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Te deseo tiempo

Y, así, el joven enamorado de su belleza, o quizá con sueños de grandeza, se montó al caballo de Niamh. Corrieron por los verdes bosques y, al llegar a la playa, corrieron también sobre el agua. Lo único que no quedó atrás fue la promesa de un día regresar.

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Alejandra Osorio |
21 de marzo, 2024

A veces puedes ver el tiempo pasar justo a tu lado mientras el tráfico te obliga a detenerte. En otras ocasiones, cierras los ojos y todo ha terminado. Parece que nosotros solo podemos mecernos en ese viene y va temporal. Después de todo, tenemos una extraña percepción del tiempo.

Sin embargo, a veces es el tiempo quien juega con nosotros y se ríe de nuestro sueño de eternidad. Al menos eso hizo con un poeta, cuyo nombre se ha pronunciado más veces allá del otro lado del mar. Ahí, justo en Irlanda, hace ya mucho tiempo atrás, andaba el hijo de Fionn mac Cumhaill, llamado Oisín.

Un deseo a las hadas

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En el bosque se encontraba el poeta cuando una mujer de cabello de trigo apareció sobre un corcel blanco. Niamh, la joven, le ofreció su amor, con la única condición de que se fuera con ella a Tír na nÓg. «¿Qué hay allí?», se preguntó. En Tír na nÓg siempre hay festín. En Tír na nÓg el verano persiste. En Tír na nÓg el fin simplemente no existe.

Y, así, el joven enamorado de su belleza, o quizá con sueños de grandeza, se montó al caballo de Niamh. Corrieron por los verdes bosques y, al llegar a la playa, corrieron también sobre el agua. Lo único que no quedó atrás fue la promesa de un día regresar.

En Tír na nÓg, todo lo que pidió se le dio. Y tres años solo fueron tres días para él. Pero esto no es de extrañar, ya que es normal si no tienes ayer ni mañana. En Tír na nÓg pareces olvidar el tiempo y la vida misma. Sin embargo, Oisín era un hombre de palabra y le pidió a Niamh ayuda para poder regresar a casa. Ella le dio su caballo y, con un beso, lo dejó ir con una simple advertencia: «tus pies no deben tocar la tierra».

Oisín comenzó su camino y, después de mucho cabalgar, finalmente pudo regresar. Pero, para su sorpresa, su casa no era casa, sino una ruina más. Sus bosques ya no eran bosques, sino simples campos para pastar. Y la gente no era su gente, sino unos extraños más. Así, en ese pánico, el pie de Oisín a la tierra hubo de dar.

El tiempo no olvida, haz de recordar. Él solamente espera. Y así le cobró a Oisín el tiempo que estuvo fuera. A él tres años le parecieron tres días, pero la verdad es que hacía ya trescientos años que había decido marchar.

Por lo que el hombre joven en un segundo fue viejo y donde había vida solo quedaron los huesos.

Y el precio que piden

William Butler Yeats, en The Land of the Heart’s Desire, pide que las hadas se lo lleven y lo alejen de este mundo. No obstante, aunque ese deseo parece hermoso, el precio es funesto. Tír na nÓg es la eternidad, pero lo que necesita el hombre es la mortalidad.

Qué es mejor: ¿una vida lenta con fin o un segundo eterno que no parece vida? John O’Donohue, otro poeta irlandés, dice que este, este preciso instante, es tiempo para la lentitud, porque solo queda disfrutar del paso.

Al final, a diferencia de Oisín, a nosotros el tiempo nos trata igual. Ya lo dijo otro irlandés más, C. S. Lewis:

El futuro es algo que cada cual alcanza a un ritmo de sesenta minutos por hora, haga lo que haga y sea quien sea.

Y quizá ahí se encuentre la paz, en saber que el tiempo pasa y todo se ha de terminar.

Te deseo tiempo

Y, así, el joven enamorado de su belleza, o quizá con sueños de grandeza, se montó al caballo de Niamh. Corrieron por los verdes bosques y, al llegar a la playa, corrieron también sobre el agua. Lo único que no quedó atrás fue la promesa de un día regresar.

Alejandra Osorio |
21 de marzo, 2024
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A veces puedes ver el tiempo pasar justo a tu lado mientras el tráfico te obliga a detenerte. En otras ocasiones, cierras los ojos y todo ha terminado. Parece que nosotros solo podemos mecernos en ese viene y va temporal. Después de todo, tenemos una extraña percepción del tiempo.

Sin embargo, a veces es el tiempo quien juega con nosotros y se ríe de nuestro sueño de eternidad. Al menos eso hizo con un poeta, cuyo nombre se ha pronunciado más veces allá del otro lado del mar. Ahí, justo en Irlanda, hace ya mucho tiempo atrás, andaba el hijo de Fionn mac Cumhaill, llamado Oisín.

Un deseo a las hadas

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En el bosque se encontraba el poeta cuando una mujer de cabello de trigo apareció sobre un corcel blanco. Niamh, la joven, le ofreció su amor, con la única condición de que se fuera con ella a Tír na nÓg. «¿Qué hay allí?», se preguntó. En Tír na nÓg siempre hay festín. En Tír na nÓg el verano persiste. En Tír na nÓg el fin simplemente no existe.

Y, así, el joven enamorado de su belleza, o quizá con sueños de grandeza, se montó al caballo de Niamh. Corrieron por los verdes bosques y, al llegar a la playa, corrieron también sobre el agua. Lo único que no quedó atrás fue la promesa de un día regresar.

En Tír na nÓg, todo lo que pidió se le dio. Y tres años solo fueron tres días para él. Pero esto no es de extrañar, ya que es normal si no tienes ayer ni mañana. En Tír na nÓg pareces olvidar el tiempo y la vida misma. Sin embargo, Oisín era un hombre de palabra y le pidió a Niamh ayuda para poder regresar a casa. Ella le dio su caballo y, con un beso, lo dejó ir con una simple advertencia: «tus pies no deben tocar la tierra».

Oisín comenzó su camino y, después de mucho cabalgar, finalmente pudo regresar. Pero, para su sorpresa, su casa no era casa, sino una ruina más. Sus bosques ya no eran bosques, sino simples campos para pastar. Y la gente no era su gente, sino unos extraños más. Así, en ese pánico, el pie de Oisín a la tierra hubo de dar.

El tiempo no olvida, haz de recordar. Él solamente espera. Y así le cobró a Oisín el tiempo que estuvo fuera. A él tres años le parecieron tres días, pero la verdad es que hacía ya trescientos años que había decido marchar.

Por lo que el hombre joven en un segundo fue viejo y donde había vida solo quedaron los huesos.

Y el precio que piden

William Butler Yeats, en The Land of the Heart’s Desire, pide que las hadas se lo lleven y lo alejen de este mundo. No obstante, aunque ese deseo parece hermoso, el precio es funesto. Tír na nÓg es la eternidad, pero lo que necesita el hombre es la mortalidad.

Qué es mejor: ¿una vida lenta con fin o un segundo eterno que no parece vida? John O’Donohue, otro poeta irlandés, dice que este, este preciso instante, es tiempo para la lentitud, porque solo queda disfrutar del paso.

Al final, a diferencia de Oisín, a nosotros el tiempo nos trata igual. Ya lo dijo otro irlandés más, C. S. Lewis:

El futuro es algo que cada cual alcanza a un ritmo de sesenta minutos por hora, haga lo que haga y sea quien sea.

Y quizá ahí se encuentre la paz, en saber que el tiempo pasa y todo se ha de terminar.