
Roberto Carlos Recinos-Abularach |
16 de agosto, 2023

El último debate presidencial dejó a su paso a un ejército de militantes progresistas orgullosos de su candidato, pero no conformes con sentirse ganadores, sacaron a relucir toda su arrogancia, intolerancia y capacidad de acoso a quienes no simpatiza con sus lecciones morales y postulados filosóficos o políticos. Si decimos que la UNE no sabe perder, podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que Semilla y sus simpatizantes no saben ganar.  ¿Qué ambiente podemos esperar en los próximos cuatro años, si se consuma la victoria de Arévalo? Los augurios no son nada buenos. Solo quedaría hacer un enfático llamado para ejercer cada uno de nosotros una ciudadanía responsable, de soporte o de oposición -según los dictados de la consciencia de cada cual- desde nuestros espacios propios.

Vi lo inflados que estaban los amigos progres cuando empezaron a sentenciar en redes sociales a Sandra Torres por haber desafiado ella a la familia no tradicional, apelando a aquello de “familia natural”.  A mí me parece más que válido acudir a este discurso, a estos valores, en un debate o en una campaña. Sería absurdo negar lo evidente, que el progresismo suele venir acompañado de interpretaciones bastante abiertas de lo que puede considerarse familia y casi siempre conlleva a su vez una nueva serie identidades personales (de género, sexuales, de rol, etc.) que ameritan discusión seria y considerada.

¿Qué es familia natural, pues? decían algunos seguidores de Movimiento Semilla, retóricamente, en sus páginas de Twitter/X, Facebook o Tik Tok, asegurando -en síntesis- que la biología es un mero constructo cultural “opresivo” y “arbitrario” y no una ciencia cierta… como sostienen los biólogos mismos (y prácticamente todos los científicos [naturales, duros] del mundo). La pregunta posteada abierta y llanamente constituye una obvia invitación a responder, aunque lo hayan hecho con altivez y a manera de pregunta retórica, por lo que yo me aventuré a participar respetuosamente de una conversación tan importante y fascinante.

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Los amigos enseguida reaccionaron con burla y agresividad, frente a la mera sugerencia que existe una realidad biológica que determina que el hombre nace hombre y permanece hombre, es decir, con sus cromosomas y órganos masculinos, al igual que la mujer, muy a pesar de disforias, ilusiones, deseos o inventos de los sujetos que se autoperciben como algo que no son. Y más violentos se mostraron al enfrentarse a la opinión que una familia existe no solo para obtener placer y auxiliarse entre sí, sino para reproducirse y asegurar la continuidad de la especie humana, siendo la unión entre un hombre biológico y una mujer biológica la única familia natural posible. ¿Qué existen otros tipos de familia dignas del mismo respeto y protección? Desde luego, pero son familias atípicas, alternas y, al final de cuentas, no naturales. Reconocer estos conceptos sin ambigüedades tiene implicaciones económicas, educativas, de gestión y en la regulación de las instituciones de familia como el matrimonio o el aborto.

Por su parte, de aquella interacción con interlocutores progresistas en estado de euforia se intuyen múltiples repercusiones, principalmente dos: por un lado, que en un hipotético gobierno progresista resultaría muy cuesta arriba poder generar espacios de consenso basados en el respeto multilateral y la admisión de la pluralidad discursiva propia de una democracia diversa, lo cual es ya bastante grave, y segundo, más grave aún, que pretenden, presumiblemente, institucionalizar sus dogmas sectarios con dineros públicos e inyectar sus narrativas forzadas en las mentes de la niñez y la juventud. ¿Campaña negra? ¿Paranoia? Pues basta con observar lo que han hecho otras administraciones autodenominadas democracias representativas y progresistas en Europa y Sudamérica para poder inferir qué ocurrirá en Guatemala.

Saber perder es un talento y requiere de tanta entereza ética y honorabilidad como saber ganar, algo que, visto lo visto -una y otra vez-, no podemos esperar de una victoria progresista en el corto plazo en Guatemala. “Mucho poder conlleva mucha responsabilidad”, dijo el poeta.

Ojalá me equivoque.

Saber ganar

Sería absurdo negar lo evidente, que el progresismo suele venir acompañado de interpretaciones bastante abiertas de lo que puede considerarse familia y casi siempre viene acompañado de una nueva serie identidades personales (de género, sexuales, de rol, etc.) que ameritan discusión seria y considerada.

Roberto Carlos Recinos-Abularach |
16 de agosto, 2023
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El último debate presidencial dejó a su paso a un ejército de militantes progresistas orgullosos de su candidato, pero no conformes con sentirse ganadores, sacaron a relucir toda su arrogancia, intolerancia y capacidad de acoso a quienes no simpatiza con sus lecciones morales y postulados filosóficos o políticos. Si decimos que la UNE no sabe perder, podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que Semilla y sus simpatizantes no saben ganar.  ¿Qué ambiente podemos esperar en los próximos cuatro años, si se consuma la victoria de Arévalo? Los augurios no son nada buenos. Solo quedaría hacer un enfático llamado para ejercer cada uno de nosotros una ciudadanía responsable, de soporte o de oposición -según los dictados de la consciencia de cada cual- desde nuestros espacios propios.

Vi lo inflados que estaban los amigos progres cuando empezaron a sentenciar en redes sociales a Sandra Torres por haber desafiado ella a la familia no tradicional, apelando a aquello de “familia natural”.  A mí me parece más que válido acudir a este discurso, a estos valores, en un debate o en una campaña. Sería absurdo negar lo evidente, que el progresismo suele venir acompañado de interpretaciones bastante abiertas de lo que puede considerarse familia y casi siempre conlleva a su vez una nueva serie identidades personales (de género, sexuales, de rol, etc.) que ameritan discusión seria y considerada.

¿Qué es familia natural, pues? decían algunos seguidores de Movimiento Semilla, retóricamente, en sus páginas de Twitter/X, Facebook o Tik Tok, asegurando -en síntesis- que la biología es un mero constructo cultural “opresivo” y “arbitrario” y no una ciencia cierta… como sostienen los biólogos mismos (y prácticamente todos los científicos [naturales, duros] del mundo). La pregunta posteada abierta y llanamente constituye una obvia invitación a responder, aunque lo hayan hecho con altivez y a manera de pregunta retórica, por lo que yo me aventuré a participar respetuosamente de una conversación tan importante y fascinante.

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Los amigos enseguida reaccionaron con burla y agresividad, frente a la mera sugerencia que existe una realidad biológica que determina que el hombre nace hombre y permanece hombre, es decir, con sus cromosomas y órganos masculinos, al igual que la mujer, muy a pesar de disforias, ilusiones, deseos o inventos de los sujetos que se autoperciben como algo que no son. Y más violentos se mostraron al enfrentarse a la opinión que una familia existe no solo para obtener placer y auxiliarse entre sí, sino para reproducirse y asegurar la continuidad de la especie humana, siendo la unión entre un hombre biológico y una mujer biológica la única familia natural posible. ¿Qué existen otros tipos de familia dignas del mismo respeto y protección? Desde luego, pero son familias atípicas, alternas y, al final de cuentas, no naturales. Reconocer estos conceptos sin ambigüedades tiene implicaciones económicas, educativas, de gestión y en la regulación de las instituciones de familia como el matrimonio o el aborto.

Por su parte, de aquella interacción con interlocutores progresistas en estado de euforia se intuyen múltiples repercusiones, principalmente dos: por un lado, que en un hipotético gobierno progresista resultaría muy cuesta arriba poder generar espacios de consenso basados en el respeto multilateral y la admisión de la pluralidad discursiva propia de una democracia diversa, lo cual es ya bastante grave, y segundo, más grave aún, que pretenden, presumiblemente, institucionalizar sus dogmas sectarios con dineros públicos e inyectar sus narrativas forzadas en las mentes de la niñez y la juventud. ¿Campaña negra? ¿Paranoia? Pues basta con observar lo que han hecho otras administraciones autodenominadas democracias representativas y progresistas en Europa y Sudamérica para poder inferir qué ocurrirá en Guatemala.

Saber perder es un talento y requiere de tanta entereza ética y honorabilidad como saber ganar, algo que, visto lo visto -una y otra vez-, no podemos esperar de una victoria progresista en el corto plazo en Guatemala. “Mucho poder conlleva mucha responsabilidad”, dijo el poeta.

Ojalá me equivoque.